El auténtico doctor [Pallares] y mi mamita |
Nuestra sociedad, para bien, discute y busca formas razonables para valorar el papel de la mujer en la sociedad. Tanto para lograr su integración plena y justa en la vida laboral, como para apreciar su labor en el hogar. Personalmente he vivido estos esfuerzos a través de lo que vi hacer a mi madre. Ella suspendió su formación profesional para atender a sus hijos y una vez que crecimos todos, – después de varias peripecias-, logró terminar su licenciatura después de los sesenta años. Logró que experimentara aquella conclusión de Chesterton:
“[E]l niño va a aprender a la escuela cuando ya es tarde para enseñarle nada. Ya se hizo lo verdadero, y gracias a Dios aproximadamente siempre, lo hicieron las mujeres. [...] Porque recuerdo con certeza este hecho psicológico establecido; justamente cuando más estuve bajo la autoridad de una mujer, más lleno me sentí de ardor y de aventura. Precisamente porque mi madre dijo que las hormigas mordían, y mordieron y porque la nieve cayó en invierno (como dijo ella); desde entonces el mundo fue para mí un país encantado de maravillosos cumplimientos; era como vivir en alguna época Hebraica cuando se cumplían profecías tras profecías. Salí afuera, como un niño sale a un jardín y hallé un lugar para mí terrible, precisamente porque poseía su clave; de no haberla tenido, no me habría parecido terrible sino manso. Un simple salvajismo insignificativo no es ni siquiera impresionante. Pero el jardín de la infancia era fascinador justamente porque cada cosa tenía un significado determinado que podía descubrirse cuando llegara su turno” (Chesterton, Ortodoxia).
En efecto, generalmente es una mujer quien atrapada en su casa, ante un niño esclavizado por su vulnerabilidad, cuando el ser humano se pregunta por las cosas que son y el por qué están ahí. Y las respuestas que ofreció mi madre se cumplen como profecía religiosas: «sí, las hormigas muerden», «el coco asusta, pero lo importante es que yo esoy aquí», «y no olvides que has nacido porque tú vales el universo entero». De esta forma, mezclando la imaginación con la realidad, mi mundo fue adquieriendo sentido y profundidad. En Lo que está mal en el mundo, el autor inglés elabora un argumento similar:
“[L]la mujer defiende la idea de la cordura, ese hogar intelectual al que la mente debe volver después de cada excursión por la extravagancia. La mente que se abre camino hasta lugares salvajes es la del poeta; pero la mente que nunca encuentra el camino de vuelta es la del lunático. [...] Corregir cada aventura y extravagancia con su antídoto de sentido común no es colocarse en la posición (como parecen creer los modernos) de un espía o de un esclavo. Es colocarse en la postura de Aristóteles [...] En realidad, [la madre] es una persona muy caballerosa que siempre se pasa al lado del más débil, como el que equilibra un barco sentándose donde hay poca gente sentada. Una mujer es una compensadora, lo cual es un modo de ser generoso, peligroso y romántico” (Chesterton, Lo que está mal en el mundo).
Si bien es cierto que el trabajo del hogar debe revitalizarse y protegerse mejor, –y la aportación femenina al mundo laboral debe promoverse y aplaudirse, por supuesto-, también es verdad que la clave de aprecio del trabajo de las madres en el hogar es distinta con la que valoramos y celebramos los logros conseguidos por una fábrica, una oficina, un puesto público o actividad de producción.
En este sentido Chesterton se pregunta ¿cómo puede considerarse como importante la profesión por la que se enseña matemáticas a los niños y una actividad esclavizadora la de «enseñar a los hijos el universo»? ¡De ninguna manera! Si la función de una madre se describe como pesada, titánica y difícil precisamente porque es enorme, global y trascendente, no porque carezca de importancia:
“Los bebés no necesitan que se les enseñe un oficio, sino que se los introduzca en el mundo. Para resumir, la mujer suele estar encerrada en una casa con un ser humano en el momento en que éste hace todas las preguntas que existen, y algunas que no existen. [...] Si trabajo forzado sólo significa «trabajo forzadamente duro», admito que la mujer se esfuerza en el hogar, como un hombre puede esforzarse en la catedral de Amiens o detrás de un arma en Trafalgar. Pero si eso significa que el trabajo duro es más pesado porque es insignificante, descolorido y de poca importancia para el alma, entonces, como digo, abandono [el argumento]; [...] ¿Cómo puede ser una carrera importante enseñar a los niños la regla de tres y una carrera mezquina enseñar a los hijos el universo? No; la función de una mujer es laboriosa porque es gigantesca, no porque sea minuciosa” (Chesterton, Lo que está mal en el mundo).
Comencé esta entrada el día de cumpleaños de mi mamá. Le debía, en agradecimiento, al menos una breve reflexión que sirviera como reconocimiento, de sus años gastados por introducirnos al mundo como ella lo ha hecho.
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