Haber nacido es un regalo. Desde que llegamos al mundo, hasta que fuimos conscientes de vivir en él, recibimos innumerables regalos: unos nos acogieron, otros nos donaron de su tiempo, otros nos educaron, nos dieron de comer, nos vistieron, nos hicieron reír, soportaron nuestro llanto, nos curaron etc. ¿Qué ha hecho un bebé para justificar que le celebremos su primer año? Hasta ese momento sólo ha requerido sacrificio y entrega. ¿Por qué no mejor celebramos su cumpleaños hasta que sea consciente de lo que es una fiesta? Pero hay algo ajeno a la lógica de la utilidad, hay algo en el niño que se en encuentra en el ámbito del ser regalo. Como la vida. Nos la dan sin merecerla.
Tal vez por eso, celebrar el cumpleaños se trata en el fondo, de alegrarse por el regalo que otros nos han hecho. El cumpleañero, si ha de ser coherente con lo sucedido el día que nació, debe ser él quien celebre que otros le han regalado, una y otra vez, gran parte de lo que es él ahora. Probablemente convenga hacerse en el propio cumpleaños, las terribles preguntas sobre uno mismo: «¿qué aman de mí los que dicen que me quieren? Si soy lo que soy, en gran medida, por lo que otros me han regalado, ¿qué tanto soy yo un regalo agradable para otros? ¿Qué hay en mí –qué han visto en mí- que otros organizan su vida, sólo para que yo esté en ella y sea feliz?». Por todo ello, la celebración de un cumpleaños, quizá, debe ser también un regalo que otros nos hacen.
En el origen cristiano de la navidad se celebra la lógica que está detrás de un cumpleaños. Se trata del regalo de quién nos quiere, con la esperanza de ver nacer en nosotros, de replicar, esa lógica: convertirse en don para otros. Un villancico popular condensa esta intuición. Un niño con su tambor, cae en la cuenta de que para reglar a un recién nacido, sólo tiene su música. El bebé, a cambio, sólo ofrece unos brazos que lo necesitan, una debilidad para ser protegida, y una sonrisa para iluminar esa entrega. La fiesta de la navidad se trata del encuentro entre estos regalos, de celebrar lo único que tenemos; es alegrarnos por el don recibido, haciendo propia la lógica del regalo y convertirnos en don para otros. ¡Y eso sí que merece una fiesta!
Termino con el mejor discurso de cumpleaños que he visto en la literatura. Es Bilbo Bolsón, en El Señor de los Anillos, quien dice en su fiesta:
–Hoy es mi cumpleaños centésimo decimoprimero: ¡tengo ciento once años! [...] ¡No les distraeré mucho tiempo! [...] Los he reunido a todos [...] para poder decirles lo mucho que los quiero y lo breves que son ciento once años entre hobbits tan maravillosos y admirables. [...] No conozco a la mitad de ustedes, ni la mitad de lo que querría y lo que yo querría es menos de la mitad de lo que la mitad de ustedes merece.¡Feliz Navidad!
No hay comentarios:
Publicar un comentario