lunes, 18 de julio de 2016

¿Trabajar durante Universidad? La opinión de Platón


Hoy llegaron 132 novatos al propedéutico de su licenciatura en Derecho. Su primer día en la Universidad. Ahí viene la pregunta: «–¿Y cuándo me recomienda comenzar a trabajar?». Como posible respuesta, van unos párrafos en el Teeteto de Platón, un diálogo sobre el saber. Este filósofo había trabajado en el mundo real: se dedicó a la política y, entre otras cosas, fue contratado para redactar una constitución en Siracusa. No era un pensador de los que tejen cobijas con las nubes. Pues bien, hay un pequeño diálogo en el Teeteto donde se preguntan en qué consiste el saber de quien trabaja en un tribunal y se empeña en los asuntos jurídicos. Platón asume que si alguien sólo sabe de eso, entonces no conoce lo importante.

Recuerda que una vez, Tales de Mileto cayó en un pozo mientras veía las estrellas. Una esclava se burló de él más o menos así: «¡Hey! ¡Pringa'o! ¡Quieres saber las cosas del cielo, pero te olvidas de las que tienes delante de tus pies!». Platón toma la broma que se lanza a los filósofos y la revira contra el que sólo sabe de lo que sucede en el mundo laboral: será esclavo de un saber parcial y limitado. Su castigo será vivir consigo mismo, será traicionado por sus categorías una y otra vez, su mundo se reducirá a lo que sucede en su área jurídica. Terminará tropezando, pues pensará que conocer cómo opera el derecho es suficiente para saber vivir la vida.

¿Trabajar mientras se estudia en la universidad? Tal vez sí; siempre que no se abandone el esfuerzo por saber aquellas cosas que vale la pena saber. Sólo si se es conciente de que el mundo laboral es sólo una parcela de la vida real de una persona. Platón sugeriría que lo más importante es la madurez intelectual para saber quiénes somos y cómo edificamos una vida libre, llena de amigos, bella, justa y plena.

¿Trabajar para conocer el mundo real y garantizar un futuro laboral? Si es sólo por eso, entonces, concluiría Platón, habría que prepararse para el castigo inherente a ese carácter: «convivirás contigo mismo. Tropezarás una y otra vez, por culpa de tus propias categorías intelectuales».

En otras palabras, el problema no está en trabajar o no, sino en lo que busco madurar al empeñarme en esa actividad, y lo que dejo de saber por dedicarle tiempo a ello.

Aquí va el texto de Platón. Primero puse una versión breve con comentarios; abajo, unos párrafos menos recordados.

Teeteto 
172c-177c
Los que han rodado desde jóvenes por tribunales y lugares semejantes parecen haber sido educados como criados [o lacayos] [...] Siempre hablan con la urgencia del tiempo, pues les apremia el flujo constante del agua. Además, no pueden componer sus discursos sobre lo que desean, ya que la parte contraria está sobre ellos y los obliga a atener se a la acusación escrita, que, una vez proclamada, señala los límites fuera de los cuales no puede hablarse [Ellos mismos se limitan a hablar de asuntos jurídicos]. [...] Sus discursos versan siempre sobre algún compañero de esclavitud [alguien que sólo habla de derecho] y están dirigidos a un señor que se sienta con la demanda en las manos.  Hasta tal punto tratan sus disputas de asuntos puramente particulares [parciales], que muchas veces se parecen a una carrera por la propia vida. De manera que, a raíz de todo esto, se vuelven violentos y sagaces, y saben cómo adular a su señor con palabras y seducirlo con obras. Pero, a cambio, hacen mezquinas sus almas y pierden toda rectitud. La esclavitud que han sufrido desde jóvenes les ha arrebatado la grandeza de alma, así como la honestidad y la libertad, al obligarlos a hacer cosas tortuosas y al de parar a sus almas, todavía tiernas, grandes peligros y temores, que no podían sobrellevar aún con amor a la justicia y a la verdad. [...]
Cuando una persona así en sus relaciones particulares o públicas con los demás se ve obligada a hablar, en el tribunal o en cualquier otra parte, de las cosas que tiene a sus pies y delante de los ojos, da que reír no sólo a las tracias, sino al resto del pueblo. Caerá en pozos y en toda clase de dificultades debido a su inexperiencia [del auténtico mundo real, del que hace que valga la pena la vida de una persona], y su terrible torpeza da una imagen de necedad. Pues, en cuestión de injurias, no tiene nada en particular que censurar a nadie [no se entera, porque no lo ve; sus esquemas mentales atrofiados se lo impiden], ya que no sabe nada malo de nadie, al no haberse ocupado nunca de ello. Por tanto, se queda perplejo y hace el ridículo. Y ante los elogios y la vanagloria de los demás, no se ríe con disimulo [como restanto importancia al adulador], sino tan real y manifiestamente que parece estar loco. [...] En todos estos casos una persona así sirve de mofa al pueblo, unas veces por su apariencia de soberbia, y otras veces por el desconocimiento de lo que tiene a sus pies y la perplejidad que en cada ocasión le envuelve. [En el fondo el que sólo sabe de la operación jurídica, o de su ámbito profesional,  desconoce lo más importante, no se da cuenta de ello y tropieza, como Tales de Mileto, ante lo que tiene a sus pies] [...]
Pues bien, como no se dan cuenta de esto, debido a su insensatez y a su extrema inconsciencia se les pasa por alto que con sus acciones injustas se hacen más semejantes a uno de ellos [al injusto] y menos al otro [al virtuoso]. Viviendo esa clase de vida a la que ellos se asemejan es, pues, como reciben el castigo. [La sansión es vivir con ellos mismos o con alguien similar a ellos] 
-o-
Sócrates: — Por cierto, muchas veces, querido amigo, se me ha ocurrido pensar, como en esta ocasión, que los que se han dedicado mucho tiempo a la filosofía frecuentemente parecen oradores ridículos, cuando acuden a los tribunales.
Teodoro:— ¿Qué quieres decir?
Sócrates:— Que los que han rodado desde jóvenes por tribunales y lugares semejantes parecen haber sido educados como criados, si los comparas con hombres libres, educados en la filosofía y en esta clase de ocupaciones.
Teodoro:— ¿En qué sentido?
Sócrates: — Estos últimos disfrutan del tiempo libre al que tú hacias referencia y sus discursos los componen en paz y en tiempo de ocio. Les pasa lo mismo que a nosotros, que, de discurso en discurso, ya vamos por el tercero. Si les satisface más el siguiente que el que tienen delante, como a nosotros, proceden de la misma manera. Y no les preocupa nada la extensión o la brevedad de sus razonamientos, sino solamente alcanzar la verdad. Los otros, en cambio, siempre hablan con la urgencia del tiempo, pues les apremia el flujo constante del agua. Además, no pueden componer sus discursos sobre lo que desean, ya que la parte contraria está sobre ellos y los obliga a atener se a la acusación escrita, que, una vez proclamada, señala los límites fuera de los cuales no puede hablarse. Esto es lo que llaman juramento recíproco. Sus discursos versan siempre sobre algún compañero de esclavitud y están dirigidos a un señor que se sienta con la demanda en las manos.
Hasta tal punto tratan sus disputas de asuntos puramente particulares, que muchas veces se parecen a una carrera por la propia vida. De manera que, a raíz de todo esto, se vuelven violentos y sagaces, y saben cómo adular a su señor con palabras y seducirlo con obras. Pero, a cambio, hacen mezquinas sus almas y pierden toda rectitud. La esclavitud que han sufrido desde jóvenes les ha arrebatado la grandeza de alma, así como la honestidad y la libertad, al obligarlos a hacer cosas tortuosas y al de parar a sus almas, todavía tiernas, grandes peligros y temores, que no podían sobrellevar aún con amor a la justicia y a la verdad. Entregados así a la mentira y a las injurias mutuas, tantas veces se encorvan y se tuercen, que llegan a la madurez sin nada sano en el pensamiento. Ellos, sin embargo, creen que se han vuelto hábiles y sabios. Así es esta gente, Teodoro [...]
Es lo mismo que se cuenta de Tales, Teodoro. Éste, cuando estudiaba los astros, se cayó en un  pozo, al mirar hacia arriba, y se dice que una sirvienta tracia, ingeniosa y simpática, se burlaba de él, porque quería saber las cosas del cielo, pero se olvidaba de las que tenía delante y a sus pies. La misma burla podría hacerse de todos los que dedican su vida a la filosofía. En realidad, a una persona así le pasan desapercibidos sus próximos y vecinos, y no solamente desconoce qué es lo que hacen, sino el hecho mismo de que sean hombress o cualquier otra criatura. Sin embargo, cuando se trata de saber qué es en verdad el hombre y qué le corresponde hacer o sufrir a una naturaleza como la suya, a diferencia de los demás seres, pone todo su esfuerzo en investigarlo y examinarlo atentamente. ¿Comprendes, Teodoro, o no?
Teodoro:—Sí, y tienes razón.
Sócrates: —Así pues, querido amigo, como te decía al principio, cuando una persona así en sus relaciones particulares o públicas con los demás se ve obligada a hablar, en el tribunal o en cualquier otra parte, de las cosas que tiene a sus pies y delante de los ojos, da que reír no sólo a las tracias, sino al resto del pueblo. Caerá en pozos y en toda clase de dificultades debido a su inexperiencia, y su terrible torpeza da una imagen de necedad. Pues, en cuestión de injurias, no tiene nada en particular que censurar a nadie, ya que no sabe nada malo de nadie, al no haberse ocupado nunca de ello. Por tanto, se queda perplejo y hace el ridículo. Y ante los elogios y la vanagloria de los demás, no se ríe con disimulo, sino tan real y manifiestamente que parece estar loco. [...] Se ríe de los que son incapaces de hacer un cálculo de esta naturaleza y no alejan la vanidad de su alma insensata. En todos estos casos una persona así sirve de mofa al pueblo, unas veces por su apariencia de soberbia, y otras veces por el desconocimiento de lo que tiene a sus pies y la perplejidad que en cada ocasión le envuelve.
Teodoro: — Eso que estás diciendo, Sócrates, es exactamente lo que ocurre.
Sócrates: — Pero, querido amigo, cuando consigue elevar a alguien a un plano superior y la persona en cuestión se deja llevar por él, el resultado es muy distinto. Entonces quedando a un lado las cuestiones relativas a las injusticias que yo cometo contra ti o tú contra mí, y se pasa a examinar la justicia y la injusticia en sí mismas, lo que ambas son, y las diferencias que distinguen a la una de la otra, así como a ellas mismas de todo lo demás. De preguntas acerca de si es feliz el rey que posee riquezas se pasa a un examen de la realeza y de la felicidad o la desgracia que en general afecta a los hombres, para averi guar que son ambas y de qué manera le corresponde a la naturaleza del hombre poseer la una y huir de la otra. Cuando alguien de mente estrecha, sagaz y leguleyo, tiene d que dar una explicación de todas estas cuestiones, se in vienen las tornas. Suspendido en las alturas, sufre de vértigos y mira angustiado desde arriba por la falta de costumbre. Su balbuceo y la perplejidad en la que cae no dan que reír a las tracias, ni a ninguna oirá persona carente de educación, pues ellas no perciben la situación en la que se halla, pero sí a todos los que han sido instruidos en principios contrarios a la esclavitud.
Ésta es la manera de ser que tienen uno y otro, Teodoro, el primero ha sido educado en la libertad y el ocio, es precisamente el que tú llamas filósofo. A éste no hay que censurarlo por parecer simple e incapaz, cuando se ocupa de menesteres serviles, si no sabe preparar el lecho, condimentar las comidas o prodigar lisonjas. El otro, por el contrario, puede ejercer todas estas labores con diligencia y agudeza, pero no sabe ponerse el manto con la elegancia de un hombre libre, ni dar a sus palabras la armonía que es preciso para entonar un himno a la verdadera vida de los dioses y de los hombre bienaventurados. [...]
En relación con esto es como hay que valorar la verdadera habilidad de un hombre o su insignificancia y falta de virilidad. Pues la sabiduría y la verdadera virtud no son otra cosa que el conocimiento de la justicia, y su desconocimiento es ignorancia y maldad manifiesta. Cualquier otra cosa que pudiera parecer habilidad y sabiduría, en el ejercicio de la política es grosería y en las artes vulgaridad. En consecuencia, al hombre que es injusto o impío de palabra o de obra es al que menos puede reconocérsele que tiene habilidad por su falta de escrúpulos. Ellos, en efecto, se vanaglorian de lo que, en realidad, es un reproche y creen oír con ello que no son, como los necios, una mera carga de la tierra, sino hombres como hay que ser para estar a salvo en la ciudad.
Así pues, debemos decir la verdad: ellos son lo que no creen ser, tanto más cuanto menos lo creen, pues desconocen el castigo de la injusticia, que es lo que menos conviene desconocer. Este castigo no es el que piensan, no consiste en los golpes ni en la muerte que a veces no sufren los que practican la injusticia, sino en un castigo del que no es posible escapar. [...]  Pues bien, como no se dan cuenta de esto, debido a su insensatez y a su extrema inconsciencia se les pasa por alto que con sus acciones injustas se hacen más semejantes a uno de ellos [al injusto] y menos al otro [al virtuoso]. Viviendo esa clase de vida a la que ellos se asemejan es, pues, como reciben el castigo. [...] Pues bien, como no se dan cuenta de esto, debido a su insensatez y a su extrema inconsciencia se les pasa por alto que con sus acciones injustas se hacen más semejantes a uno de ellos y menos al otro. Viviendo esa clase de vida a la que ellos se asemejan es, pues, como reciben el castigo.