Sin duda me instruí sobre la Declaración Universal de Derechos Humanos. Nombres, discusiones, propuestas, fórmulas, artículos, ideas. Sé tantos datos que hasta escribí y leí una tesis sobre eso. La pregunta es más bien esta: ¿qué es lo que «sé» realmente gracias al doctorado? O mejor aún, ¿qué sabiduría adquirí gracias a este grado universitario?
Tres actitudes y comportamientos que ahora considero irrenunciables:
1. Sé honesto y fiel –«be true», sé de verdad- con el estudio, y el estudio será fiel y honesto contigo. Las horas de lectura, trabajo, preparación y reflexión, aunque parezcan inútiles, nunca lo son. Los datos que se encuentran en textos y artículos son importantes; con esa información, dedicación y empeño, se adquieren los grados académicos. Pero el esfuerzo por comprenderlos intelectualmente y las horas de soledad mientras se arma la tesis, iluminan un mundo interior muy peculiar que va más allá de la información técnica. Es en soledad interior donde aparece el tesoro: el momento «eureka!». Se trata de un aparecer en forma de asombro; se experimenta como un darse cuenta de que esa nueva idea no sólo está ahí... sino que ¡es un regalo! Sí, evidentemente se fertiliza la tierra, se plantan semillas y se lanzan nutrientes. Se obra algo al modo del horticultor. Pero la planta surge como un don y su fruto, un regalo.
Lo mismo pasa con una nueva idea, pues el saber fructifica como un campo de «eureka!s». Son instantes que se acogen, disfrutan, celebran... y se vuelven a sembrar. Son momentos para embriagarse en el asombro por el regalo inmerecido, nunca como la satisfacción de cobrar lo que se merece. Quien estudia sólo para acceder a un grado, producir un artículo o dictar una lecture, se perderá lo más importante: porque le hace fraude al saber libre, al conocimiento como regalo y a su experiencia como asombro.
2. Guardar silencio. El «ocio» no es una actividad, sino un estado del alma; es una forma de callar para contemplar lo que se vive. Lo maravilloso se muestra al que guarda silencio, pues lo sublime huye de quien pisa escandalosamente. Hace falta callar para preguntarse: ¿qué tiene esto que me conmueve? ¿Cómo soy yo, que esto me hiere y reclama mi atención? ¿Por qué es bello, si no necesita ser bello para funcionar? ¿Y esta idea nueva que aparece en mí, por qué me emociona?
Al callar, no me refiero sólo al no decir nada sino al saber dar un paso atrás. Con algo de distancia se ve lo que se sabe, se contempla su condición de don y su maduración como un compromiso. Sólo si se calla, el amor con el que se trata al saber, se descubre como respuesta a nuestros anhelos y ansias; pero también como gozo, embeleso y fruición. Al callar se aprende a contemplar: un ver con amor el regalo que se admira.
3. Las conversaciones importan... y mucho. Para los griegos las conversaciones eran el único camino para develar la solución justa a los problemas de la polis. Ellos no se referían sólo a un intercambio de opiniones, como el que canjea tarjetitas de colección para un álbum de jugadores; ni tampoco veían el diálogo como el que adquiere una opinión nueva para colocar en su alacena intelectual. No. Los griegos –al menos Sócrates y claramente Platón- estaban convencidos de que el diálogo implicaba examinarse a uno mismo, para justificarse primero –«quién soy de verdad»-, y mostrarse después a los otros. Por ejemplo, la conversación sobre una de mis aficiones deportivas, exigiría no sólo que la señalara, sino que la justificara: «soy aficionado a este equipo porque nací en esta ciudad»; «soy aficionado a un deporte, porque ví jugar a Manning». Conversar nunca es sólo emitir sonidos. Más aún cuando compartimos los momentos «eureka», pues de alguna manera nos develamos ante los demás. Hablar de ellos es exponernos, ya sea porque nos vemos obligados a comportarnos conforme a lo que afirmamos o arriesgarnos a descubrir que aquello no vale la pena.
Así pues, el diálogo exige ponerse en evidencia, ofrecer los motivos de las propias opiniones, y ponerse en camino, junto a un amigo, en la búsqueda del saber compartido. El lugar donde sucede esta peculiar conversación, y al mismo tiempo, el resultado de esa conversación se llama universidad (quizá con más precisión, el bar universitario).
Las conversaciones no son un arrojar opiniones, sino, principalmente, moverse interiormete para saber: es una forma de dejarse transformar por la verdad conocida y por el encuentro con otro. Es impregnar el saber del amigo en la propia intimidad. Es en una conversación, dónde se celebran y se ponen en común los momentos eureka!; y, sin duda, donde se fertilizan y reciben nuevas semillas del saber.
Ser honesto con el estudio, callar y guardar silencio, un continuo conversar. This is it!