Dicen mis colegas que enseñan Derecho Constitucional que un documento como la Constitución ha de ser la «La suma de los factores reales de poder». -[Queda mejor si se dice en actitud de Moisés bajando con las tablas de la ley]-. La frase es del escritor francés Ferdinand Lassalle quien en 1863 dictó una serie de conferencias sobre lo que habría de considerarse la naturaleza de una Constitución opuesta a un gobierno absolutista. ¿A qué se refiere? ¿Que sólo un poder es legítimo si está en la Constitución? ¿Que el resultado del la lucha por el poder se expresa en la Constitución? ¿Que lo propio del derecho es su sometimiento al poder?
Unos diez años antes de las conferencias de Lasalle, en 1854, se cantó por primera vez el Himno Nacional: una marcha militar que invita al heroísmo y el sacrificio por la patria. En unas estrofas le prometemos a la patria que si un enemigo osara invadirnos, estaríamos dispuestos a exhalar nuestro último aliento defendiendo la patria querida. Nuestra muerte no será inútil: la patria se beneficiará del sacrificio, y el difunto merecerá nuestro recuerdo y si nos va bien un sepulcro de honor.
Si unimos estas dos ideas, no es de extrañar que en nuestra comprensión del derecho y de la vida política, la Constitución aparezca como la síntesis de lo que somos y lo que habremos de ser. La Constitución sería el centro y la fuente del fenómeno jurídico; y al mismo tiempo, la materialización de toda postura política y su núcleo de legitimidad.
Bajo esta lógica, tampoco es de extrañar que cualquier pretensión de cierta importancia queramos que se refleje en la Constitución. Quizá por eso nos empeñamos tanto en reformarla. En este sentido, algunos juristas sostienen que una Constitución «que todo el tiempo se está reformando y que contiene una regulación minuciosa y detallada de un sinfín de temas genera más problemas que soluciones». Tal vez no les falte razón:
"De la Constitución mexicana originalmente escrita y promulgada en 1917 queda muy poco. El 80% de los artículos constitucionales originales han sido modificados un promedio de cinco veces cada uno (Cámara de Diputados, 2013). Es una Constitución que ha sido modificada dos veces más que cualquier otra constitución democrática del mundo (Lorenz, 2008). La Constitución ha sufrido un total de 561 reformas (Cámara de Diputados, 2013). Sólo 27 de los 136 artículos constitucionales han permanecido sin cambios, esto es: sólo el 19% del texto constitucional permanece así, tal como fue concebido. (Viridiana Ríos, «Rarezas Constitucionales», Nexos, 1-Feb-2014)"
Nuestra efervescencia reformadora no se da en el aire: comprendemos la constitución como la fuente de legitimación política y el origen del sistema legal que justificaría ante el mexicano asumir los esfuerzos que implican hacer realidad los valores reconoce en ella. Asumimos que la Constitución justifica la apología del sacrificio a la que invita el Himno Nacional y por eso pensamos que nuestros pretensiones deben incorporarse a la Constitución. Esto es así, además, por que como herederos del modelo ilustrado de comprender el derecho, pensamos que la ley diseña primero el mundo que haremos realidad después. Primero diseñamos la máquina, y después la construimos. De forma análoga, primero diseñamos el México que deseamos y después buscamos transformar la realidad.
No creo que a la Constitución le venga bien calificativos cursis y grandilocuentes; y mucho menos depositar en ella, sin matices ni justificación, el origen de la experiencia jurídica o el único sello de legitimidad para pedir a los ciudadanos un esfuerzo por construir el país que queremos. Al celebrar a la Constitución conmemoramos un símbolo de institucionalidad. Como todo símbolo, es aquello simbolizado -y más específicamente la sociedad y sus aspiraciones- lo que hace realidad esos valores recogidos en la Carta Magna. Sólo por eso vale la pena adecuar la Constitución las veces que haga falta y celebrar la que heredamos de 1917.
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