Raïssa Oumançoff y su esposo Jacques |
En un post anterior escribí a propósito de un texto de Christian Bobin:
«¿Qué es lo que amo de ti, cuando digo «te amo»? Amo lo que haces, pero no «lo-hecho», sino «porque-lo-hiciste-tú». Amo lo que tienes, pero no «el-objeto», sino «porque-lo-tienes-tú».... Te amo a tí. Esa incapacidad para definir o señalar qué es lo que se ama –intentarlo a través de sus «periféricos»- es acercarnos de puntitas a lo que los filósofos llaman «persona» y los poetas describen como un «Tú».»
Hoy leí un texto de Maritain publicado en 1936 -"La distinción entre Persona e Individuo"- donde explica algo más parecido. Lo hace como filósofo, no como poeta. Quizá por eso suena a veces seco e impersonal. Aquí va:
Pascal ha dicho: “No se ama nunca a nadie, sino sólo a cualidades”.
Esta sentencia es falsa. Vale, si se quiere, cuando se habla del amor que se tiene por las cosas buenas que uno desea para sí. En este hermoso tapiz que me agrada, es su dibujo, sus colores, su molicie, sus cualidades, lo que aprecio. Pero, ¿para quién las aprecio? Para mí. En este caso el centro al que relacionamos las cosas no es un conjunto de cualidades, soy yo: algo mucho más profundo que cuanto de mí conozco, más profundo que mis cualidades, mis defectos – y hasta que mi naturaleza –.
El amor que se tiene a otro, el amor de que habla Pascal, que tengo a un ser humano que llega a ser para mí como yo mismo o más que yo mismo, este amor no se dirige a cualidades (al creerlo muestra Pascal una huella de ese racionalismo del que se defendía); no se aman meras cualidades; lo que amo es la realidad más profunda, substancial y recóndita, la más existente del ser amado: un centro metafísico más hondo que todas las cualidades y esencias que pueda descubrir y enumerar en el ser amado. De ahí que esta suerte de enumeraciones no acaben nunca en boca de los enamorados.
A ese centro va el amor, sin separarlo, cierto es, de las “cualidades”, pero como haciendo una sola cosa con ellas.
El amor va, pues, más lejos o más presto que el conocimiento, al menos que nuestro conocimiento humano abstracto. Todas las cualidades esenciales o accidentales que en Ti conozco no son todavía ese centro: Tú. Y sin embargo, el objeto más cognoscible para el intelecto es tu naturaleza o esencia, tu substancia y tus cualidades.
¿Qué es el además que se agrega a esas cosas para constituir el Tú como cen- tro a que va el amor?
Es algo que hace de esta naturaleza o esencia, de esta trama inteligible, una subjetividad; y lo que designo así como una subjetividad es el conjunto mismo de las profundidades inteligibles de un ser, que constituyen un todo por sí, un mundo asentado sobre sí, centrado sobre sí para existir: a quien, por consiguiente, puedo desear el bien, puedo amar por sí mismo, y que puede ser mi amigo.
Una sinfonía es un conjunto o universo de profundidades inteligibles, pero que se derrama en la existencia, que no está como anudado en una subjetividad y a quien no puedo desear el bien, ni puede ser mi amigo.
Yo conozco la subjetividad puesto que la experimento y la nombro. Pero es gracias a una reflexión más acentuada y como en una segunda faz de conocimiento, en la cual el amor ha precedido a la inteligencia que logró conocerla. La subjetividad es algo absolutamente aparte, que el amor encuentra directamente y en su primer impulso: y que el conocimiento intelectual sólo distingue luego, en sus caracteres propios.
La ley propia del amor nos conduce así al problema metafísico de la persona, puesto que lo que he llamado subjetividad es lo mismo que personalidad. El amor no se dirige a cualidades ni a naturalezas, sino a personas.
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