miércoles, 28 de junio de 2017

El mar: gratuidad, intenseísmo y custodia.

Hokusai, 1830
Si el mar, tal y como lo conocemos, representa al último eslabón de un fenómeno físico, queda sin explicar lo sublime que nos hiere cuando nos colocamos ante él. En la playa percibimos que existe algo más que materia. Intuimos un regalo: no tendría por qué ser bello para funcionar, y sin embargo nos cautiva, exige nuestra atención, nos emociona: no pases de largo, ¡deténte! En otras palabras, su solo-estar-ahí deja sin resolver aquello que percibimos como innecesario para funcionar: su grandeza y gratuidad. El mar revela una lógica de magnanimidad y de regalo. 

Por eso, meterse en el mar es algo más que flotar en el agua. Abandonamos la seguridad de tierra firme para introducirnos en esa gratuidad. Nos rebelarnos al mundo de lo controlado.  –«¿Qué haces en el mar?» –«Nada. Nado. Porque sí». Hannah Arendt decía que el nacimiento de un niño detona la mayor cantidad de improbabilidaddes para el mundo: es su mayor milagro. El bebé introduce las miles de opciones que ahora serán viables a través de la libertad del niño. La criatura representa una rebelión contra la dictadura de la necesidad física. De modo que zambullirse en el mar forma parte de esa insurrección. Ahí germina una vocación.

Si aquello llama mi atención, es porque la propia vida sólo se entiende si se ilumina bajo esa luz: ser un don, ser sublime. Ante el mar, o en él, descubrimos el sentido de la propia vida. Hemos sido llamados a imitar la gratuidad y apropiarse de la grandeza, transformar nuestra vida en reflejo de esa lógica de regalo y grandeza. ¡Sólo así vale la pena vivir! ¡Ya no vivimos sólo porque sí; existimos para un «sí»!

Turner, 1840
Si ante el mar encontramos el regalo de su belleza, si en la playa se revela -¡se rebela!- una vocación, entonces la única actitud coherente con el mar es la vehemencia, el intenseísmo. Por el contrario, en un lago se experimenta calma, la paz delimitada por los contornos de su cuenca. O más bien, la tranquilidad de quien vive encadenado. En cambio el mar nos agita: ¡tu vida se llena por un para qué!  El intenseamiento es el fruto natural de comprenderse a sí mismo como alguien que vive para ser un don que respira y una entrega que late en un corazón.

Londres, Guillermo Alfaro (@guilm0), 2017 

De todo esto se sigue que quien va al mar, nada en él y se introduce en su lógica, sale de ahí para llevar al mundo aquello con lo que se supera la lógica de la utilidad y la evolución. Cuando no se atesora esa experiencia de grandeza, gratuidad e intenseísmo, el mundo pierde su fuerza. Es menos humano. Sin alguien que haga memoria de esa experiencia, sin alguien que custodie ese regalo, el mar se acota y reduce al ámbito físico. Se achica en átomos amalgamados por una evolución sin sentido alguno. Y la vida humana también se diluye en la necesidad y la utilidad.

El mundo se juega en el corazón de quienes visitan el mar, despiertan a su gratuidad, exaltan su vigor y custodian su sentido.

Te necesitamos.

lunes, 19 de junio de 2017

La universidad, el andén y el tren. En homenaje a Don Sergio Villanueva



En un manuscrito de 1267 encontramos unas estrofas que se han convertido en el himno universitario. Es el «Gaudeamus igitur». Ahí se canta a las glorias de la vida universitaria y nos invita a alegrarnos porque pasamos por sus aulas. Pero lo hace de una forma curiosa. Primero nos recuerda  el gozo por la comunidad académica; unos años que pasan de prisa y están contados, como la vida. Por eso, hemos de alegrarnos -sí por ser universitarios- pero hemos de saber hacerlo ya, ahora mismo.   

Alegrémonos pues, 
mientras seamos jóvenes. 
Tras la divertida juventud, 
tras la incómoda vejez, 
nos recibirá la tierra.

¿Dónde están los que antes que nosotros
pasaron por el mundo?
Subid al mundo de los cielos,
descended a los infiernos,
donde ellos ya estuvieron.

Ante este panorama de provisionalidad y de prisa, ¿por qué es importante la universidad? ¿Qué nos dice hoy una canción de más de 800 años de antigüedad? Si un joven a los 18 años ya tiene edad para trabajar, ¿por qué retrasar su vida laboral unos cuatro años sólo para que estudie? ¿Por qué si la universidad es preparación para la vida profesional,una vez en ella los maestros nos dicen que de lo que se trata es de entrenarnos para el mundo real? ¿No es más eficaz entrar a trabajar directamente? ¿Qué hay de valioso en esas horas de estudio no necesariamente útil para la vida productiva?

La universidad es un sitio para dejar pasar el tren que acaba de llegar y detenerse en el andén para conversar con otros. Algunos con más experiencia nos transmiten de su saber. Curiosamente, en ese mundo lleno de prisa, en la universidad nos detenemos a pensar cómo gastamos la vida y el modo en que podemos vivirla con intensidad y con sentido: ¿cuál es la forma recta de ser humano y de sociedad? ¿Cómo se vive dignamente y cómo encontrarle sentido a a una existencia que se enfrenta a la muerte? ¿Si he de morir, de qué sirve mi prestigio o mi dinero? ¿Cómo conecto estas preguntas con mi vida laboral? ¿Qué tipo de trabajo vale la pena para mi y cómo lo ejecuto eficazmente? Tras platicar con otros en ese andén, llegará el siguiente tren, el del trabajo, el de la vida profesional y habremos de abordarlo. El tren, inevitablemente nos llevará a la última estación. ¿Valió la pena la vida que vivimos? ¿Realmente aprendí a vivir aquello que valía la pena?

¿Por qué elegí este tema para hablar hoy? Murió Sergio Villanueva, el rector fundador de la Universidad Panamericana en Guadalajara, donde trabajo. Para nuestra comunidad académica ha sido una pena, sin duda; no estaríamos en este andén, sin los esfuerzos de Don Sergio Villanueva. Durante su vida edificó un lugar, una sala de espera ya en el andén, en el que muchos nos hemos detenido a esperar el tren. Así que, le tomo prestadas estas palabras a esa canción medieval: «¡Viva la Universidad, // vivan los profesores. // Vivan todos y cada uno de sus miembros // resplandezcan siempre.» ¡Gracias por su esfuerzo, Don Sergio! Ahora nos toca hacer que siga valiendo la pena.  Espero verlo en la última estación.