No recuerdo cómo, pero supe de esta poesía. La recordé el viernes pasado que terminé mi curso de verano. Durante un mes estudiamos la maduración del concepto de justicia en occidente, la comprensión medieval del «ius», su transformación en «right», y su conversión en «derechos humanos». Mis estudiantes, muchachos de 19-20 años hicieron lo de siempre. Trabajaron y leyeron mucho. En sus ojos vi el "¡Sí! Esto es algo que vale la pena. Yo quiero que mi vida valga la pena". ¿Quién es capaz de jugarse la única vida que tiene en un proyecto que no vale la pena? ¿Cómo estar seguros de que ese proyecto no me defraudará? ¡Me juego la única vida que tengo! (La idea es de Francisco, aquí)
¿Cómo se convence a una persona que vale la pena quemar la única vida que se tiene? En este caso no quisiera referirme al «objeto», proyecto o persona, por el que es «rentable» gastar la vida, sino en el «sujeto» que se plantea empeñar su propia existencia. ¿Cómo he de mostrarle que esa mujer vale la pena como para arriesgar «la vida», o dicho menos radical, cambiar la vida que hasta ahora ha experimentado, o el horizonte en el que está acostumbrado a vivir? ¿Cómo educar a alguien para que se ponga en movimiento, y sea de fiar como para que dé el salto cuando llegue el momento? Como mis alumnos. Han visto una serie de ideas, proyectos y personas por las que vale la pena luchar. ¿Serán capaces de ponerse en movimiento?
Pienso que en el caso del amor, el único argumento de una «ella» para poner a un «él» en movimiento... es ella. Ella no tendría mejor motivo que ella misma. No hay argumento más poderoso, demandante y personal, que unos los ojos que preguntan «entonces, después de todo, ¿qué soy yo para ti?». ¿Será él capaz? ¿Estará formado para responder a ese llamado?
Ojalá ninguno de los que han sido mis alumnos, se les pueda aplicar la poesía de la Promesa Incumplida de José María Peman.
«Ufano de su talle y su persona,
con la altivez de un rey en el semblante,
aunque rotas, quizá, viste arrogante
sus calzas, su ropilla y su valona.
Cuida más que su hacienda, su tizona.
Sueña empresas que olvida en un instante.
Reza con devoción, peca bastante
y, en lugar de callarlo, lo pregona.
Intentó por su dama una quimera
y le mataron sin soltar la espada.
Sólo quiso al morir, que se le hiciera,
si algo quedó en su bolsa malgastada,
una tumba de rey donde dijera:
“Nació para ser mucho, y no fue nada”»
Obras completas I, Poesía, El hidalgo español. Escelicer, Madrid 1947
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