Álvaro González-Alorda hablará en la UNAV sobre lo que hace inspirador a un profesor. En su cuenta de tuiter (@agalorda) pregunta «¿qué opinas tu?». En «Derechos Humanos» (Oxford University Press, aquí) no se ofrece una respuesta directa a esta pregunta, pero se encuentran estos párrafos que pueden alimentar esa reflexión. El texto, un manual universitario, en algún momento intenta explicar el derecho a la educación desde la distinción entre ésta y la instrucción, entre el ser maestro y el ser profesor.
«Así como el ser humano necesita de un espejo para conocer con exactitud su rostro, la persona necesita encontrarse con otra persona para percibirse como un «yo», un «no-objeto», como alguien. Por eso, educar es distinto a instruir, aunque la segunda es indispensable para que se dé la primera. La instrucción nos enseña a contar; la educación, a que puedan contar con nosotros. La instrucción nos permite leer un libro; la educación, leer nuestro propio destino. Por eso el educando busca en su educador no sólo unos conocimientos más profundos o un consejo acertado, sino algo más radical: el testimonio concreto de una vida que merece la pena vivirse. Para lograrlo el educador ofrece a sus educandos tres garantías: 1. La garantía de la belleza. El maestro es testimonio de la atractiva belleza de una vida digna. 2. La garantía de la certeza. El maestro avala con sus conocimientos técnicos la veracidad de su materia o especialidad. 3. La garantía de su autenticidad. El maestro muestra con su coherente estilo de vida que lo importante en educación no es viable si se reduce a la lógica del intercambio de bienes y conocimientos.En resumen, el profesor está capacitado para instruir; el maestro tiene la aptitud para educar. El profesor enseña “qué son las cosas”; el maestro, “quién soy yo”. El profesor te cambia las ideas; el maestro te cambia la vida.»
En el epílogo del libro, "La Educación en Derechos Humanos", se dice:
En Google no es posible enseñar cómo borrar de nuestro mapa interior la palabra Desconocido para remplazarla por un Yo lleno de sentido y significado.«Generalmente, por la edad de un estudiante universitario, es en esta época de la historia personal en la que define su personalidad: cuál será su camino profesional y cuál su vocación personal. En el plano profesional, no sólo aprende qué rama del derecho le agrada más, sino también cómo es un profesionista de calidad: su modo de trabajar, de tratar a sus clientes, de enfrentar sus problemas, de servicio social, etc. Además, encuentra su vocación personal: el lugar que su trabajo ocupa en el conjunto de una vida, la construcción de lazos personales dignos y permanentes; en definitiva, es la juventud la etapa de la vida en la que se verifica existencialmente los valores que la sociedad le ofrece como dignos y encuentra su lugar en el mundo y la historia. Es en la juventud donde se decide no sólo “a qué me voy a dedicar”, sino también “cómo y con quién seré feliz”.Si bien la responsabilidad de un profesor universitario tiene un límite mínimo, la enseñanza del objeto de su asignatura, sin duda su labor tiene unas posibilidades privilegiadas.Y más si la técnica que se pretende enseñar son los derechos humanos. El contenido de esta materia es el implícito en las grandes preguntas de la vida humana: el respeto a la dignidad de la persona, su libertad, el trabajo digno, la formación de una familia.Por tanto, el proceso enseñanza-aprendizaje de los derechos humanos puede llevar a los alumnos a reflexionar sobre el valor de su propia existencia. Dicho con otras palabras, la enseñanza en materia de derechos humanos es una oportunidad inmejorable para la “búsqueda de la verdad” en dos sentidos: instruir y educar. La primera se centra en el almacenamiento de información y el desarrollo de técnicas; esto se logra gracias al conocimiento de cierto objeto y a la pericia para transmitirlo, sobre todo, la habilidad para presentarlo como una realidad técnica: un “así funciona”. La segunda, por su parte, presupone y se dirige a la afirmación del otro como persona-digna. Aquí, el profesor puede conseguir que los alumnos aprendan quiénes son ellos y cuál es su papel frente al mundo, los demás hombres y su propia vida; y si es creyente, frente a Dios. En definitiva, el maestro transforma a sus alumnos en exploradores exitosos de sí mismos y de su cultura.»
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