sábado, 5 de noviembre de 2016

Abrasado por el amor: Fantine y Quevedo


Algunos amores abrazan. Despiertan, llenan, fructifican, acogen un pasado y abren a un futuro. Su ley ordena que se «deberá besar al amado, estar junto a él y acariciarlo como a un hijo (Platón, La República, 403b)». Quien sea incapaz de ese cuidado es tosco, remata el discípulo de Sócrates.

Algunos amores abrasan. Su ley ordena embriagarse con ese amor, pero consume al amado y tritura al amante. Promete gozo, libertad y autenticidad, a costa del sacrificio del pasado y de secar las semillas que desatan el futuro. Curiosamente, también olvidan que «no body left behind»: tratan al cuerpo como un instrumento de su sueño, pero lo abandonan como un objeto sin lenguaje, ni significado.  Uno de esos amores hizo miserable a Fantine.

Quevedo contrasta estos dos tipos de amores en su poema «A una fuente». El agua, alguna vez encadenada en hielo por el invierno, serpentea rebosante de vida, liberada por el sol del verano. Pero su redentor se convierte en su verdugo: el calor la evapora. Pareciera que al limitarla, el invierno la protege y preserva. Sí, sí... pero no tanto frío que hiele el corazón.

¿Cómo lograr liberarse del frío que paraliza, sin dejarse consumir por el mismo calor que lo ha redimido?

A una fuente

¡Qué alegre que recibes
con toda tu corriente
al Sol, en cuya luz bulles y vives,
hija de antiguo bosque, sacra fuente!
¡Ay, cómo de sus rubio rayos fías
tu secreto caudal, tus aguas frías!
Blasonas confiada en el verano,
y haces bravata al invierno cano;
no le maltrates, porque en tal camino
ha de volver, aunque se va enojado;
y mira que tu nuevo Sol dorado
también se ha devolver como se vino.
De paso va por ti la Primavera
y el invierno; ley es de la alta esfera:
huésped son, no son habitadores
en ti los meses que revuelve el cielo.
Seca con el calor amas el hielo,
y presa con el hielo, los calores;
confieso que su lumbre te desata
de cárcel transparente,
que es cristal suelto, y pareció de plata;
pero temo que, ardiente,
viene más a beberte que a librarte;
y más debes quejarte
del que empobrece tu corriente clara,
que no del hielo que, piadoso, viendo
que te fatigas de ir siempre corriendo,
porque descanses, te congela y para.



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