jueves, 12 de febrero de 2015

Máscaras y Beisbol.


Vaclav Havel, el dramaturgo y político checo, publicó un famoso ensayo que tituló «El Poder de los sin Poder». Ahí describía cómo los regímenes totalitarios subsisten por que logran en la sociedad una vida simulada. Es decir, muchos para no meterse en problemas aceptan como el horizonte de vida válido para ellos la disyuntiva entre libertad y seguridad. Es decir, la seguridad de una educación y salud suficiente a cambio de una libertad controlada y limitada. El Estado simula que somos felices por que accedemos a unos servicios sociales colectivos de relativa calidad; y la sociedad simula que la vida controlada por el Estado le es suficiente y lo llena.

El ejemplo con el que Havel describe esta situación es este. Un vendedor de verduras en el mercado coloca junto al precio de su productos un letrero que dice: "¡Proletarios del mundo, uníos!". ¿Por qué lo hace? ¿Por que está convencido de que eso es realmente así? ¿Por que sabe que la clase obrera acabará por liberar a la sociedad de sus males? ¿O lo coloca por que teme al inspector o al vecino que lo va a denunciar? En un régimen totalitario quien piensa distinto o incluso quien se pregunta sobre la validez del letrero, se convierte en enemigo. Es fácil que el vendedor de verduras coloque el letrero no por convicción, sino para no meterse en problemas. Una persona así se ha colocado una máscara, vive en una trampa. Afirma lo que no cree. Esa es la fuerza de un régimen totalitario: enmascarar a todos. Y ahí, dice Havel está su debilidad. Un régimen totalitario se resquebraja cuando un ciudadano decide vivir en verdad y asumir sus consecuencias. Cuando se justifica sus convicciones y se deja transformar por ellas. Se trata en el fondo de sacudirse esa complicidad del miedo y de lo cómodo. De elegir aquello que dará sentido realmente a nuestra existencia. Decía un filósofo alemán: o nos comprometemos por algo por lo que estemos dispuestos a sacrificar la vida, o de lo contrario nuestra vida carecerá de sentido. Esa es la revolución del vendedor de verduras: la revolución de la conciencia.

Pues bien, esta idea de Havel me atropelló el domingo pasado a partir de algo tan intrasendente como tensionante. Como todo aficionado que ve perder a su equipo, yo hice lo que se supone que hace un aficionado. En mi caso, Culiacán perdió la final de la Serie del Caribe contra Cuba: imaginé el hipotético hit bien colocado para el empate. «¡Pero si estuvimos tan cerca!» lo repetí varias veces.  Menté todo el repertorio de mentadas que me enseñaron mis padres para esos momentos. Saqué cuentas para ver cuánto aportaron los refuerzos que llevó Culiacán [los refuerzos Charros se fueron al bat .167 y al pitcheo le conectaron el homerun del 3-1 para irse con 3 de efectividad], y poder culpar a alguien. Me torturé repasando las jugadas en las que por centímetros pudimos haber sacado más. Se puso feo. 

Vi entonces en mi tuiter una publicación que salió de Cuba. Yoani Sánchez escribió: «Cuba/Vegueros gana la Serie del #Caribe de béisbol y el barrio grita de alivio y felicidad».


¿Quién es Yoani Sánchez? Una versión real y cubana del vendedor de verduras del que hablaba Havel. No quiero resaltar aquí su oposición al gobierno cubano -que lo está- y las controversias que ha suscitado. Ella ha dejado la máscara y ha publicado un blog sobre lo que ve y lo que piensa sobre Cuba. Ha puesto su nombre y su documento de identidad para ser ella la que sostiene lo que opina. Como si dijera: «Esta soy yo, esto es lo que pienso. Podré estar equivocada, podré ver las cosas de forma parcial. Pero soy yo. Basta de máscaras.» Lanzarse a algo así la ha llevado a descalificaciones, detenciones y recelos. Ha sido acusada como agente de la CIA y traidora de Cuba. Cuando viaja al extranjero es insultada por personas que utilizan a su favor un derecho que a ella le es negado en Cuba. Ha puesto en riesgo su tranquilidad a cambio de sacudirse la máscara de sosiego.

Yo vivía una tragedia deportiva, ella relataba algo que la había puesto feliz. Había ahí dos historias y una atropellaba a la otra. En una, alguien disfrutaba sin ser consciente de una libertad que otros ganaron para él. En la otra, alguien se daba un respiro en su lucha por una libertad que otros disfrutarán. ¿De qué lado me tocó estar?

Me acordé de lo que decían las abuelas. Pon la tragedia en contexto y pasará como con una pintura, las luces y las sombras tienen sentido si se ven unas junto a las otras.

Aquí unos videos de Yoani y sus detractores.


En el minuto 35 comienzan las preguntas. Se pone bueno el debate.


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