miércoles, 17 de agosto de 2016

Rizzo, el beisbol y jugar más allá de los límites


Hace tiempo escribí en el blog que el beisbol es un deporte en el que experimentamos desde el fracaso hasta la diversión más allá de los límites de la propia existencia:
¿Cuál es la orilla del campo dentro de la cual es válido demostrar creatividad y capacidad atlética? En el fondo, no es más que preguntarse ¿cuál es la frontera real -espacial o temporal- a la que podemos aspirar, incluso cuando jugamos dentro de las reglas? [...] Quizá la vida se trate de eso: de jugar aquí, a pesar de nuestros reveses y caídas, y de vez en cuando, experimentar lo que existe más allá de las fronteras. Un filósofo existencial lo diría así: «¿No te has dado cuenta que la vida debe ser eso? ¿Jugar aquí para de pronto divertirse más allá?» Si nuestros días suceden entre el juego, las reglas, el campo, los límites y lo que existe más allá de estos, entonces esta escena es, simplemente, existencial.
En esa entrada se mostraba a un jugador, Anthony Rizzo, que cruzaba las fronteras del campo y en las gradas atrapaba una pelota para marcar un out... ¡Lo ha vuelto a hacer!


miércoles, 10 de agosto de 2016

«Nacionalicemos a Phelps» de Germán Dehesa



No tiene desperdicio olímpico. Apareció en Mural el 14 de agosto de 2008:
«Tiene un cierto rostro de Pánfilo Ganso y caminares como de pelícano, pero ya en el agua es como político con presupuesto abundante: voraz, implacable e insaciable. Mi sugerencia de nacionalización no es un mero fuego fatuo que haya iluminado cualquiera de mis insomnios; para nada, se trata de una medida muy bien meditada y de múltiples efectos benéficos para el deporte nacional. Nomás de golpe ya tenemos al mejor atleta de toda la historia de las Olimpiadas (¡y sin la maléfica influencia del torvo Vázquez Raña y de el Tibio Muñoz, su clonecito de bolsillo!), pero además, cristalizaremos la posibilidad de tener una delegación triunfadora formada por el propio Phelps y ya, o por Phelps y algunas chicas que se comprometerán a no llevar familia. Esto no es cosa mía, pero los aztecas nos estamos formando una imagen de chillones planetarios que no va bien con nuestra imagen recia y estoica: ¡cero familia chillona!.
Pensemos en que Phelps solito ha ganado ya más medallas de oro que México en toda su historia. La cuestión estribaría en mantenerlo en condiciones muy higiénicas (yo diría que lo aisláramos en las bóvedas del Banco de México con su cubito de agua y hermosas edecanes del Centro Histórico; Agrupación Cisne, absténgase). Se le encomendaría a mi amigo El Marce la tarea de cuidar a nuestra joya Phelps y que ni sueñe con sacarlo para inaugurar sus muy pinchurrientitas albercas y playas capitalinas. Por cuenta del Marce corre el bienestar de nuestro egregio nadador y muchos puntos de popularidad ganará si tiene a Phelps contentito y cumpliéndole cuanto capricho se le ocurra: ¿qué quiere libros?, de inmediato Marce se pone en contacto con Mario Marín que es un destacado surtidor de bibliotecas quien de inmediato le enviará no uno, sino varios tráilers de la suerte, llamados así porque mediante un estimulante sorteo, los tráilers pueden venir vacíos, pueden traer las memorias de Schopenhauer en su lengua original, los discursos de Miguel de la Madrid también en su lengua original y así. Es tan ocurrente el Gobernador Marín, que uno nunca sabe con qué nos va a salir este predilecto amigo de Felipe Calderón y de la Suprema Corte que, por cierto, ahora nos dice que todos sus integrantes son perfectos y están en vías de canonización y que ellos impartirían una justicia expedita y maravillosa si les entregaran expedientes bien documentados (¿cómo el de Lydia Cacho, o mejor?). Ya pensándolo bien, no sería mala la idea de poner a Phelps al frente de la Suprema Corte, en lugar de este señor tan plomito que parece la mamá de la Pequeña Lulú.
Pero, no perdamos de vista a Phelps y a las múltiples ventajas que ofrece el hecho de nacionalizarlo azteca y con ello ahorrarnos la pena ajena y propia de enviar, por ejemplo, a nuestro equipo de velerismo que por más manazos y jondeones que le dan a su embarcación, ésta permanece tranquilamente al pairo meciéndose suavemente mientras otras naciones ya van llegando a la rayita del horizonte; por no hablar de nuestras gimnastas que tienen insalvables problemas de diseño. Hay que aceptarlo: la raza tenochca es petacona y no hay concurso de Televisa que la redima. Tendrían que diseñar para nuestras chicas ejercicios especiales que no comprometieran el aguayón, porque de otra manera nuestro ineludible destino será el de que nuestras náyades se vayan de náilons reiteradamente.
Muchas son las ventajas de la medida que propongo. Dista mucho de ser una mera puntada. Ahorraremos mucho dinero y ganaremos prestigio». [...]

martes, 2 de agosto de 2016

Los (todavía no) pudores de Lucas


El @ProfesorDoval, uno de mis mentores, me (me, me) puso en la pista de este cuento de Cortázar. Debía un post dedicado al vástago del Barbas y de la Chancla. ¡Grandes los tres! Como se verá, afortunadamente, Lucas empuja y opera sin preocuparse por las visitas.
Lucas, sus pudores 
En los departamentos de ahora ya se sabe, el invitado va al baño y los otros siguen hablando de Biafra y de Michel Foucault, pero hay algo en el aire como si todo el mundo quisiera olvidarse de que tiene oídos y al mismo tiempo las orejas se orientan hacia el lugar sagrado que naturalmente en nuestra sociedad encogida está apenas a tres metros del lugar donde se desarrollan estas conversaciones de alto nivel, y es seguro que a pesar de los esfuerzos que hará el invitado ausente para no manifestar sus actividades, y los de los contertulios para activar el volumen del diálogo, en algún momento reverberará uno de esos sordos ruidos que oir se dejan en las circunstancias menos indicadas, o en el mejor de los casos el rasguido patético de un papel higiénico de calidad ordinaria cuando se arranca una hoja del rollo rosa o verde. 
Si el invitado que va al baño es Lucas, su horror sólo puede compararse a la intensidad del cólico que lo ha obligado a encerrarse en el ominoso reducto. En ese horor no hay neurosis ni complejos, sino la certidumbre de un comportamiento intestinal recurrente, es decir que todo empezar lo mas bien, suave silencioso, pero ya al final, guardando la misma relación de la pólvora con los perdigones en un cartucho de caza, una detonación mas bien horrenda hará temblar los cepillos de dientes en sus soportes y agitarse la cortina de plástico de la ducha. 
Nada puede hacer Lucas para evitarlo; ha probado todos los métodos, tales como inclinarse hasta tocar el suelo con la cabeza, echarse hacia atrás al punto de que los pies rozan la pared de enfrente, ponerse de costado e incluso, recurso supremo, agarrarse las nalgas y separarlas lo más posible para aumentar el diámetro del conducto proceloso. Vana es la multiplicación de silenciadores tales como echarse sobre los muslos todas las toallas al alcance y hasta las salidas de baño de los dueños de casa; prácticamente siempre, al término de lo que hubiera podido ser una agradable transferencia, el pedo final prorrumpe tumultuoso. 
Cuando le toca a otro ir al baño, Lucas sufre por él pues está seguro que de un segundo a otro resonar el primer halalí de la ignominia; lo asombra un poco que la gente no parezca preocuparse demasiado por cosas así, aunque es evidente que no están desatentas de lo que ocurre e incluso lo cubren con choques de cucharitas en las tazas y corrimientos de sillones totalmente inmotivados. Cuando no sucede nada, Lucas se siente feliz y pide de inmediato otro coñac, al punto que termina por traicionarse y todo el mundo se da cuenta de que había estado tenso y angustiado mientras la señora de Broggi cumplimentaba sus urgencias. Cuán distinto, piensa Lucas, de la simplicidad de los niños que se acercan a la mejor reunión y anuncian: 
Mamá, quiero caca. Qué bienaventurado, piensa a continuación Lucas, el poeta anónimo que compuso aquella cuarteta donde se proclama que no hay placer más exquisito / que cagar bien despacito / ni placer más delicado / que despues de haber cagado. Para remontarse a tales alturas ese señor debía estar excento de todo peligro de ventosidad intempestiva o tempestuosa, a menos que el baño de su casa estuviera en el piso de arriba o fuera esa piecita de chapas de zinc separada del rancho por una buena distancia. 
Ya instalado en el terreno poético, Lucas se acuerda del verso del Dante en el que los condenados avevan dal cul fatto trombetta, y con esta remisón mental a la más alta cultura se considera un tanto disculpado de meditaciones que poco tienen que ver con lo que está diciendo el docotor Berenstein a propósito de la ley de alquileres.
Julio Cortázar, 1979.