jueves, 20 de febrero de 2014

Un recordatorio llamado «Venezuela»

Charles Malik fue uno de los principales redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Era uno de los pocos filósofos de profesión que trabajó en la redacción del documento. El diplomático libanés explicaba que uno de esos principios que orientaron la redacción del Documento fue la búsqueda de un balance entre libertad y la certeza de obtener resultados. 

El ser humano experimenta una tensión entre la libertad que debo comprometer en la vida social para que ésta funcione y la lealtad que le debo al Estado para que logre hacer eficaz la coordinación entre todos los miembros de una comunidad. 

Siempre existe el riesgo de que el Estado me prometa la garantía y seguridad de la satisfacción de mis necesidades, si le entrego mi libertad. Lo vemos en la actitud de algunos políticos y su foto con cara de redentor que parece decirnos: “yo sí doy resultados, yo te cuido, me lo debes a mí. Voy a resolver tus problemas, te lo prometo y te lo cumplo”. Pero suele suceder que ese político espera a cambio la libertad de la persona en forma de obediencia a la ley, o pertenencia a un partido o de seguir a una revolución. Quien no siga a ese político, se convierte en un enemigo de ese desarrollo o un obstáculo para la revolución. 

Pero esta tentación de regalar la propia libertad a cambio de la seguridad no es sólo del político. También la persona corre este riesgo. La libertad es subversiva y problemática: tenemos que correr el riesgo de equivocarnos, cargar con el peso de buscar la respuesta digna para actuar, ofrecer motivos a los demás para crear comunidades. En ocasiones es más fácil que alguien piense por nosotros y nos “libere” del riesgo del error, de la inseguridad de no conseguir algo que comer, o no ser escuchados.

Malik recordaba que en la literatura esta doble tentación se encontraba en la historia de “El Gran Inquisidor” que Dostoyevsky incluyó en “Los hermanos Karamazov”. Ahí se describe este proceso de  seguridad a costa de la libertad: la seguridad del pan, la seguridad de ser querido, y la seguridad de pertenecer a un grupo que da identidad. Como esas tres necesidades son tan riesgosas y esquivas, puede pasar que el político prometa que gracias a él, la persona las va resolver; y podría pasar que la persona prefiera ahorrarse el peso de la incertidumbre, del esfuerzo y del riesgo que implica el reto de la conquista comunitaria de la libertad.

Esta tensión, o mejor dicho, esta tentación puede reconocerse en lo que pasa en Venezuela. Algo no va bien cuando el Estado me obliga a pertenecer a su revolución a cambio de darme la paz, el pan, la pertenencia y el reconocimiento de lo que significa “ser venezolano”. Algo no va bien, en ninguna sociedad, cuando el ciudadano está dispuesto a pagar con su libertad la seguridad de que será el Estado quien le garantizará el pan y una comunidad para reconocerse.  

Algo no va bien cuando, por ejemplo, un país promete cumplir con unos estándares de derechos humanos y someterse a una Corte como la Interamericana de Derechos Humanos y luego no está dispuesta a cumplir las sentencias que le son contrarias (La sentencia de la Corte IADH a favor de Leopoldo López aquí y la sentencia de inejecución aquí). Algo no va bien, cuando una revolución justifica la prisión de un opositor político con motivos filantrópicos. Algo no va bien, cuando Maduro ofrece motivos humanitarios para encarcelar en una prisión militar a  Leopoldo López (contrario a los estándares mínimos de los derechos humanos): “La derecha quería matar a Leopolodo López y nosotros, como gobierno humanista que somos, decidimos protegerlo”. Algo no está bien, cuando califico al que no piensa como la Revolución, por ese motivo, como un “bestializado”, alguien que “nos odia” o un es “fascista”. 

Hay pues, en la Declaración Universal y en lo que pasa en Venezuela un recordatorio para nosotros, para políticos y para ciudadanos: el bienestar humano nunca puede garantizarse solamente a través de estructuras, por muy necesarias y válidas que estas sean. Las mejores estructuras de una comunidad, funcionan únicamente cuando en esas personas existen convicciones vivas e internas capaces de motivarlos a una adhesión libre al ordenamiento social. 

Cuando un Estado, un político o una revolución, promete un mundo mejor que se realizaría irrevocablemente por la adhesión incondicional de las personas, pide un costo demasiado caro y hace una promesa que no podrá cumplir. Una Revolución así, está condenada a convertirse en un Reino Desaparecido (aquí)



1 comentario:

  1. "Cuando veas las barbas del vecino rasurar, echa las tuyas a remojar"
    Vemos con claridad el gran problema que vive Venezuela y en su base está en buena medida la ignorancia y falta de formación que padece el Pueblo y, lamentablemente, el mismo presidente, pues es prisionero de su propia ignorancia, se deja llevar no por un ideal de progreso, sino por la necesidad de autoafirmación y esa se la valida la mayoría ignorante y con grandes necesidades que el gobierno le satisface muy parcialmente y en el cortísimo plazo, como puede ser gasolina regalada y algunas otras nimiedades, pero de ninguna manera desarrollo.
    ¿Qué estamos haciendo nosotros como país? alimentando normales rurales y creando plazas para contratar profesores que no tienen nada que enseñar sino la manera de ser parásitos.
    Experimentemos en cabeza ajena.

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