Cuando se elaboraba la Declaración Universal de 1948, el documento que hoy cumple 67 años, los redactores se preocuparon por incorporar en ella los motivos para que cualquier persona se supiera vinculada por estos derechos. Los textos de derechos humanos clásicos, elaborados durante la Revolución Francesa y la Independencia Norteamericana del siglo XVIII, seguían una intuición de Kant. Para ellos cuando los ciudadanos se veían expuestos al goce de su libertad, esta experiencia desencadenaría su deseo de vivir conforme a esa autonomía. De esta forma, los derechos humanos se transformarían en cultura en la media en que el Estado lograra que la mayor cantidad posible de personas pudieran construir su proyecto de vida conforme a sus gustos y deseos.
150 años después, los redactores de la Declaración Universal de 1948, sin negar el valor de la libertad, colocaron el resorte de los derechos humanos en otra experiencia. Una de las versiones preliminares del artículo primero decía que todas las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos, y que por tanto todos debían comportarse como hermanos entre sí. Entonces, el libanés Charles Malik sugirió que se incorporara la palabra razón, por la que nos damos cuenta de esas exigencias de solidaridad. El francés René Cassin apoyó la sugerencia; así redactada, la fórmula "intenta comunicar la idea que el hombre más humilde de cualquier cultura posee la chispa particular que lo distingue de los animales, y al mismo tiempo lo obliga a una mayor grandeza y mayores deberes que a cualquier otro ser de la tierra".
Por su parte el delegado Chino, propuso incluir una traducción de un término del vocabulario ético de Confucio. Es la palabra es Ren. Se podría traducir como empatía, ponerse en los pies del otro, tratar con humanidad al vecino, o como solidaridad hacia los demás. Es decir, Ren significaría nuestra capacidad de humanizarnos partir de descubrir cuáles son los requerimientos de la dignidad específica de una persona concreta que sólo se hacen realidad a través de mi compromiso solidario con ella. La palabra que propuso para referirse a esta experiencia humana fue conciencia. Así fue como "razón y conciencia" se agregaron al artículo 1, de la Declaración Universal.
De esta forma, si los documentos de derechos humanos del s. XVIII, presuponían que era la libertad la que detonaría nuestro compromiso por ellos; la Declaración de 1948, se centra en la empatía. La diferencia es fundamental. ¿Por qué? Si todo depende de mi libertad, entonces en el fondo, todo se trata de exigir lo que tengo a mi favor y lo que creo que merezco. En un segundo momento, revisaríamos si no dañamos los derechos de otros, pues se supone que nuestra libertad termina donde comienza la de los demás. Este sería el modelo que abandonaron los redactores de la Declaración Universal de 1948. Para ellos, la fuerza motora de los derechos humanos es la experiencia de la empatía. Es decir, para ser capaces de percibir cuáles son nuestros propios derechos, hemos de ser unos expertos en empatía solidaria. Primero conocemos la dignidad y lo que ella significa, cuando buscamos hacer crecer a las personas que nos rodean. Sólo así tendremos entrenado nuestro ojo interior para percibir cuáles son nuestros derechos. Primero somos empíricos, luego descubrimos nuestros derechos.
Para terminar, durante los trabajos de redacción de la Declaración, la UNESCO envió un cuestionario a intelectuales de esa época para preguntarles su opinión sobre los derechos humanos. Mahatma Gandhi envió esta respuesta:
“He aprendido de mi madre, analfabeta pero sabia, que todos los derechos que merecen ser protegidos y preservados nacen del deber cumplido previamente. [...] A partir de este presupuesto fundamental, quizá sea más fácil definir primero los deberes del hombre y la mujer y después correlacionarlos con algún derecho. Derechos sin deberes, es una usurpación por la que difícilmente vale la pena luchar”.
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