domingo, 27 de septiembre de 2015

L'Esperti Català y el Quijote sobre Barcelona

Antoni Tàpies, «L'ESPERIT CATALÀ», 1971, Museo de la UNAV

Así describe el Quijote a Barcelona (2da Parte, Cap 72).
«[A]rchivo de la cortesía, albergue de los estranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única; y aunque los sucesos que en ella me han sucedido no son de mucho gusto, sino de mucha pesadumbre, los llevo sin ella, solo por haberla visto.» 
Hoy es día de elecciones importantes en Cataluña.  Para un extranjero, en El Español encontré la mejor explicación de lo que pasa estos días.

viernes, 25 de septiembre de 2015

La suerte siempre acude al rescate de los audaces (Exhibit A)


Supongo que conocen la escena. Aquí va el mismo evento visto desde tres tomas.

1. Primera vista: ¡Ven!



2. Segunda toma: Per aspera ad astra!



3. «Exhibit A»: La suerte siempre acude al rescate de los audaces.
[Seguir a la chiquilla. La cámara -obvio- va con el Papa]




sábado, 19 de septiembre de 2015

"Yo no me voy a casar"


Escuché al vuelo esta frase cuando veía salir a unos recién casados de una iglesia. Ya son siete días de aquello y la afirmación me sigue rondando la cabeza. Tal vez por que la he oído en varias personas a las que estimo de veras, y –¡qué le voy a hacer!- mis padres me enseñaron a tomarme en serio a quien aprecio. ¿Cuál es verdadero drama interno que revelan? ¿Cómo se devela y se vive ese misterio?

Dos ideas para centrar lo que voy a decir. (1) De ninguna manera pretendo sugerir que la persona que lo dijo, realmente piense que no nació para amar, que no esté enamorada o no haya generado el amor. Nada de eso. Ignoro todo el contexto de lo que está detrás de esa frase. (2) Lo que me interesa es sólo  explorar caminos para no impacientarse por el amor. Dije el amor no matrimoniarse. No voy a defender que deban terminar casados. No.

Lo que me interesa es pensar en voz alta, cómo navegar entre dos extremos de quien, en ocasiones, tienen difícil aquello del amor: desesperarse o encerrarse. No es una entrada contra la soltería a favor del matrimonio. Es sobre cómo embarcarse en la lógica del amor, cuando la experiencia personal nos empuja a desesperarse por la falta de correspondencia o a encerrarse en un caparazón. Cómo no desesperar, si a veces es difícil encontrar quién realmente me introduzca en esta experiencia que describe Heidegger:
«¿Por qué el amor es tan rico, superando todas las dimensiones de las otras posibilidades humanas, y por qué supone una carga tan dulce para aquellos a quienes afecta? Porque nos convertimos en aquello que amamos y, no obstante, seguimos siendo nosotros mismos. Querríamos dar entonces las gracias al amado y no encontramos nada que satisfaga ese deseo. Sólo podemos dar las gracias dándonos a nosotros mismos. El amor transforma la gratitud en fidelidad a nosotros mismos y en fe incondicional en el otro. De este modo aumenta el amor continuamente su misterio más propio [Carta de Heidegger a Arendt, 21.II.1925]».
He buscado armar una respuesta. Hasta ahora, sólo encuentro piezas sueltas. Por lo que aquí no encontrarán la solución definitiva del problema. Recomiendo primero ver los subtítulos y leer el que llame la atención. No existe un hilo conductor. Ahí van:

Casi siempre es gradual, no de golpe 

Por lo que he visto, al amor no siempre se entra de golpe. A veces sólo lo percibimos cuando ya estamos metidos en él. Difícilmente se llega de pronto (Jane Austen pensaba algo así), y es poco probable que nazca con una intensidad que lo haga fácilmente reconocible. No esperes –en un principio- algo así (aquí completo):

Es amor fuerza tan fuerte
que fuerza toda razón;
una fuerza de tal suerte,
que todo seso convierte
en su fuerza y afición;
una porfia forzosa
que no se puede vencer,
cuya fuerza porfiosa
hacemos más poderosa
queriéndonos defender
(Jorge Manrique, 1476)


¿Sino o Destino? (Paciencia 1)

Organicemos un concurso sobre cómo se conocieron nuestros padres, donde gane el matrimonio cuyos esposos partían de más improbabilidades para conocerse, los que de entrada eran los menos probables de encontrarse o los que más estuvieron a punto de no toparse. Mi abuelo sirio, conoció a mi abuela libanesa, en Villahermosa. Ahí nació mi madre, que conoció a mi papá –nació en Celaya- en la Ciudad de México. Yo nací en Culiacán, vivo en Guadalajara... Es mucho más probable no habernos conocido, que lo contrario. El encuentro con otros es una gran improbabilidad. Así lo describe Chesterton:
“Robinson Crusoe es un hombre, recién evadido del mar que se ha instalado sobre un peñasco con unas pocas comodidades. Lo más lindo del libro es la ennumeración de las cosas salvadas del naufragio. El más grande de los poemas es un inventario. Cada utensilio de cocina se convierte en el utensilio ideal, porque Crusoe pudo haberlo dejado caer al mar. Es un buen ejercicio para las horas ingratas o vacías del día, mirarlo todo y pensar cuán feliz uno puede sentirse de haberlo salvado del barco zozobrante y llevado luego a la isla solitaria.
Y es mejor aún el ejercicio de recordar cómo todo se salvó por un pelo: cada cosa que tenemos se salvó de un naufragio. Cada hombre ha tenido una horrible aventura: como un oculto nacimiento fuera del tiempo; él, no era; igual que los niños que nunca llegan a la luz. En mi infancia se hablaba mucho de hombres de genio disminuidos o arruinados; y era común decir de muchos de ellos que eran: «Grandes Pudieron Ser». Para mí es un hecho más cierto y sorprendente que cualquier hombre que cruzó por la calle es un: «Grande Pudo No Haber Sido» (Ortodoxia, Cap. 4. La ética en el país de los Elfos)”.
Quizá sea un buen ejercicio, preguntar a los amigos cómo fue que llegaron al lugar en el que nos conocimos. Muy probablemente nos sorprenderemos que ellos son para nosotros un regalo que por nada pudimos haber perdido. ¿Qué pasaría si nos acostumbramos a atesorar esa improbabilidad que al final sí funcionó?



La tierra es de quien la trabaja 

Aunque coincidir con alguien es más improbable que su contrario, y a pesar que todo encuentro es regalo –conocernos es un don-... hay que quemarse, moverse, empeñarse, poner de nuestra parte. Al menos se puede entrenar el corazón para cuando coincidan. Siempre es posible dejarse afectar por el otro y sus necesidades. Difícilmente el empático echa a perder un encuentro. Coincidir, sí que es un regalo, por que es una gran improbabilidad. Es un regalo -no controlado- que preparamos, descubrimos y aprovechamos por entrenamiento -que sí controlamos-. Paperman nos lo cuenta así:


Roma no se hizo en un día.

Algún dato pueden ofrecer el modo en que cuidamos y fomentamos las relaciones familiares y personales... Quizá ayude tomar en cuenta que ni siquiera Pepé Le Pew es imbatible. «El verdadero amor nunca fluye con facilidad», escribió Shakespeare. Estos días me encontré con este texto de Stefan Zweig en su biografía sobre Erasmo de Rotterdam. Es una reflexión sobre el valor de las utopías: incluso si los hechos -y los expertos en la vida real- se empeñan en desestimar nuestro idealismo. La idea de Zweig es esta: Erasmo fracasó en su Utopía, pero su ideal ha fertilizado los anhelos de otros quienes se han tomado en serio su responsabilidad en el mundo real. Han respirado y sudado el ideal que Erasmo no vio hecho realidad Erasmo.

Con el amor pasa algo similar. Aunque efectivamente una persona nunca se case, el ideal de dar la vida por otro, –el ejercicio por entrenarse con amigos y familiares, quizá- terminará fertilizando el corazón de otros. Basta que se intente, una y otra vez, entregar la existencia por el amor a quien ya está a nuestro lado. Como Gaudí. Nunca se casó, ni vio terminar su gran sueño de una basílica como La Sagrada Familia. Pero el amor que él puso a ese proyecto, ha movido a muchas personas a seguir con la edificación del templo, y removido a miles de visitantes a su obra. 


La cuarta pared (Ampliar la mirada)


En teatro, la cuarta pared es el muro imaginario que se levanta entre el escenario y el público. La obscuridad de la gradería y la luz del escenario, ocultan a los espectadores en la penumbra. Desde ahí, estos ven los esfuerzos de los personajes y participan de su vida; pero para los actores, su público permanece oculto. ¿Habrá alguien que contemple nuestra vida como en un escenario, a quien percibimos en la penumbra, pero no vemos con claridad? ¿Y si ve conmovido nuestros esfuerzos?

Una filósofa me recordaba el argumento de Ivan Karamazov. Si no me equivoco se aplicaría así a nuestro problema: pensar que Alguien es testigo de ese esfuerzo por amar, que lo redime y fructifica, puede ser edificante y sólo por eso, imaginarlo vale la pena. La creencia habría cumplido su misión, si en ella se encuentra estímulo y consuelo. Tal vez tenga razón, pero sólo hasta cierto punto. Por más consuelo que encontremos en imaginar al Espectador observándonos detrás de la cuarta pared, si no existe realmente, poco aliento  ofrecería. Más aún, cuando nos dejamos la vida en algo, más nos vale que aquello en lo que creemos sea real. Honestamente no vale la pena dar la vida por que Galadriel premie nuestros esfuerzos.  Sinceramente consuela poco pensar que Aragorn, hijo de Arathorn, suba al escenario para pelear a favor nuestro. O existe realmente un Espectador tras la cuarta pared, o el efecto medicinal de pensar en él sería un engaño.

Pues bien, Mark St. Germain escribió una obra de teatro titulada Freud's Last Session, donde recrea una conversación imaginaria entre C.S. Lewis –creyente- y Sigmund Freud –ateo- sobre Dios, su existencia, su presencia,  la cuarta pared que nos separa de Él. Hacia el final, los dos reconocen que no resolverán el misterio, y que al mismo tiempo, no intentar vislumbrar al Espectador, es disparatado. Freud se despide contando la historia de un ateo que al saberse cercano a la muerte, manda llamar a un Pastor para hablar de Dios. El ateo muere sin cambiar de idea, el Pastor sale de la casa con la seguridad de haber convertido a su interlocutor. Freud no duda que el ateo murió sin creer en Dios, pero admite que no puede garantizar lo ocurrido en la conciencia de un hombre que cruza la cuarta pared. No puede descartar la posibilidad de creer en Dios en el momento final. Despide a Lewis, se sienta junto al radio y escucha las últimas palabras del discurso del Rey Jorge (sí, el de la película):
«Pueden haber días oscuros en nuestro futuro y quizá la guerra no pueda limitarse al campo de batalla. Pero solo podemos hacer lo correcto, como veamos lo correcto, y con mucha reverencia encargar nuestra causa a Dios. Si todos y cada uno de nosotros nos mantenemos fieles, listos para cualquier servicio o sacrificio que se nos pida, entonces con la ayuda de Dios prevaleceremos. Que Dios nos bendiga a todos.» (Freud suspira)
Freud se reclina en el diván y se queda mirando la radio [...] como si tratara de descifrarlo. [Como si tratara de percibir si existe o no el Espectador].
No existe un seguro contra todo. Nadie puede controlar que sus gestos de amor sean los acertados, ni asegurar que lo decidido obtendrá el fruto esperado. Nadie tiene asegurado que le saldrá bien el amor, o que sabrá experimentarlo como se debe. Pero tampoco de lo contrario. Nadie puede asomarse al corazón de quien recibe nuestro afecto. Sólo por que quizá fructifique, vale la pena lanzar al semilla.

¿Y qué pasaría si nos sabemos actores ante un Espectador al que no le es indiferente lo que nos ocurre y a nuestros empeños? El cristianismo asegura que después de la muerte de Cristo en la cruz, la verdad de que Dios ama al hombre está demostrada y garantizada. «¿Pero cómo verlo yo, aquí, ahora, cuando parece que mis esfuerzos por el amor no rinden frutos?»... Freud se reclina en el diván y se queda mirando la radio [...] como si tratara de descifrarlo.

Al final del día, lo que sucede detrás de un "Yo no me voy a casar", queda en el misterio de la persona que lo experimenta y en el Espectador que lo contempla. Ese drama siempre será indescifrable para mi que sólo oí la frase dicha al vuelo.


La idea de la cuarta pared, se la oí a Esteban López Escobar en una conferencia sobre la teatralidad de la vida. Él utilizó la obra de teatro de Mark St. Germain.