jueves, 23 de julio de 2015

Intensamente injusto

Foto de Omar Vega, Latin, Content, Getty Images

Hace años se publicó un artículo titulado «Perfectamente Injusto»  [-sí, de ahí saqué el título de la entrada-] con ocasión del error de un “umpire” que le robó -por un error arbitral- un juego perfecto a Andrés Galarraga. Para darse una idea del tamaño del error: en el beisbol de las grandes ligas se han jugado más de 300 mil partidos y solamente 23 pitchers han logrado juegos perfectos. Por entonces, en las grandes ligas no estaba permitida la revisión de una decisión, así que no había oportunidad de corregir el error humano. El autor del artículo, Robert Wright era de la opinión que así debía quedar la regla. 

Que un árbitro afecte el resultado es parte del juego. Si el juego es educativo, el error que sucede en ese ámbito es también formativamente injusto. ¿Qué importancia tiene que la injusticia suceda en el contexto de una actividad en la que desdramatizamos la vida? Aunque lo sucedido ayer viene acompañado de una salsa particular -los escándalos de corrupción en FIFA, la sospecha fundada que los partidos se han arreglado por motivos comerciales-,  no creo que ese presupuesto pierda su valor: en el juego aprendemos que no necesariamente el que se esfuerza más merece más; que sin una disciplina callada por el trabajo bien hecho no podríamos aprovechar los golpes de suerte, ni los errores del contrario, ni los deslices del árbitro.

Las injusticias en el juego nos entrenan para enfrentar las injusticias que suceden fuera de él. Si ya experimentamos la injusticia en el juego, en ese ámbito de lo lúdico también exploramos las salidas a los atropellos. Gracias a ese entrenamiento en el terreno del juego, después enfrentaremos con mejores habilidades que el jefe no valore nuestro esfuerzo, que un colega se cuelgue nuestros logros como propios, que nuestros resultados dependan de alguien que percibimos con menos talento que los nuestros. Por que ya sentimos la injusticia dentro del juego.

Tendemos a educar niños trofeo: invitamos a soñar grande a nuestros pupilos, nos preocupa su autoestima, les premiamos sus logros, buscamos modos de que sufran lo menos posible. Pues bien, si en el juego aprendemos a probar el amargo sabor del atropello, podremos después encontrarle provecho a la experiencia del dolor. Algo así es lo que intenta Pixar con «Intensamente»: explicar en el ámbito del juego, por qué la tristeza es útil. Una vida plena no se construye siempre desde la alegría: crecemos si sabemos llorar cuando vemos amenazado lo que nos importa. Precisamente por que nos importa y aquello es valioso, nos lamentamos.

De igual modo, una vida plena no se construye siempre desde lo que es justo: construimos una familia, una universidad, una comunidad, un trabajo ideal con lo que tenemos a mano. No siempre es como quisiéramos, ni todo lo que nos gustaría, ni del modo en que lo soñamos. Mas nos vale que lo aprendamos en el juego. 

Quizá por eso sea mejor animar a los niños a  ser la mejor versión de sí mismos y no sólo a soñar grande y ni a que califiquen sus logros sólo en función de sus méritos personales. Nos guste o no, tarde o temprano se encontrarán con injusticias, con el dolor y con la muerte. Tal vez sea mejor ser introducidos y educados a lidiar con ello en el contexto del juego.  




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