lunes, 30 de noviembre de 2015

El recipiente de la belleza: el Quijote, Marcela y Grisóstomo


En el Quijote se cuenta la historia de Grisóstomo, un recién egresado de la Universidad que muere de amor no correspondido. Se prendó de Marcela, y perdió la vida entre suspiro y suspiro. Durante su entierro -pidió que lo sepultaran en la peña donde la vio por primera vez-, sus amigos despotricaron contra la pastora. Ella se aparece y expone su defensa. El pasaje está articulado en forma de juicio: Ambrosio -el amigo- acusa a Pastora del homicidio de Grisóstomo, la acusada alega su inocencia, y el Quijote hace las veces de juez.

Marcela se defiende con un argumento en dos partes. En este blog hemos hablado varias veces sobre la belleza: por qué importa dejarnos afectar por su punzada, cómo le dejamos producir eco en nuestro interior, y cómo es que fertiliza la intimidad hasta hacerla madurar. La pastora nos ofrece una perspectiva al menos no explorada aquí. Si bien es cierto, lo bello nos toca desde fuera precisamente porque estamos diseñados para aquello que nos llama, no menos cierto es que la experiencia estética sólo produce su fruto si el recipiente se prepara para ese contenido. No sólo se trata de arrancar hacia lo bello simplemente por que lo es. Marcela nos advierte: el continente nunca es arrollado por el contenido. Así lo dice:
No vengo, oh Ambrosio, a ninguna cosa de las que has dicho, respondió Marcela, sino a volver por mí misma, y a dar a entender cuán fuera de razón van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Grisóstomo me culpan. Y así ruego a todos los que aquí estáis me estéis atentos, que no será menester mucho tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir una verdad a los discretos. Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera, que sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura, y por el amor que me mostráis decís y aun queréis que esté yo obligada a amaros. 
Yo conozco con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que por razón de eser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama; y más que podría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir quiérote por hermosa, hazme de amar aunque sea feo. Pero puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas las hermosuras enamoran, que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas y descaminadas sin saber en cuál habían de parar, porque siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos; y según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario y no forzoso. 
Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? Sino, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades? Cuanto más que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo, que tal cual es, el cielo me la dio de gracia sin yo pedirla ni escogella; y así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yo merezco ser reprendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado, o como la espada aguda, que ni él quema, ni ella corta a quien a ellos no se acerca. 
La honra y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe parecer hermoso; pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha de perder la que es amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquél que por solo su gusto con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda? 
Lo amable, sólo por ser bello, no debe desquiciar al amante, sólo por que le parece que aquello es hermoso. Marcela, además, fue honesta con Ambrosio: nunca le dio alas, ni esperanzas, ni le dio cuerda. Esta es la segunda parte de su defensa:
Yo nací libre, y para poder libre escogí la soledad de los campos; los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado, y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras; y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo, ni a otro alguno, el fin de ninguno dellos, bien se puede decir que no es obra mía que antes le mató su porfía que mi crueldad; y si me hace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él con todo este desengaño quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? 
Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa. Quéjese el engañado, desespérese aquél a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confiese el qeu yo llamare, ufánese el qeu yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo, ni admito. El cielo aun hasta ahora no ha querido que yo llame por destino, y el pensar que tengo que amar por elección es excusado. Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho, y entiéndase de aquí adelante, que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque a quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos, que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala: el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida, ni los buscará, servirá, conocerá, ni seguirá, en ninguna manera. 
Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda, el que quiera que la tenga, con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas propias, y no codicio las ajenas: tengo libre condición, y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no engaño a este, ni solicito a aquel, ni me burlo con uno, ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas, y el cuidado de mis cabras me entretiene; tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma, a su morada primera.
La belleza importa. Sí. Dejarnos afectar por lo que nos conmueve, también. Pero, para que la belleza cumpla su cometido, el recipiente donde se acoge ese regalo, nunca debe ser sólo destinatario pasivo. Sólo será beneficiario si acude al llamado de la belleza como «ésta persona», es decir, si se esfuerza por aquello quede impregnado de inteligibilidad, sentido, historia y responsabilidad. El contenido no debe eliminar el recipiente. Grisóstomo fue abrasado por la belleza, pero él nunca la abrazó. Se consumió a sí mismo al querer consumirla. 

La sentencia del juez -un loco- es esta:
Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía. Ella ha mostrado con claras razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo, y cuán ajena vive de condescender con los deseos de ninguno de sus amantes, a cuya causa es justo qeu en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo, pues muestra que en él ella es sola la que con tan honesta intención vive.
El pasaje está en la parte 1, capítulos 12-14. Estos textos están en el 14.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Los libros son peligrosos (4). 50 títulos para la FIL

He publicado en mi blog, tres textos que justifican por qué los libros son peligrosos: El Quijote, Dostoyevski, y unas palabras de C.S. Lewis sobre por qué leer y cómo contagiar el gusto por hacerlo

Aquí va mi sugerencia de textos para la FIL 2015. El archivo en PDF se puede bajar aquí. La clasificación también puede servir. Para no creernos lo primero que se nos ocurre y empezar a pensar, requerimos estirar nuestras ideas y ampliar nuestra imaginación. Los workouts de la cabeza son la filosofía, la historia, el arte y conocer los fundamentos de nuestra profesión. Por eso ofrezco títulos clasificados de esa manera. (El consejo me lo dio Carlos Massini). Aquí van:


Los libros son peligrosos (3). ¿Por qué contagiarse?

No sé si de verdad sea publicidad oficial de Gandhi

(El año pasado escribí esto. Voy a repetirme, en parte, para hablar en el radio, previamente a la FIL) 

«Leer» no se enseña, se contagia. Como los virus. Por eso, como hemos dicho estas semanas, los libros son peligrosos. ¿Cómo se transmite esta enfermedad? ¿Cómo se contagia el gusto por los libros? Aquí van tres respuestas:

1. Hay que leer aunque no se antoje. En la vida se hacen cosas que no siempre nos gustan, es mejor acostumbrarse al esfuerzo, empeñándonos en aquello que vale la pena. Suena extraño un argumento así, por que tal vez hemos pensado que la lectura se hace por el gusto que genera. En parte sí, pero el buen sabor aparece cuando ya leímos. No antes. 

2. «Para hablar como Don Juan, y escribir como Cervantes». De forma análoga al dicho de las abuelas –«somos lo que comemos»-, también escribimos y hablamos de lo que leemos. Una de las habilidades más valoradas en los profesionales de hoy es la capacidad de transmitir una idea con precisión. ¿Cómo entrenarnos para hacer algo así? No hay más que escribir. Pero el depósito de ideas, palabras, fórmulas y modos de decir se acrecienta con la lectura.

3. Los dos argumentos anteriores sirven pero hasta cierto punto, por que son utilitaristas: «leemos porque conseguimos algo a cambio». Pero si la lectura es la puerta para la sabiduría y ésta es un bien humano que vale la pena buscar por sí mismo, debe existir un motivo que justifique la actividad lectora. Dice C.S. Lewis que la lectura nos dice algo de la vida, nos introduce en el mundo de otros y en ellos aprendemos a darle sentido al nuestro. Quien no lee vive como en una cárcel, donde sólo reconoce lo que ha experimentado en su entorno y en su tiempo. Sólo tenemos una vida, un tiempo, y unas conexiones; por eso, quien quien no lee, sólo sabe de lo que alcanza a ver frente sí. Quien lee, amplía sus registros emocionales, intelectuales y morales gracias a los cuales puede comprender mejor lo que le sucede, prever lo que vivirá si toma unas decisiones equivocadas -o correctas-, aprenderá a darle cause a sus penas y potenciará sus alegrías . El momento eureka, el gozo de la lectura llega una vez que ya se ha leído, difícilmente antes. Por eso, enseñar a leer requiere un maestro que nos siembre la inquietud. Alguien que nos contagie.

Entonces, ¿qué consejo práctico daría a unos padres que quisiera inculcar en sus hijos el hábito de la lectura? Sugiero hacer tres cosas equivalentes a tres momentos distintos. Al entregar el libro, ofrecer una visión general de tema del que trata. Segundo, mientras lee el libro, hacer una pregunta al lector que conectaría el asunto del libro con su vida concreta, una especie de pellizco que diga «¡Hey! ¡En este libro hay un problema que tú también experimentas! ¿Qué harías si te pasara lo mismo?».  Tercero: escuchar, platicar y compartir el eco que el libro produjo en el hijo, en el alumno, en el amigo. Es el momento en que, como dice Lewis, «la experiencia literaria cura la herida de la individualidad sin socavar sus privilegios». Es el momento en que nos convertimos en mil personas sin dejar de ser nosotros mismos.  

jueves, 19 de noviembre de 2015

Los Libros son Peligrosos (2): Dostoyevski el dolor de los inocentes.



La semana pasada platicábamos por qué es peligroso leer libros y mucho más si ese es el Quijote. Se cumplían 400 años de la publicación de la Segunda Parte de esa novela y como se acerca la FIL, era una buena oportunidad de hablar de ese tema.

Buscaba otro autor clásico para recomendar esta semana, en preparación para FIL. Y estos días vimos atentados en París, detonaciones en Líbano, sangre en Nigeria, bombas en Siria. Unos por que quieren purificar el mundo para su dios, otros que lo defienden en nombre de la libertad y la justicia. 

He tenido en la mente unos pasajes del escritor ruso Fidor Dostoyevski sobre el sufrimiento del inocente. Son textos dramáticos, no sólo por su crudeza sino por lo absurdo que puede llegar a ser infringir dolor a quien no tiene culpa para buscar cualquier otro fin. Este problema lo podemos leer en Los Hermanos Karamazov. 

¿Qué se gana con el sufrimiento del inocente? Dostoyevski en su vida personal había sido testigo y también causante de daño a quien no lo merece y había oído posibles respuestas. Una podría ser que gracias a ella, otros ajustamos nuestra brújula moral. ¿Pero para qué queremos conocer la diferencia entre el bien y el mal, si debe ser pagada a un precio tan alto? Otra explicación que ofrece Dostoyevsky es más radical y da en el corazón del problema. Se nos dice que toda injusticia debe ser reparada, ¿pero cómo justificar que la armonía se construya a través del sufrimiento de los inocentes? ¿Por qué el castigo no se puede limitar a los causantes de la pena? 

La pregunta, por difícil que parezca, es inevitable si se quiere encontrar sentido a la existencia humana. Por que todos experimentamos la injusticia, todos hemos visto que no siempre el culpable es el único que expía las consecuencias de sus actos o no siempre se castiga. ¿Qué sentido tiene algo así?. Ivan Karamazov concluye con estas palabras:
«Y si el tormento de los niños ha de contribuir al conjunto de los dolores necesarios para la adquisición de la verdad, afirmo con plena convicción que tal verdad no vale un precio tan alto. [S]e ha enrarecido la armonía eterna. El boleto de entrada a ese equilibrio cuesta demasiado. Prefiero devolver mi boleto».
El problema no se resuelve con facilidad y mucho menos pretendo hacerlo en este momento. Los atentados en Paris causaron sufrimiento de inocentes y han provocado la solidaridad de muchos. Perfecto, eso nos viene bien como sociedad. A todos nos sirve, por ejemplo, ver las escenas de empatía de los ingleses cantando la Marsella en Wembley. ¿Pero no hemos pagado un precio demasiado caro para movernos a la solidaridad? «Toda la sabiduría del mundo es insuficiente para pagar las lágrimas de los niños», nos recuerda Dostoyevski. 

Recordaba al principio que leer es peligroso. Por que caemos en la cuenta de lo que está en juego cuando nos tomamos en serio nuestra propia vida y del tamaño de los nudos que hemos de desatar.

¿Quieren una sugerencia para la FIL? Lean a Dostoyevski.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Los libros son peligrosos (1): ¡El Quijote es una Amenaza!

Foto de Guy Le Querrec/Magnum
Hace unos días leí un artículo que así se llamaba: "Los libros son peligrosos", del sociólogo inglés Frank Furedi. Ahí nos recuerda que desde el siglo IV aC, los libros se han considerado un peligro. Furedi recuerda que Sócrates temía que los jóvenes y no educados en la virtud, serían incapaces de descartar de lo que leían aquello que les hacía daño. Unos 500 años después, es Seneca el que advierte del riesgo que un lector puede terminar "desorientado y débil" por aquello que lee. Sus inquietudes se parecen a las de la abuela angustiada por que ve que sus nietas leen las 50 Sombras de Grey, y teme que las chiquillas crean que así debe ser su experiencia del amor para sentirse realizadas.

No quiero decir que los libros se hayan que prohibir. Ni tampoco es la intención de Furedi. Al sociólogo le interesa llamar la atención sobre una cualidad de los libros: contagian ideas, influyen en actitudes y desencadenan comportamientos: "Leer captura nuestra imaginación [y amplía horizontes], detonan una convulsión emocional y llevan a las personas a una crisis existencial". ¿Por qué? Por que en los libros vemos comportamientos, actitudes y situaciones ante las que los personajes responden. Invariablemente, juzgamos lo que nos parece correcto, y en ese proceso nos juzgamos a nosotros mismos. Por eso leer es un peligro: por que al leer me someteré al juicio sobre quién soy yo: ¿Y yo que pienso? ¿Y yo qué haría en su lugar? ¿Y si quizá no estoy en lo correcto? ¿Tal vez me falta espíritu aventurero como el del personaje?

En este sentido Don Quijote de la Mancha es un libro peligrosísimo. Nos habla de un loco que nos hace reír  con sus ocurrencias. Pero también nos presenta a un desquiciado que deja la comodidad de su casa para salir a deshacer injusticias, castigar culpables, luchar por la honra, serle fiel a un amor imposible, soportar el fracaso. Leer este libro es una amenaza por que hace inevitables estas preguntas: ¿Y nosotros qué tan locos hemos de estar para edificar la justicia, para serle fieles a los amigos, para buscar inspiración en quienes amamos, para ser generosos en regalarles nuestras modestas victorias, sólo a cambio de una mirada? ¿Qué tan desequilibrados hemos de tener el juicio como para mantenernos en nuestros ideales a pesar de los fracasos constantes, de nuestros propios límites y de las burlas de los demás?

Si somos incapaces de dejarnos afectar por lo que El Ingenioso Hidalgo considera valioso, entonces ¿quién es el loco? ¿El que se queda en su casa, el que no se involucra, el que renuncia rápido, o exige correspondencia? ¿O el que se lanza por la aventura de lo que considera justo y se conforma con la  sonrisa de quien lo ama? ¿Quién es el que ha perdido el juicio?

Este año, además, se cumplen 400 años de la publicación de la Segunda Parte de este clásico, así que tal vez sea bueno que este año leamos esta novela. Se puede conseguir una buena edición en la FIL que ya se acerca. O si estamos muy ocupados, tal vez ayude oírlo en audiolibro mientras nos trasladamos al trabajo, a la universidad o a cualquier sitio. El Departamento de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón produjo una muy buena versión que se puede bajar aquí

Actualización: Hoy Fernando del Paso fue galardonado con el Premio Cervantes 2015. Tres novelas suyas son muy famosas: "José Trigo", "Palinuro de México", "Noticias del Imperio". En 2004, el Fondo de Cultura Económica le publicó "Viaje al Rededor del Quijote" (Sugiero leer este artículo de Letras Libres sobre esta última novela).


domingo, 8 de noviembre de 2015

El «ajustado» y «lo justo»


He seguido con el minicurso sobre la comprensión occidental de la Justicia. La primera clase la dedicamos a hablar sobre «la justicia» como «el ajustado». Para eso seguimos a Jane Austen como la que diseña personajes cuya misión es ajustarse (aquí el link). 

El segundo sentido en que Occidente comprende la justicia es como «lo justo». Es decir, como aquel equilibrio que existen entre las personas gracias a la equidad que se logra con las cosas y posiciones que los relacionan. También hablamos sobre la transformación conceptual que se operó con la popularización de la palabra «Derecho». 

Ya sé que John Finnis piensa que la discusión es irrelevante. Tal vez tiene razón si de lo que se trata es describir el fenómeno jurídico como tal. Pero sigo pensando que es importante para comprender las distintas formas en que Occidente ha querido comprender lo que significa la justicia.


jueves, 5 de noviembre de 2015

¿Editorialista o «comentócrata»?


Estos días de noticias bomba, solemos buscar quien nos exponga lo que está pasando en el mundo y en nuestro país -que si la mariguana, que si el huracán, que si el Papa- y nos ayude a darle sentido a todos aquellos puntos de opinión. Con el paso del tiempo reconocemos a los que nos gustan por que dicen lo que esperamos oír; a los que nos sacan de nuestra zona de confort intelectual; a los que aportan poco en cuanto al análisis, pero están mal informados; o a los que de plano no de batean algo aunque les pichen la tierra.

Hace unos días el debate sobre qué hace valioso a un comentador, o dicho de otra manera, cómo reconocer a un buen editorialista en medios de comunicación independiente que vale la pena seguir. Advierto que no estudié comunicación, ni soy experto en lo que debe de ser técnicamente un comentador. Mi pretensión es modesta: Aquí encontré dos palabras me pueden servir, como ciudadano, para distinguir entre un editorialista  útil de un comentócrata. 

Como quizá recuerdan, en la Iglesia Católica se vivieron unas semanas de Sínodo sobre la Familia. Un editorialista del New York Times, Ross Douthat, publicó una opinión sobre el Sínodo, el Papa, el catolicismo y su doctrina sobre la familia. El editorial no fue bien recibido por una serie de académicos, expertos en esos temas y firmaron una carta abierta dirigida al Editor del New York Times en el que decían que Douthat "no es un profesional cualificado para escribir sobre el tema [no es teólogo]" y descalificaban el artículo publicado.

La respuesta de Douthat no se hizo esperar y no tiene desperdicio. Ahí escribe: 
"Un columnista tiene dos tareas: explicar y provocar. La primera requiere que se le dé a los lectores un sentido de lo que está en juego en una controversia, y por qué merece un momento de su fragmentada atención. El segundo requiere tomar una posición clara en esa controversia, mejor aún, inducir la sensación (por solidaridad, estimulación, furia ciega) de convencer al público de leer, volver y subscribirse al periódico. [En el caso del radio, que no le cambien de estación y que oírnos una vez más].
Ese es el doble reto. Por una parte, explicar brevemente en qué consiste la controversia, y qué consecuencias podría tanto seguir un camino que su contrario, como eliminar el desacuerdo al eliminar una postura. Algo que no sencillo, por que en un debate, cada una de las partes piensa que sólo su posición es coherente. El buen editorialista, es capaz de mostrar cómo la postura contraria, puede ser también consistente. 

Y provocar, por que al tomar una posición, describe por qué un argumento es más serio para ser tomado en cuenta que el otro. Irremediablemente el público hace lo mismo. Los que ven validada su intuición, tendrán un argumentos para justificarse; y lo de la posición contraria, si son tolerantes, volverán a pensar sus convicciones. En ambos casos, lo ideal es que el lector o el radioescucha quiera leernos o escucharnos una vez más.

Si usted tiene poco tiempo y muchas opiniones a su alrededor, estas dos palabritas quizá sean de utilidad para valorar si les dedica tiempo o no: Explicar y Provocar.