viernes, 28 de noviembre de 2014

«Cambiar el final». Mi recomendación de libros para la FIL


«The Syria Campaign» ha publicado este video para no olvidar Siria. Sé que estamos muy ocupados indignándonos por #Ayotzinapa, la #CasaBlanca, #YaMeCansé, etc. Y motivos no faltan. Pero verlo me ayudará a justificar los libros que incluí este año en la sugerencia para la FIL. Así que antes de seguir con este post, ve este video:


Nuestra comprensión de los derechos humanos nos inclina a señalar como responsable de lo que nos parece injusto hacia el Estado. Los procesos de derechos humanos se diseñaron así. Según esto, hemos creado al Estado para organizar los esfuerzos sociales para lograr paz y la seguridad. Pensamos que gracias a ese ambiente producido por alguien, lograremos llevar a cabo nuestros deseos de felicidad. Si el ambiente falla, fácilmente deducimos que el Estado no ha cumplido con su responsabilidad y exigimos un cambio. Como cuando un equipo de fútbol no funciona, rueda la cabeza del entrenador. Como si pudiéramos señalar a alguien de habernos sacado a patadas del parque de diversiones. En ambos casos es fácil señalar al culpable de sentirnos mal por la injusticia (Aarón Castillo explica mejor esa dinámica en este video).

Ayotzinapa nos ha puesto ante los ojos que un diagnóstico así es infantil o al menos ilusorio. De acuerdo, las instituciones del Estado deben funcionar lo mejor posible: los asesinos deben pagar por sus crímenes, los políticos corruptos también. Pero en Guerrero «el gobierno» no sólo es el Federal (encabezado por el PRI), es también el municipal y estatal (gobernado por el PRD). Es un problema que también se fue gestando durante los dos sexenios anteriores (dirigidos por el PAN). ¿Es que hemos de desaparecerlo todo? La sociedad civil ha despertado. Se indigna, marcha, increpa... ¿y?

Para elaborar una hoja de ruta, ¿cuál es el resultado que pretendemos conseguir? ¿Es posible lograr una sociedad que de una vez y por todas sea pacífica y próspera. Si esto no es posible, ¿qué es posible esperar? 

Estos días de pena han mostrado dos cimientos necesarios en la construcción la vida común: la necesidad de ser solidarios y la exigencia de construir a diario un orden social. Esto sólo se comprende si se asume que las construcciones humanas, todas,  si son auténticamente humanas, van impregnadas también de la precariedad de la existencia, deben reconstruirse una y otra vez. Este esfuerzo continuo, además, implica también la experiencia del dolor y la necesidad de padecerlo junto a otros. 

Por eso, este año la sugerencia de libros, además de los ya tradicionales, recoge aquellos que ayudan a comprender la centralidad de la persona como eje de toda construcción social -no el Estado-. Textos que profundizan sobre su vocación a la grandeza sujeta a la precariedad. Libros que ponen ante los ojos el gesto humano de mayor dignidad que podamos encontrar: el amor que es capaz de padecer el dolor junto al amado. 

Los libros nuevos que sugiero buscar en la FIL son estos:

ESTÉTICA
1. Creativity Inc., Ed Catmull
2. Una pena observada, C.S. Lewis
3. El problema del dolor, C.S. Lewis

FILOSOFÍA
4. Dios, Filosofía y Universidades, Alasdair MacIntyre
5. Sin fines de lucro. La democracia necesita de las humanidades, Martha Nussbaum

HISTORIA
6. Vanished Kingdoms, Norman Davies
7. The Collapse: The Accidental Opening of the Berlin Wall, Mary Elise Sarotte
8. El Hechizo de la Comprensión. Vida y Obra de Hannah Arendt, Teresa Gutiérrez

DERECHO
9. What is Marriage? Men and Woman: A Defense, Sherif Girgis y Ryan T Anderson


jueves, 27 de noviembre de 2014

«Leer» no se enseña, se contagia.

«No puedes comprar la felicidad. Pero puedes comprar libros y eso es algo similar»


«Leer» no se enseña, se contagia. La frase no es mía. La vi en un  sticker de una escuela y como se aproxima inauguración de la FIL, puede ser que nos preguntemos, ¿cómo se enseña a leer? ¿Cómo se contagia? He preguntado a varios -incluído al autor de la frase «la lectura se contagia»- y aquí van algunas respuestas:

1. «Leer aunque no se antoje. Como en la vida se hacen cosas que no siempre nos gustan, es mejor irse probar el esfuerzo con cosas que valen la pena». El argumento es un poco violento, y quizá tal vez por ello, extraño. Tal vez por que hemos pensado que la lectura se hace porque produce placer. En parte sí, pero la lectura es importante no sólo por el fruto que produce, sino por la raíz en la que se nutre. Como toda raíz, ha de buscar su sitio por anclarse a la tierra. Algo así requiere esfuerzo. Leer también. Hay que leer aunque no haya ganas. Porque en la vida haremos cosas que no nos gustan, más nos vale entrenarnos en algo que vale la pena. 

2. «Para hablar como Don Juan, y escribir como Cervantes». De forma análoga al dicho de las abuelas –«somos lo que comemos»-, también escribimos y hablamos de lo que leemos. Una de las habilidades más valoradas en los profesionales de hoy es la capacidad de transmitir una idea con precisión. ¿Cómo entrenarnos para hacer algo así? No hay más que escribir. Pero el depósito de ideas, palabras, fórmulas y modos de decir se acrecienta con la lectura.

3. Los dos argumentos anteriores sirven pero hasta cierto punto, por que son utilitaristas: «leemos porque conseguimos algo a cambio». Pero si la lectura es la puerta para la sabiduría y ésta es un bien humano que vale la pena buscar por sí mismo, debe existir un motivo que justifique la actividad lectora. Dice C.S. Lewis que la lectura nos dice algo de la vida, nos introduce en el mundo de otros y en ellos aprendemos a darle sentido al nuestro. Quien no lee vive como en una cárcel, donde sólo reconoce lo que ha experimentado en su entorno y en su tiempo. Sólo tenemos una vida, un tiempo, y unas conexiones; por eso, quien quien no lee, sólo sabe de lo que alcanza a ver frente sí. Quien lee, amplía sus registros emocionales, intelectuales y morales gracias a los cuales puede comprender mejor lo que le sucede, prever lo que vivirá si toma unas decisiones equivocadas -o correctas-, aprenderá a darle cause a sus penas y potenciará sus alegrías . El momento eureka, el gozo de la lectura llega una vez que ya se ha leído, difícilmente antes. Por eso, enseñar a leer requiere un maestro que nos siembre la inquietud. Alguien que nos contagie.

Entonces, ¿qué consejo práctico daría a unos padres que quisiera inculcar en sus hijos el hábito de la lectura? En la práctica, asumo que el padre o la madre ya es un lector y conoce, en parte, el texto. Sugiero hacer tres cosas equivalentes a tres momentos distintos. Al entregar el libro, ofrecer una visión general de tema del que trata. Segundo, mientras lee el libro, hacer una pregunta al lector que conectaría el asunto del libro con su vida concreta, una especie de pellizco que diga «¡Hey! ¡En este libro hay un problema que tú también experimentas! ¿Qué harías si te pasara lo mismo?».  Tercero: escuchar, platicar y compartir el eco que el libro produjo en el hijo, en el alumno, en el amigo. Es el momento en que, como dice Lewis, «la experiencia literaria cura la herida de la individualidad sin socavar sus privilegios». Es el momento en que nos convertimos en mil personas sin dejar de ser nosotros mismos.  

Aquí dejo estos párrafos del ensayo de C.S. Lewis «La experiencia de leer. Un ejercicio de crítica experimental.»
«¿Qué valor tiene leer lo que alguien escribe?» equivale a la pregunta «¿Qué valor tiene escuchar lo que alguien dice?». Salvo que una persona sea capaz de encontrar en sí misma todas las informaciones, las diversiones, los consejos, las críticas y las alegrías que desee, la respuesta es obvia. Y si vale la pena escuchar o leer, entonces también puede valer muchas veces la pena incluso para poder descubrir que algo no la merece. [...]
Aquí reside, si no me equivoco, el valor específico de la buena literatura considerada en su aspecto de logos; nos permite acceder a experiencias distintas de las nuestras. Al igual que éstas no todas esas experiencias valen la pena. Algunas resultan, como suele decirse, más «interesantes» que otras. Desde luego, las causas de ese interés son muy variadas, y son diferentes para cada persona. Algo puede interesarnos porque nos parece típico (decimos: «¡Qué verdadero!»), anormal (decimos: «¡Qué extraño!»), hermoso, terrible, pavoroso, regocijante, patético, cómico o sólo excitante. La literatura nos da la entrée a todas esas experiencias. Los que estamos habituados a la buena lectura no solemos tener conciencia de la enorme ampliación de nuestro ser que nos ha deparado el contacto con los escritores. Es algo que comprendemos mejor cuando hablamos con un amigo que no sabe leer de ese modo. Puede estar lleno de bondad y de sentido común, pero vive en un mundo muy limitado, en el que nosotros nos sentiríamos ahogados. La persona que se contenta con ser sólo ella misma, y por tanto, con ser menos persona, está encerrada en una cárcel. Siento que mis ojos no me bastan; necesito ver también por los de los demás. La realidad, incluso vista a través de muchos ojos, no me basta; necesito ver lo que otros han inventado. Tampoco me bastarían los ojos de toda la humanidad; lamento que los animales no puedan escribir libros. Me agradaría muchísimo saber qué aspecto tienen las cosas para un ratón o una abeja; y más aún percibir el mundo olfativo de un perro, tan cargado de datos y emociones. La experiencia literaria cura la herida de la individualidad, sin socavar sus privilegios. Hay emociones colectivas que también curan esa herida, pero destruyen los privilegios. En ellas nuestra identidad personal se funde con la de los demás y retrocedemos hasta el nivel de la sub—individualidad. En cambio, cuando leo gran literatura me convierto en mil personas diferentes sin dejar de ser yo mismo. Como el cielo nocturno en el poema griego veo con una miríada de ojos, pero sigo siendo yo el que ve. Aquí, como en el acto religioso, en el amor, en la acción moral y en el conocimiento, me trasciendo a mí mismo y en ninguna otra actividad logro ser más yo.

lunes, 24 de noviembre de 2014

¿Gradual o Intempestivo? Dos formas de enamorarse en «Orgullo y Prejuicio»

Lizzy y Mr. Darcy en Pemberley. «Pride and Prejudice» (BBC ,1995).

En «Pride and Prejudice» compiten dos formas de enamorarse. La primera es el amor a primera vista personificado por Jane y Bingley. Se presenta de golpe, parece más un asunto de suerte que de esfuerzo: los astros se alinearon, llega por sorpresa, tira del caballo. La segunda, necesita conquistarse, sucede de forma paulatina y dolorosa. A los personajes se les llama a superar sus prejuicios originales a pesar de un justificado recelo. Lo representan Elizabeth Bennet y Fitzwilliam Darcy.

Ya en el Blog he publicado sobre la importancia que Jane Austen -la autora de «Pride and Prejudice»- le da a la lectura y a la contemplación en el proceso de maduración personal. También algo sobre  encuentro, el ser-visto. En el caso de Lizzy y Darcy, este proceso –encontrarse, esforzarse y caer en la cuenta- necesariamente es un proceso gradual que abre el espacio a la profundidad. Sin duda los personajes experimentan su momento de «caer en la cuenta». Pero para entonces ya es tarde... han caído.

Elizabeth visita Pemberley –la casa de Darcy- de paseo con sus tíos los Gardiner. Para entonces, Lizzy ya ha discutido con Darcy, ha leído y madurado la carta con la que éste explica sus motivos para separar a su hermana Jane del amor de su vida. Ya se ha esforzado por conocer a Darcy y conocerse a ella misma. En esta escena, Elizabeth se encuentra por primera vez con Darcy después de haber leído la carta. Primero se tropieza con sus posesiones, una forma indirecta de encontrarse con el dueño [las citas en español están abajo]:
«Elizabeth's mind was too full for conversation, but she saw and admired every remarkable spot and point of view. They gradually ascended for half a mile, and then found themselves at the top of a considerable eminence, where the wood ceased, and the eye was instantly caught by Pemberley House, situated on the opposite side of a valley, into which the road, with some abruptness, wound. It was a large, handsome, stone building, standing well on rising ground, and backed by a ridge of high woody hills; -- and in front, a stream of some natural importance was swelled into greater, but without any artificial appearance. Its banks were neither formal, nor falsely adorned. Elizabeth was delighted. She had never seen a place for which nature had done more, or where natural beauty had been so little counteracted by an awkward taste. They were all of them warm in their admiration; and at that moment she felt that to be mistress of Pemberley might be something! [Chapter I of Volume III (Chap. 43)]»
El segundo encuentro de ese día se da a través de un retrato hablado, una descripción del carácter y del temperamento que de Darcy traza una de sus sirvientas. Después, se encontrará con un retrato pintado. Finalmente, durante una caminata por el lugar, con él mismo. Para entonces, los dos han sufrido un proceso de transformación. Una ascención paulatina que se construye con dos elementos: el esfuerzo propio y  la conciencia de la aparición del otro como un don. Para esto último los personajes son honestos y valientes como para preguntarse y reconocer quienes son en realidad: «¿quién es ella para mí? ¿quién soy yo para ella? ¿qué significo yo para ella?». Sólo después de ese esfuerzo de maduración a través del tiempo, se reconoce que uno ya está perdido en medio de aquello. Austen describe este proceso tanto en Lizzy como en Darcy como algo gradual. Esta conversación sucede después de  haberse dicho que sí:
-«We will not quarrel for the greater share of blame annexed to that evening,» said Elizabeth. «The conduct of neither, if strictly examined, will be irreproachable; but since then, we have both, I hope, improved in civility.»
-«I cannot be so easily reconciled to myself. The recollection of what I then said, of my conduct, my manners, my expressions during the whole of it, is now, and has been many months, inexpressibly painful to me. Your reproof, so well applied, I shall never forget: "had you behaved in a more gentleman-like manner." Those were your words. You know not, you can scarcely conceive, how they have tortured me; -- though it was some time, I confess, before I was reasonable enough to allow their justice.»
-«I was certainly very far from expecting them to make so strong an impression. I had not the smallest idea of their being ever felt in such a way.»
-«I can easily believe it. You thought me then devoid of every proper feeling, I am sure you did. The turn of your countenance I shall never forget, as you said that I could not have addressed you in any possible way that would induce you to accept me.»
-«Oh! do not repeat what I then said. These recollections will not do at all. I assure you that I have long been most heartily ashamed of it.»
Darcy mentioned his letter. «Did it, said he, did it soon make you think better of me? Did you, on reading it, give any credit to its contents?»
She explained what its effect on her had been, and how gradually all her former prejudices had been removed.
-«I knew, said he, that what I wrote must give you pain, but it was necessary. I hope you have destroyed the letter. There was one part especially, the opening of it, which I should dread your having the power of reading again. I can remember some expressions which might justly make you hate me.» [Chapter XVI of Volume III (Chap. 58)]
El argumento se repite, una vez más, cuando Lizzy explica a su hermana Jane y a su padre cómo se ha enamorado de Darcy:
-«My dearest sister, now be serious. I want to talk very seriously. Let me know every thing that I am to know, without delay. Will you tell me how long you have loved him?»
-«It has been coming on so gradually, that I hardly know when it began. But I believe I must date it from my first seeing his beautiful grounds at Pemberley.» [Vista a la que llegó físicamente por una ascensión gradual]
[...] 
Her father was walking about the room, looking grave and anxious. «Lizzy, said he, what are you doing? Are you out of your senses, to be accepting this man? Have not you always hated him?» 
How earnestly did she then wish that her former opinions had been more reasonable, her expressions more moderate! It would have spared her from explanations and professions which it was exceedingly awkward to give; but they were now necessary, and she assured him, with some confusion, of her attachment to Mr. Darcy.
-«Or, in other words, you are determined to have him. He is rich, to be sure, and you may have more fine clothes and fine carriages than Jane. But will they make you happy?»
-«Have you any other objection, said Elizabeth, than your belief of my indifference?»
-«None at all. We all know him to be a proud, unpleasant sort of man; but this would be nothing if you really liked him.»
-«I do, I do like him,» she replied, with tears in her eyes, «I love him. Indeed he has no improper pride. He is perfectly amiable. You do not know what he really is; then pray do not pain me by speaking of him in such terms.
-«Lizzy, said her father, I have given him my consent. He is the kind of man, indeed, to whom I should never dare refuse any thing, which he condescended to ask. I now give it to you, if you are resolved on having him. But let me advise you to think better of it. I know your disposition, Lizzy. I know that you could be neither happy nor respectable, unless you truly esteemed your husband; unless you looked up to him as a superior. Your lively talents would place you in the greatest danger in an unequal marriage. You could scarcely escape discredit and misery. My child, let me not have the grief of seeing you unable to respect your partner in life. You know not what you are about.»
Elizabeth, still more affected, was earnest and solemn in her reply; and at length, by repeated assurances that Mr. Darcy was really the object of her choice, by explaining the gradual change which her estimation of him had undergone, relating her absolute certainty that his affection was not the work of a day, but had stood the test of many months suspense, and enumerating with energy all his good qualities, she did conquer her father's incredulity, and reconcile him to the match. [Chapter XVII of Volume III (Chap. 59)]
Darcy también experimentó algo similar respecto a Elizabeth:
Elizabeth's spirits soon rising to playfulness again, she wanted Mr. Darcy to account for his having ever fallen in love with her. «How could you begin?» said she. «I can comprehend your going on charmingly, when you had once made a beginning; but what could set you off in the first place? I cannot fix on the hour, or the spot, or the look, or the words, which laid the foundation. It is too long ago. I was in the middle before I knew that I had begun.»
-«My beauty you had early withstood, and as for my manners -- my behaviour to you was at least always bordering on the uncivil, and I never spoke to you without rather wishing to give you pain than not. Now be sincere; did you admire me for my impertinence?»
-«For the liveliness of your mind, I did.»
-«You may as well call it impertinence at once. It was very little less. The fact is, that you were sick of civility, of deference, of officious attention. You were disgusted with the women who were always speaking, and looking, and thinking for your approbation alone. I roused, and interested you, because I was so unlike them. Had you not been really amiable, you would have hated me for it; but in spite of the pains you took to disguise yourself, your feelings were always noble and just; and in your heart, you thoroughly despised the persons who so assiduously courted you. There -- I have saved you the trouble of accounting for it; and really, all things considered, I begin to think it perfectly reasonable. To be sure, you knew no actual good of me -- but nobody thinks of that when they fall in love.» [Chapter XVIII of Volume III (Chap. 60)]
¿Cuál es la moraleja de todo esto? La lección de todo esto, quizá sea esta pregunta: ¿De qué forma experimentaré el amor que dará sentido a la propia vida? ¿De golpe y a la primera? Honestamente, algo así sucede en muy pocos casos. Por lo general, el esfuerzo y la maduración son requisitos para caer en la cuenta de que se está metido en ello.

Lo más probable es que debas pagar el precio.

-o-

Chapter I of Volume III (Chap. 43)
“La mente de Elizabeth estaba demasiado ocupada para poder conversar; pero observaba y admiraba todos los parajes notables y todas las vistas. Durante media milla subieron gradualmente una cuesta que les condujo a una loma considerable donde el bosque se interrumpía y desde donde vieron en seguida la casa de Pemberley, situada al otro lado del valle por el cual se deslizaba un camino algo abrupto. Era un edificio de piedra, amplio y hermoso, bien emplazado en un altozano que se destacaba delante de una cadena de elevadas colinas cubiertas de bosque, y tenía enfrente un arroyo bastante caudaloso que corría cada vez más potente, completamente natural y salvaje. Sus orillas no eran regulares ni estaban falsamente adornadas con obras de jardinería. Elizabeth se quedó maravillada. Jamás había visto un lugar más favorecido por la naturaleza o donde la belleza natural estuviese menos deteriorada por el mal gusto. Todos estaban llenos de admiración, y Elizabeth comprendió entonces lo que podría significar ser la señora de Pemberley.”


Chapter XVI of Volume III (Chap. 58)
“―No vamos a discutir quién estuvo peor aquella tarde ―dijo Elizabeth―. Bien mirado, los dos tuvimos nuestras culpas. Pero me parece que los dos hemos ganado en cortesía desde entonces.
―Yo no puedo reconciliarme conmigo mismo con tanta facilidad. El recuerdo de lo que dije e hice en aquella ocasión es y será por mucho tiempo muy doloroso para mí. No puedo olvidar su frase tan acertada: «Si se hubiese portado usted más caballerosamente.» Éstas fueron sus palabras. No sabe, no puede imaginarse cuánto me han torturado, aunque confieso que tardé en ser lo bastante razonable para reconocer la verdad que encerraban.
―Crea usted que yo estaba lejos de suponer que pudieran causarle tan mala impresión. No tenía la menor idea de que le afligirían de ese modo.
―No lo dudo. Entonces me suponía usted desprovisto de todo sentimiento elevado, estoy seguro. Nunca olvidaré tampoco su expresión al decirme que de cualquier modo que me hubiese dirigido a usted, no me habría aceptado.
―No repita todas mis palabras de aquel día. Hemos de borrar ese recuerdo. Le juro que hace tiempo que estoy sinceramente avergonzada de aquello.
Darcy le habló de su carta:
“―¿Le hizo a usted rectificar su opinión sobre mí? ¿Dio crédito a su contenido?
Ella le explicó el efecto que le había producido y cómo habían ido desapareciendo gradualmente sus anteriores prejuicios.
―Ya sabía ―prosiguió Darcy― que lo que le escribí tenía que apenarla, pero era necesario. Supongo que habrá destruido la carta. Había una parte, especialmente al empezar, que no querría que volviese usted a leer. Me acuerdo de ciertas expresiones que podrían hacer que me odiase.”



Chapter XVII of Volume III (Chap. 59)
―Hermana, querida, no estás hablando en serio. Dime una cosa que necesito saber al momento: ¿desde cuándo le quieres?
―Ese amor me ha ido viniendo tan gradualmente que apenas sé cuándo empezó; pero creo que data de la primera vez que vi sus hermosas posesiones de Pemberley.
Jane volvió a pedirle formalidad y Elizabeth habló entonces solemnemente afirmando que adoraba a Darcy. Jane quedó convencida y se dio enteramente por satisfecha.
[...]
―Elizabeth ―le dijo―, ¿qué vas a hacer? ¿Estás en tu sano juicio al aceptar a ese hombre? ¿No habíamos quedado en que le odiabas?
¡Cuánto sintió Elizabeth que su primer concepto de Darcy hubiera sido tan injusto y sus expresiones tan inmoderadas! Así se habría ahorrado ciertas explicaciones y confesiones que le daban muchísima vergüenza, pero que no había más remedio que hacer. Bastante confundida, Elizabeth aseguró a su padre que amaba a Darcy profundamente.
―En otras palabras, que estás decidida a casarte con él. Es rico, eso sí; podrás tener mejores trajes y mejores coches que Jane. Pero ¿te hará feliz todo eso?
―¿Tu única objeción es que crees que no le amo?
―Ni más ni menos. Todos sabemos que es un hombre orgulloso y desagradable; pero esto no tiene nada que ver si a ti te gusta.
―Pues sí, me gusta ―replicó Elizabeth con lágrimas en los ojos―; le amo. Además no tiene ningún orgullo. Es lo más amable del mundo. Tú no le conoces. Por eso te suplico que no me hagas daño hablándome de él de esa forma.
―Elizabeth ―añadió su padre―, le he dado mi consentimiento. Es uno de esos hombres, además, a quienes nunca te atreverías a negarles nada de lo que tuviesen la condescendencia de pedirte. Si estás decidida a casarte con él, te doy a ti también mi consentimiento. Pero déjame advertirte que lo pienses mejor. Conozco tu carácter, Lizzy. Sé que nunca podrás ser feliz ni prudente si no aprecias verdaderamente a tu marido, si no le consideras como a un superior. La viveza de tu talento te pondría en el más grave de los peligros si hicieras un matrimonio desigual. Difícilmente podrías salvarte del descrédito y la catástrofe. Hija mía, no me des el disgusto de verte incapaz de respetar al compañero de tu vida. No sabes lo que es eso.
Elizabeth, más conmovida aun que su padre, le respondió con vehemencia y solemnidad; y al fin logró vencer la incredulidad de su padre reiterándole la sinceridad de su amor por Darcy, exponiéndole el cambio gradual que se había producido en sus sentimientos por él, afirmándole que el afecto de él no era cosa de un día, sino que había resistido la prueba de muchos meses, y enumerando enérgicamente todas sus buenas cualidades. Hasta el punto que el señor Bennet aprobó ya sin reservas la boda.
―Bueno, querida ―le dijo cuando ella terminó de hablar―, no tengo más que decirte. Siendo así, es digno de ti. Lizzy mía, no te habría entregado a otro que valiese menos.


Chapter XVIII of Volume III (Chap. 60)
Elizabeth no tardó en recobrar su alegría, y quiso que Darcy le contara cómo se había enamorado de ella:
―¿Cómo empezó todo? ―le dijo―. Comprendo que una vez en el camino siguieras adelante, pero ¿cuál fue el primer momento en el que te gusté?
―No puedo concretar la hora, ni el sitio, ni la mirada, ni las palabras que pusieron los cimientos de mi amor. Hace bastante tiempo. Estaba ya medio enamorado de ti antes de saber que te quería.
―Pues mi belleza bien poco te conmovió. Y en lo que se refiere a mis modales contigo, lindaban con la grosería. Nunca te hablaba más que para molestarte. Sé franco: ¿me admiraste por mi impertinencia?
―Por tu vigor y por tu inteligencia.
―Puedes llamarlo impertinencia, pues era poco menos que eso. Lo cierto es que estabas harto de cortesías, de deferencias, de atenciones. Te fastidiaban las mujeres que hablaban sólo para atraerte. Yo te irrité y te interesé porque no me parecía a ellas. Por eso, si no hubieses sido en realidad tan afable, me habrías odiado; pero a pesar del trabajo que te tomabas en disimular, tus sentimientos eran nobles y justos, y desde el fondo de tu corazón despreciabas por completo a las personas que tan asiduamente te cortejaban. Mira cómo te he ahorrado la molestia de explicármelo. Y, la verdad, al fin y al cabo, empiezo a creer que es perfectamente razonable. Estoy segura de que ahora no me encuentras ningún mérito, pero nadie repara en eso cuando se enamora.





jueves, 20 de noviembre de 2014

Lewis Carroll: Cuatro ideas para leer con fruto

Charles Dodgson
Charles Dodgson, es más conocido por su seudónimo: Lewis Carroll. Fue matemático, filósofo,  fotógrafo, pero más conocido como el autor de Alicia en el País de las Maravillas. Sus novelas son reconocidas como la apología del sinsentido y la locura. Mucho antes de que conociera a la niña que lo inspiró para escribir «Alicia en el país de las maravillas», Charles Dogson se dedicaba a las matemáticas y a la lógica. Su libro «Lógica Simbólica» se abre con un ensayo introductorio titulado «Cómo Aprender». Ahí nos ofrece cuatro ideas para fomentar el pensamiento crítico y de paso para digerir pasajes oscuros que todo estudiante enfrenta en algún momento de sus estudios (el artículo lo vi en inglés aquí). Dice así:
"1. Comienza por el principio, y no te dejes llevar por el gusto de la curiosidad vana picoteando en el libro de aquí para allá. Esto te llevará a dejar un libro al lado, con la frase "¡Esto es demasiado para mi!", y perderás la oportunidad de agregar un elemento importante a tu stock de placeres mentales. Esta regla -el no picotear- es muy oportuna con otro tipo de libros -como las novelas, por ejemplo donde podrías echar a  perder el gozo de seguir la historia, de modo que cuando el autor quisiera introducir un giro sorpresivo en la narración, para ti será más como una necesidad. Hay quienes tienen por costumbre husmear primero en el volumen tres, sólo para ver cómo termina la historia. Y quizá te convenga saber que la historia termina bien -que los amantes que han sufrido persecución se casan a pesar de todo, que quedó probada la inocencia de él, que al primo desgraciado le falló su complot y recibe el castigo que merece y que el tío rico se fue a la India (Pr: ¿Por qué India? Re: Porque, de alguna manera, los tíos no pueden hacerse ricos en algún otro lugar) muere en el momento preciso-. Todo esto antes de tomarse la molestia de leer el primer volumen.
Algo así, en mi opinión, sólo se permitiría cuando en una novela el volumen tres tiene un sentido propio, incluso para aquellos que no han leído la primera parte de la historia. Pero en un libro científico, es una locura: encontrarás que la segunda parte es desesperadamente ininteligible sin haber comprendido la primera parte. 
2. No inicies un nuevo capítulo o sección, hasta que tengas la certeza que has comprendido suficientemente todo el libro hasta este punto, y que has trabajado, correctamente casi todos, si no es que todos, los ejemplos que han aparecido hasta entonces. Progresarás con facilidad y con gusto sólo si eres consciente que has conquistado toda la tierra que has pisado y que no has dejado sin respuesta las dificultades que han aparecido y que con seguridad aparecerán ante ti. De otra manera, te hallarás en un estado de confusión que empeora mientras avanzas, hasta que renuncias seguir y te acompaña una sensación de disgusto.  
3. Cuando encuentres un pasaje que no comprendas, léelo otra vez: y si todavía no lo entiendes, leerlo una vez más. Si sigues sin comprenderlo tras una tercera lectura, es muy probable que tu cerebro esté un poco cansado. En ese caso, deja a un lado el libro, y haz otra cosa. Al día siguiente, cuando estés fresco, muy probablemente descubrirás que es bastante sencillo.  
4. Si es posible, encuentra a un amigo que lea el libro junto contigo, y habla con él de las dificultades que has encontrado. Conversar es un magnífico suavizador de dificultades. Cuando me encuentro con algo -en lógica o en cualquier materia- que me confunde, me parece importante hablar de ello en voz alta, incluso cuando estoy solo. ¡Uno puede explicarse las cosas con mucha claridad a sí mismo! Y entonces, tu lo sabes, uno se vuelve paciente consigo mismo: ¡nunca se enoja de su propia estupidez!»
Así que estos son cuatro consejos para leer un libro: seguir el orden del argumento, comprender cada "habitación" del argumento, leer una y otra vez, y conversar con amigos. ¿Quién nos ha de introducir y enseñar en una dinámica así? ¿Qué instituciones sociales hemos inventado para hacer algo así de forma natural?... La Universidad nunca será substituida por Google



jueves, 13 de noviembre de 2014

Dostoyevsky, «El Gran Inquisidor» y los Derechos Humanos


Fyodor Dostoyevsky nació un 11 de noviembre de 1821.  Es uno de los autores clásicos más importantes de Occidente y es conocido por su capacidad de plantear los problemas más radicales de la existencia humana con un realismo abrumador. Uno de ellos está recogido en un capítulo de su famosa novela «Los hermanos Karamazov». Ivan Karamazov cuenta a su hermano Alishoa la historia de «El Gran Inquisido(aquí en audio)

Ahí se relata la reaparición de Jesucristo 15 siglos después de su primera venida. El Gran Inquisidor detiene a Jesucristo y lo somete a un interrogatorio, o más bien a un reclamo: ¿por qué corrió el riesgo de la libertad? ¿Por qué creía que el hombre haría el bien libremente? ¿Por qué lo dejó padecer necesidad, si podría haberle resuelto sus vacíos y miedos? Si lo pensamos bien, la libertad viene acompañada de un peso: correr el riesgo de fallar, padecer necesidad de discurrir sobre cómo darle sentido. Si a esa consecuencia natural de la libertad, le añadimos que los seres humanos por más que queramos, no podremos evitar la limitación, el dolor y la muerte; si sumamos a estos problemas la necesidad interior de vernos liberados de esas angustias -de ser redimidos dirían los teólogos-; entonces podemos comprender el profundo problema humano recogido en «El Gran Inquisidor».

El Cardenal de Sevilla reclama a Jesucristo que éste, pudiendo liberar al hombre de este sufrimiento dandole pan, ofreciéndole milagros aparatosos, e introduciéndolo a una comunidad que siempre acoge, prefirió no hacerlo para no forzar su libertad. Es decir, si Cristo hubiera convertido las piedras en pan, el hombre lo seguiría no por amor a Él, sino por la seguridad de recibir el pan. Si hubiera hecho milagros aparatosos, la persona habría seguido a Cristo por que vería en Él quién le resuelve el misterio de su libertad, y no por un amor libre y desinteresado. El Inquisidor reclama a Cristo que por respeto al corazón las personas y de su libertad prefirió, correr el riesgo de que las personas eligieran mal y al mismo tiempo los condenó a cargar con el peso del sufrimiento y la necesidad. Todo en nombre de la libertad. 

Podemos reconocer en el Gran Inquisidor la tentación  de todo político y de toda persona con cierta autoridad: para no correr el riesgo de la libertad, -«no vaya  a ser que la gente se equivoque»- diseñamos estructuras que producen justicia, que fuerzan a la persona a comportarse adecuadamente. ¿A cambio de qué? A cambio de resolver necesidades básicas. Pensemos en la foto de político en campaña: sonriente, cruzado de brazos, con actitud de mago. Parece decirnos «si votas por mí, yo te resolveré tus necesidades, yo te garantizo que no padecerás apuros ni de vivienda, ni de trabajo, ni de seguridad. A cambio, dame tu voto y tu libertad. Yo te resolví tu problema, tú me debes lealtad». Algo así podemos ver en los gobiernos populistas: «la revolución es la que resuelve tu hambre, tu falta de empleo, tu angustia de inseguridad. Vota por mi, dame tu libertad, pertenece al movimiento para que no padezcas necesidad. Tienes que hacer, decir y pensar como lo digo yo, y a cambio, ya no padecerás necesidad». 


Pero no es un problema sólo del político o de la autoridad. También reconocemos la tentación de toda persona que padece necesidad -todos nosotros-: la angustia que padecemos cuando experimentamos nuestras carencias y limitaciones podemos verlas resueltas si seguimos a una autoridad que nos ha hecho la promesa -autoridad política, cultural o religiosa-. La libertad, cuando se vive en serio, también es trágica: he de esforzarme por descubrir lo que hace que mi vida sea valiosa, superar dificultades que eso implica, padecer necesidades, sostener en el tiempo ese esfuerzo, etc. Es comprensible que haya personas que quieran evitarse esos problemas y cedan su libertad a quien les ha prometido liberarlos de la necesidad y la angustia.

Esta tensión entre libertad y necesidad de redención recogido por Dostoyevsky en «El Gran Inquisidor» estuvo presente en el proceso de redacción de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948. El Diplomático libanés Charles Malik se dio cuenta de que tras una tragedia como la de la segunda guerra mundial, hubiera políticos y sistemas de gobierno que adoptaran el papel de «Gran Inquisidor». 

Los derechos humanos para Malik no significan una llave para exigir la respuesta a una necesidad. Implican también la exigencia de que la persona no fuera absorbida por la sociedad o por el Estado cuando estos le ofrecen soluciones a sus necesidades básicas. El profesor libanés, sin duda, reconoce la legítima necesidad de cierto orden social, de pertenecer a una cultura que alimente del espíritu humano. Pero estas corren el riesgo de reclamar a cambio un peaje muy caro: exigir de la persona una lealtad absoluta a cambio de solucionarle esas necesidades de desarrollo, de seguridad y de justicia.

Pero esa necesidad no justifica la eliminación de la persona como sujeto que toma postura, que es libre y necesariamente padece necesidades. Los derechos humanos para Malik no son sólo el derecho de resolver esas necesidades, sino la exigencia de hacerlo partiendo de seres libres y al mismo tiempo limitados. Y eso siempre es arriesgado.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Introducción a «The Collapse. The Accidental Opening of the Berlin Wall».


La noche del 9 de noviembre de 1989, una multitud «empujó», casi literalmente, lo que era un símbolo de la fuerza y el poder de un sistema político. Esa «apertura» ni fue planeada para esa noche por las autoridades, ni fue el resultado de un proyecto oculto de los gringos o de Gorbachev.

Fue un accidente.

En The Collapse, la historiadora Mary Elise Sarotte arma el rompecabezas de las pequeñas decisiones -accidentes y errores- que terminaron en la apertura accidental del muro. 

¿Esos protagonistas sabían que la pequeña pieza colocada con su decisión iba dibujando -como un rompecabezas- un diseño no deseado, ni pensado para ese momento? La sorprendente respuesta es «¡No!». Esta historia no deja de ser irónica: un sistema político, económico y cultural que se justifica como el producto más acabado, necesario y científico  y necesario de la historia, se derrumbó por una serie de eventos inesperados, absurdos e insignificantes. ¿La historia puede dirigirse científicamente? 

O más bien, lo que se cayó fue la máscara de un cadaver. El rey, hacía mucho tiempo que iba desnudo. Ese árbol ya no tenía vida. 

Sarotte no se pregunta -hasta donde he leído del libro- qué le da consistencia a un régimen político para que no se caiga de esa manera. Ni qué hace fuerte a una comunidad. Pero no puedo dejar de pensar en la experiencia de quienes sostienen que quien mueve a la historia es la cultura: la verdad que anida en el corazón, que genera comportamientos solidarios y acciones que elevan el espíritu humano.

Ahora sí. Estos son algunos párrafos de la Introducción del libro de Sarotte:
«Until that evening [Nov 9th], no one expected that the Wall would fall. Instead, well into 1989, escaping East Germany remained a fatal exercise. The last killing by gunshot had occurred in February of that year; the last shooting at the Wall, a near-fatality in broad daylight, had taken place in April; and the last death during an escape attempt on the larger East German border had happened just three weeks earlier. And the border between the two Germanys was, of course, only a part of the larger line of division between the two military blocs in Europe, both armed with thermonuclear weapons. Up to the night of November 9, 1989, as in the preceding years and decades, the East German ruling regime had maintained forceful control over the movement of its people. 
The regime had not, in fact, intended to part with its control on the night of the ninth. The opening of the Wall was not the result of a decision by political leaders in East Berlin, even though a number of them would later claim otherwise, or of an agreement with the government of West Germany in Bonn. The opening was not the result of a plan by the four powers that still held ultimate legal authority in divided Berlin: the United States, the United Kingdom, and France in the West, and the Soviet Union in the East. The opening was not the result of any specific agreement between the former US president, Ronald Reagan, and the Soviet leader, Mikhail Gorbachev. The opening that night was simply not planned. 
Why, then, was it happening? Enormous crowds were surging toward both the eastern and western sides of the Wall. The East German regime struggled to maintain order not only at the Brandenburg Gate but also at the Wall’s border crossings—for there was no crossing at the gate itself—with armed troops, physical barriers, and other means. At some locations, security forces succeeded in regaining control over the crowds, but the people kept coming. Again and again, East Germans told the border officials, in so many words, You should let us pass. Again and again, those same officials—who only weeks if not days before would have turned weapons on them—let them out. Why?” 
[...] 
“But when we reexamine the immediate causes of the collapse of the Wall on the basis of firsthand evidence and interviews, the significance of accident and contingency—rather than of planning by political leaders—rapidly becomes apparent. The opening represented a dramatic instance of surprise, a moment when structures both literal and figurative crumbled unexpectedly. A series of accidents, some of them mistakes so minor that they might otherwise have been trivialities, threw off sparks into the supercharged atmosphere of the autumn of 1989 and ignited a dramatic sequence of events that culminated in the unintended opening of the Berlin Wall.” 
[...] 
“This evidence not only makes the accidental and contingent nature of the opening of the Wall plain but also reveals that the people who brought about the fall of the Wall on November 9 were, by and large, not internationally known politicians. Rather, they were provincial figures, deputies rather than bosses, and even complete unknowns. Roughly a dozen of them will loom large in the pages to follow: they were individuals such as Katrin Hattenhauer, a teenage rebel thrown into solitary confinement for her political views; Uwe Schwabe, a former soldier turned public enemy number one; Christoph Wonneberger and Hans-Jürgen Sievers, two ministers at Protestant churches in the Saxon region of the GDR, convinced that change had to come and that they could help to usher it in; Roland Jahn, a very well-connected staffer at a West Berlin TV station; Aram Radomski, an East German drifter brutally forced apart from his girlfriend and seeking revenge; his friend Siggi Schefke, dreaming of forbidden travel to the West; Marianne Birthler, a youth counselor in East Berlin; and midlevel loyalists such as Helmut Hackenberg, one of the party’s many second secretaries; Gerhard Lauter, an ambitious young department head in the East German Interior Ministry; Igor Maximychev, the deputy Soviet ambassador in East Berlin; and, finally, Harald Jäger, a second-tier passport control running the night shift at an East Berlin border checkpoint. Most of these people were little known beyond their immediate communities, if even that, but they would all contribute significantly—and at times unintentionally—to the collapse of the Berlin Wall. They would become the catalysts of the collapse.” 
[...]  
“By examining how it happened in East Germany in 1989, we can learn how and why dictators’ subordinates choose to disobey orders, and so do not use violence against unarmed protestors even though they have instructions to do so, or how and why oppressed people choose to extend trust to total strangers in crises, and so begin to form large, durable communities of protest. The latter point is particularly important, and surprising. As we will see, dictatorial leaders who had worked together for decades had no trust whatsoever in each other, while dissident leaders in groups riddled with secret police spies exhibited a startling openness to, and confidence in, outsiders willing to help.” 
[...] 
“In summary, it is worth spending time looking at the details of how and why the Berlin Wall opened on November 9, 1989, because they add up to larger lessons that matter. That night represented the moment when a peaceful civil resistance movement overcame a dictatorial regime. It is all too seldom that such a peaceful success happens at all, let alone leaves a magnificent collection of evidence and witnesses scattered broadly behind itself for all to see. By looking at this evidence, listening to these witnesses, and learning this story—as it actually unfolded, not as we assume it did—we gain new respect and understanding for people who try to promote peaceful change in the face of dictatorial repression, for the odds that they face, and for the ways in which outsiders can actually help to promote their success instead of merely assuming that they have done so.”


jueves, 6 de noviembre de 2014

25 años de la «apertura accidental» del muro de Berlín


La caída del muro de Berlín es una de las metáforas de la lucha por la libertad mas icónicas para nuestra generación. De pronto, uno de los muro más resguardado por la fuerza, fue destrozado por civiles que sin ceremonia levantaron barreras, abrieron puertas con la euforia de una libertad recién conseguida. La frontera ya no era un límite sacrosanto cuyos guardianes infundían miedo. La historiadora Mary Elise Sarotte ha publicado a principios del mes pasado un libro llamado «El Colapso: La apertura accidental del muro de Berlín» donde narra los hechos de aquellos días que desembocaron en aquel 9 y 10 de noviembre de 1989. 

Sapotte reconstruye cómo una serie de errores de las autoridades de Alemania del Este. Así por ejemplo se cuenta la historia de Harald Jäger, el confundido jefe de policía que cuidaba uno de los pasos a Berlín Occidental. Sin tener claro cómo proceder, ordenó que materialmente se abriera la frontera; y así lo que sería una apertura planeada y gradual, se convirtió en aquel festival de celebración y liberación popular que vimos por la televisión. También cuenta dos errores que fueron claves para este cambio de eventos. El documento que liberaba el paso entre las dos zonas de Berlín a unos refugiados daba la impresión de que se aplicaría también al resto de la frontera entre las dos Alemanias y a cualquier persona. Y, no podía faltar, la famosa conferencia de prensa de Günter Schabowski, uno de los miembros del Politburo que sugirió que las personas podría cruzar «Inmediatamente [...] ahora mismo», sin distinguir si eran refugiados o no y sin señalar bajo qué procedimiento se haría algo así. Y con estos pequeños desaciertos, contingencias, vagedades y errores individuales... cayó el muro.

The night the wall came down 
En su comentario al libro de Sarotte, Tiomthy Garton Ash, señala que el subtítulo puede ser engañoso. Es equivocado en parte, dice Garton, calificar la caída del muro como algo accidental: el régimen representado por el muro, era insostenible, pues Gorbachev en Rusia había aceptado ya aprobar unas reformas que desembocarían de cualquier modo en la caída del muro. Pero desde otro punto de vista, Sarotte tiene razón: fue «accidental» el cómo sucedió: desde la reacción popular de la gente en Berlín Oriental, el modo en que se presentó la conferencia de prensa en las noticias de Berlín Occidental. Esos errores y pequeños accidentes muestran el «cómo» sucedió y de alguna manera también el «por qué». La reacción popular -no controlada ni producida por los políticos y la gente de poder- marcó un cambio decisivo en la autocomprensión de un pueblo: los políticos detentadores del poder, al final del día, ya no podían nada. Quien mandaba era realmente la gente. Por que todos ellos, espontáneamente unidos pidieron que se abran las puertas, las puertas se abrieron. 

Y esta imagen de libertad nos ha acompañado desde entonces. Garton compara a esa generación de jóvenes -"la que espiaba el futuro que nacía desde la puerta de Brandenburgo la noche del viernes 10 de noviembre de 1989"- con la de aquellos que nacieron en 1989 y hoy tienen 25 años: les llamamos «ninis» o Millenialls. ¿Tienen esos mismos sueños de libertad? ¿Cuál es el futuro que ven nacer?

Toda generación tiene el reto de asumir, justificarse y vivir una y otra vez, la serie de valores heredados de la generación anterior. El hecho de no tener claro cuál es el proyecto político que une a todos, no quiere decir que estemos al borde del colapso. Siempre ayuda a preguntarse. ¿De qué lado de la historia crees que te tocó estar: de los que gozan una libertad que otros ganaron para ti o del lado de los que tienen que sacrificarse -quizá demasiado- para lograr una sociedad y una libertad que otros gozarán?

Werner Krätschell vivía en Alemania Oriental. En 1989 cuando leyó de un periodista francés la extraña noticia de que podrían cruzar a la otra Alemania libremente, recogió a su hija Constansa y a su amiga Astrid y las llevó a conocer el otro lado de Berlín, el occidental. Así recuerda lo que significó cruzar el muro: "Los sueños y la realidad se confundían. Los guardias nos dejaron cruzar sin más. Las chicas lloraban y se abrazaban con fuerza en el asiento de atrás, como si tuvieran miedo de un bombardeo." En el Berlín al que llegaron, los saludaba gente que no los conocían: las saludaban llenos de gusto. "De pronto Astrid, me dijo que detuviera el auto en la siguiente esquina. Sólo quería pisar la calle aunque fuera sólo una vez. Tocar la tierra. Como lo hiciera Armstrong después de pisar la luna"