He visto con tristeza la noticia de los refugiados abandonados en la carretera con Austria. Entre 20 y 50 personas asfixiadas y dejadas a su suerte dentro de un camión diseñado para transportar animales. Personas que buscan un futuro mejor, que en la lotería de la vida les tocó -parece ser- nacer en Siria.
Había pensado escribir sobre las preguntas que me dejó haber leído Ven y pon un Centinela, la novela de Harper Lee que sería como la continuación -aunque esto está debatido- de la famosa obra Matar a un Ruiseñor. Pero la crisis de los refugiados -¡y de los migrantes que cruzan por nuestro país!- pedía hablar también de eso.
Uno de los puntos donde estos dos eventos se conectan es la pregutna de la conciencia. ¿Qué tipo de persona es capaz de lucrar con el hambre de la gente? ¿Qué tan bajo se debe caer para abandonar a personas en extrema necesidad, a las que se ha encerrado en un camión para animales? La respuesta parece fácil: hace falta ser alguien malo, maloso, maldito. Un humano que parece más bien monstruo. Pero no es tan sencillo. Hannah Arendt evidenció que una tragedia como el holocausto nazi fue posible por que muchas personas terriblemente normales abandonaron el deber de preguntarse por qué hacen las cosas. Dejaron que un sistemas de clichés y de «ya-qué»s, convirtieran a personas normales en perpetradores de tragedias. La banalidad del mal es en parte eso: que personas normales se conviertan en terribles asesinos por que dejaron de pensar, siguieron instrucciones, y vivían una vida demasiado normal.
En la novela Ven y pon un centinela, Atticus, el que había sido un héroe sin grietas ni fisuras en Matar a un Ruiseñor, es ahora un padre elitista, un racista que esconde sus prejuicios en la bondad paternalista de cuidar a los negros por su incapacidad de salir adelante por sí mismos. La decepción es grande y el conflicto entre el padre y su hija, inevitable. ¿Cómo fue que Atticus traicionó su conciencia? ¿Sólo para no parecer excesivamente raro y conflictivo y poder cambiar la sociedad desde dentro?
El dilema de Ven y pon un centinela es este: ¿qué tanto es posible seguir a la propia conciencia a costa de sacrificar nuestra participación en la edificación de una comunidad? Es decir, ¿qué pasa cuando por seguir la propia conciencia somos excluidos de una comunidad por parecer raros o diferentes, por no comportarnos como lo hace el resto, o por atentar en contra de alguna tradición?
Una respuesta del tipo "pues así soy y no me importa lo que piensen los demás", no resuelve el conflicto. El dilema es todavía más complicado. Si lo pensamos bien, hacer realidad los bienes que nuestra conciencia nos pide materializar, muchas veces exige lograr la empatía, solidaridad y adhesión de otros que viven con nosotros. ¿Qué pasa si ellos no están acostumbrados a ver en las acciones que hacemos otro modo legítimo de sumar a la vida social? En esos casos, puedo hacer lo que me parece correcto en conciencia, pero no he de extrañarme que esa acción no genere las adhesiones solidarias que esperamos de la comunidad en la que vivimos. Eso siempre es doloroso, pero pide de nosotros que hagamos lo posible por sumar a otros.
No se trata de decir "pues peor para la sociedad, así soy yo", sino de pensar -no somos átomos aislados, ni tampoco nadie es Robinson Crusoe- ¿cómo lograr a partir de nuestras decisiones en conciencia, despertar al resto de mi comunidad para edificar sociedades más justas? Ve y pon un centinela tiene algunas momentos difíciles y no es tan sólido literariamente. Pero a mi parecer no le podemos negar un gran acierto: poner ante nuestros ojos esa tensión entre conciencia personal y la capacidad de convocar a otros a seguir esos bienes. Es decir la relación entre mi esfuerzo por realizar lo que creo que es digno y la forma en que ese esfuerzo personal genera la adhesión de otros que viven en mi comunidad.
No plantearse esa pregunta, no intentar resolver ese dilema, tarde o temprano nos hace insensibles para percibir las llamadas de la dignidad y hacernos participar de males terribles, siendo en apariencia personas muy normales.
Para María Elena en Huixquilucan