En mi curso de Filosofía del Derecho, un grupo de alumnos está organizando un debate titulado «Belleza y Derecho» o «Experiencia Estética y Experiencia Jurídica». Los textos preparatorios sugeridos son «La Contemplación de la Belleza» (aquí) de Ratzinger y unos fragmentos del libro «Beauty» de Roger Scruton (aquí). Me han preguntado cómo se puede transformar el argumento inicial de Ratzinger en una explicación no teológica del problema. A Benedicto XVI le llama la atención el contraste entre la descripción que se hace de Cristo como «el más bello de los hombres» (Salmo 44) y al mismo tiempo como alguien desfigurado, «sin aspecto atrayente» (Is 53, 2).
¿Qué es la verdad? ¿Puedo confiar en la belleza? |
Pues bien, si gracias a la experiencia estética captamos la realidad a través de su brillo que nos atrae hacia sí, por el conocimiento intelectual captamos lo real gracias a su cognoscibilidad. La realidad es cognoscible y atrayente para la persona sólo si ella existe orientada hacia lo que es real y viceversa. ¿Cómo explicar esa conveniencia entre la orientación del ser humano hacia lo real-bello si todos experimentamos el dolor (ausencia de belleza) y el vacío de la muerte (no-existencia)?
El problema del dolor y de la muerte es la «ultimate question», la objeción definitiva contra la belleza y toda pretensión de sentido en la realidad. Si tras el dolor sólo hay punción inútil y después de la muerte sólo desaparición de lo humano, si nadie escapa a estas experiencias, entonces la atracción de la belleza es sólo una aspirina existencial contra un cáncer terminal. Ratzinger explica en otro lugar que mientras la belleza y su celebración -la fiesta- no resuelvan este último interrogante «se mantiene en la superficialidad, como un vago esparcimiento y anestesia [...] La muerte es la pregunta de todas las preguntas, ahí donde no se toma en consideración, no se ofrece en el fondo ninguna respuesta definitiva. El hombre sólo puede llegar a ser libre y hacer fiesta verdaderamente, sólo donde se responde a esa pregunta.»
A esa explicación no teológica del problema, Ratzinger responde como teólogo: ¡Sí! ¡Es posible! Jesucristo, dice el Papa emérito, nos hace iguales ante Dios, por que él se viste, por así decirlo, con el traje de nuestra miseria. No conoce el corazón del hombre como el cardiólogo que es experto en una enfermedad pero no la ha vivido. Es más bien el sabio del corazón que también ha padecido y experimentado esa dolencia. Es el amor por el hombre, el compartir su enfermedad y muerte, el acogernos sin condiciones previas –incluso cuando no somos dignos de él- lo que consigue que el dolor y la muerte no tengan la última palabra. (Aquí puede leerse un argumento similar -que también prometí a mis alumnos-: «Beauty will save the world: From the mouth of an idiot to the pen of a Pope)
Si esto es real, entonces sí podemos confiar en que nuestra experiencia estética -la esperanza que buscamos en el amor- no es un engaño.
Bach le ha puesto música a este argumento. Hay un fragmento en «La Pasión según san Mateo» (aquí lo que dice Wikipedia) que puede servir para captar estéticamente esta seguridad de que el dolor no tiene la última palabra. Los soldados golpean y escupen Jesús mientras lo retan: «¡Tú! ¡Profetiza! ¿Quién the ha golpeado?». Bach representa primero a la turba lanzando esta pregunta con violencia y con un toque de burla. Pero de pronto, la escena cambia de sitio. La masa anónima deja de serlo. El sujeto ya no es la multitud sino el hombre que se ve a sí mismo en diálogo íntimo con el condenado: «Y dime, ¿quién te ha pegado?». Ya no hay amenaza, sólo participación de un mismo dolor: «He sido yo». Se redime porque se comparte, porque se ama.
Sólo si esto es real, podemos confiar en que nuestra experiencia estética no es un engaño, podemos conocer la belleza del que se desfigura por amor a nosotros.
Agradezco la breve claridad con que se expone este tema y que anima a profundizar por cuenta propia.
ResponderEliminar