Campo de Trigo con Cipreses, (Vincent Van Gogh, 1889) |
Hace una semana, me llamaba la atención la actividad de los críticos de la navidad y de sus redentores: si los cristianos habían copiado una fiesta romana, o si su significado debía ser rescatado de la lógica comercial, etc. Una crítica similar podríamos hacer de la fiesta de fin de año. Es absurdo embrutecerse con alcohol para celebrar el fenómeno físico de haberle dado una vuelta al sol, que se empata con una determinación cultural del inicio de una nueva rotación. Tolstoi decía que renunciar a la conciencia sofocándola con bebidas, ahoga cualquier posibilidad que la conciencia se dé cuenta de la discordia que existe entre la propia forma de vida y las exigencias que mi conciencia me propone como mi bien.
Si no vale la pena celebrar celebrar un nuevo giro, sólo por que sí, sin duda que no lo es la capacidad humana de levantar la cabeza y darle sentido al tiempo, de llenar de significado la propia vida. Hay un famoso blog de una búlgara que vive en Nueva York que se llama en español, algo así como revoltijos cerebrales (Brain Pickings, aquí). Ahí condensa nueve lecciones que ha aprendido de escribir un blog que recibe al mes más de un millón de visitantes. (Sólo por matemáticas, en mi caso, al mes recibo a lo mucho 200).
Son nueve consejos para alguien que escribe y mantiene un blog de temas culturales. Quizá pueda servir como comentario de fin de año. Nueve condensados mentales que ayudan a refrescar el sentido de la propia vida:
1. Permitirse el incómodo lujo de cambiar de opinión. Es decir, no creernos lo primero que se nos ocurre, esforzarnos por encontrar los motivos que justifican nuestras opiniones y por su puesto, cambiar de opinión.
2. No hacer nada sólamente por prestigio, estatus o dinero. El prestigio es como las galletas oreo. Podemos desearlas, pero una vez que las hacemos nuestras, nos la tragamos y desaparecen. Lo mismo con el prestigio y el estatus. Una vez conseguido, corremos el riesgo de olvidar el trabajo, las personas y los procesos que implicó aquello. Buscar el prestigio o el estatus es la mejor manera de olvidar el trabajo y las personas que nos permitió aquello que la gente llama prestigio.
3. Sé generoso. Con el tiempo, recursos, confianza y con las palabras. Es mucho más fácil ser crítico que celebrar lo positivo. Somos seres limitados y todo lo que edificamos puede ser mejorado. Así que si vemos sólo lo que criticamos, nos perdemos de la otra parte de la realidad, y lo peor, quizá desperdiciemos la oportunidad de encontrarnos con otra persona.
4. Construir espacios de quietud. Aprender a estar solo, desprendernos algunas horas del teléfono celular, whatsapp y redes sociales. Estar en silencio. Aprender a oír los árboles, el mar, etc. Las mejores ideas nacen en nosotros cuando dejamos de cortejar a la musa de la creatividad y más bien nos preparamos para ser despertados por ella. La creatividad arma el rompecabezas con las piezas de nuestra experiencia, pero le gusta trabajar en silencio.
5. Dormir bien. La lógica del trabajo nos empuja a valorar las horas que le robamos a la cama para ser productivos. Pero vivir así, es muestra del profundo fracaso en nuestras prioridades y una bomba de tiempo para perder fuerza física y el empuje que nos dan las verdaderas motivaciones para la vida.
6. No vale la pena creerse los que los demás dicen de uno mismo. Al final, a los demás les falta lo más importante: conocer las verdaderas intenciones. [Hasta aquí la Popova. Sin embargo, habría que pensar qué papel juega descubrir lo que los demás aman en nosotros].
7. Saber estar presentes. La lógica de la productividad y las redes sociales, pueden llevarnos a no visitar a un amigo enfermo, sino sólo mandarle un whatsapp; no ver a un familiar, sino sólo mandarle una foto al Facebook. No da lo mismo. ¿Cuántas interacciones frente a frente compartimos por cada mensaje virtual que enviamos?
8. Buscar aquello que acrecienta el espíritu y llena el alma. Popova sugiere que reconozcamos qué música, artista, lugar y persona, tocan nuestro interior y nos llaman la atención. Reconocerlos es importante para volver a ellos una y otra vez. Es decir, descubrir aquello que nos asombra, detenernos ante lo que nos llama la atención, atesorarlo, rumiarlo, ponerlo a añejar. (Aquí algo del blog sobre la música, y aquí un video sobre el asombro como fuente de creatividad)
9. Perder el miedo a ser idealista. Chesterton decía que si el príncipe nunca le tiene miedo al dragón, entonces no existe cuento. Y si por el contrario, el héroe se deja atropellar por el temor, entonces se acabó el príncipe. La vida se trata de ser realistas para esforzarnos por aquello que podemos cumplir, y al mismo tiempo inconformes para seguir soñando en lo queremos conseguir.