Lucia, Minerya y Europa Anguissola Jugando Ajedrez (Sofonisba Anguissola, 1555) |
Virgilio escribió un breve poema sobre el agradecimiento a los padres. Como siempre, los estudiosos debaten, a veces, solo por convivir. ¿Quién sonríe, la madre o el hijo? «Comienza, tierno niño, a reconocer a tu madre en una sonrisa». El debate se centra en el origen de la sonrisa: o es el niño le que ríe y él genera una respuesta equivalente en su madre de forma que así puede reconocerla; o es la madre la que primero sonríe, a pesar de los esfuerzos del embarazo, y por ello el niño responde agradecido. El poema dice así:
Comienza, tierno niño, a reconocer a tu madre en una [con tu] sonrisa(la madre ha sufrido diez meses)Comienza, tierno niño, que los que no sonrieron a sus padresni un dios juzgó a tal digno de su mesa, ni una diosa de su tálamo
Incipe, parve puer, risu cognoscere matrem(matri longa decem tulerunt fastidia menses)incipe, parve puer; qui non risere parentinec deus hunc mensa, dea nec dignata cubili est
¿Se trata de que el niño descubra a su madre porque ella le sonríe o que el niño conoce a su madre cuando él le sonríe y ella responde a pesar de haber sufrido. Sea como fuere, la ambigüedad del texto apunta a la lógica del intercambio y fusión de sonrisas entre los dos. No importa cuál suceda primero origen. Lo trascendental es el diálogo en los ojos y el discurso de la sonrisa.
¿Por qué si un recién nacido nunca ha experimentado la felicidad puede sonreír cuando su madre juega con mimos? No lo sé, pero gracias a que ella le ríe, niño experimenta que el mundo será para él un lugar benévolo y cordial. Sin una introducción así, ¿cómo enseñaremos al niño a ser responsable de otros o a hacer los sacrificios que implica su madurez personal? Sin la sonrisa de los padres, ¿cómo aprenderá después que hemos de hacer el bien a pesar de que a veces aquello nos cueste trabajo?
En ese contexto, ¿qué es mejor, recordarle al niño sus derechos o regalarle una sonrisa? Ya la televisión, la escuela, las redes sociales o la cultura en la que vivimos le hablarán al chiquillo de sus derechos. Pero ni la tele, ni los libros pueden verlo a los ojos y sonreírle. Sin sonrisa el derecho a la educación -por ejemplo- o se desliza con facilidad en reclamo de beneficios o gravita hacia el abandono de las cargas que requiere ser educado.
Volviendo a Virgilio, «¡Comienza, pequeño, por reconocer a tu madre en una sonrisa!». Regale hoy a cualquier niño, una sonrisa. Además son gratis.
Al mismo tiempo, es la risa de los niños, la que recuerda al adulto que tanto el mundo real -el de la persona mayor- como su felicidad dependen en alguna medida de imitar algunas actitudes con la que los niños ven el mundo: el niño difícilmente se rinde a la primera; lo normal en él es la capacidad de asombro; el niño es inagotable en preguntarse por qué; el niño confía sin reservas en quien quiere, etc.
Volviendo a Virgilio, «¡Comienza, pequeño, por reconocer a tu madre con una sonrisa!». Regale hoy a cualquier niño, una sonrisa. El niño le pagará con otra risa. Se la ofrecerá gratis.
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