Aliosha e Iván |
Facebook dice de mí que pertenezco a la categoría Established Adult Life. Suena a marcadamente ruco o asentado con panza chelera. Quizá. Este año leí Los hermanos Karamazov. Desde el asiento en el que parece que ya estoy colocado –feisbuc dixit- me fue más sencillo entrevistarme con mi yo-entre-los-deciocho-y-venticinco-años. Por eso, al no vivir esa etapa, tal vez me es más fácil descubrir unos aspectos de aquella juventud que viví en la descripción con las que Dostoyevsky introduce a Aliosha.
El menor de los Karamazov, es un jóven que se adentró en un camino espiritual en busca de un ideal noble y grande que llenara su vida. Buscaba un proyecto de vida que le exigiera «imperiosamente sacrificar todo lo que sea necesario, hasta la vida, en aras de esa proeza»: «Quiero vivir para la inmortalidad, no estoy dispuesto a aceptar un compromiso a medias», decía Aliosha. Sólo así podía gastar sus días: vivir para intensearse. Si no, no. «A un gentleman solo le importan las causas perdidas», escribió Borges en La forma de la espada. ¿Por qué solo vale la pena un ideal así? Porque una juventud empeñada en algo grande puede llenarla por completo. Así gasté mi juventud. No me considero alguien excepcional, simplemente viví lo excepcional que puede ser la juventud.
Sin embargo, para Dostoyevsky esos ímpetus chocarán contra su propia fuerza vital:
“Por desgracia, estos jóvenes no comprenden que, en la mayor parte de estos casos, el sacrificio de la vida es, posiblemente, el más sencillo de todos los sacrificios, mientras que consagrar, por ejemplo, cinco o seis años de su vida, rebosante de juventud, a un estudio difícil y pesado, a la ciencia, aunque solo sea para multiplicar las propias fuerzas y ponerlas al servicio de dicha verdad y de la proeza con la que se han encariñado y que se han propuesto llevar a cabo, es casi siempre, para muchos de ellos, un sacrificio superior a sus fuerzas.”
Más adelante, en palabras de Zósima, Dostoyevsky volvió sobre esta característica del amor jóven e intenso:
“El amor soñado ansía la proeza inmediata, que se consuma rápidamente, a la vista de todos. Hay quien llega, de hecho, a dar su vida, a condición de que el sacrificio no se prolongue en exceso, sino que se consume a la mayor brevedad, como en un escenario, y de que todo el mundo pueda admirarlo y elogiarlo. En cambio, el amor activo es trabajo y firmeza; para algunas personas puede llegar a ser toda una ciencia.”
¿Cómo sugiere este escritor ruso guiarse por un ideal con el intenseo de Aliosha, y al mismo tiempo, que ese fuego que lo mueve, no destruya a ese jóven? ¿Qué experiencias tomar en cuenta para asentar esa juventud? ¿Cómo no quemarse por las ansias y al mismo tiempo seguir soñando por un ideal? Porque una crisis de la juventud -y Aliosha la padeció, y yo también- consiste en ver que por más que des la vida por un ideal, éste ni se logra por completo, ni de forma definitiva, ni parece que se vaya a mantener en la cumbre... a pesar de intentarlo con todas las fuerzas y con la mejor intensión e intenseo.
En Los hermanos Karamazov hay algunas pistas para intensearse sin consumirse. No sé si el escritor ruso pretendía darle este enfoque, pero si me entrevistara con mi yo-de-morrito –y hago cuando tú me lees-, me pediría recordar estas ideas que encontré en esta clásica novela:
1. Aprender a ver los gestos de gratuidad que recibimos. De eso escribí aquí. Sugiero leerlo de nuevo.
2. Huir de la abstracción. Los ideales pueden ser coherentes racionalmente, pero las personas concretas nunca encarnan a la perfección esos valores. Lo curioso es qeu los ideales no existen en sí mismos como esferas de perfección; las personas, sí. Y estas en parte revelan, pero también en parte ocultan el ideal. Nadie es pura luz. Los abismos y defectos de quienes viven el propio ideal, tarde o temprano, nos lastiman. Porque todos somos limitados e incluso un misterio para nosotros mismos. Querer y orientar la vida por ideales es muy fácil. Amar a una persona –la que incluso nos ha herido- es quererla tal cual es... en concreto:
“Yo –decía– amo a la humanidad, pero no dejo de sorprenderme a mí mismo: cuanto más amo al género humano en general, menos aprecio a los hombres en particular, o sea, tomados de uno en uno, como individuos. En mis sueños –decía–, he llegado con cierta frecuencia a formular apasionados proyectos relativos al servicio a la humanidad, y hasta podría haberme encaminado a la cruz por los demás en caso de haber sido, de un modo u otro, necesario. Y, sin embargo, soy incapaz de pasar con nadie dos días seguidos en la misma habitación: lo sé por experiencia. En cuanto tengo a alguien cerca, siento que su personalidad limita mi amor propio y coarta mi libertad. En veinticuatro horas puedo llegar a odiar al mejor hombre del mundo: que si éste pierde mucho tiempo comiendo, que si aquel otro está resfriado y no para de sonarse... En cuanto alguien –decía– empieza a tener trato conmigo, me convierto en su enemigo. En cambio, siempre me ha ocurrido que, cuanto más he odiado a las personas en particular, tanto mayor se ha vuelto mi amor a la humanidad en general”.
3. Seremos salvados por la belleza. El cerrojo que une el ideal abstracto, –con su grandeza y su ser inabarcable-, con la existencia concreta de una persona, –con su limitación y la sed de vida propia de los Karamazov-, es la belleza. Estas palabras son de Dmitri. Un intenso como pocos:
“¡La belleza es una cosa terrible y pavorosa! Terrible porque es indefinible, nadie la puede definir, porque Dios solo nos ha dado enigmas. Aquí las orillas convergen, aquí todas las contradicciones conviven. [...] Lo terrible es que la belleza no solo es espantosa, sino también un enigma. Es la lucha entre el diablo y Dios, con el corazón del hombre como campo de batalla.”
4. Encuentra a aguien con quien y por quien llorar. Para Dostoyevsky, el sufrimiento del inocente y la eventual justicia euclidiana –o el karma que tarde o temprano castiga al injusto o premia al honesto- es irracional. Es el reclamo de Iván Karamazov, contra un dios que solo se mueve para recompensar a la bondad y sancionar la maldad:
“Y, si los sufrimientos de los niños han servido para completar la suma de sufrimientos necesaria para comprar la verdad, yo afirmo de antemano que esa verdad no vale un precio semejante. [...] Muy caro le han puesto el precio a la armonía, la entrada no está al alcance de nuestro bolsillo. En vista de lo cual, me apresuro a devolver mi billete de entrada. Y, a poco que sea yo un hombre honrado, mi obligación es devolverlo cuanto antes. Eso es lo que pienso hacer. No es que no acepte a Dios, Aliosha, me limito a devolverle el billete con todo respeto.”
No. Para Dostoyevsky la salvación por las injusticias que cometemos –y quién no es un poco miserable- es redimida por la gratuidad, por el don de algo que no merecemos, que se nos entrega por alguien a quien no le debemos nada. Nos lo da solo porque sí. En otras palabras, solo nos salvaremos si lloramos junto a quien nos ama. El escritor ruso insiste en que solo se ve a Dios o solo percibe el valor de la persona en concreto, cuando el personaje se convierte alguien capaz de sacrificarse para acompañar, sea como sea, a quien padece injusticias o a quien nos lastima sin causa. Cuando introducimos en el mundo, gratuitamene, ese amor inmerecido. Incluso si nos han lastimado: “Humedece la tierra con las lágrimas de tu alegría y ama esas lágrimas...”
5. Alégrate. –“Quien ama a los hombres ama su alegría... no se puede vivir sin alegría”-; pasa por alto las ofensas –“Mientras Rakitin no deje de pensar en las ofensas sufridas, siempre se marchará por un callejón”. De ahí que:
“Han de saber que no hay nada más alto, más fuerte, más sano y más útil en la vida que un buen recuerdo, especialmente el que se atesora ya en la infancia, en la casa paterna. Os han hablado mucho de la educación, pero cualquier recuerdo bonito, sagrado, conservado desde la infancia, puede ser la mejor educación que exista. E, incluso si nuestro corazón solo guarda un único recuerdo bueno, éste puede salvarnos en algún momento. Quizá nos volvamos malos, incluso puede que no tengamos fuerzas para resistir con firmeza ante una mala acción, que nos riamos de las lágrimas de los hombres [...] Aun así, da igual lo malos que seamos, Dios no lo quiera, pues, en el momento en que recordemos [...] lo mucho que lo hemos querido en sus últimos días y cómo estamos hablando aquí junto a la roca, tan amistosamente y todos juntos, el más cruel de nosotros y el más burlón, si es que nos convertimos en eso, ya no se atreverá a reírse en su interior de cómo una vez fue bueno y bello. Es más, puede que precisamente este único recuerdo lo aparte de un mal grande y que reflexione y se diga: «Sí, entonces era bueno, valiente y honrado». Si se ríe de eso, no pasa nada, el hombre se burla con frecuencia de lo bueno y lo bello, solo es falta de reflexión; pero, señores, les aseguro que, en cuanto se ría, su corazón le dirá: «He hecho mal en reírme, porque ¡no hay que burlarse de estas cosas!».”
Established Adult Life... Ahora sí: ¡Intenséese!. Por cierto, feliz cumpleaños.