martes, 28 de enero de 2014

Tomás de Aquino y sus amigos.

Cuando se lee a Tomás de Aquino, da la impresión de estar ante un hombre que vive en una esfera de cristal. Nada sucede a su alrededor, sólo fluye un argumento. Parecería como si el teólogo cerrara la puerta de su celda y el mundo dejara de existir. [Josef Pieper ha publicado un comentario sobre el sentido y la elocuencia de estos silencios en The Silence of St. Thomas (aquí)] 
Tomás de Aquino y su maestro Alberto

Pero sabemos que Tomás era un hombre para el que la verdad no era la frialdad. Sabía querer y tener amigos.  James A. Weisheipl cuenta esta anécdota de cómo Alberto Magno quería a su pupilo Tomás:
"Una de las leyendas favoritas entre los dominicos es aquella en la que Alberto va a París en 1277 a defender la doctrina de Tomas contra la propuesta de condena del obispo de París, Tempier. La fuente de esta leyenda parece ser cierto Fray Hugo de Lucca, que fue algún tiempo Provincial, que le contó lo sucedido a Fray Bartolomeo de Capua, quien a su vez testificó la veracidad de la misma en el proceso de canonización de Santo Tomás en Nápoles durante Julio y Agosto de 1319, cuarenta y cuatro años después del evento. Dado que el testimonio de Bartolomeo es la única fuente de esta tan apreciada anécdota de la vejez de Alberto, la transcribo completa: 
«[Hugo] contaba que cuando Fray Alberto [tenía 84 años] se enteró de la muerte de Fray Tomás, de quien fue su profesor, lloró profundamente, y desde entonces, en cuanto lo recordaba, sollozaba, diciendo que su alumno había sido la flor y el esplendor del mundo. En efecto, sus hermanos estaban preocupados de la profunda pena de Alberto que pensaron que las lágrimas se debían a su debilidad mental (ex levitate capitis provinieren). Después, cuando se comenzó a decir que los escritos de Fray Tomás estaban siendo atacados en París, el antedicho Fray Alberto dijo que quería ir a defender estos escritos. Pero la Orden de los Predicadores, temían por la decrepitud de su edad y lo largo del viaje [490kms], por  lo que algún tiempo lograron disuadirlo, particularmente porque el antedicho Fray Alberto era un hombre de gran autoridad y fama en París, y temían que su memoria y atención se atontaran con lo que había alrededor suyo debido a su edad. Pero finalmente Alberto, que era Arzobispo u Obispo, insistió tenazmente en ir a París, en cuya comitiva lo acompañó el antedicho Fray Hugo, quien sostuvo esto ante el testigo [Bartolomé]. Pero cuando el antedicho Fray Alberto llegó a París y se convocaron los miembros del studium genérale de París, subió a la cátedra de los Dominicos en París, exponiendo el texto Que laus vivo si laudatur a mortuis? (¿Qué es una alabanza para un hombre vivo si lo elogian los muertos?), diciendo esto se refería a que el antedicho Fray Tomas era el hombre vivo y el resto, los muertos; y procedió a alabar y a glorificar a Tomás en los más altos términos, declarando que él personalmente estaba preparado para defender los escritos del antedicho Fray Tomás como el esplendor de la verdad y la santidad ante los críticos más competentes.
Después de un extenso panegírico de alabanza a Dios y con la aprobación de sus escritos, el mismo Fray Alberto regresó a Colonia, acompañado por el antedicho Fray Hugo, tal y como lo dijo el miso testigo [Bartolomeo]. Al volver, el antedicho Fray Alberto pidió que todos los escritos de el antedicho Fray Tomás, le fueran leídos [estaba parcialmente ciego] en un orden preciso. Entonces, llamando solemnemente a quienes lo acompañaban, elogió enormemente sus obras, concluyendo con la afirmación de que los escritos del difundo habrían de poner fin a muchos esfuerzos de otras personas hasta el final de los tiempos, y que de a partir de aquí, no trabajarían en vano.  Y el mismo Fray Hugo contó al testigo [Bartolomeo] que el nombre de Fray Tomás no podía ser dicho en la presencia de Fray Alberto sin que rompiera en lágrimas (prorumperet ad lacrimal)» 
("Thomas d'Aquino and Albert His Teacher" (1980), en su "Gilson Lectures on Thomas Aquinas")
Otra anécdota sobre la capacidad de Tomás para tener amigos la encontré en la "biografía" de Jean-Pierre Torrell (Saint Thomas Aquinas. The Person and his works). Tomás, cuenta Torrell, era muy devoto de Santa Inés. Siempre llevaba consigo una reliquia de la santa. En un viaje de París a Nápoles, al dejar Roma, su compañero y amigo Reginaldo estuvo muy enfermo de fiebre. Tomás rezó a la Inés y su amigo se curó. El de Aquino, para celebrar el evento, prometió "invitar a sus estudiantes a un buen almuerzo cada año por la fiesta de la santa." Lo hizo el primer año. Para el segundo ya había muerto. 

Pues eso.

PS. Hoy cumpleaños el tocayo. Felicidades



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