Ayer se celebró una consulta ciudadana en Venezuela. Los organizadores pretendían conocer cuántos venezolanos se oponen a la convocatoria que ha lanzado el Nicolás Maduro sobre una nueva Constitución. Como se sabe, acudieron a votar poco más de 7 millones de personas; de las cuales, 6.3 millones rechazaron la convocatoria de Maduro. Para darnos una idea de lo que esto significa, la votación de ayer supera casi en un 2.2 millones votantes la convocatoria a constituyente que lanzó Chávez en 1999, y acumula más 1.5 millones más de personas respecto a las que aprobaron la Constitución vigente en ese país.
Tuve la oportunidad de acudir como observador a los dos centros de votación que se instalaron en Guadalajara. ¿Y qué vi? A personas de toda edad y profesión. Unos llegaron solos, la mayoría con sus familias. Casi todos con playeras de la vinotinto, de equipos de beisbol de la liga local, gorras o banderas. Algunos venían de la zona metropolitana, otros de Chapala, Aguascualientes, Colima y Michoacán. Venezolanos deseosos de que su voz fuera escuchada, personas ilusionadas por un mejor país. Por la noche busqué información oficial del gobierno venezolano para contrastar los datos de lo que había visto. Encontré que la autoridad electoral había convocado para este mismo día, un llamado «simulacro electoral», con la intención de probar el mecanismo de elección de los constituyentes que pretende obtener en una elección a fin de mes. Sinceramente no esperaba que Maduro reconociera lo que sucedía en la calle, pero el contraste entre lo que vi en las casillas y lo que encontré de «simulacro electoral» convocado por el régimen me pareció de risa.
Recordé aquella experiencia que relata Vaclav Havel en su ensayo «El poder de los sin poder». El dramaturgo checo cuenta la historia de un vendedor de verduras en el mercado. El régimen le había ordenado a todos como él, colocar una pancarta que decía: «¡Proletarios del mundo, únanse!». ¿Por qué alguien colocaría un letrero así? Sólo caben dos opciones: porque está convencido de lo que ahí se dice; o porque, aunque no lo está, prefiere mentir. Quizá prefiera evitarse problemas con el sindicato, con el régimen, o con los vecinos que no están dispuestos convivir con alguien cuya presencia les molesta. El letrero está ahí para ahorrarse incomodidades: es la paz del cementerio y la tranquilidad de la mentira. La principal herramienta de una dictadura, concluye Havel, no es la cárcel o la horca: es la expropiación de la conciencia y la normalización de una vida falsa. Algo así como reducir el ejercicio de ayer a un «simulacro». Pero si el vendedor no pensara como el letrero afirma, y por eso dice no lo pone, sin duda se metería en problemas, pero en cambio, vivirá auténticamente desde la verdad de sí mismo. Sus días podrán reflejar la sincera búsqueda de lo que vale la pena, la auténtica capacidad de cumplir con las obligaciones de justicia, y la genuina solidaridad con la que se vivifican las relaciones con los demás. Vivir así, se nota.
Ayer vi a una abuela depositar su voto y romper en llanto. Dicen que en una viñeta de Mafalda, la niña concluye: «No lloro, simplemente estoy lavando recuerdos». No soy profeta ni pretendo adivinar las penas que aquella abuela cargaba en su interior; pero me dio la impresión que aquellas lágrimas representaban un honesto deseo de una patria más justa y reflejaban el empuje del que nacerá una nueva Venezuela.
Yo estuve ahí. Yo lo vi.
Exclente Profesor muchas gracias por su apoyo!
ResponderEliminarGracias a ustedes por su lucha y por la acogida.
EliminarGracias por sus líneas, por su apoyo y por estar abierto a ser parte de la verdad y divulgarla a través de sus campos. Venezuela se lo agradece infinitamente.
ResponderEliminarGracias a ustedes por su lucha y por la acogida.
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