sábado, 16 de mayo de 2020

Somos como amamos, somos lo que amamos (Freud vs Chésterton)


Me pidieron la opinión sobre un libro de psicoanálisis y terapia para superar los traumas. Un refrito de las ideas de Freud; para quien el nudo de la existencia consistía en dejar que lo auténtico se mostrara. Ese núcleo sería, hasta donde entiendo, un deseo reprimido que pulula a modo de impulso sexual. Romper esa máscara revelaría la propia identidad. Por muchos motivos, dudo aquello sea una buena explicación de lo que sucede en la infancia, ni que sea una práctica eficaz para experimentar la libertad.  

Así que para preparar esa conversación con quien me pasó el libro -sabes quién eres- buscaba modos de decir y argumentos que desarrollar para clarificarme cómo desarrollar qué pienso sobre el libro. Recordé aquel poema de Chesterton: «Al profesor Freud»: 

Los ignorantes pronuncian Frud
para ponerle peros o aplaudirle. 
Los bien informados pronuncian Froid,
y yo sin embargo pronuncio Fraud [ˈfrȯd-fraude]

No encuentro, todavía, un argumento más elaborado del ensayista inglés, pero volví al capítulo de "Sabiduría e Inocencia" de Joseph Pearce, donde narra la relación de Chesterton con su esposa. Cuento lo anterior como pretexto para compartir fragmentos de ese capítulo.

-o-

Sabiduría e Inocencia
Joseph Pearce
Capítulo 3: El Chesterblogg
[...] En el otoño de 1896, Chesterton acompañó a Oldershaw a casa de la familia Blogg, en Bedford Park, y vio a Frances por primera vez. Se enamoró a primera vista: 
"Llevaba un traje de terciopelo verde adornado de piel gris, que yo hubiera llamado artístico, si ella no hubiera detestado toda conversación de arte; y tenía un rostro atrayente que yo hubiera llamado de diablillo, si ella no hubiera detestado toda alusión a los duendes". 
A solas en su cuarto ya entrada la noche, garabateó en un papel su devoción hacia Frances Blogg:  
A la mujer que amo
Con qué esmero te hizo Dios:
apartó para ti una estrella,
la tiñó de verde con campos de oro
y le puso el sol como aureola;
la llenó de reyes, pueblos y naciones,
y te hizo a ti, con mucho esmero.
Toda la naturaleza es el cuaderno de Dios,
sus toscos bosquejos para ti.
En ese mismo cuaderno empezó a escribir An Encyclopaedia of Bloggs. Blanche (la señora Blogg), Gertrude y su hermano Knollys no fueron más que epígrafes de sendas páginas en blanco. A Ethel la describe como «una chica desmoralizadoramente amable. Cuando Cristo se hizo hermano de la humanidad, convirtió a la señorita Ethel Blogg en la hermana universal». Frances  
"es una armonía de verdes y marrones. Tiene también algo dorado en alguna parte, pero no se puede localizar mediante examen. Probablemente sea la corona, pues el arpa no ha llegado todavía. Su físico no parece ser suficiente como para albergar todo ese temperamento, tiene un aspecto frágil, demacrado y vehemente. Si no fuera por el valor que refleja, su rostro sería un Burne-Jones: tiene la sobriedad de la alegría, no la austeridad fácil de la melancolía. Un apetito devorador de sensaciones; muy aficionada a la Biblia, muy aficionada a bailar. Cuando está disfrutando al máximo uno tiene la sensación de que le sentaría bien irse a dormir cien años. También sería la delicia de un príncipe". 
Chesterton [...] [e]n el verano de 1898, se incorporó al grupo de los prometidos, tras proponer matrimonio a Frances en un puentecillo en mitad de St James’s Park. Aquella noche, escribió una larga carta a su flamante prometida:  
"Perdonarás, estoy seguro, al tan recientemente nombrado Emperador de la Creación, por haber tenido tanto que hacer esta noche antes de tener tiempo para hacer lo único que merece la pena... Aunque un solo vistazo permite imaginar más bien poco, he descubierto que en realidad hasta hoy mi vida ha transcurrido en la penumbra más intensa... Intrínsecamente hablando, ha sido una vida muy alegre, pero lo cierto es que nunca he sabido lo que significa ser feliz hasta esta noche. Ser feliz no es estar pagado de uno mismo, en absoluto, ni estar tranquilo o satisfecho como lo estaba yo hasta hoy. La felicidad trae consigo no ya la paz, sino una espada; te sacude como el jugador agita los dados al lanzarlos; te deja sin habla, te nubla la vista. La felicidad es más fuerte que uno mismo y notas palpablemente cómo te pone el pie encima del cuello... No creo exagerar al decir que jamás en mi vida te he contemplado sin pensar que te había subestimado anteriormente. Con todo, hoy ha ocurrido algo fuera de lo normal: has ascendido siete cielos de una carrera. (…) Me invade una gran sensación de inutilidad, es un sentimiento maravilloso que me hace cantar y bailar, aunque técnicamente con bastante poca gracia. Hasta mañana, ¡por supuesto! Deberías sentirte inclinada a rechazarme y te ruego que lo hagas; no logro imaginar por qué no lo haces, pero supongo que tú sabes lo que haces mejor que yo... Que Dios te bendiga, mi querida niña". 
Cualquier comentario acerca de esta carta resultaría superfluo. Baste decir que afortunadamente Frances ascendió «siete cielos de una carrera» porque él se encontraba en el séptimo cielo, y desde allí escribió de nuevo:  
"Querido amor mío: En un momento piadoso el señor Swinburne llama a su Hacedor «un misterio polifacético». Me figuro que cada uno de nosotros vemos una cara solamente. En lo que a mí respecta, cuando se abran las nubes y dejen al descubierto el frente del trono y se despeje lo último y lo mejor, divisaré por encima de todos los ángeles esa cara tuya iluminada por la puesta de sol... Al menos soy incapaz de imaginar nada mejor... Estoy convencido de que hay una clase especial de belleza física externa que se tiene cuando se es bueno... Sé que existió Cleopatra de Egipto que, estando tú temporal pero inevitablemente ausente, atraía en gran medida al sexo masculino. Sin embargo, tengo la seguridad de que no poseía una belleza como la tuya, lo que tenía era armonía animal. Hay una clase de belleza que comienza en el interior y se va desarrollando: en primer lugar brota en el corazón y hace que luego florezca todo el conjunto, como se renueva el árbol con cada ramita y cada cogollo. El alma es como una llama que hace que todo el cuerpo sea transparente. Cualquier actriz conseguiría parecerse a Helena de Troya utilizando una barra de labios y un poco de maquillaje, pero ninguna podría parecerse a ti, sin ser una bendición de Dios" 
[...] En 1898 era un esforzado escritor que trabajaba como lector en una editorial para poder llegar a fin de mes. Desde el punto de vista económico no era un buen partido. No obstante, no se tomaba en serio su situación económica y bromeaba con su penuria. Escribió a Frances explicándole que había estado «intentando calcular el total de los bienes que puedo ofrecerte». La carta ofrecía una lista de sus posesiones, que comprendía un sombrero hongo, un bastón, un libro de poesías de Walt Whitman, una navaja, una caja de cerillas, una raqueta de tenis y «unas tres libras de oro y plata». El duodécimo y último objeto de la lista era 
"un Corazón extraviado en cualquier parte. Y éstas son prácticamente todas las propiedades de las que puedo hacer un inventario de momento. Al fin y al cabo, tengo gustos estoicos y sencillos. ¿Qué más necesita un hombre?..."
[…] Gilbert y Frances se casaron en la iglesia parroquial de Kensigton el 28 de junio de 1901; el reverendo Conrad Noel celebró la ceremonia. Pasaron la luna de miel en Norforlk Broads. Durante el viaje de novios o inmediatamente después Chesterton escribió una poesía titulada «El día de la creación» que está fechada en julio de 1901: 
Entre el día perfecto de la boda
y ese futuro fiero, soberbio y aferrado,
no robé nada más que seis días —seis días
bastan para que Dios haga el mundo. 
Para nosotros se hace la creación
luna nueva de noche, nuevo sol de día;
ese viejo olmo que soporta el cielo entero
ayer mismo brincó hasta esa altura. 
De todas las cosas libres la primera y más querida,
sola como novia y reina y amiga,
tal vez lleguen cosas brutas y otras amarguras,
pero aquí se acabarán todas las dudas. 
Nunca jamás con charla nebulosa,
será engañada la vida o la fidelidad deshecha;
El mundo es de muchos y es de locos,
pero nosotros somos uno y estamos sanos.
[…] Años más tarde, durante una de las giras de conferencias de Chesterton, [Frances] comentó a un reportero americano: 
"La verdad es que para mí son mucho más importantes mi perro, el burro y el jardín que tengo allá en el pueblecito donde vivimos, que toda la publicidad del mundo". 
Y continuó diciendo: 
"Gracias a Dios, mi marido es una persona sencilla y completamente normal, la popularidad le importa tan poco como a mí; los dos sentimos mucha nostalgia de nuestra casa en Inglaterra". 
Luego, añadió con una agudeza más propia de él: 
"Mientras mi marido hace una gira de conferencias, yo estoy organizando una campaña para la emancipación de las esposas de los hombres famosos". 
[…] [Él] Tampoco negaba que era totalmente dependiente de su mujer; de hecho lo admite en su Autobiografía:  
"al referirse a la conocida imagen que lucía en la cumbre de su carrera decía que el lector no debe dejarse engañar, en este punto, por la figura falstaffesca que envuelta en la capa y el sombrero de un bandido, ha aparecido en muchas caricaturas. Esta figura es una obra de arte posterior; aunque el artista no fue sólo caricaturista, sino una señora de sentimientos artísticos y a la que aludimos de paso en esta narración especialmente victoriana. Esa caricatura conmemora lo que el genio femenino puede hacer con los materiales menos prometedores." 
Estas líneas fueron escritas sólo unos meses antes de su muerte; pero la afirmación de que su mujer le había modelado, al menos en su aspecto externo, se remonta muy atrás. Casi treinta años antes, en 1907, había hecho la misma observación en una entrevista concedida a un periodista del Daily News. El entrevistador habló con Frances, antes de que llegara Chesterton:  
—Lo mejor que su marido escribió nunca —así empecé— fue que «si hay algo que realmente merece la pena hacer... » 
—«Vale la pena hacerlo mal» —replicó la señora Chesterton—. Me lo sé muy bien porque he suscitado debates sobre el tema y he logrado que todos estén de acuerdo conmigo. Observe cómo juegan los niños con las pinturas —continuó— y se dará cuenta de que la paradoja es verdad. Hemos excluido de nuestras vidas la música, el cante, el baile porque a todos nos da miedo hacer las cosas mal. 
.... [Chésterton aparece de repente a la luz de la lampara tras recorrer una cortina con gesto de importancia, y dijo:]
—No pido disculpas. No pido disculpas por mi apariencia personal porque, en mi opinión, que naturalmente puede ser bastante ridícula, la apariencia personal de un hombre casado es sencillamente una creación artística de la fantasía de su mujer. Él tiene exactamente el aspecto que ella quiere. 
Llegados a ese punto Frances, un tanto inquieta por la generalización que implicaba el comentario de su marido, afirmó rápidamente que eso era verdad pero sólo «dentro de ciertos límites». 
—Frances, querida —prosiguió el señor Chesterton sin inmutarse—, por desgracia tú has tenido que moldear una masa de barro; otras esposas tienen la ventaja de tallar mármol. Pero el barro sigue siendo barro y el mármol sigue siendo mármol; ahora bien, barro o mármol, la mujer es el artista. Tú eres la divinidad que dice a estos ridículos mechones de pelo: «Vosotros, hasta aquí y ni una pizca más»
[...] Chesterton, hablando de su mujer, decía sinceramente que se había enamorado a primera vista. En el transcurso de una conversación en la que ella le miraba continuamente, él se había dicho a sí mismo:  
"Si estuviera en relaciones con esta chica, la seguiría de rodillas; si habláramos, nunca me engañaría; si yo dependiera de ella, jamás me rechazaría; si la amara, nunca jugaría conmigo; si confiara en ella, jamás se volvería contra mí; si yo la recordara, ella nunca me olvidaría".  
Ya fuera por inteligencia, ya por intuición o por cualquier otra cosa, el hecho es que sus primeras impresiones resultaron ser completamente acertadas. No obstante, a él no le bastaba el amor a primera vista a menos que estuviera emparejado con el amor a última vista: amor a primera vista hasta que la muerte nos separe. Ya en los días en que empezaba a cortejar a la joven de la que estaba enamorado, tuvo una visión de una anciana a la que amaba. Si hubiera sucedido con cuarenta años de adelanto, antes de que ella existiese siquiera, él ya la amaría:  
Tu nuevo atavío se tiñó de verde pálido
cuando volviste tus suaves cabellos marrones
y surgió en mí la plegaria más extraña
que jamás hiciera un corazón enamorado.
Que yo, que vi la página brillante de tu juventud,
arco iris cambiante de vestido en vestido,
pudiera verte en este globo terrestre,
tocada con la corona de plata de la edad.
Tu amado cabello empolvado de esa guisa,
tu amado rostro matizado de pálidos colores,
y fija, a través de la máscara y del velo
la alegría de tus ojos inmortales

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