miércoles, 23 de diciembre de 2020

"Con las manos vacías". Un cuento de Navidad

 


«Una hermosa leyenda cuenta que, cuando Jesús nació, los pastores corrían hacia la gruta llevando muchos regalos. Cada uno llevaba lo que tenía: unos, el fruto de su trabajo, otros, algo de valor. Pero mientras todos los pastores se esforzaban, con generosidad, en llevar lo mejor, había uno que no tenía nada. Era muy pobre, no tenía nada que ofrecer. Y mientras los demás competían en presentar sus regalos, él se mantenía apartado, con vergüenza. En un determinado momento, san José y la Virgen se vieron en dificultad para recibir todos los regalos, muchos, sobre todo María, que debía tener en brazos al Niño. Entonces, viendo a aquel pastor con las manos vacías, le pidió que se acercara. Y puso a Jesús en sus manos. El pastor, tomándolo, se dio cuenta de que había recibido lo que no se merecía, que tenía entre sus brazos el regalo más grande de la historia. Se miró las manos, y esas manos que le parecían siempre vacías se habían convertido en la cuna de Dios. Se sintió amado y, superando la vergüenza, comenzó a mostrar a Jesús a los otros, porque no podía sólo quedarse para él el regalo de los regalos» (Papa Francisco, Homilía, 24-XII-2019)

martes, 22 de diciembre de 2020

Amistad: Calibre 50, Gerardo Ortíz y San Agustín

 


Primero Gerardo Ortíz y Calibre 50: “500 caballos de fuerza, manejo un Camaro, y soy de Culiacán. Me gusta el whisky y las viejas, las armas, carreras, la velocidad...”

Ahora, el de Hipona. De joven prefería pasar las horas con amigos, más que cualquier otra cosa:

Pero a lo que dedicaba más tiempo y donde más me recreaba era divertirme con mis amigos, con quienes amaba las cosas con que olvidaba a Dios. [...] Junto a mis amigos, deseaba cosas con muchísima fuerza, incluso que mis deseos de buscar a Dios mismo, como conversar, reír, ayudarnos con gusto entre nosotros, leer juntos libros entretenidos, bromear unos con otros y divertirnos en compañía; discutir a veces, pero sin animadversión, como cuando uno disiente de sí mismo, y con tales disensiones esporádicas condimentar las muchas conformidades; enseñarnos mutuamente alguna cosa, suspirar por los ausentes con pena y acoger con alegría a los que llegaban. […] [Así nuestras] almas se fundían […] y de muchas intimidades se construía una sola alma.  

Al asunto le sobra tela. Porque ya de viejo reconoce que gracias a que las experiencias que se logran con los amigos, pudo probar la felicidad que capacita para comprender el amor y buscarlo. Sin amigos, nunca despertaría en nosotros el deseo de amar con profundidad, o de aprender a querer como lo mereces Más aún, dice el africano, como toda persona quiere ser feliz, ¿cómo supimos que era eso precísamente lo que más deseaba? ¿Quién nos enseñó a ahelar esa plenitud? ¿Cómo y dónde se metió en nosotros esa necesidad? 

La respuesta de Agustín se arma con cuidado, pero aquí va una pieza: en las ansias de “conversar, reír, ayudarnos, leer juntos, bromear y divertirnos” con los amigos. Sin ellos ni siquiera nos preguntaríamos por la felicidad y el amor, mucho menos la experimentaríamos:

¿Dónde ví [sin darme cuenta] la felicidad para desearla [con todas mis fuerzas]? [...] ¿Será por ventura como cuando recordamos el gozo? Tal vez sea así. Porque así como estando triste recuerdo mi gozo pasado, así siendo miserable recuerdo la vida bienaventurada; por otra parte, por ningún sentido del cuerpo he visto, ni oído, ni olfateado, ni gustado, ni tocado jamás el gozo, sino que lo he experimentado en mi alma cuando he estado alegre, y se adhirió su noticia a mi memoria para que pudiera recordarle, unas veces con desprecio, otras con deseo, según los diferentes objetos del mismo de que recuerdo haberme gozado. [...] Pues ¿dónde y cuándo he experimentado yo mi vida bienaventurada, para que la recuerde, la ame y la desee?

¿Dónde? Con los amigos. Entonces, ¿dónde se conectan, Calibre 50, Gerardo Ortíz, Culiacán vs Mazatlán con San Agustín? Bueno, mis amigos saben dónde. 

¡Feliz cumpleaños!

La foto es de @montseontiveros.photo, con quien ha trabajado Mijares y Emmanuel.





sábado, 16 de mayo de 2020

Somos como amamos, somos lo que amamos (Freud vs Chésterton)


Me pidieron la opinión sobre un libro de psicoanálisis y terapia para superar los traumas. Un refrito de las ideas de Freud; para quien el nudo de la existencia consistía en dejar que lo auténtico se mostrara. Ese núcleo sería, hasta donde entiendo, un deseo reprimido que pulula a modo de impulso sexual. Romper esa máscara revelaría la propia identidad. Por muchos motivos, dudo aquello sea una buena explicación de lo que sucede en la infancia, ni que sea una práctica eficaz para experimentar la libertad.  

Así que para preparar esa conversación con quien me pasó el libro -sabes quién eres- buscaba modos de decir y argumentos que desarrollar para clarificarme cómo desarrollar qué pienso sobre el libro. Recordé aquel poema de Chesterton: «Al profesor Freud»: 

Los ignorantes pronuncian Frud
para ponerle peros o aplaudirle. 
Los bien informados pronuncian Froid,
y yo sin embargo pronuncio Fraud [ˈfrȯd-fraude]

No encuentro, todavía, un argumento más elaborado del ensayista inglés, pero volví al capítulo de "Sabiduría e Inocencia" de Joseph Pearce, donde narra la relación de Chesterton con su esposa. Cuento lo anterior como pretexto para compartir fragmentos de ese capítulo.

-o-

Sabiduría e Inocencia
Joseph Pearce
Capítulo 3: El Chesterblogg
[...] En el otoño de 1896, Chesterton acompañó a Oldershaw a casa de la familia Blogg, en Bedford Park, y vio a Frances por primera vez. Se enamoró a primera vista: 
"Llevaba un traje de terciopelo verde adornado de piel gris, que yo hubiera llamado artístico, si ella no hubiera detestado toda conversación de arte; y tenía un rostro atrayente que yo hubiera llamado de diablillo, si ella no hubiera detestado toda alusión a los duendes". 
A solas en su cuarto ya entrada la noche, garabateó en un papel su devoción hacia Frances Blogg:  
A la mujer que amo
Con qué esmero te hizo Dios:
apartó para ti una estrella,
la tiñó de verde con campos de oro
y le puso el sol como aureola;
la llenó de reyes, pueblos y naciones,
y te hizo a ti, con mucho esmero.
Toda la naturaleza es el cuaderno de Dios,
sus toscos bosquejos para ti.
En ese mismo cuaderno empezó a escribir An Encyclopaedia of Bloggs. Blanche (la señora Blogg), Gertrude y su hermano Knollys no fueron más que epígrafes de sendas páginas en blanco. A Ethel la describe como «una chica desmoralizadoramente amable. Cuando Cristo se hizo hermano de la humanidad, convirtió a la señorita Ethel Blogg en la hermana universal». Frances  
"es una armonía de verdes y marrones. Tiene también algo dorado en alguna parte, pero no se puede localizar mediante examen. Probablemente sea la corona, pues el arpa no ha llegado todavía. Su físico no parece ser suficiente como para albergar todo ese temperamento, tiene un aspecto frágil, demacrado y vehemente. Si no fuera por el valor que refleja, su rostro sería un Burne-Jones: tiene la sobriedad de la alegría, no la austeridad fácil de la melancolía. Un apetito devorador de sensaciones; muy aficionada a la Biblia, muy aficionada a bailar. Cuando está disfrutando al máximo uno tiene la sensación de que le sentaría bien irse a dormir cien años. También sería la delicia de un príncipe". 
Chesterton [...] [e]n el verano de 1898, se incorporó al grupo de los prometidos, tras proponer matrimonio a Frances en un puentecillo en mitad de St James’s Park. Aquella noche, escribió una larga carta a su flamante prometida:  
"Perdonarás, estoy seguro, al tan recientemente nombrado Emperador de la Creación, por haber tenido tanto que hacer esta noche antes de tener tiempo para hacer lo único que merece la pena... Aunque un solo vistazo permite imaginar más bien poco, he descubierto que en realidad hasta hoy mi vida ha transcurrido en la penumbra más intensa... Intrínsecamente hablando, ha sido una vida muy alegre, pero lo cierto es que nunca he sabido lo que significa ser feliz hasta esta noche. Ser feliz no es estar pagado de uno mismo, en absoluto, ni estar tranquilo o satisfecho como lo estaba yo hasta hoy. La felicidad trae consigo no ya la paz, sino una espada; te sacude como el jugador agita los dados al lanzarlos; te deja sin habla, te nubla la vista. La felicidad es más fuerte que uno mismo y notas palpablemente cómo te pone el pie encima del cuello... No creo exagerar al decir que jamás en mi vida te he contemplado sin pensar que te había subestimado anteriormente. Con todo, hoy ha ocurrido algo fuera de lo normal: has ascendido siete cielos de una carrera. (…) Me invade una gran sensación de inutilidad, es un sentimiento maravilloso que me hace cantar y bailar, aunque técnicamente con bastante poca gracia. Hasta mañana, ¡por supuesto! Deberías sentirte inclinada a rechazarme y te ruego que lo hagas; no logro imaginar por qué no lo haces, pero supongo que tú sabes lo que haces mejor que yo... Que Dios te bendiga, mi querida niña". 
Cualquier comentario acerca de esta carta resultaría superfluo. Baste decir que afortunadamente Frances ascendió «siete cielos de una carrera» porque él se encontraba en el séptimo cielo, y desde allí escribió de nuevo:  
"Querido amor mío: En un momento piadoso el señor Swinburne llama a su Hacedor «un misterio polifacético». Me figuro que cada uno de nosotros vemos una cara solamente. En lo que a mí respecta, cuando se abran las nubes y dejen al descubierto el frente del trono y se despeje lo último y lo mejor, divisaré por encima de todos los ángeles esa cara tuya iluminada por la puesta de sol... Al menos soy incapaz de imaginar nada mejor... Estoy convencido de que hay una clase especial de belleza física externa que se tiene cuando se es bueno... Sé que existió Cleopatra de Egipto que, estando tú temporal pero inevitablemente ausente, atraía en gran medida al sexo masculino. Sin embargo, tengo la seguridad de que no poseía una belleza como la tuya, lo que tenía era armonía animal. Hay una clase de belleza que comienza en el interior y se va desarrollando: en primer lugar brota en el corazón y hace que luego florezca todo el conjunto, como se renueva el árbol con cada ramita y cada cogollo. El alma es como una llama que hace que todo el cuerpo sea transparente. Cualquier actriz conseguiría parecerse a Helena de Troya utilizando una barra de labios y un poco de maquillaje, pero ninguna podría parecerse a ti, sin ser una bendición de Dios" 
[...] En 1898 era un esforzado escritor que trabajaba como lector en una editorial para poder llegar a fin de mes. Desde el punto de vista económico no era un buen partido. No obstante, no se tomaba en serio su situación económica y bromeaba con su penuria. Escribió a Frances explicándole que había estado «intentando calcular el total de los bienes que puedo ofrecerte». La carta ofrecía una lista de sus posesiones, que comprendía un sombrero hongo, un bastón, un libro de poesías de Walt Whitman, una navaja, una caja de cerillas, una raqueta de tenis y «unas tres libras de oro y plata». El duodécimo y último objeto de la lista era 
"un Corazón extraviado en cualquier parte. Y éstas son prácticamente todas las propiedades de las que puedo hacer un inventario de momento. Al fin y al cabo, tengo gustos estoicos y sencillos. ¿Qué más necesita un hombre?..."
[…] Gilbert y Frances se casaron en la iglesia parroquial de Kensigton el 28 de junio de 1901; el reverendo Conrad Noel celebró la ceremonia. Pasaron la luna de miel en Norforlk Broads. Durante el viaje de novios o inmediatamente después Chesterton escribió una poesía titulada «El día de la creación» que está fechada en julio de 1901: 
Entre el día perfecto de la boda
y ese futuro fiero, soberbio y aferrado,
no robé nada más que seis días —seis días
bastan para que Dios haga el mundo. 
Para nosotros se hace la creación
luna nueva de noche, nuevo sol de día;
ese viejo olmo que soporta el cielo entero
ayer mismo brincó hasta esa altura. 
De todas las cosas libres la primera y más querida,
sola como novia y reina y amiga,
tal vez lleguen cosas brutas y otras amarguras,
pero aquí se acabarán todas las dudas. 
Nunca jamás con charla nebulosa,
será engañada la vida o la fidelidad deshecha;
El mundo es de muchos y es de locos,
pero nosotros somos uno y estamos sanos.
[…] Años más tarde, durante una de las giras de conferencias de Chesterton, [Frances] comentó a un reportero americano: 
"La verdad es que para mí son mucho más importantes mi perro, el burro y el jardín que tengo allá en el pueblecito donde vivimos, que toda la publicidad del mundo". 
Y continuó diciendo: 
"Gracias a Dios, mi marido es una persona sencilla y completamente normal, la popularidad le importa tan poco como a mí; los dos sentimos mucha nostalgia de nuestra casa en Inglaterra". 
Luego, añadió con una agudeza más propia de él: 
"Mientras mi marido hace una gira de conferencias, yo estoy organizando una campaña para la emancipación de las esposas de los hombres famosos". 
[…] [Él] Tampoco negaba que era totalmente dependiente de su mujer; de hecho lo admite en su Autobiografía:  
"al referirse a la conocida imagen que lucía en la cumbre de su carrera decía que el lector no debe dejarse engañar, en este punto, por la figura falstaffesca que envuelta en la capa y el sombrero de un bandido, ha aparecido en muchas caricaturas. Esta figura es una obra de arte posterior; aunque el artista no fue sólo caricaturista, sino una señora de sentimientos artísticos y a la que aludimos de paso en esta narración especialmente victoriana. Esa caricatura conmemora lo que el genio femenino puede hacer con los materiales menos prometedores." 
Estas líneas fueron escritas sólo unos meses antes de su muerte; pero la afirmación de que su mujer le había modelado, al menos en su aspecto externo, se remonta muy atrás. Casi treinta años antes, en 1907, había hecho la misma observación en una entrevista concedida a un periodista del Daily News. El entrevistador habló con Frances, antes de que llegara Chesterton:  
—Lo mejor que su marido escribió nunca —así empecé— fue que «si hay algo que realmente merece la pena hacer... » 
—«Vale la pena hacerlo mal» —replicó la señora Chesterton—. Me lo sé muy bien porque he suscitado debates sobre el tema y he logrado que todos estén de acuerdo conmigo. Observe cómo juegan los niños con las pinturas —continuó— y se dará cuenta de que la paradoja es verdad. Hemos excluido de nuestras vidas la música, el cante, el baile porque a todos nos da miedo hacer las cosas mal. 
.... [Chésterton aparece de repente a la luz de la lampara tras recorrer una cortina con gesto de importancia, y dijo:]
—No pido disculpas. No pido disculpas por mi apariencia personal porque, en mi opinión, que naturalmente puede ser bastante ridícula, la apariencia personal de un hombre casado es sencillamente una creación artística de la fantasía de su mujer. Él tiene exactamente el aspecto que ella quiere. 
Llegados a ese punto Frances, un tanto inquieta por la generalización que implicaba el comentario de su marido, afirmó rápidamente que eso era verdad pero sólo «dentro de ciertos límites». 
—Frances, querida —prosiguió el señor Chesterton sin inmutarse—, por desgracia tú has tenido que moldear una masa de barro; otras esposas tienen la ventaja de tallar mármol. Pero el barro sigue siendo barro y el mármol sigue siendo mármol; ahora bien, barro o mármol, la mujer es el artista. Tú eres la divinidad que dice a estos ridículos mechones de pelo: «Vosotros, hasta aquí y ni una pizca más»
[...] Chesterton, hablando de su mujer, decía sinceramente que se había enamorado a primera vista. En el transcurso de una conversación en la que ella le miraba continuamente, él se había dicho a sí mismo:  
"Si estuviera en relaciones con esta chica, la seguiría de rodillas; si habláramos, nunca me engañaría; si yo dependiera de ella, jamás me rechazaría; si la amara, nunca jugaría conmigo; si confiara en ella, jamás se volvería contra mí; si yo la recordara, ella nunca me olvidaría".  
Ya fuera por inteligencia, ya por intuición o por cualquier otra cosa, el hecho es que sus primeras impresiones resultaron ser completamente acertadas. No obstante, a él no le bastaba el amor a primera vista a menos que estuviera emparejado con el amor a última vista: amor a primera vista hasta que la muerte nos separe. Ya en los días en que empezaba a cortejar a la joven de la que estaba enamorado, tuvo una visión de una anciana a la que amaba. Si hubiera sucedido con cuarenta años de adelanto, antes de que ella existiese siquiera, él ya la amaría:  
Tu nuevo atavío se tiñó de verde pálido
cuando volviste tus suaves cabellos marrones
y surgió en mí la plegaria más extraña
que jamás hiciera un corazón enamorado.
Que yo, que vi la página brillante de tu juventud,
arco iris cambiante de vestido en vestido,
pudiera verte en este globo terrestre,
tocada con la corona de plata de la edad.
Tu amado cabello empolvado de esa guisa,
tu amado rostro matizado de pálidos colores,
y fija, a través de la máscara y del velo
la alegría de tus ojos inmortales

viernes, 3 de abril de 2020

La pandemia de vulnerables, frágiles... pero nunca solos.

El dibujo es de Antonio Federico

Dejar huella en el mundo implica marcarlo con nuestro trabajo por ordenarlo y vivir dignamente en él. Nos preocupa organizar la vida para ofrecer una seguridad a quienes amamos. Un espacio agradable para vivir. Esa es una cara de la moneda de la vida humana. Pero también lo es la vulnerabilidad. El mundo no necesita a esta persona para girar, ni para permanecer o evolucionar. En algún momento no existía, luego nació y mañana desaparecerá. Cada uno es prescindible, frágil y enfermable. Contingente.

El coronavirus nos despertó del comprensible enamoramiento por lado de la moneda más agradable. Pero de la que surge la fuerza interior que renueva nuestro sentido de dignidad. El papa Francisco partió de esta experiencia para ofrecer esperanza en su discurso sobre esta crisis
La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. [...] Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.
Hace unos meses, mi hermana Nora publicó un libro en el que cuenta su vida -marcada por la enfermedad y la vulnerabilidad-. Me pidió que escribiera una presentación. Se trata de sintetizar la mirada con la que ella repasa su vida para encontrar un sentido en medio de esa fragilidad. Aquí van unos párrafos de lo que terminó en el prólogo:
¿Qué encuentras en Más allá de lo evidente? Obscuridad. Pero entendida más bien como misterio que como sombra. Una experiencia mas cercana a invitación que a la ofuscación. En la vida que Nora cuenta, el dolor se hace presente. Pero también la alegría, la solidaridad, el esfuerzo y la paciencia. Pero, ¿cómo se anudan todos estos hilos? 
Como toda vida, la biografía de Nora no solo se despliega las escenas de todos los días, sino, sobre todo, la conciencia del tipo de historia que se cuenta con su vida. La enfermedad obliga a la autora a preguntarse radicalmente por el sentido de su vida. Desde su infancia, Nora se convenció de que Dios, un Padre bueno, sacaría algo bueno de su dolor y le daría fuerza para superarla. Con el paso de los años, su enfermedad no le dio tregua: una y otra vez debe replantearse si ese por qué a su sufrimiento realmente apunta a una solución real y eficaz. El dolor no permite atajos ni sensiblerías. O esa respuesta es real y eficaz, o el dolor que aparece una y otra vez en la vida de Nora se convertiría en la prueba irrefutable de que Iván Karamazov acertó: 
«imagínate que tienes que levantar el edificio del destino humano, con la intención última de hacer feliz al hombre, proporcionándole, al fin, paz y sosiego; pero para eso tendrías que torturar, inevitable e inexcusablemente, a una sola de esas criaturitas, pongamos por caso, a esa niña pequeña que se daba golpes de pecho, y erigir ese edificio sobre sus lágrimas no vindicadas. En esas condiciones, ¿estarías dispuesto a ser el arquitecto? […] Muy caro le han puesto el precio a la armonía, la entrada no está al alcance de nuestro bolsillo. En vista de lo cual, me apresuro a devolver mi billete de entrada.» 

[...] En [el libro de] Job, la respuesta al dolor no consiste en la develación de una fórmula filosófica para comprender los motivos por los que una persona sufre –articular los por qué-; o que Dios, al menos la divinidad cristiana, sea capaz de sacar de los males, bienes –reconocer los para qué-. No. Job encuentra algo mejor que un desarrollo discursivo, un argumento, sobre el dolor. Aprende a ver a un acompañante. En otras palabras, la respuesta de Dios al dolor es tanto dejarlo en el misterio, como solucionarlo a través de su cercanía. Benedicto XVI lo resume así: «Existe una nueva clase de sufrimiento: el sufrimiento no como maldición, sino como amor que transforma el mundo» (Ratzinger, El Dios de Jesucristo, ed. Sígueme, 1979, p. 53). 
De este modo, aunque se puedan encontrar motivos para sobrellevar la enfermedad, aunque se reconozca que Dios pudiera sacar algún bien de la enfermedad, si la respuesta solo es un por qué o un para qué, si el dolor se comprendiera gracias a un genial argumento, entonces la objeción que planteó Dostoyevsky en boca de Ivan Karamazov seguiría sin resolverse. Un Dios así sería un arquitecto sumamente cruel: ¿por qué hizo sufrir a una niña inocente? Yo también devolvería mi boleto de entrada a un mundo que se construye con el dolor de quien no lo merece. 
Pero la fe que mueve a Nora, aquella que aparece en estas páginas, es más que motivos con cierta coherencia interna o bienes que se obtienen a cambio de un sacrificio. Se trata más bien de saberse vista, de fiarse de una mirada, de sentirse acompañada e introducida en un misterio. Consiste en agudizar la mirada, ajustar los ojos del corazón para ver más allá de lo evidente. Por eso, o ese Dios en el que Nora confía es real, personal, se ocupa de ella y la interpela, o Nora no pasa de ser una fanática que encontró argumentos para sobrellevar la vida. Su fe, no dejaría de ser una cruel esperanza fallida. [...]
La fe de Nora puede que deje en el misterio los por qué y los para qué de su enfermedad, pero queda patente la cercanía de alguien que goza con la gratuidad. Entonces, ¿cuál podría ser la respuesta al por qué me pasó esto a mí? No los sé bien del todo. La única respuesta coherente que intuyo sería por una gratuidad de un amor incondicional. Edith Stein resumía así este misterio: El amor se hace profundo por el dolor; y el dolor se hace fecundo por el amor.