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El The New England Review ha publicado un ensayo hasta ahora inédito de Hannah Arendt sobre el significado de Revolución y de Libertad. Lo encontré reproducido aquí. El manuscrito está clasificado por la autora como «A lecture» y fechado en 1966-67. No se sabe si fue leído, y si lo hizo, tampoco se conoce dónde o cuando.
Arendt explica que en principio, una revolución apunta a deponer un mal gobierno para liberarse de la tiranía. Se trata de «liberarse de» un sistema, un tirano, un partido político, etc. Pero una vez conseguido este objetivo, el revolucionario se enfrenta a la difícil tarea de cambiar el chip. Ahora se trata de «liberarse para» algo nuevo, construir algo con la libertad conquistada.
En este contexto, la profesora de la Universidad de Chicago recuerda que la mayor revolución que experimenta el espacio público, la novedad disruptiva más radical de toda comunidad es el nacimiento de un ser humano y su vinculación con la vida en común. En efecto, con cada niño, con cada uno de nosotros, se introduce en el mundo un nuevo agente capaz de introducir en él algo nuevo. Ahora sí que la vida política puede ser transformada porque ya cuenta con un nuevo agente; un sujeto que introducirá con su libertad y compromiso una realidad que antes no existía, ni mucho menos era posible o imaginable. Con cada uno de nosotros se abre la posibilidad de que la sociedad comience de nuevo, que cambia. Cada bebé es semilla de una nueva revolución; un nuevo milagro con el que pasamos de «liberarnos de» a «liberarnos para». Por eso la verdadera revolución, según Arendt, significa
«la actualización de la mayor y más elemental de las potencialidades humanas: la inigualable experiencia de ser libre para configurar un nuevo inicio, de donde nace el orgullo de haber abierto el mundo a un nuevo orden de las cosas».
De nada sirven las revoluciones que cambian los personajes y partidos que detentan el poder, si no logramos que las personas impriman en la sociedad su capacidad creativa y libre: no solo nos «liberamos de», sino que rompemos la sociedad tal y como la vemos con la creatividad de una libertad comprometida; de modo que el mundo incorpora un nuevo rostro, el rostro de quien participa en él.
Por eso, las verdaderas revoluciones políticas comienzan en la cuna. En cada niño hay una revolución -no en el sentido de guerra civil- sino en sentido de millones de posibilidades para la reconquista creativa y nueva de nuestra vida en común.