Spoiler. Así termina El Quijote: Huyó el loco, sólo para que muriera el cuerdo. Antes de morir, el ciudadano apacible renegó de su vida de caballero andante. El bachiller Sansón Carrasco escribió este epitafio para la tumba del cuerdo Alonso Quijano que dejó su huella siendo Don Quijote:
“Yace aquí el Hidalgo fuerte
que a tanto estremo llegó
de valiente, que se advierte
que la muerte no triunfó
de su vida con su muerte.
Tuvo a todo el mundo en poco;
fue el espantajo y el coco
del mundo, en tal coyuntura,
que acreditó su ventura
morir cuerdo y vivir loco.”
Vivir loco. Decía Borges que a un gentleman sólo le interesan por las causas perdidas. Son las únicas que requieren de su sacrificio. Las otras se defienden solas. Siempre hace falta una pizca de locura para “la defensa de los reinos, el amparo de las doncellas, el socorro de los huérfanos y pupilos, el castigo de los soberbios y el premio de los humildes”.
Morir cuerdo. Lo más razonable es fallecer donde debemos, junto a quien amamos. Ante la muerte, sólo vale buscar en el corazón a quién amamos y quién nos quiso. Don Quijote estaba loco: pero nunca renegó de su vocación de caballero, nunca olvidó o traicionó a quien le ofrecía sus batallas. Siempre caminó junto a un amigo. Todos los días junto a alguien, siempre entregado a otros.
Quizá de eso se trate El Quijote, e intuyo que de eso se trate la vida. Sólo se muere bien, si se ha vivido bien. Sólo se vive bien, si se deja una huella en el mundo con nuestra audacia. Sólo se puede vivir como locos en compañía de amigos y en nombre de quien amamos con esa locura.
Morir cuerdo y vivir loco.
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