Como sabemos, el 22 de septiembre se celebró el Día Mundial sin Auto. Reconozco que en lo personal sólo de pensar en moverme un día sin automóvil, ver mi agenda y el tiempo disponible, tiré la toalla. Tengo un amigo, el Profesor Carlos López que es promotor de Movilidad Sustentable. A él acudí para resolver mis dudas.
Me explicaba que la materialidad de utilizar o no el automóvil es sólo una manifestación de lo que se busca. El reto es lograr ciudades para personas que se comprometen como ciudadanos. Pero el diseño de nuestras ciudades -por su tamaño e interconexión pensada para automóviles- dificultan las pequeñas interacciones de las personas que son el punto de partida de cualquier vida democrática.
Es decir, no se trata de bajarse del automóvil sin más, sino de facilitar los encuentros entre “cercanos”: vecinos, transeúntes, etc. Está probado, me decía, una y otra vez, que las ciudades se humanizan cuando las banquetas son anchas, limpias y transitables por un peatón; cuando el servicio público se opera pensando en transportar personas, no en mover animales o mercancía; cuando se incentiva la movilidad en la que la persona sea la visible -no un automóvil-. ¿Cómo es eso? Me contaba un ejemplo: Uno de los promotores de esta iniciativa grabó lo que sucede cuando uno se mueve en una calle a pie (aquí el video):
“Van apareciendo macetas hechas con llantas, monedas olvidadas en el piso, gente sonriente, perros guardianes que no asustan a nadie, un borracho atravesado en la banqueta, coches "tuertos", etcétera. […] Creo que el video […] da en la clave. El auto nos ha hecho más individualistas, menos cercanos a nuestra realidad inmediata, más ariscos con nuestros iguales. El coche nos ha quitado la Ciudad y nos ha dejado únicamente nuestra casa y nuestro punto de destino. Sólo fuera del habitáculo del coche podemos encontrarnos con quienes nos cruzamos y con la infinita variedad de formas de concretarse de lo urbano.”
Carlos también me hablaba de:
«Jane Jacobs, la gran urbanista canadiense que comenzó la rebelión contra las ciudades centradas en el automóvil, decía que los átomos que conforman lo social son los pequeños encuentros con el vecino que pasea a su perro, con el vendedor de flores o el voceador, con la mujer que saca a ventilar la comida recién horneada. La cita no es textual. Por un día nos dimos el privilegio de reconectar con el sentido primero de la Ciudad, el encontrarnos con los demás y explorar los recovecos que nos ofrecen las calles.»
Hace tiempo comenté una sentencia de la Corte Europea de Derechos Humanos sobre la prohibición francesa de usar el burka en público (aquí la sentencia S.A.S v France, y aquí lo que recogió «El País»). La demandante se defendía diciendo que esa forma de vestir –cubriendo su rostro- expresaba sus ideales, su forma de ser, su religión… que esa restricción violaba sus derechos humanos. La Corte encontró que el país no violaba los derechos humanos, sino que imponía una restricción legítima. La prohibición de la burka se justificaba, no por motivos de seguridad, ni por motivos de igualdad de género, sino por que la burka, al cubrir completamente el rostro, impedía lo más básico de una democracia: el encuentro con personas. Algo que comienza con “ver el rostro”.
Algo similar sucede en este caso. Toda democracia requiere un mínimo de confianza y de compromiso de cada uno por sus vecinos y por el entorno que lo rodea. Esa corresponsabilidad se construye a partir de pequeños gestos, algo así como la hojarasca con la que comienza a prenderse una fogata. Caminar mi barrio, andar por mis rumbos, como “persona”, hace que me encuentre con mi vecino y lo salude, con la señora de la tienditas, con el bolero, etc; con mi compañero de oficina, etc. Gracias a esos pequeños encuentros con personas es que podemos comprometernos por lo que sucede en nuestro entorno, ofrecernos a ser solidarios con el resto, etc.
El automóvil no es el problema en sí mismo. El problema es que hemos despersonalizado nuestras ciudades en nombre de una utilidad productiva a cualquier costo. No me lo dijo así, pero creo que este sería su consejo: es mejor que no uses automóvil. Pero si tienes que usarlo, no se te olvide dar el paso a otro auto, respeta al peatón, estaciónate correctamente… y saluda a quien te encuentres después de dejar el automóvil. Anímate a valorar esos micro-encuentros. Ahí se construye la democracia.
NOTA: Sí sucedió la conversación por teléfono. Las citas son del artículo que Carlos (@CarlosLZ) publicó en Mural (aquí el link)