jueves, 25 de septiembre de 2014

¿Me bajo del auto por un día? Movilidad y Democracia.


Como sabemos, el 22 de septiembre se celebró el Día Mundial sin Auto. Reconozco que en lo personal sólo de pensar en moverme un día sin automóvil, ver mi agenda y el tiempo disponible, tiré la toalla. Tengo un amigo, el Profesor Carlos López que es promotor de Movilidad Sustentable. A él acudí para resolver mis dudas.  

Me explicaba que la materialidad de utilizar o no el automóvil es sólo una manifestación de lo que se busca. El reto es lograr ciudades para personas que se comprometen como ciudadanos. Pero el diseño de nuestras ciudades -por su tamaño e interconexión pensada para automóviles- dificultan las pequeñas interacciones de las personas que son el punto de partida de cualquier vida democrática. 

Es decir, no se trata de bajarse del automóvil sin más, sino de facilitar los encuentros entre “cercanos”: vecinos, transeúntes, etc. Está probado, me decía, una y otra vez, que las ciudades se humanizan cuando las banquetas son anchas, limpias y transitables por un peatón; cuando el servicio público se opera pensando en transportar personas, no en mover animales o mercancía; cuando se incentiva la movilidad en la que la persona sea la visible -no un automóvil-. ¿Cómo es eso? Me contaba un ejemplo: Uno de los promotores de esta iniciativa grabó lo que sucede cuando uno se mueve en una calle a pie (aquí el video): 

“Van apareciendo macetas hechas con llantas, monedas olvidadas en el piso, gente sonriente, perros guardianes que no asustan a nadie, un borracho atravesado en la banqueta, coches "tuertos", etcétera. […] Creo que el video […] da en la clave. El auto nos ha hecho más individualistas, menos cercanos a nuestra realidad inmediata, más ariscos con nuestros iguales. El coche nos ha quitado la Ciudad y nos ha dejado únicamente nuestra casa y nuestro punto de destino. Sólo fuera del habitáculo del coche podemos encontrarnos con quienes nos cruzamos y con la infinita variedad de formas de concretarse de lo urbano.”

Carlos también me hablaba de:  
«Jane Jacobs, la gran urbanista canadiense que comenzó la rebelión contra las ciudades centradas en el automóvil, decía que los átomos que conforman lo social son los pequeños encuentros con el vecino que pasea a su perro, con el vendedor de flores o el voceador, con la mujer que saca a ventilar la comida recién horneada. La cita no es textual. Por un día nos dimos el privilegio de reconectar con el sentido primero de la Ciudad, el encontrarnos con los demás y explorar los recovecos que nos ofrecen las calles.»
Hace tiempo comenté una sentencia de la Corte Europea de Derechos Humanos sobre la prohibición francesa de usar el burka en público (aquí la sentencia S.A.S v France, y aquí lo que recogió «El País»). La demandante se defendía diciendo que esa forma de vestir –cubriendo su rostro- expresaba sus ideales, su forma de ser, su religión… que esa restricción violaba sus derechos humanos. La Corte encontró que el país no violaba los derechos humanos, sino que imponía una restricción legítima. La prohibición de la burka se justificaba, no por motivos de seguridad, ni por motivos de igualdad de género, sino por que la burka, al cubrir completamente el rostro, impedía lo más básico de una democracia: el encuentro con personas. Algo que comienza con “ver el rostro”.

Algo similar sucede en este caso. Toda democracia requiere un mínimo de confianza y de compromiso de cada uno por sus vecinos y por el entorno que lo rodea. Esa corresponsabilidad se construye a partir de pequeños gestos, algo así como la hojarasca con la que comienza a prenderse una fogata. Caminar mi barrio, andar por mis rumbos, como “persona”, hace que me encuentre con mi vecino y lo salude, con la señora de la tienditas, con el bolero, etc; con mi compañero de oficina, etc. Gracias a esos pequeños encuentros con personas es que podemos comprometernos por lo que sucede en nuestro entorno, ofrecernos a ser solidarios con el resto, etc.

El automóvil no es el problema en sí mismo. El problema es que hemos despersonalizado nuestras ciudades en nombre de una utilidad productiva a cualquier costo. No me lo dijo así, pero creo que este sería su consejo: es mejor que no uses automóvil. Pero si tienes que usarlo, no se te olvide dar el paso a otro auto, respeta al peatón, estaciónate correctamente… y saluda a quien te encuentres después de dejar el automóvil. Anímate a valorar esos micro-encuentros. Ahí se construye la democracia.

NOTA: Sí sucedió la conversación por teléfono. Las citas son del artículo que Carlos (@CarlosLZ) publicó en Mural (aquí el link)



jueves, 18 de septiembre de 2014

Independencia y Reinos Desaparecidos (v.2)


Estos días de fiestas de Independencia han coincidido con dos noticias cuyo contraste nos ofrece una idea de lo que significa celebrar la vida de un Estado. Hoy se llevó a cabo el referéndum escocés donde se decidía si se convertían en Estado independiente o se mantienen como una nación más del Reino Unido (abajo un video). La crisis en Siria e Irak, pone de manifiesto que las fronteras artificiales dibujadas por Francia e Inglaterra en 1916, han dejado de funcionar. Líbano sostiene su frontera con Siria de forma precaria (aquí un artículo sobre el tema) y los movimientos independentista en Europa parecen renacer. No olvidemos que en Europa, por ejemplo, en los últimos 30 años han desaparecido Alemania Oriental, la Unión Soviética, Checoslovaquia y Yugoslavia.

Nosotros quizá celebramos la Independencia como la fiesta en la que ganaron los buenos sólo por que debían ganar los buenos. Tal vez vemos nuestra historia como la narración de quienes triunfan gracias a  un proyecto claro, definido y único: la mejor opción. Estos días he tenido presente el argumento que el historiador británico, Norman Davies recoge en su libro «Reinos Desaparecidos» (aquí en español). Su hipótesis es la siguiente: algunos historiadores -y en ocasiones nosotros- suelen centrar sus estudios a partir de sí ha funcionado, dando por supuesto que algo por «estar ahí», lo hace por que «debía ser así», e inconscientemente suponen deberá «seguir ahí». En otras palabras, si algo llegó hasta nosotros es posible seguir el hilo de aquello que sí ha funcionado como si fuera el único dato histórico disponible o relevante. Davies recuerda que el hilo hacia el pasado de lo que sí ha funcionado –o mejor dicho de lo que ha llegado hasta nosotros- se ha tensado junto con otros proyectos que se han intentado y no han funcionado (como la Ucrania de los Cárpatos que apenas existió un día); o con otros que funcionaron algún momento  pero ha dejado de existir (Como Bizancio, que duró 1120 años). 

El libro nos  recuerda que los Estados modernos (México es uno de ellos) no han estado prefigurados en la Historia, ni son el fruto de la necesidad histórica de que ganen los buenos ni el fruto necesario de la opción política más racional. Y la historia de México -como cualquier Estado- no es diferente: también ha sido trazada desde proyectos alternativos que también forman parte de lo que originó un país como el nuestro.  Estas fiestas nos invitan a echar un ojo por un lado a aquellos proyectos que fueron eficaces, a  las ideas que «por poco y no salen» pero aquí están, a los esfuerzos recompensados y a los golpes de suerte. Y sin duda también son una buena oportunidad de revisar la mediocridad de algunas personas, a las oportunidades no aprovechadas de otros, a las salidas en falso, etc. Por que todas ellas forman parte de nuestra historia.

El libro también nos ofrece otra lección: “Tarde o temprano, todos los Estados acaban desplomándose”, pues son construcciones humanas, es decir, provisionales y limitadas. Esta conclusión es un buen antídoto contra visiones sacralizadas del pasado nacional. También es un recordatorio de la responsabilidad de cada generación por la tradición y la cultura heredada. Nadie nos va a ahorrar el esfuerzo por reflexionar  los principios, proyectos y valores que recibimos como valiosos. Después nos toca buscar , una y otra vez, cómo organizar justamente la vida de «mí» comunidad presente.

Dice Davies en uno de los párrafos finales del libro: 
«el éxito en la constitución de un Estado es, de hecho, una rara bendición. Requiere prosperidad y vigor, buena suerte, vecinos benévolos y cierto rumbo que le ayude a medrar y a alcanzar la madurez. Todas las entidades políticas famosas de la historia han pasado por este examen de infancia, y muchas han vivido hasta edades avanzadas. Las que fallaron la prueba han expirado sin dejar huella. En la narración histórica de los órganos políticos, como en la condición humana en general, esta ha sido la forma en que ha funcionado el mundo desde tiempos inmemoriales» (p. 848).
-o-

"Syria's Geographic Challenge" (video)

"Scottish referendum explained for non-Brits" (video)




domingo, 14 de septiembre de 2014

¡He sido visto!


Platón describe el amor como un deseo que se infunde en el alma; una especie de semilla sembrada en ella por la belleza que emana del ser querido y que se recibe a través de los ojos del amante (Fedro 251b). «Su» mirada detona la sacudida interior, pues deposita «en mí» un «yo» que antes no se conocía; el «solo yo» es superado por un «ahora-yo-soy-lo-que-soy-contigo». Todo ello se siembra con la mirada.

El primer capítulo de la experiencia del amor es la aparición o el primer encuentro. Algo que sólo se experimenta si «ve». A partir de ese momento, la propia vida ya no se contempla igual: únicamente se comprende sólo «a-través-de-ella» y sólo «junto-con-ella». «Verse» es perderse y es encontrarse. Son los ojos los que hacen daño y al mismo tiempo los que redimen. Es la angustia de saber que mi mundo ha sido trastocado definitivamente. Después aquello podrá acabarse o no echar raíces. Pero nunca se puede olvidar a quien se ha visto a los ojos... ¡Nunca! (La frase la vi en Only clouds move the stars)

Hace poco vi West Side Story. Este es el diálogo del encuentro-aparición entre Tony y María:
«[Toni] -"You're not thinking I'm someone else?" [María]: -"I know you are not." -"Or that we have met before? -"I know we have not." -"I felt, I knew something-never-before was going to happen, had to happen. But this is-..." -"[interrupting] My hands are cold. [He takes them in his.] Yours, too. [He moves her hand to his face.] So warm. [She moves his hands to her face.]" -"Yours, too." -"But of course. They are the same." -"It's so much to believe-you're not joking me?" -"I have not yet learned how to joke that way. I think now I never will."



Esta escena me recordó este párrafo de Octavio Paz en «El Arco y la Lira»:
"Ante la Aparición, porque se trata de una verdadera aparición, dudamos entre avanzar y retroceder. El carácter contradictorio de nuestras emociones nos paraliza. Ese cuerpo, esos ojos, esa voz nos hacen daño y al mismo tiempo nos hechizan. Nunca habíamos visto ese rostro y ya se confunde con nuestro pasado remoto. Es la extrañeza total y la vuelta a algo que no admite más calificativo que el de entrañable. Tocar ese cuerpo es perderse en lo desconocido; pero, asimismo, es alcanzar tierra firme. Nada más ajeno y nada más neutro. El amor nos suspende, nos arranca de nosotros mismos y nos arroja a lo extraño por excelencia: otro cuerpo, otro ojos, otro ser. Y sólo en ese cuerpo que no es el nuestro y en esa vida irremediablemente ajena, podemos ser nosotros mismos. Ya no hay otro, ya no hay dos. El instante de la enajenación más completa es el de la plena reconquista de nuestro ser. También aquí todo se hace presente y vemos el otro lado, el oscuro y escondido, de la existencia. De nuevo el ser abre sus entrañas."
El mismo Paz describía en otro lugar ese momento como la trágica pregunta ¿qué significo yo para ella? Algo parecido también se narra en Los Miserables (IV.2.8) y se oye en el musical. La aparición se da en y desde la mirada que me pierde y al mismo tiempo me encuentra:
«En ese instante en que Cosette dirigió, sin saberlo, aquella mirada que turbó a Marius, éste no sospechó que él dirigió otra mirada que turbó también a Cosette, haciéndole el mismo mal y el mismo bien.
Hacía ya algún tiempo que lo veía y lo examinaba, como las jóvenes ven y examinan, mirando hacia otra parte. Marius encontraba aún fea a Cosette, cuando Cosette encontraba ya hermoso a Marius. Pero, como él no hacía caso de ella, este joven le era muy indiferente.
El día en que sus ojos se encontraron y se dijeron por fin bruscamente esas primeras cosas oscuras e inefables que balbucea una mirada, Cosette no las comprendió al momento. Volvió pensativa a la casa de la calle del Oeste donde habían ido a pasar seis semanas.
Aquel día la mirada de Cosette volvió loco a Marius, y la mirada de Marius puso temblorosa a Cosette. Marius se fue contento. Cosette inquieta. Desde aquel instante se adoraron.
Todos los días esperaba Cosette con impaciencia la hora del paseo; veía a Marius, sentía una felicidad indecible, y creía expresar sinceramente todo su pensamiento con decir a Jean Valjean: ¡Qué delicioso jardín es el Luxemburgo!
Marius y Cosette no se hablaban, no se saludaban, no se conocían: se veían y, como los astros en el cielo que están separados por millones de leguas, vivían de mirarse.
De este modo iba Cosette haciéndose mujer, bella y enamorada, con la conciencia de su hermosura y la ignorancia de su amor.»

Es verdad, en la vida de una persona ni todo es novela rosa, ni sólo es el primer encuentro. Pero refugiarse en esa mirada, recordar que «¡He sido visto!»... me ha sacado del hoyo muchas veces.

jueves, 11 de septiembre de 2014

El nuevo reloj, ¿quién es el dueño? (Pregunta a Julio Cortázar)

En 1962, Julio Cortázar publicó «Historias de Cronopios y Famas». En este compilado de relatos cortos, encontramos una serie de instrucciones sobre muchas cosas: desde cómo llorar, cómo subir una escalera o cómo dar cuerda a un reloj. Ahora que Apple presentó su nuevo reloj, un amigo (@ProfesorDoval) me recordó el «Preámbulo a las Instrucciones para dar Cuerda al Reloj». Es un texto que invita a pensar en el paso del tiempo: quién es el «sujeto del tiempo» y quién es el «sujetado por el tiempo». ¿Quién es el que manda? ¿Yo que soy el dueño del reloj (y de mi tiempo) o el reloj que me exige que lo vea y me someta al tiempo?

En el primer caso, somos nosotros quienes parece que dominamos nuestro tiempo y necesitamos de un reloj para hacer rendir las horas. Tal vez sí. Pero Cortázar recalca cómo un objeto -el reloj-, puede representar una marca, un estilo de vida, una serie de aspiraciones o la pertenencia a una comunidad de personas. En este caso el reloj no sólo da la hora, da estatus, muestra una posición social con la qué compararme con otros: «ya tengo el nuevo reloj». Cuando esto sucede, el sujeto es suplantado por el objeto: ahora es el reloj quien expresa la identidad, quien marca el ritmo y las aspiraciones de la persona. Ahora la persona es el objeto y el reloj el sujeto.

Este riesgo no se vincula sólo a las cosas que poseemos como marcas de identidad. Tiene que ver con algo más radical. Si ponemos atención, en muchas ocasiones nuestra libertad se ve exigida a decidir en un contexto no controlado o decidido por nosotros mismos. Así por ejemplo, la presencia de una persona que nos enamora no fue programada, pero exige de nosotros una respuesta. O en un ejemplo no tan agradable, la presencia de una enfermedad, nos exige que tomemos unas decisiones no planeadas.  Pero si vemos el problema hacia el futuro, nos damos cuenta que no podemos controlar las consecuencias de nuestras decisiones libres. Yo no puedo prever o controlar, por ejemplo, qué consecuencias puede tener en la vida de las personas si doy una buena clase o una clase mediocre.

De tal manera Cortázar pone ante nosotros esta pregunta ¿quién controla a quién? ¿Controlo yo mi tiempo o soy controlado por él? El escritor argentino condensa este problema en sus «Instrucciones para dar cuerda a un reloj» y en su «Preámbulo» de esta manera: cuando o regales un reloj, piensa que en esa persona se vive una tensión entre ser actor o espectador de su propia vida.

Aquí va el «Preámbulo a las Instrucciones para dar cuerda al reloj»:

Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.
Aquí está leídas por el mismo Cortázar.


jueves, 4 de septiembre de 2014

(Voy tarde por del día del abuelo): Shakespeare y los ancianos.

La Abuela
Ya había publicado algo así en el Blog. Lo presento otra vez, pero en esta ocasión para decirlo en el radio.

En una obra de teatro de Shakespeare, «As you like it» («Como te guste»), se recoge un monólogo muy conocido que compara las etapas de vida de las personas con las escenas de una obra de teatro:

"El mundo es un gran teatro,
y los hombres y mujeres son actores.
Todos hacen sus entradas y sus mutis
y diversos papeles en su vida.»

Para el dramaturgo inglés, son siete las escenas o etapas de nuestra vida: el infante, el escolar, el amante, el soldado, el sabio, el viejo y el senil. Todo ser humana pasa de una etapa a otra sin que podamos evitarlo. Como la semana pasada fue el día del anciano recupero aquí las últimas dos etapas de la vida que nos presenta Shakespeare:

«La sexta edad nos trae
al viejo enflaquecido en zapatillas,
lentes en las napias y bolsa al costado;
con calzas juveniles bien guardadas, anchísimas
para tan huesudas zancas; y su gran voz
varonil, convertida de nuevo en agudo tono de niño,
le pita y silba al hablar» 

Pero en los ancianos no encontramos sólo decadencia física. Ellos ancianos son depositarios de la memoria de una familia y un pueblo. ¿Cómo eras de chico? ¿Cómo se cocina el plato que te gusta? ¿Cómo va el cuento de la Caperucita? ¿Por qué serie de valores vale la pena regir la propia vida? ¿Por qué no hay mal que dure cien años ni idiota que lo soporte? ¿O en qué caso concreto sucedió aquello de que «Dios aprieta pero no ahorca», o «para atrás ni para agarrar vuelo»? ¿Cuál es la historia de tu familia y de la que tu formas parte? ¿Cómo se hace para ser buen padre, qué hice yo que salió bien y qué no salió tan bien que digamos? Los abuelos tienen mirada de largo alcance y memoria que ha repasado una y otra vez los sucesos de la vida. Lo han vivido y experimentado y podemos ver en sus dichos una comprobación histórica de sus dichos y frases.. 

Esta es la séptima y última etapa de la vida: la senilidad:

«La escena final
de tan singular y variada historia
es la segunda niñez y el olvido total,
sin dientes, sin ojos, sin gusto, sin nada.»  

Es la escena de la “segunda niñez y el olvido total”. Ya nos entregaron la vida y sus experiencias, y al final nos entregan su memoria por que se quedan sin ella… viven como niños que repiten lo mismo una y otra vez, sin lógica y sentido. Son como niños que ven sin cansarse la misma película y no se hartan de repetir el mismo cuento. Se aferran y rabietan por sus caprichos como si la vida se les fuera en ello. Antes de dejar el escenario de forma definitiva, el abuelo nos interpela y obliga a salir de nosotros mismos para responder a este reto que nos lanzan con su presencia: «¿Pondrás en práctica conmigo lo que yo hice contigo, que vale la pena hacerse cargo de un ser humano que no se basta a sí mismo?»