jueves, 31 de diciembre de 2015

Nueve vitaminas para el fin de año

Campo de Trigo con Cipreses, (Vincent Van Gogh, 1889)

Hace una semana, me llamaba la atención la actividad de los críticos de la navidad y de sus redentores: si los cristianos habían copiado una fiesta romana, o si su significado debía ser rescatado de la lógica comercial, etc. Una crítica similar podríamos hacer de la fiesta de fin de año. Es absurdo embrutecerse con alcohol  para celebrar el fenómeno físico de haberle dado una vuelta al sol, que se empata con una determinación cultural del inicio de una nueva rotación. Tolstoi decía que renunciar a la conciencia sofocándola con bebidas, ahoga cualquier posibilidad que la conciencia se dé cuenta de la discordia que existe entre la propia forma de vida y las exigencias que mi conciencia me propone como mi bien.

Si no vale la pena celebrar celebrar un nuevo giro, sólo por que sí, sin duda que no lo es la capacidad humana de levantar la cabeza y darle sentido al tiempo, de llenar de significado la propia vida. Hay un famoso blog de una búlgara que vive en Nueva York que se llama en español, algo así como revoltijos cerebrales (Brain Pickings, aquí). Ahí condensa nueve lecciones que ha aprendido de escribir un blog que recibe al mes más de un millón de visitantes. (Sólo por matemáticas, en mi caso, al mes recibo a lo mucho 200).

Son nueve consejos para alguien que escribe y mantiene un blog de temas culturales. Quizá pueda servir como comentario de fin de año. Nueve condensados mentales que ayudan a refrescar el sentido de la propia vida:

1. Permitirse el incómodo lujo de cambiar de opinión. Es decir, no creernos lo primero que se nos ocurre, esforzarnos por encontrar los motivos que justifican nuestras opiniones y por su puesto, cambiar de opinión.  

2. No hacer nada sólamente por prestigio, estatus o dinero. El prestigio es como las galletas oreo. Podemos desearlas, pero una vez que las hacemos nuestras, nos la tragamos y desaparecen. Lo mismo con el prestigio y el estatus. Una vez conseguido, corremos el riesgo de olvidar el trabajo, las personas y los procesos que implicó aquello. Buscar el prestigio o el estatus es la mejor manera de olvidar el trabajo y las personas que nos permitió aquello que la gente llama prestigio.

3. Sé generoso. Con el tiempo, recursos, confianza y con las palabras. Es mucho más fácil ser crítico que celebrar lo positivo. Somos seres limitados y todo lo que edificamos puede ser mejorado. Así que si vemos sólo lo que criticamos, nos perdemos de la otra parte de la realidad, y lo peor, quizá desperdiciemos la oportunidad de encontrarnos con otra persona.

4. Construir espacios de quietud. Aprender a estar solo, desprendernos algunas horas del teléfono celular, whatsapp y redes sociales. Estar en silencio. Aprender a oír los árboles, el mar, etc. Las mejores ideas nacen en nosotros cuando dejamos de cortejar a la musa de la creatividad y más bien nos preparamos para ser despertados por ella. La creatividad arma el rompecabezas con las piezas de nuestra experiencia, pero le gusta trabajar en silencio.

5. Dormir bien. La lógica del trabajo nos empuja a valorar las horas que le robamos a la cama para ser productivos. Pero vivir así, es muestra del profundo fracaso en nuestras prioridades y una bomba de tiempo para perder fuerza física y el empuje que nos dan las verdaderas motivaciones para la vida.

6. No vale la pena creerse los que los demás dicen de uno mismo. Al final, a los demás les falta lo más importante: conocer las verdaderas intenciones. [Hasta aquí la Popova. Sin embargo, habría que pensar qué papel juega descubrir lo que los demás aman en nosotros].

7. Saber estar presentes. La lógica de la productividad y las redes sociales, pueden llevarnos a no visitar a un amigo enfermo, sino sólo mandarle un whatsapp; no ver a un familiar, sino sólo mandarle una foto al Facebook. No da lo mismo. ¿Cuántas interacciones frente a frente compartimos por cada mensaje virtual que enviamos?

8. Buscar aquello que acrecienta el espíritu y llena el alma. Popova sugiere que reconozcamos qué música, artista, lugar y persona, tocan nuestro interior y nos llaman la atención. Reconocerlos es importante para volver a ellos una y otra vez. Es decir, descubrir aquello que nos asombra, detenernos ante lo que nos llama la atención, atesorarlo, rumiarlo, ponerlo a añejar. (Aquí algo del blog sobre la música, y aquí un video sobre el asombro como fuente de creatividad)

9. Perder el miedo a ser idealista. Chesterton decía que si el príncipe nunca le tiene miedo al dragón, entonces no existe cuento. Y si por el contrario, el héroe se deja atropellar por el temor, entonces se acabó el príncipe. La vida se trata de ser realistas para esforzarnos por aquello que podemos cumplir, y al mismo tiempo inconformes para seguir soñando en lo queremos conseguir.

jueves, 24 de diciembre de 2015

¿En qué se parece la Navidad a un cumpleaños?



Haber nacido es un regalo. Desde que llegamos al mundo, hasta que fuimos conscientes de vivir en él, recibimos innumerables regalos: unos nos acogieron, otros nos donaron de su tiempo, otros nos educaron, nos dieron de comer, nos vistieron, nos hicieron reír, soportaron nuestro llanto, nos curaron etc. ¿Qué ha hecho un bebé para justificar que le celebremos su primer año? Hasta ese momento sólo ha requerido sacrificio y entrega. ¿Por qué no mejor celebramos su cumpleaños hasta que sea consciente de lo que es una fiesta? Pero hay algo ajeno a la lógica de la utilidad, hay algo en el niño  que se en encuentra en el ámbito del ser regalo. Como la vida. Nos la dan sin merecerla. 

Tal vez por eso, celebrar el cumpleaños se trata en el fondo, de alegrarse por el regalo que otros nos han hecho. El cumpleañero, si ha de ser coherente con lo sucedido el día que nació, debe ser él quien celebre que otros le han regalado, una y otra vez, gran parte de lo que es él ahora. Probablemente convenga hacerse en el propio cumpleaños, las terribles preguntas sobre uno mismo: «¿qué aman de mí los que dicen que me quieren? Si soy lo que soy, en gran medida, por lo que otros me han regalado, ¿qué tanto soy yo un regalo agradable para otros? ¿Qué hay en mí –qué han visto en mí-  que otros organizan su vida, sólo para que yo esté en ella y sea feliz?». Por todo ello, la celebración de un cumpleaños, quizá, debe ser también un regalo que otros nos hacen. 

En el origen cristiano de la navidad se celebra la lógica que está detrás de un cumpleaños. Se trata del regalo de quién nos quiere, con la esperanza de ver nacer en nosotros, de replicar, esa lógica: convertirse en don para otros. Un villancico popular condensa esta intuición. Un niño con su tambor, cae en la cuenta  de que para reglar a un recién nacido, sólo tiene su música. El bebé, a cambio, sólo ofrece unos brazos que lo necesitan, una debilidad para ser protegida, y una sonrisa para iluminar esa entrega. La fiesta de la navidad se trata del encuentro entre estos regalos, de celebrar lo único que tenemos; es alegrarnos por el don recibido, haciendo propia la lógica del regalo y convertirnos en don para otros. ¡Y eso sí que merece una fiesta!

Termino con el mejor discurso de cumpleaños que he visto en la literatura. Es Bilbo Bolsón, en El Señor de los Anillos, quien dice en su fiesta:
–Hoy es mi cumpleaños centésimo decimoprimero: ¡tengo ciento once años! [...] ¡No les distraeré mucho tiempo! [...] Los he reunido a todos [...] para poder decirles lo mucho que los quiero y lo breves que son ciento once años entre hobbits tan maravillosos y admirables. [...] No conozco a la mitad de ustedes, ni la mitad de lo que querría y lo que yo querría es menos de la mitad de lo que la mitad de ustedes merece.
¡Feliz Navidad! 

lunes, 21 de diciembre de 2015

Simone Weil: nos define una mirada de misericordia.

Dibujo de Cristi Pérez Venegas

El que ama define su existencia por la mirada de quien lo ama. Es decir, si se tratara de describir en diccionario "¿quién soy yo de verdad?", habría que buscar la respuesta en la mirada de quien lo quiere: "¿qué ha visto en mí el que me quiere? ¿Quién soy yo realmente para ella [o para él/Él]?" (En el blog ya he publicado algo sobre lo que significa ser observado).

Aquí va otro matiz de esta idea: somos definidos por una mirada que con misericordia nos ofrece quien nos ama. Si lo pensamos bien, nunca merecemos propiamente el amor del otro, y nunca correspondemos como exigiría ese amor. El que nos ama, ve en nosotros que somos más que nuestras tonterías o que los límites de lo que somos capaz. Hay en nosotros algo más que nuestra miseria o nuestro límite temporal. Gracias a esa mirada, nos ponemos de pie y lo intentamos de nuevo.

Lo encontré en un poema que recitaba Simone Weil cuando se le cerraba el horizonte y se sufría terriblemente por su salud ("Me acogió el amor"). Es del inglés George Herbert, S. XVII, que la filósofa recitaba de memoria. Cuando padecía fuertes dolores de cabeza, lo repetía de memoria y gracias a él percibía "en medio de mi sufrimiento, la presencia de un amor, similar al que puede verse en el rostro sonriente de quien me ama." (Más sobre esa carta, aquí).

El Amor me acogió; y mi alma retrocedió,
      Culpable de polvo y de pecado. 
Pero el Amor clarividente, viéndome dudar
      Desde el momento en el que entré,
Se acercó a mí, preguntando dulcemente         5
      Si necesitaba algo.
“Un invitado, contesté, digno de estar aquí”:
        El Amor respondió: “Tú lo serás”.
“¿Yo, el malo, el ingrato? ¡Ah! Mi amado,
      No puedo mirarte.”  10
El Amor me tomó de la mano y me contestó sonriendo,
      “¿Quién ha hecho esos ojos sino yo?”
“Es verdad, Señor, pero yo los he manchado. Deja que mi vergüenza 
      me conduzca donde merezco.”
“Y no sabes, preguntó el Amor, ¿quién ha cargado con las culpas?”  15
      “Mi amado, entonces yo te serviré.”
“Haz de sentarte aquí, dice el Amor, y disfruta de mi manjares.
      Entonces me senté y comí.

El poema original, que encontré aquí, es este:

LOVE bade me welcome; yet my soul drew back,
      Guilty of dust and sin.
But quick-eyed Love, observing me grow slack
      From my first entrance in,
Drew nearer to me, sweetly questioning         5
      If I lack'd anything.
'A guest,' I answer'd, 'worthy to be here:'
     Love said, 'You shall be he.'
'I, the unkind, ungrateful? Ah, my dear,
      I cannot look on Thee.'  10
Love took my hand and smiling did reply,
      'Who made the eyes but I?'
'Truth, Lord; but I have marr'd them: let my shame
      Go where it doth deserve.'
'And know you not,' says Love, 'Who bore the blame?'  15
      'My dear, then I will serve.'
'You must sit down,' says Love, 'and taste my meat.'
      So I did sit and eat.

jueves, 17 de diciembre de 2015

¿Por qué deberíamos creer en Santa Claus?




"La Ética en el País de los Elfos" es el título de uno de los capítulos de Ortodoxia de Chesterton. Ahí defiende la importancia de las historias de fantasía y cómo es que una persona madura no puede vivir sin fantasías, utopías, ideales. No por que se moviera entre nubes o en el mundo imaginario, sino por que la vida cotidiana está llena de la magia propia de los cuentos. Por ejemplo, si es fantástico que un príncipe se haya convertido en una bestia por hosco e insolidario, es igual de sorprendente que haya sido rescatado por alguien que le ofreció su confianza y cariño aún cuando no lo merecía. Por eso Chesterton nos recuerda que se puede creer en los cuentos de hadas y en las fantasías, no por que existan más dragones que princesas, sino por que nos introducen y acostumbran a vivir en un mundo que parece regido por esa magia de los cuentos. Por ejemplo, Santa Claus. Si la felicidad va unida a la gratitud, dice el escritor inglés:
«yo me sentía agradecido, aunque difícilmente sabía a quién estarlo. Los niños están agradecidos cuando Santa Claus pone en sus calcetines juguetes y dulces. ¿No podría yo estarle agradecido a Santa Claus cuando él ha puesto en mi calcetín el regalo de dos milagrosas piernas? Le agradecemos a la gente regalos de cumpleaños tales como cigarros y chanclas. ¿Y yo no puedo darle las gracias a nadie por el regalo de cumpleaños de mi nacimiento? (Ortodoxia)»
En otro lugar, desarrolla más esta idea. En su infancia, la costumbre era dejar un calcetín para que Santa Claus la llenara la noche de Navidad con regalos, juguetes, dulces o monedas. Pues bien,
«Lo que me ha pasado ha sido todo lo contrario a lo que parece ser la experiencia de la mayoría de mis amigos. En lugar de aminorarse, Santa Claus ha sido cada vez más importante hasta llenarla casi toda. Sucedió de esta manera. 
Cuando era niño me enfrentaba a un fenómeno que requería una explicación. Al final de mi cama, colgaba un calcetín vacío y en la mañana aparecía lleno. Yo personalmente no había hecho nada para producir esos juguetes. No había fabricado los regalos, ni los había armado, ni ayudado a construirlos. Ni siquiera había sido lo suficientemente bueno para merecerlos. 
Y me explicaron que existía cierto ser al que la gente llamaba Santa Claus, quien me tenía cariño... Creíamos en alguien que bueno y generoso que nos daba juguetes a cambio de nada. Y, como he dicho, sigo creyendo en una persona así. Sólo que he ampliado mi idea de él.  
De niño sólo me preguntaba quién dejaba los juguetes en mis calcetines; ahora me pregunto quién fue quien colocó los calcetines en la cama, la cama en la habitación, la habitación en la casa, la casa en la tierra y quién colocó este gran planeta en el vacío del cielo. 
Cuando era niño sólo daba gracias a Santa Claus por unos muñecos y algunas galletas. Ahora le agradezco las estrellas, los rostros que veo en la calle, el vino y el inmenso mar. De niño me parecía sorprendente y encantador poder encontrar con un regalo tan grande para llenar la mitad del  calcetín. Ahora me pasmo por la mañana, al caer en la cuenta de  un regalo tan grande que necesita dos calcetines para sostenerse, y me divierte que lo haya dejado desnudo de ahí hacia arriba. Hablo del inmenso y ridículo regalo que soy yo mismo. De quien no puedo dar una mejor explicación más que algún Santa Claus me ha dado como regalo, ha hecho de mi un regalo, en un gesto de una peculiar y fantástica buena voluntad».
Hoy es cumpleaños de mi hermana. Si hubiera alguien que no creyera en Santa Claus, tendríamos que inventarlo sólo para agradecerle dejó en casa a mi Teresita.


Aquí está el texto completo de Chesterton:

My experience of Santa Claus

G. K. Chesterton

At the close of G.K.C.'s centenary year we publish this essay by courtesy of his literary executor, Dorothy Collins.

The near approach of Christmas (which the eternal idealism of mankind has expressed in the proverbial phrase which describes it as "Coming") makes it particularly appropriate that I should deal with the existence and peculiarities of Santa Claus. But this is even more necessary because he is the one example of a matter of unimpeachable commonsense. Sceptics may throw doubt upon the existence of pixies or brownies; ingenious doubts may be raised even against dragons. By dint of a little paradox and superficial sparkle people may make what looks like a plausible case against the existence of hippogriffs. Of mermaids, I confess that I have had doubts myself in early youth, and though I am sure about giants with three heads, yet this assurance is of the nature of a dim and delicate spiritual intuition. But about Santa Claus, at any rate, I am on perfectly solid ground. My conviction of his existence and beneficence began faintly in early childhood, and has continuously increased ever since.

It is the fashion with an enormous number of modern people to maintain, or rather to take for granted, that as the world has progressed it has come to believe less and less in spirits and more and more in materials. And in the same way it is their custom to maintain, or rather to take for granted, that as we go on in life from infancy to old age we believe less and less in Santa Claus. Both views are false, or at least insufficiently true. The truth is that progress, whether it be the progress of mankind from the cavern to the hotel, or the progress of an individual, as the florid clergyman expressed it, from the "bassinet to the sepulchre," is so motley and complicated a thing that by choosing instances and arguments with reasonable controversial care, one can represent it to have been anything at all. No doubt, one can make a plausible statement that our race has become more and more rationalistic, and less and less mystical; one can quote on its side the disappearance of medicine men, of tests at Oxford and Cambridge, of witch-finding and the Irish Church Establishment and the introduction of books on psychology. But I would by the same method undertake plausibly to maintain that the world has been growing more and more red and less and less green. I could quote the introduction of pillar-boxes, terracotta statuettes, and socialist neckties, and I could quote the disappearance of Fenian societies, country districts, green poplin, and the costume of Robin Hood. In the same way I could make out that young people liked everything that was round, and that old people liked everything that was square, instancing on the one side boys eating buns and babies crying for the moon, and citing on the other the fondness of old gentlemen for cards, books, newspapers, and chess boards. In all these cases clearly our error would have been an insufficient breadth of experience and example. The modern popularity of green absinthe would have upset the first theory; the second would have sadly taken wing after the experiment of bringing a child into the neighbourhood of a square biscuit. In the same way there are scores of examples to upset the theory that a high civilisation has outgrown mysticism, examples which range from the philosophers of India to the palmists of Bond Street; and if an example be required to upset the theory that advancing years destroy our belief in Santa Claus, I beg most modestly to present myself as an exception.

What has happened to me has been the very reverse of what appears to be the experience of most of my friends. Instead of dwindling to a point, Santa Claus has grown larger and larger in my life until he fills almost the whole of it. It happened in this way. As a child I was faced with a phenomenon requiring explanation; I hung up at the end of my bed an empty stocking, which in the morning became a full stocking. I had done nothing to produce the things that filled it. I had not worked for them, or made them or helped to make them. I had not even been good— far from it. And the explanation was that a certain being whom people called Santa Claus was benevolently disposed towards me. Of course, most people who talk about these things get into a state of some mental confusion by attaching tremendous importance to the name of the entity. We called him Santa Claus, because everyone called him

Santa Claus; but the name of a god is a mere human label. His real name may have been Williams. It may have been the Archangel Uriel. What we believed was that a certain benevolent agency did give us those toys for nothing. And, as I say, I believe it still. I have merely extended the idea. Then I only wondered who put the toys in the stocking; now I wonder who put the stock ing by the bed, and the bed in the room, and the room in the house, and the house on the planet, and the great planet in the void. Once I only thanked Santa Claus for a few dolls and crackers, now I thank him for stars and street faces and wine and the great sea. Once I thought it delightful and astonishing to find a present so big that it only went halfway into the stocking. Now I am delighted and astonished every morning to find a present so big that it takes two stockings to hold it, and then leaves a great deal outside; it is the large and preposterous present of myself, as to the origin of which I can afford no suggestion except that Santa Claus gave it to me in a fit of peculiarly fantastic goodwill.

From "Black and White" (1904)

jueves, 10 de diciembre de 2015

Empatía y Derechos Humanos


Cuando se elaboraba la Declaración Universal de 1948, el documento que hoy cumple 67 años, los redactores se preocuparon por incorporar en ella los motivos para que cualquier persona se supiera vinculada por estos derechos. Los textos de derechos humanos clásicos, elaborados durante la Revolución Francesa y la Independencia Norteamericana del siglo XVIII, seguían una intuición de Kant. Para ellos cuando los ciudadanos se veían expuestos al goce de su libertad, esta experiencia desencadenaría su deseo de vivir conforme a esa autonomía. De esta forma, los derechos humanos se transformarían en cultura en la media en que el Estado lograra que la mayor cantidad posible de personas pudieran construir su proyecto de vida conforme a sus gustos y deseos.

150 años después, los redactores de la Declaración Universal de 1948, sin negar el valor de la libertad, colocaron el resorte de los derechos humanos en otra experiencia. Una de las versiones preliminares del artículo primero decía que todas las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos, y que por tanto todos debían comportarse como hermanos entre sí. Entonces, el libanés Charles Malik sugirió que se incorporara la palabra razón, por la que nos damos cuenta de esas exigencias de solidaridad. El francés René Cassin apoyó la sugerencia; así redactada, la fórmula  "intenta comunicar la idea que el hombre más humilde de cualquier cultura posee la chispa particular que lo distingue de los animales, y al mismo tiempo lo obliga a una mayor grandeza y mayores deberes que a cualquier otro ser de la tierra".

Por su parte el delegado Chino, propuso incluir una traducción de un término del vocabulario ético de Confucio. Es la palabra es Ren. Se podría traducir como empatía, ponerse en los pies del otro, tratar con humanidad al vecino, o como solidaridad hacia los demás. Es decir, Ren significaría nuestra capacidad de humanizarnos partir de descubrir cuáles son los requerimientos de la dignidad específica de una persona concreta que sólo se hacen realidad a través de mi compromiso solidario con ella. La palabra que propuso para referirse a esta experiencia humana fue conciencia. Así fue como "razón y conciencia" se agregaron al artículo 1, de la Declaración Universal.

De esta forma, si los documentos de derechos humanos del s. XVIII, presuponían que era la libertad la que detonaría nuestro compromiso por ellos; la Declaración de 1948, se centra en la empatía. La diferencia es fundamental. ¿Por qué? Si todo depende de mi libertad, entonces en el fondo, todo se trata de exigir lo que tengo a mi favor y lo que creo que merezco. En un segundo momento, revisaríamos si no dañamos los derechos de otros, pues se supone que nuestra libertad termina donde comienza la de los demás. Este sería el modelo que abandonaron los redactores de la Declaración Universal de 1948. Para ellos, la fuerza motora de los derechos humanos es la experiencia de la empatía. Es decir, para ser capaces de percibir cuáles son nuestros propios derechos, hemos de ser unos expertos en empatía solidaria. Primero conocemos la dignidad y lo que ella significa, cuando buscamos hacer crecer a las personas que nos rodean. Sólo así tendremos entrenado nuestro ojo interior para percibir cuáles son nuestros derechos. Primero somos empíricos, luego descubrimos nuestros derechos.

Para terminar, durante los trabajos de redacción de la Declaración, la UNESCO envió un cuestionario a intelectuales de esa época para preguntarles su opinión sobre los derechos humanos. Mahatma Gandhi envió esta respuesta:
“He aprendido de mi madre, analfabeta pero sabia, que todos los derechos que merecen ser protegidos y preservados nacen del deber cumplido previamente. [...] A partir de este presupuesto fundamental, quizá sea más fácil definir primero los deberes del hombre y la mujer y después correlacionarlos con algún derecho. Derechos sin deberes, es una usurpación por la que difícilmente vale la pena luchar”.


miércoles, 9 de diciembre de 2015

Curso de derechos Humanos en 10 imágenes

Quizá lo más difícil de un profesor es articular los contenidos de sus cursos a partir de las ideas que le dan sentido a los temas. Aquí van en imágenes, las ideas y preguntas que podrían estructurar un curso de derechos humanos:

1. ¿Sirve de algo el estudio universitario de estos temas?  Si de lo que se trata es prepararse para el «mundo real», ¿de qué sirven estas utopías?


2. Lucha por la dignidad. No hay rama del derecho donde se toque con mayor nitidez, el valor de la persona por sí misma.


3. [*Suspiro]. ¿Qué respuesta ofrece el derecho ante esto?


4. Entre la homilía y el mitin (Andrés Ollero dixit). Sí. Uno se mueve en arenas movedizas entre la ética, la política y el derecho. Si no se cuida la retórica de estos derechos, termina uno suplantando al cura o al demagogo.
5. ¿Sobre aire? Si no existe una dignidad real que sustente, oriente y limite los derechos humanos, estos sólo se reducen a la retórica del más fuerte.

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6. Dignidad y «ius». Sin criterios reales para equilibrar las relaciones entre personas, la dignidad se vacía de contenido. Si un concepto sirve para todo, entonces, no sirve para nada. 


7. Autodeterminación y proyecto de vida. ¿De qué sirve una brújula que no marca el norte? ¿Existe el derecho de alguien trans-edad, –una niña de seis años, atrapada en un cuerpo de un adulto de 50 [no es broma]- si esto forma parte de su proyecto de vida? 


8. Un límite impuesto a la fuerza. ¿Puede la lógica de la fuerza ser orientada y controlada por la experiencia de la empatía?



9. ¿Contenido o regla de interpretación?

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10. Los héroes. ¿Quién dijo yo?

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jueves, 3 de diciembre de 2015

Arendt y el recién nacido como milagro político


En un pequeño libro, titulado «¿Qué es la política?»  se editan los manuscritos que Hannah Arendt había preparado para su proyecto sobre introducción a la política. En sus notas, esta importante filósofa se detiene a explicar lo que significa el «milagro» en la comprensión de este ámbito de la vida humana. Arendt no se refiere sólo al operador profesional, sino a la convivencia común de personas que son diferentes. En este sentido, parece que la vida de una comunidad sigue unos procedimientos ya establecidos, debe mantener unas tradiciones que ha heredado o simplemente arranca del «¡Ya qué! Así están las cosas». Este factum dato originario se rompe, acelera o cambia de dirección por la introducción de nuevos elementos que no son consecuencia natural de ese ambiente: 
«Se ve claramente que siempre que ocurre algo nuevo se da algo inesperado, imprevisible y, en último término, inexplicable causalmente, es decir, algo así como un milagro en el nexo de las secuencias calculables. Con otras palabras, cada nuevo comienzo [Anfang] es por naturaleza un milagro —contemplado y experimentado desde el punto de vista de los procesos que necesariamente interrumpe».
Este milagro o «nuevo comienzo» al que se refiere Arendt, pone en marcha y detona una nueva serie de eventos y sucesos que van a dar forma a nuestra vida en común. En este sentido, la libertad es uno de esos milagro que introducen nuevos elementos que no existirían, a no ser por que alguien se lanzó llenar de sentido y responsabilidad los datos políticos que tiene ante sí:  
«Si el sentido de la política es la libertad, es en este espacio —y no en ningún otro— donde tenemos el derecho a esperar milagros. No porque creamos en ellos sino porque los hombres, en la medida en que pueden actuar, son capaces de llevar a cabo lo improbable e imprevisible y de llevarlo a cabo continuamente, lo sepan o no».
Por eso Arendt concluye, que el mayor milagro que se puede esperar en la política, –la mayor fuente de milagros- es el nacimiento de una persona. Con ella se introducen en el mundo, un sin fin de posibilidades de construir la comunidad. Cada que nace un ser humano, se ha sembrado una nueva potencialidad de dignidad y de creatividad.

Por eso -entre otras cosas- hemos de celebrar cualquier nacimiento. Si no conocieran a un recién nacido, yo tengo en mente uno de hace dos días que podemos usar de excusa para alegrarnos de esta nueva serie de posibilidades infinitas para la vida política.

Un abrazo a Gabriela y Manuel. También voy a celebrar la llegada de Jaziel.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

"Los 7 tipos de personas que te encontrarás en la Novena"


Aquí va este post que me encontré aquí. Algo pasa con Feisbuc que no me deja colgarlo. A ver si se puede al trascribirlo. Entre corchetes explico por si ayuda a entender la referencia.
El post que viene a continuación es un poquito diferente a lo que os tengo acostumbrados y es que va dirigido a un evento tan concreto que solamente lo entenderán del todo los alumnos, graduados, empleados o miembros adscritos a la Universidad de Navarra. Si el resto queréis leerlo adelante, pero no os sorprendáis si no entendéis alguna cosa o si la imagen con la que os quedáis es la de la falsedad de los unavers porque no hay nada más lejos de la realidad (hipócritas hay en todas partes, pero en general somos buena gente). Estamos de exámenes y necesitamos despejarnos, eso es todo. 
Y los que lo entendáis... por favor, pillad el tono sarcástico pero desenfadado del texto. No pretendo ni meterme con alguien en concreto, ni dármelas de nada, es simplemente una constatación (más o menos objetiva) de algo que llevo presenciando cada año y que me apetece compartir porque muchos de nosotros lo hemos comentado siempre y he pensado que estaría bien ponerlo por escrito. Si además os sentís identificados con algo (que es por otra parte inevitable) pues oye, bendita diversidad, nadie es perfecto y riámonos de la situación. Yo soy la primera "clasificable". 
Allá vamos: en mi universidad tenemos la sana costumbre de celebrar la novena a la Inmaculada que como su propio nombre indica se hace durante nueve días, del 30-8 de diciembre, mediante una misa diaria en nuestro polideportivo, vestido para la ocasión. Ahí nos reunimos cantidades ingentes de profesores, padres, alumnos o trabajadores de la universidad. Dado que con esto de Bolonia el calendario de exámenes finales se adelantó a diciembre, es un muy momento para desconectar de las horas de estudio a última hora del día y aprovechar para echar unos rezos que nunca vienen mal. 
Pero a lo que vamos, ¿qué tipos de personas te encuentras realmente en la novena? 
1. Los ojeadores (y no precisamente deportivos) son, o al menos eso se dice, el grupo más extendido y los más fáciles de distinguir. El ojeador común va a la novena con un solo propósito: fichar. Y ya si le sobra tiempo, pues escuchar lo que está diciendo el cura. Los reconocerás porque suelen ir en grupo y por lo general impecablemente vestidos ellos y muy bien maquilladas ellas. El pelo lo llevan cuidadosamente limpio y cepillado; están las que lo llevan suelto y no paran de colocárselo y ahuecárselo durante toda la misa o las que llevan unos recogidos que harían sombra a la princesa Leia. Sus intenciones no son malas, quieren ir "a ver quién hay", a ver qué se cuece, a ver si X o Y son de los que van o de los que pasan. Este tipo de gente son también muy de la misa de 20.15 en la CUN [Clínica Universitaria] durante cualquier domingo año. Para todo lo demás, Mastecard. 
2. Los ingenuos: Son ese tipo de personas que llevan fatal los exámenes, pero fatal, fatal. Y van a ver si al menos yendo todos los días a misa durante nueve días, esos conocimientos que hay en los libros que no han tocado durante tres meses son adquiridos por inspiración divina. En el momento de la acción de gracias guardan un silencio que ya quisieran algunos monjes cartujos y la cara de circunstancia que ponen yendo a comulgar es para acercarte por detrás y preguntarles si les pasa algo. Suelen frecuentar las primeras filas. Nada más que añadir. Suerte en junio [La segunda vuelta]
3. Las románticas: Aunque muchas empiezan en este grupo en su primero, es probable que si tienen dos dedos de frente, lo vayan abandonando durante el resto de la carrera. Pero aún así, siempre están las que todavía creen que conocerán a su futuro marido entre esas paredes. Pobrecillas. Como si a la salida fuesen a chocarse con alguien, a dejar caer los papeles y al empezar a recoger encontrarse con unas manos (SUS manos, las manos del chico ese de la cuarta grada, alto, moreno, de cuarto o quinto de la doble y con el jersey verde) y fuesen a saltar chispas de amor. Queridas, despertad. ESO no pasa. Es decir, sí, se te podrán caer los folios y sí podrá acercarse alguien a ayudarte pero NUNCA será ese chico de la cuarta grada, ¿por qué? Bueno, hay infinitos motivos, pero en la mayoría de los casos porque el susodicho tiene novia o algún otro tipo de compromiso de esos que tiene la gente en la unav y los hace intocables (you know what I mean). El resto se mantendrá a una distancia prudente, haciendo como que no ha visto nada. Lo mejor es que los recojas rápido y te escabullas entre la gente. 
4. Los fiestas: Los fiestas son la caña, son esas personas que van a la novena como quien queda en el [100] Montaditos [sería como las Wings Army] para echarse unas birras después de las horas de biblioteca. Suelen ponerse arriba (de pie o en las gradas) y se pasan la misa sonriendo, comentando la jugada con el de al lado y esperando a que llegue el final para fumarse el piti con los colegas. Muchas de las románticas suelen tener "flechazos noveneros" con ellos y suspiran cada vez que les ven "¡tía mira, Juan y Pepe van a misa!" por favor chicas, no me seáis tan fáciles, seguramente son de los que luego no pisan una iglesia durante el resto del año (EH, existen los fiestas cumplidores, de domingos y fiestas de guardar pero por lo general, y esto lo aprenderéis con el tiempo y la experiencia, la novena NO es un indicativo de la fe de nadie).  
5. Los novios: Este grupo creo que no merece grandes explicaciones. Parejas de novios que bajan juntos, se sientan juntos, asienten juntos, comulgan juntos (que mis amigos ennoviados no me odien, no es nada personal). Algunas parejas son ya auténticos pre-matrimonios en toda regla: ella entra primero, mira, elige sitio, y arrastra a su querido hasta el lugar elegido. Él como todo buen novio, sumiso y obediente, lleva la carpeta de ella, su paraguas y si ya llevan muchos años, hasta su bolso. Qué buenazos sois algunos. Otras parejas son totalmente acarameladas, se dan las manos durante la homilía, se lanzan miradas azucaradas durante toda la misa y hacen que a los solteros de alrededor nos entren unas ganas inexplicables de ir a confesarnos y no aparecer hasta el "podéis ir en paz". También tenemos a las parejas recientes, esas que no llevan mucho saliendo juntas y para las que la novena es su primera "aparición en público", suelen llegar un poco tarde, cuando los demás ya están sentados y son la causa del chismorreo y chascarrillo general "¿has visto? ¡Laura y Jose están juntos!"  
6. Las niñas (los niños menos, pero haberlos haylos) de bachiller: generalmente suelen tener hermanos, padres o amores platónicos (sobre todo amores platónicos) en la universidad y se consideran lo suficientemente mayores como para no ir a la novena del cole y bajar a la de la uni. Aunque algunas pretenden esconderse dejando el uniforme en casa, otras lucen orgullosas sus faldas escocesas y sus jerséis verdes con el barquito rojo de Fomento. Pero sus caras de emoción las delatan a todas. No pueden negar lo contentas que están de estar ahí y el poco tiempo que les queda para ser también universitarias de Barbour y Hunters.  
7. Novatos: Como su propio nombre indica, suelen ser gente de primero de carrera. Normalmente de colegios mayores, que han acudido en masa a llamada de la sel... digo, de la novena. Van siempre en masa, como un rebaño de ovejas, eso les da una falsa sensación de seguridad "así ven que soy de Goimendi, o de Belagua" sin embargo una vez dentro se bloquean, les cuesta un verano decidir si arriba o abajo, izquierda o derecha, y son torpes por naturaleza. Empiezan a bajar las escaleras de las gradas y se tropiezan, les entra la risa, miran todo el rato hacia atrás para conseguir la aprobación del resto "¿aquí o más abajo? ay no sé ve tú primero". Para desgracia del resto se suelen poner abajo en las gradas, con tan mala suerte que no han leído los carteles de "por favor en la comunión dejen está fila libre y vayan arriba siguiendo la dirección de las flechas", y ¿qué ocurre? pues que llega la comunión y siempre hay alguien que no se entera que tiene que irse de esa fila, que molesta, que su presencia ahí es non grata. Pero nada, la tipa o el tipo ahí se queda; primero sentado y cuando ve que todo el mundo tiene que hacer el pino para esquivarle se pone de pie, como si pensase que eso arregla las cosas "¿pero no ve que ahí molesta y que todo el mundo se ha ido arriba? ¿no piensa moverse?" pues no oigan, por muy obvio que parezca el chico ahí se queda. En fin, el tiempo todo lo cura.  
Podríamos hacer categorías más amplias para meter a padres, matrimonios, profesores e incluso a la gente que baja exclusivamente para ir a misa (inaudito lo sé, pero creedme que existen).  
Bueno, espero que después de esto os hayan entrado más ganas de bajar a la novena (recordemos que el fin del blog es el apostolado cibernético indirecto) al menos para ver si localizáis a todos los tipos de personas. ¿Sabéis ya en que grupo estáis? Yo sí.