miércoles, 10 de mayo de 2017

El hogar, la madre y un poema de Robert Frost


Robert Frost escribió un poema cuyo título en español se tradujo como “La muerte del jornalero” (aquí la traducción en español, aquí el original en inglés). Ahí se cuenta la historia de un desempleado; un antiguo jornalero que regresa a la granja de donde se fue, no en muy buenos términos. Dejó todo por la mala. Tiempo después, se queda sin nada –“sin un pasado para alegrarse, sin ningún futuro que ver con esperanza”- y regresa a su antiguo empleador buscando otra oportunidad, pero una repentina enfermedad se agrava y lo lleva la muerte.

Durante su agonía, sus antiguos empleadores discuten si deben o no recibirlo y darle cobijo. Uno de ellos es duro y no le entusiasma la idea de recibir a quien los había traicionado. Su esposa intenta un argumento humanitario: “Rubén, esta es su casa, su hogar”. El marido contesta “¿a qué te refieres con hogar?”

Frost ofrece dos respuestas. La primera dice. «Yo diría que “hogar” es el sitio que nunca merecemos».  En la segunda el poeta une dos conceptos que son contradictorios entre sí: “El hogar es aquel lugar donde, si tienes necesidad de ir, ellos tienen el deber de acogerte” [El original en inglés no tiene desperdicio: «Home is the place where, when you have to go there / They have to take you in»]

La frase es dramática: ¿puede exigirse el amor como un deber? Si el amor es libre, donación o gratuidad, entonces nunca puede ligarse a la lógica del deber, de la obligación, de la necesidad. Nadie tiene la obligación de regalarnos su cariño. Es lo propio de los regalos: o son gratuitos o no son regalos. El amor nunca es un deber.  Aún así Frost une estas exigencias: el hogar es el único sitio donde el amor no sólo es gratuidad sino que nos acercamos a él confiando en que sobre otros pesa la necesidad de querernos. En el fondo, en el hogar calmamos el hambre de que nuestra existencia esté justificada, de que haya alguien que nos necesite; y en ese sentido, que estén “obligados” a querernos. 

Pienso esto porque si tuviéramos que describir el corazón de una madre, o si habría que definirla, podríamos tomar prestadas estas dos expresiones del poema Frost. Probablemente damos por descontado que nuestras madres nos acogerán y vamos con ellas con la seguridad de que ellas están ahí para nosotros; un poco con la idea de que tienen el deber de recibirnos, de querernos. «Para eso son madres», intuímos. Quizá pasamos de largo el hecho de que su acogida sigue siendo un acto gratuito, una entrega no obligatoria, un regalo. Incondicionalidad en estado puro. 

Las madres quieren con tal intensidad, que deciden que el amor sea su deber; y para nosotros, la seguridad de contar siempre con un hogar. Repito la definición de Frost: “El hogar es aquel lugar donde, si tienes necesidad de ir, ellos tienen el deber de acogerte”.

Feliz día de las madres.

[Dedicado a Gaby, que acaba de estrenarse en estas lides]

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