sábado, 3 de diciembre de 2016

El «mundo real» y su atrofia musical


Escribía el @ProfesorDoval que la crisis de nuestro tiempo es hija de la superficialidad y la zafiedad con la que planteamos, reflexionamos y resolvemos las preguntas sobre «la propia vida, la propia muerte y la humanidad de la que soy parte». Sobre esa superficie, las coordenadas existenciales que se vislumbran desde ella, se limitan a lo que se produce, intercambia o se controla. Para seguir con el diálogo, -me están oyendo Cristi, Diego, Manuel, Juan Pablo, Fer, Ligia e Isolino [y Flor, que hace tiempo traía esta inquietud]- me encontré con el ensayo «Pajarillos que no cantan» de Chésterton. Aquí unos párrafos:
«Y de pronto me pregunté por qué no hay ningún oficio moderno del que se sepa que tiene una poesía ritual. ¿Cómo es que la gente canta rudos poemas cuando tira de una soga o recoge frutos y por qué nadie hace nada parecido mientras se dedica a cualquier actividad moderna? ¿Por qué ningún periódico moderno se imprime cantando a coro? ¿Por qué los comerciantes cantan tan pooco, por no decir nunca?
Si los segadores cantan durante la siega, ¿por qué no cantan los auditores mientras auditan y los banqueros mientran realizan operaciones bancarias? Si hay canciones para todas las tareas que se llevan a cabo en un barco, ¿por qué no hay canciones para todas las tareas que se llevan a cabo en un banco? [...]
Al entrar en la nube de Londres, me encontré con un amigo mío que trabajaba en un banco y le entregué esas sugerencias en verso para que las distribuyera entre sus colegas. Pero no se mostró demasiado esperanzado sobre el asunto. No era (me aseguró) que subestimara los versos ni que, de ningún modo, le parecieran faltos de refinamiento. No; era más bien que le parecía notar algo indefinible en la propia atmósfera de la sociedad en la que vivimos que hace que sea espiritualmente muy difícil cantar en un banco. Y creo que debe tener razón [...] Los empleados de banco no tienen canciones no porque sean pobres, sino porque están tristes. Los marineros son mucho más pobres que ellos. De camino a casa pasé junto a un pequeño edificio de teja, de alguna orden religiosa, que estaba estremecido por unas voces igual que resuena con voz propia una trompeta. Sea como fuere, estaban cantando; y por un instante se me ocurrió una idea fantasiosa que ya se me había pasado antes por la cabeza:  que, entre nosotros, lo humano ya sólo puede encontrarse en lo sobrehumano. La naturaleza humana, al verse perseguida, ha corrido a acogerse a lo sagrado.»
Profesiones sin poesía. Actividades sin un canto que las identifique como sublimes. Tal vez, la crisis no es de esa profesión en sí misma, sino del espíritu que la anima: «¡Tú sólo sives para el trabajo! ¡Éste es tu único mundo real! ¡No das para más!». ¿Quién canta sólo para eso? No, para eso no merece la pena cantar. No, de un mundo real así, no nacen coplas. Termino con esta joya de Ratzinger:
«Quisiera proponer para estas reflexiones unas bellas palabras de Mahatma Gandhi que encontré no hace mucho tiempo en un calendario. Gandhi alude a los tres espacios vitales del cosmos, señalando, a la vez, que cada uno de ellos provee de un género propio de seres. Los peces, que guardan silencio, viven en el mar. Los animales que pueblan la tierra dan alaridos. En cambio, los pájaros, cuyo espacio vital es el cielo, cantan. Lo característico del mar es el silencio, el grito lo es de la tierra, y el canto del cielo. Ahora bien, el hombre participa de los tres, pues lleva en sí la profundidad del mar, el peso de la tierra y la altura del cielo. Por eso, le pertenecen también las tres cualidades: el silencio, el grito y el canto. Quisiera añadir a todo ello que en nuestros días vemos cómo, alejado de la trascendencia, al hombre sólo le queda el grito, pues quiere ser exclusivamente tierra e intenta convertir el cielo y la profundidad del mar en tierra suya.» 

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