domingo, 30 de marzo de 2014

Esta foto, ¿qué tiene que ver conmigo?

Es difícil no emocionarse. Dos periodistas españoles fueron liberados en Siria (aquí) tras 194 días de secuestro. Una foto de Javier Espinosa nos muestra el reencuentro con su hijo. Ana Pastor (@_anapastor_), periodista de CNN, lo describe así en tuiter: «Fotón de @javierespinosa2. La felicidad se llama esto» 

Javier Espinosa se reencuentra con su hijo (Foto de Carlos García Pozo, «El Mundo»)
Sólo es posible emocionarse si en nuestra propia vida hemos experimentado la ausencia y el reencuentro. Sólo así podemos comprender, de alguna manera, lo que ese momento significa. Sólo así ese abrazo también nos interpela. 

Pero hay algo más. Hace unas semanas en la Universidad de Navarra se presentaron una serie de conferencias TEDx. Lupe de la Vallina (@Lupe_) habló del asombro como materia prima para la propia vida: «El asombro me hace preguntarme a mí misma: ¿qué tiene que ver conmigo este atardecer que me maravilla? [...] Si algo me asombra es por que me está llamando a mí. [...] Si algo me asombra es por que me está esperando a mí. [...] Lo bueno del asombro, lo que lo hace fiable, es que no lo podéis inventar vosotros. Ante una duda, podéis escuchar las razones de uno, podéis escuchar las razones de otro y podéis auto-convenceros... pero si algo os asombra, estad seguro de que no nos lo babemos inventado, por que nadie puede auto-asombrarse. Es algo que no termina nunca. Y es algo que os va a hacer crecer siempre»


La foto de Javier también nos cuestiona: ¿Y qué tiene que ver conmigo? ¿Por qué me asombra? El abrazo de un padre con su hijo nos emociona porque hemos experimentado la ausencia y el volvernos a encontrar. Pero también nos conmueve porque llama. Nos emplaza a revivir una experiencia así: «¡También es para mí!». El tipo de bienes que contemplamos en la foto reclaman nuestra atención: el reencuentro, un abrazo, o en un ejemplo que usa Lupe, la grandeza armónica de un atardecer. Es una llamada a contemplar y al mismo tiempo a conquistar, a realizar el bien que ahí se muestra para hacerlo nuestro. Porque también es para mí, nos moviliza. Por que no lo puedo controlar, sólo lo puedo aceptar como regalo

Por eso esa foto tiene que ver conmigo.

Estos días de vacaciones, es una buena oportunidad para quitarle el polvo al ojo con el que nos asombramos. ¿Y cómo se hace eso? Durmiendo bien, reírnos con otros, dejándonos convencer por aquello que nos asombra, y cuidando las cosas pequeñas que tengo en mis manos.

martes, 25 de marzo de 2014

«¿Quién te ha golpeado?»: Dolor, Muerte y Belleza

En mi curso de Filosofía del Derecho, un grupo de alumnos está organizando un debate titulado «Belleza y Derecho» o «Experiencia Estética y Experiencia Jurídica». Los textos preparatorios sugeridos son «La Contemplación de la Belleza» (aquí) de Ratzinger y unos fragmentos del libro «Beauty» de Roger Scruton (aquí). Me han preguntado cómo se puede transformar el argumento inicial de Ratzinger en una explicación no teológica del problema. A Benedicto XVI le llama la atención el contraste entre la descripción que se hace de Cristo como «el más bello de los hombres» (Salmo 44) y al mismo tiempo como alguien desfigurado, «sin aspecto atrayente»  (Is 53, 2).
¿Qué es la verdad? ¿Puedo confiar en la belleza?

Pues bien, si gracias a la experiencia estética captamos la realidad a través de su brillo que nos atrae hacia sí, por el conocimiento intelectual captamos lo real gracias a su cognoscibilidad. La realidad es cognoscible y atrayente para la persona sólo si ella existe orientada hacia lo que es real y viceversa. ¿Cómo explicar esa conveniencia entre la orientación del ser humano hacia  lo real-bello si todos experimentamos el dolor (ausencia de belleza) y el vacío de la muerte (no-existencia)?

El problema del dolor y de la muerte es la «ultimate question», la objeción definitiva contra la belleza y toda pretensión de sentido en la realidad. Si tras el dolor sólo hay punción inútil y después de la muerte sólo desaparición de lo humano, si nadie escapa a estas experiencias, entonces la atracción de la belleza es sólo una aspirina existencial contra un cáncer terminal. Ratzinger explica en otro lugar que mientras la belleza y su celebración -la fiesta- no resuelvan este último interrogante «se mantiene en la superficialidad, como un vago esparcimiento y anestesia [...] La muerte es la pregunta de todas las preguntas, ahí donde no se toma en consideración, no se ofrece en el fondo ninguna respuesta definitiva. El hombre sólo puede llegar a ser libre y hacer fiesta verdaderamente, sólo donde se responde a esa pregunta.»

A esa explicación no teológica del problema, Ratzinger responde como teólogo: ¡Sí! ¡Es posible! Jesucristo, dice el Papa emérito, nos hace iguales ante Dios, por que él se viste, por así decirlo, con el traje de nuestra miseria. No conoce el corazón del hombre como el cardiólogo que es experto en una enfermedad pero no la ha vivido. Es más bien el sabio del corazón que también ha padecido y experimentado esa dolencia. Es el amor por el hombre, el compartir su enfermedad y muerte, el acogernos sin condiciones previas –incluso cuando no somos dignos de él- lo que consigue que el dolor y la muerte no tengan la última palabra. (Aquí puede leerse un argumento similar -que también prometí a mis alumnos-: «Beauty will save the world: From the mouth of an idiot to the pen of a Pope)

Si esto es real, entonces sí podemos confiar en que nuestra experiencia estética -la esperanza que buscamos en el amor- no es un engaño.

Bach le ha puesto música a este argumento. Hay un fragmento en «La Pasión según san Mateo» (aquí lo que dice Wikipedia) que puede servir para captar estéticamente esta seguridad de que el dolor no tiene la última palabra. Los soldados golpean y escupen Jesús mientras lo retan:  «¡Tú! ¡Profetiza! ¿Quién the ha golpeado?». Bach representa primero a la turba lanzando esta pregunta con violencia y con un toque de burla. Pero de pronto, la escena cambia de sitio. La masa anónima deja de serlo. El sujeto ya no es la multitud sino el hombre que se ve a sí mismo en diálogo íntimo con el condenado: «Y dime, ¿quién te ha pegado?». Ya no hay amenaza, sólo participación de un mismo dolor: «He sido yo». Se redime porque se comparte, porque se ama.


Sólo si esto es real, podemos confiar en que nuestra experiencia estética no es un engaño, podemos conocer la belleza del que se desfigura por amor a nosotros.

«Enséñame algo que no pueda encontrar en Google»

Álvaro González-Alorda hablará en la UNAV sobre lo que hace inspirador a un profesor. En su cuenta de tuiter (@agalordapregunta «¿qué opinas tu?». En «Derechos Humanos» (Oxford University Press, aquí) no se ofrece una respuesta directa a esta pregunta, pero se encuentran estos párrafos que pueden alimentar esa reflexión. El texto, un manual universitario, en algún momento intenta explicar el derecho a la educación desde la distinción entre ésta y la instrucción, entre el ser maestro y el ser profesor
«Así como el ser humano necesita de un espejo para conocer con  exactitud su rostro, la persona necesita encontrarse con otra persona para percibirse como un «yo», un «no-objeto», como alguien. Por eso, educar es distinto a instruir, aunque la segunda es indispensable para que se dé la primera. La instrucción nos enseña a contar; la educación, a que puedan contar con nosotros. La instrucción nos permite leer un libro; la educación, leer nuestro propio destino. Por eso el educando busca en su educador no sólo unos conocimientos más profundos o un consejo acertado, sino algo más radical: el testimonio concreto de una vida que merece la pena vivirse. Para lograrlo el educador ofrece a sus educandos tres garantías: 1. La garantía de la belleza. El maestro es testimonio de la atractiva belleza de una vida digna. 2. La garantía de la certeza. El maestro avala con sus conocimientos técnicos la veracidad de su materia o especialidad. 3. La garantía de su autenticidad. El maestro muestra con su coherente estilo de vida que lo importante en educación no es viable si se reduce a la lógica del intercambio de bienes y conocimientos.
En resumen, el profesor está capacitado para instruir; el maestro tiene la aptitud para educar. El profesor enseña “qué son las cosas”; el maestro, “quién soy yo”. El profesor te cambia las ideas; el maestro te cambia la vida.»
En el epílogo del libro, "La Educación en Derechos Humanos", se dice:
«Generalmente, por la edad de un estudiante universitario, es en esta época de la historia personal en la que define su personalidad: cuál será su camino profesional y cuál su vocación personal. En el plano profesional, no sólo aprende qué rama del derecho le agrada más, sino también cómo es un profesionista de calidad: su modo de trabajar, de tratar a sus clientes, de enfrentar sus problemas, de servicio social, etc. Además, encuentra su vocación personal: el lugar que su trabajo ocupa en el conjunto de una vida, la construcción de lazos personales dignos y permanentes; en definitiva, es la juventud la etapa de la vida en la que se verifica existencialmente los valores que la sociedad le ofrece como dignos y encuentra su lugar en el mundo y la historia. Es en la juventud donde se decide no sólo “a qué me voy a dedicar”, sino también “cómo y con quién seré feliz”.
Si bien la responsabilidad de un profesor universitario tiene un límite mínimo, la enseñanza del objeto de su asignatura, sin duda su labor tiene unas posibilidades privilegiadas.Y más si la técnica que se pretende enseñar son los derechos humanos. El contenido de esta materia es el implícito en las grandes preguntas de la vida humana: el respeto a la dignidad de la persona, su libertad, el trabajo digno, la formación de una familia.
Por tanto, el proceso enseñanza-aprendizaje de los derechos humanos puede llevar a los alumnos a reflexionar sobre el valor de su propia existencia. Dicho con otras palabras, la enseñanza en materia de derechos humanos es una oportunidad inmejorable para la “búsqueda de la verdad” en dos sentidos: instruir y educar. La primera se centra en el almacenamiento de información y el desarrollo de técnicas; esto se logra gracias al conocimiento de cierto objeto y a la pericia para transmitirlo, sobre todo, la habilidad para presentarlo como una realidad técnica: un “así funciona”. La segunda, por su parte, presupone y se dirige a la afirmación del otro como persona-digna. Aquí, el profesor puede conseguir que los alumnos aprendan quiénes son ellos y cuál es su papel frente al mundo, los demás hombres y su propia vida; y si es creyente, frente a Dios. En definitiva, el maestro transforma a sus alumnos en exploradores exitosos de sí mismos y de su cultura.»
En Google no es posible enseñar cómo borrar de nuestro mapa interior la palabra Desconocido para remplazarla por un Yo lleno de sentido y significado.


domingo, 23 de marzo de 2014

El Ranking

Grupo Reforma ha publicado su ranking Universitario 2014 (versión impresa). El mismo periódico aclara que su medición se reduce a la percepciones de empleadores -«buscadores de talento»-. Por la redacción del documento parece dirigido a futuros alumnos en el contexto de su toma de decisión sobre dónde estudiar.  ¿Puede medirse así que una Universidad es mejor que otra en Derecho? Pienso que lo único que puede decir es cuál de ellas obtuvo más puntos en la percepción de los entrevistados a lo largo del tiempo. Hasta ahí. No da para mucho más. Algo dice, pero muy poco.

Ranking, Grupo Reforma, Guadalajara
Sugiero que un bachiller que está por decidirse, se haga mejor esta pregunta: «¿qué Universidad es la mejor para que yo estudie Derecho en Guadalajara?». Importa el plan de estudios, el perfil de profesores -¿te enseñarán a pensar? ¿Te enseñarán a trabajar como jurista?-, las instalaciones, las expectativas que genera el ranking. También, para tomar en cuenta, ayuda conocer el tipo de persona que esa Universidad atrae, ¿qué tipo de ilusiones tienen? ¿Cómo trabajan para lograrlas? ¿De qué comunidad de personas formarás parte, de quienes aprenderás las prácticas, los motivos y los bienes que se logran con esas acciones?   
Si quien se hace la pregunta es un estudiante de Derecho, el ranking debería medir, primero, lo que esa institución promete y logra cumplir como Universidad; y segundo, qué tanto de lo que buscaba el alumno encontrar, realmente ha descubierto ahí. Si es posible crear un ranking así, la mejor sería la más eficaz en estos dos aspectos: en ofrecer lo que ella promete como Universidad y aquella en la que el alumno ve realizadas sus expectativas. 
Sin duda hay muchas horas de trabajo para obtener una percepción favorable entre los empleadores  y eso te coloque en el primer lugar. Sé que la Universidad en la que trabajo tomará el ranking como lo que es. Espero que mantengamos el esfuerzo que construya y ofrezca una comunidad de personas que se hacen preguntas sobre cómo descubrir lo justo. Amigos que buscan las razones por las que el derecho configura sociedades solidarias. Universitarios que saben relacionar el conocimiento jurídico con el resto de áreas del saber. Y además, una institución que sabe instruir personas para que se dediquen profesionalmente a la actividad jurídica.

Ranking, Grupo Reforma, México D.F.



jueves, 13 de marzo de 2014

La alegre corresponsabilidad por humanizarnos: Jane Austen.

La humanización del mundo es tarea de mujeres y hombres. No hay auténtica «actividad humana» si no interactúan en ella lo masculino y lo femenino. Las celebraciones sobre la mujer, nos ayudan a recordar el papel de ellas, pero también la responsabilidad de ellos. Como suele decir Alicia Ocampo (@AliceOJ) se trata de una «alegre corresponsabilidad». Es en este contexto donde quiero enmarcar lo que he encontrado en un pasaje de la vida de Jane Austen, la autora de «Pride and Prejudice» y de «Sense and Sensibility» entre otros.

Prima Eliza, Comtesse de Feuillide
Sus novelas, publicadas entre 1811 y 1815, se convirtieron muy pronto en clásicos de la literatura inglesa. Ya eran muy conocidas en la Inglaterra de la Segunda Guerra Mundial; de forma que, Winston Churchill, durante un período de recuperación de una enfermedad en 1943, escribe lo siguiente:
«Los médicos intentaron alejarme el trabajo de la cama, pero no los dejo. Me han repetido «No trabajes, No te preocupes» hasta el punto de que decidí a leer una novela. Hace mucho tiempo había leído «Sensatez y Sentimientos» de Jane Austen, así que pensé en leer «Orgullo y Prejuicio». [...] ¡Qué vida tan apacible vivían estos personajes! No les preocupaba la Revolución Francesa, o la lucha de las guerras napoleónicas. Sólo les importa los modales con los que controlan las pasiones naturales del mejor modo posible, al mismo tiempo, las finas explicaciones sobre pequeños incidentes»
En efecto, durante el arco de vida de Jane Austen se sucede la Revolución Francesa, la guillotina de  Robespierre y las guerras Nepoleónicas con más 300 mil bajas en el ejército inglés. A pesar de ello, las novelas de Austen, publicadas y ambientadas en esa época, parece que suceden ajenas a su tiempo. Su entorno es casi doméstico. Se desarrolla en bailes, en la vida del campo, en las parroquias, en noviazgos y en búsqueda de matrimonios felices.

Pero la vida de Austen fue todo menos encerrarse en una caja de cristal. Su padre contaba con una amplia biblioteca bastante completa de la que sabemos que leía mucho . Su tía Philadelphia emigró a la India, pero no dejó de enviar cartas y productos a su familia en Inglaterra. Una de sus hijas tía Philia, Eliza (aquí), prima de Jane, se casó con un francés de cierta aristocracia que la hizo Condesa. Cuando Francia abolió la Monarquía a favor de la República, las preocupaciones de su prima eran conocidas y vividas de cerca por la familia Austen que ofreció  refugio a su prima Eliza. Cuando Jane cumplió 20 años, a Eliza y a su esposo les fueron confiscados sus bienes -la familia Austen había invertido en esas tierras-. Pocos días después, el Conde murió guillotinado. Para una mujer de su época, Jane Austen conocía excepcionalmente de cerca lo que sucedía en el mundo en que le tocó vivir.

¿Entonces por qué  sus novelas se reducen a escenas de la vida privada y pasa de largo de grandes sucesos de su época? ¿Por qué parece que vive en el mundo que envidiaba tanto Churchill, casi 100 años después? Quizá por que le importaba demasiado poco, o quizá –es lo más probable dado su relación con Eliza- se deba a que conocía de primera mano lo que sucedía.

Las novelas de Jane Austen sólo son en apariencia superficiales: a los personajes se les exige seriedad, buen sentido, valor, juicio certero, fortaleza (aquí otro post del blog al respecto). Quien no cumple con esos estándares es víctima de la aguda sátira de nuestra autora. En las novelas sentimentales de su época, herederas de la ética de Rousseau y Hume, los héroes y heroínas eran personalidades frágiles y volátiles, propensos al desborde emocional, a la lágrima, a desmayarse y a temblar de angustia. A morir por un amor o a volverse locos por una traición. Para Jane Austen esa sentimental sensibilidad era una maquillaje de hipocresía, de poca calidad humana; una máscara fundamentalmente egoísta que impedía el verdadero carácter, juicio y temperamento necesarios para enfrentar los rigores de la guerra y la lucha por lo que vale la pena.

Los personajes que cambian la historia –los que enfrentan eficazmente a Napoleón, por ejemplo- han de tener un carácter sólido y equilibrado, deben juzgar correctamente, sentir adecuada e intensamente y disfrutar de la presencia de los otros. ¿Y cómo se forman personas así que serán capaces de humanizar la sociedad en la que viven? Jane Austen no lo duda: tomándose en serio las exigencias del pequeño mundo de las relaciones familiares y de amistad. Sin ese punto de partida, estaríamos como a la espera de la función digestiva después de habernos cosido la boca; sería como extirpar el órgano y exigir su actividad. 

Hasta hace poco el espacio privado se consideraba como el ámbito propio de la mujer. Hoy sabemos que no es así. Pero no se trata sólo de que ella salga a la vida pública o que el varón también se comprometa con lo privado, aunque en parte sí lo sea. Se trata de tomarnos en serio todos los recursos humanos en todos los ámbitos humanos comenzando por los fundamentos: tomarnos en serio las exigencias de nuestra pequeña vida privada.

Dedicatoria de «Love and Friendship»: para prima Eliza.

jueves, 6 de marzo de 2014

La recurrente enfermedad de la Democracia

«La democracia fue la idea política más exitosa del siglo XX. ¿Por qué se ha metido en problemas y qué se puede hacer para curarla?» Con estas palabras da inicio un largo ensayo publicado por la revista «The Economist» (aquí). «La democracia pasa por momentos difíciles. Donde autócratas han sido expulsados de sus gobiernos, sus oponentes han sido incapaces en su mayoría de crear regímenes democráticos viables. Incluso en democracias establecidas, la visibilidad de los defectos de sus sistemas políticos se han vuelto preocupante y la desilusión por la política es moneda corriente». Vemos a regímenes que utilizan el lenguaje democrático y sus formas, para vivir dictatorialmente; también casos donde se destituyen autoridades elegidas democráticamente por su incapacidad técnica para gestionar una crisis real, como sucedió en Portugal e Italia. Otro ejemplo lo encontramos con la crisis de representatividad de algunas democracias europeas por la centralización de decisiones en los organismos europeos centrales. 
«What's gone wrong with democracy?»

 «¿Qué ha ido mal con la democracia?», ¿por qué este modelo político se enferma con frecuencia? Alexis de Tocqueville describió una de las causas en su famoso libro «Democracia en América». Si la Democracia se basa en la promoción del individuo y la igualdad de todos, para que éste logre lo que considera valioso, ¿cómo hacer para comprometerlo con el bien común compartido mínimo necesario para que logre sus metas personales? ¿Cómo interesarlo en los esfuerzos comunes que requieren la realización de la libertad individual? ¿Cómo enseñarle disfrutar de la felicidad por  bienes logrados sin que ese deleite debilite la capacidad de sacrificio que exige todo trabajo? Cuando una democracia funciona sólo para individuos, dice Tocqueville ésta «lo conduce sin cesar hacia sí mismo y amenaza con encerrarlo en la soledad de su propio corazón».

Otra causa la encontramos en que la Democracia, como todo proyecto político, exige re-aprenderse y re-inventarse una y otra vez. La democracia nunca es una conquista definitiva. No es como la luz eléctrica que una vez descubierta se convierte en el suelo desde el que se avanza científicamente. A nuestra generación –como a todas- le corresponde ese esfuerzo por diseñar y trabajar por las formas en que este tipo de organización política puede hacerse eficaz.

De forma tal que  lo normal de la democracia es que se enferme y que haya que curarla. ¿Y cuál es su medicina? La revista propone, primero, recuperar la tenacidad de los fundadores de las democracias contemporáneas; segundo, una nueva creatividad para adaptarse a la globalización y la cercanía y velocidad del internet; y junto con ello actualizar el diseño institucional de las instituciones públicas para que sea más flexible y sea capaz de mezclar la legitimidad institucional con capacidad técnica.