El rechazo que produjo en nuestro país el muro de Trump se manifestó de varias formas: hubo quienes convocaron a boicotear productos americanos -como si no hubiera mexicanos que trabajaran en esas empresas-; otros, nos animaron a poner banderas mexicanas en el perfil del guasáp.
Es injusto que paguemos el muro que los gringos quieren colocar en la frontera; pero el muro es reprobable por la fuerte carga discriminatoria y aislacionista con la que se justifica. Ahora bien, responder a este desafío envolviéndose en la bandera y lanzándonos al vacío como niño héroe, sería como contrarestar el veneno de la supremacía racial con una pócima similar. El nacionalismo americano de Trump –América primero sólo porque es America- no se enfrenta con otro nacionalismo, el mexicano.
Soluciones para el estilo Trump, puede haber muchas; y los expertos en política y economía, tendrán las suyas. En cambio, sugiero dos que están al alcance de todo ciudadano de a pie: tomarnos en serio las experiencias humanísticas y el sentido del humor.
Tomarse en serio la cultura de lo humano y los esfuerzos que nos introducen en ellas. Martha Nussbaum en su libro “Sin fines de lucro” –[aquí se puede bajar]-, demuestra cómo la democracia exige la madurez cultural de los ciudadanos que viven en ella, al menos en tres ámbitos. Primero, la capacidad de autoexamen e introspección. Ya Platón vinculaba los errores políticos y militares cometidos por los políticos de su época, a una vida no examinada. La democracia necesita de persoans capaces de reflexionar sobre su propia vida, entre otras cosas, porque quien no reflexiona sobre su propia vida es fácilmente manipulable por cualquier político con ínfulas redencionistas.
Segundo, la capacidad de comprenderse en interdependencia con otros seres humanos, trascendiendo las lealtades locales –necesariamente limitadas-. De este modo, crece nuestra capacidad de compromiso solidario por quien no es como nosotros. Precisamente, uno de los ideales de la democracia es lograr que en una comunidad vivan por un destino común, quienes son diferentes.
Y tercero, una mayor profundidad para imaginar cómo es la vida del otro, qué expectativas lo impulsan y cómo pretende lograrlas. Es la capacidad de empatía que está en la base del respeto sobre el que se edifica la democracia.
El conocimiento de las humanidades —filosofía, literatura, música, historia- y la experiencia de la cultura, favorecen el desarrollo de una sensibilidad y una comprensión necesarias para afrontar el mundo donde vivimos, caracterizado por la diversidad cultural y necesitado de una cultura política respetuosa de las diferencias. Sin humanidades o cultura, la democracia es inviable.
Así que el nacionalismo de Trump, no se enfrenta y vence con otro nacionalismo pero en versión mexicana. Las humanidades -su estudio y su experiencia- son un pozo de respuestas a políticos como Trump.