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Sancho Panza con el escudero del Caballero del Bosque |
No me parece gracioso el "eh... puto" futbolero. Esto no es su apología.
Encontré un texto de Guillemo Sheridan sobre
la incontinencia verbal del Quijote y su amplia gama de insultos. En especial contra Sancho a quien llama –copio el recuento de Sheridan-:
traidor, bergante, descompuesto, villano, infacundo, deslenguado, atrevido, desdichado, murmurador, maldiciente, canalla, rústico, patán, malmirado, bellaco, tonto, socarrón, mentecato y
hediondo.
Y qué decir de los insultos compuestos: monstruo de naturaleza, depositario de mentiras, almario de embustes, silo de bellaquerías, publicador de sandeces, enemigo del decoro, ladrón hereje, desalmada y cobarde criatura, animal descorazonado, maldito de Dios y de todos los santos, don villano, harto de ajos, truhán moderno y majadero antiguo, de villana y grosera tela tejido, pecador, grosero villano, mentecato gracioso, echacuervos, caballero de mohatra, corazón de mantequillas, ánimo de ratón casero, alma endurecida, pan mal empleado y, por si faltara algo más que decir, prevaricador del buen lenguaje. Al pobre Sancho también lo insultan en la casa de los Duques: malaventurado escudero, alma de cántaro, corazón de alcornoque, de entrañas guijeñas y apedernaladas, desuellacaras, machuelo espantadizo, socarrón, malintencionado monstro, y bestión indómito.
Según parece, los insultos contra Sancho son la respuesta del caballero a los intentos de su escuero por hacerle notar su locura y su irracionalidad. En el capítulo 37 de la primera parte el escudero había descubierto que la princesa Micomacoma no era más que Dorotea:
—Bien puede vuestra merced, señor Triste Figura, dormir todo lo que quisiere, sin cuidado de matar a ningún gigante ni de volver a la princesa su reino, que ya todo está hecho y concluido.
—Eso creo yo bien -respondió don Quijote-, porque he tenido con el gigante la más descomunal y desaforada batalla que pienso tener en todos los días de mi vida, y de un revés, ¡zas!, le derribé la cabeza en el suelo, y fue tanta la sangre que le salió, que los arroyos corrían por la tierra como si fueran de agua.
—Como si fueran de vino tinto, pudiera vuestra merced decir mejor —respondió Sancho-, porque quiero que sepa vuestra merced, si es que no lo sabe, que el gigante muerto es un cuero horadado, y la sangre, seis arrobas de vino tinto que encerraba en su vientre, y la cabeza cortada es la puta que me parió, y llévelo todo Satanás.
[...]
—Ahora te digo, Sanchuelo, que eres el mayor bellacuelo que hay en España. Dime, ladrón, vagamundo, ¿no me acabaste de decir ahora que esta princesa se había vuelto en una doncella que se llamaba Dorotea, y que la cabeza que entiendo que corté a un gigante era la puta que te parió, con otros disparates que me pusieron en la mayor confusión que jamás he estado en todos los días de mi vida? ¡Voto... —y miró al cielo y apretó los dientes-; que estoy por hacer un estrago en ti que ponga sal en la mollera a todos cuantos mentirosos escuderos hubiere de caballeros andantes de aquí adelante en el mundo!
[...]
—Esto digo, señor, porque si al cabo de haber andado caminos y carreras, y pasado malas noches y peores días, ha de venir a coger el fruto de nuestros trabajos el que se está holgando en esta venta, no hay para qué darme priesa a que ensille a Rocinante, albarde el jumento y aderece al palafrén, pues será mejor que nos estemos quedos, y cada puta hile, y comamos.
¡Oh, válame Dios y cuán grande que fue el enojo que recibió don Quijote oyendo las descompuestas palabras de su escudero! Digo que fue tanto, que con voz atropellada y tartamuda lengua, lanzando vivo fuego por los ojos, dijo:
—¡Oh bellaco villano, malmirado, descompuesto, ignorante, infacundo, deslenguado, atrevido, murmurador y maldiciente! ¿Tales palabras has osado decir en mi presencia y en la destas ínclitas señoras, y tales deshonestidades y atrevimientos osaste poner en tu confusa imaginación? ¡Vete de mi presencia, monstruo de naturaleza, depositario de mentiras, almario de embustes, silo de bellaquerías, inventor de maldades, publicador de sandeces, enemigo del decoro que se debe a las reales personas! ¡Vete, no parezcas delante de mí, so pena de mi ira!
En otro momento, el escape de la realidad se maquilla con un cambio en el significado de las palabras. Lo encontramos en el pasaje del Caballero del bosque y su escudero (Parte 2, Capítulo XIII). Cuando Sancho describe la belleza de su hija quincieañera, su colega se asombra y exclama:
–Partes son ésas -respondió el del Bosque- no sólo para ser condesa, sino para ser ninfa del verde bosque. ¡Oh hideputa, puta, y qué rejo debe de tener la bellaca!
A lo que respondió Sancho, algo mohíno:
–Ni ella es puta, ni lo fue su madre, ni lo será ninguna de las dos, Dios quiriendo, mientras yo viviere. Y háblese más comedidamente, que, para haberse criado vuesa merced entre caballeros andantes, que son la mesma cortesía, no me parecen muy concertadas esas palabras.
–¡Oh, qué mal se le entiende a vuesa merced -replicó el del Bosque- de achaque de alabanzas, señor escudero! ¿Cómo y no sabe que cuando algún caballero da una buena lanzada al toro en la plaza, o cuando alguna persona hace alguna cosa bien hecha, suele decir el vulgo: «¡Oh hideputa, puto, y qué bien que lo ha hecho!?» Y aquello que parece vituperio, en aquel término, es alabanza notable; y renegad vos, señor, de los hijos o hijas que no hacen obras que merezcan se les den a sus padres loores semejantes.
–Sí reniego -respondió Sancho-, y dese modo y por esa misma razón podía echar vuestra merced a mí y hijos y a mi mujer toda una putería encima, porque todo cuanto hacen y dicen son estremos dignos de semejantes alabanzas
La discusión continúa, hasta que Sancho se empina una bota de vino tan sabroso que lo alaba así:
–¡Oh hideputa bellaco, y cómo es católico!
–¿Veis ahí -dijo el del Bosque, en oyendo el hideputa de Sancho-, cómo habéis alabado este vino llamándole hideputa?
–Digo -respondió Sancho-, que confieso que conozco que no es deshonra llamar hijo de puta a nadie, cuando cae debajo del entendimiento de alabarle.”
En el diálogo, se pretende que el contexto es el que logra cambiar el sentido del insulto; tanto, que contradice directamente a la palabra utilizada. ¡Vaya irrealidad! Así que en el Quijote, el insulto es la defensa lingüística del caballero contra los ataques al corazón de su misión: ¿lo que defiende es real o no? ¿Por qué valdría la pena tanto esfuerzo si aquello es sólo imaginación? Un ejemplo más. Después de un agudo discurso a favor de la humildad (Parte 2, Capítulo LVIII), Sancho, inocente y sin mala intención, dice:
«-¿Es posible que haya en el mundo personas que se atrevan a decir y a jurar que este mi señor es loco?"
Don Quijote explota en cólera:
«–¿Es posible, ¡oh Sancho!, que haya en todo el orbe alguna persona que diga que no eres tonto, aforrado de lo mismo, con no sé qué ribetes de malicioso y de bellaco?»
Insultos hay contra infinidad de personajes que se pueden leer en el ensayo de Sheridan, quien lo termina así:
Lo formidable de don Quijote es que sea, a la vez, el caballero de la triste figura y el lépero enfurecido; el amigo impecable y el amo tiránico; el ángel de la sabiduría y el demonio de la iracundia. En eso, en su ser tan completo, radica lo que lo hace extraordinario. Tan extraordinario como cualquiera de nosotros.