Mañana llega el Papa Francisco. En los análisis que he visto, encuentro dos narrativas a través de las cuales, supongo, los comentócratas interpretarán los dichos y hechos del Papa en nuestro país. Por un lado, quienes pretenden explotar la religiosidad cursilona del «¡qué bonito que besó a un niño! ¡Qué lindo que abrazó a un enfermo! ¡Qué tierna es la canción oficial!». Por otro, un poco más serios, encontramos a quienes colocan a Francisco entre los dos polos con los se describe a la iglesia católica mexicana: uno de ellos sería el mundo del alto clero: los cardenales, los que hacen favores al poder; quienes lucran con los ricos y poderosos; el otro la iglesia que defiende a los pobres. Es la iglesia de los luchadores de los derechos humanos, la iglesia de Samuel Ruíz, el P. Solalinde o las Patronas. Estos se preguntan, a qué iglesia pertenece Francisco, ¿será el papa del poder o el cura defensor de los débiles?
Por mi parte voy a intentar otra narrativa. Tengo la impresión de que a Francisco se le ha de interpretar desde dentro. Es decir, a partir del modo en que ve, no en el modo en que piensa o habla. Cualquiera puede pensar y argumentar coherentemente. Lo difícil es ver al otro desde ese ojo interior con el que captamos el misterio, valor y dignidad de cualquier persona ante mí. Aquí está la batalla decisiva que pelea Francisco: dejarse afectar por la presencia de toda persona que nos interpela desde el interior, especialmente el que parece que no tiene valor útil. Si veré al Papa, será por que tengo curiosidad por descubrir cómo se esfuerza por que no decaiga esa mirada.
¿Y esto qué tiene que ver conmigo? Nietzsche decía que donde falta el amor, se multiplica la ley. Y es verdad. Si no se ve la dignidad, se multiplican las declaraciones de derechos y los mecanismos coactivos para defendernos de quien es incapaz de ver a la persona; porque sólo respetarán nuestra dignidad si hay alguien que se los impida a la fuerza o si obtienen una ventaja con ese esfuerzo. Donde falta el amor, se multiplica la ley.
Si esto es así, enconces lo decisivo está en los ojos que perciben con reverencia la belleza de la persona que tengo ante mí. Toda democracia se juega, en definitiva, en la forma de ver al que tengo al lado.
Voy a hacer este experimento. ¿Qué ve, a quién, y cómo ve el Papa Francisco? A ver cómo me va.
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