viernes, 29 de agosto de 2014

Los último instantes de Sócrates

"La muerte de Sócrates" (1787), Jacques-Louis David

Pongo para mis alumnos esta entrada. La próxima clase estudiaremos el Critón y como complemento les dejo la narración que hace Platón en el Fedón de la muerte de su maestro. Tomo la traducción de Gredos

Fedón, 117a-118c
—Venga, amigo mío, ya que tú eres entendido en esto, ¿qué hay que hacer?
—Nada más que bebcrlo y pasear —dijo— hasta que no- b tes un peso en las piernas, y acostarte luego. Y así eso actuará.
Al tiempo tendió la copa a Sócrates.
Y él la cogió, y con cuánta serenidad, Equécrates, sin ningún estremecimiento y sin inmutarse en su color ni en su cara, sino que, mirando de reojo, con su mirada tauri­na, como acostumbraba, al hombre, le dijo:
—¿Qué me dices respecto a la bebida ésta para hacer una libación a algún dios? ¿Es posible o no?
—Tan sólo machacamos, Sócrates —dijo—, la canti­dad que creemos orecisa para beber.
—Lo entiendo —respondió él—. Pero al menos es po­sible, sin duda, y se debe rogar a los dioses que este trasla­do de aquí hasta allí resulte feliz. Esto es lo que ahora yo ruego, y que asi sea.
Y tras decir esto, alzó la copa y muy diestra y serenamente la apuró de un trago. Y hasta entonces la mayoría de nosotros, por guardar las conveniencias, había sido capaz de contenerse para no llorar, pero cuando le vimos beber y haber bebido, ya no; sino que, a mí al menos, con vio­lencia y en tromba se me salían las lágrimas, de manera que cubriéndome comencé a sollozar, por mí, porque no era por él, sino por mi propia desdicha: ¡de qué compañero quedaría privado! Ya Critón antes que yo, una vez que no era capaz de contener su llanto, se había salido. Y Apolodoro no había dejado de llorar en todo el tiempo anterior, pero entonces rompiendo a gritar y a lamentarse conmovió a lodos los presentes a excepción del mismo Sócrates.
Él dijo:
—¿Qué hacéis, sorprendentes amigos? Ciertamente por ese motivo despedí a las mujeres, para que no desentona­ran. Porque he oído que hay que morir en un silencio ritual. Conque tened valor y mantened la calma. 
Y nosotros al escucharlo nos avergonzamos y contuvi­mos el llanto. Él paseó, y cuando dijo que le pesaban tas piernas, se tendió boca arriba, pues asi se lo había aconse­jado el individuo. Y al mismo tiempo el que le había dado el veneno lo examinaba cogiéndole de rato en rato los píes y las piernas, y luego, aprentándole con fuerza el pie, le preguntó si lo sentía, y él dijo que no. Y después de esto  hizo lo mismo con sus pantorrillas, y ascendiendo de este modo nos dijo que se iba quedando frío y rígido. Mientras lo tanteaba nos dijo que, cuando eso le llegara al corazón, entonces se extinguiría.
Ya estaba casi fría la zona del vientre cuando descu­briéndose, pues se había tapado nos dijo, y fue lo ultimo que habló:
—Critón, le debemos un gallo a Asdepio. Así que págaselo y no lo descuides
—Así se hará —dijo Critón—. Mira si quieres algo más.
Pero a esta pregunta ya no respondió, sino que al poco rato tuvo un estremecimiento, y el hombre lo descubrió, y él tenía rígida la mirada. Al verlo, Critón le cerró la boca y los ojos.
Éste fue el fin, Equécrates, que tuvo nuestro amigo, el mejor hombre, podemos decir nosotros, de los que en­ tonces conocimos, y. en modo muy destacado* el más inte­ ligente y más justo.

jueves, 28 de agosto de 2014

Beisbol y la inherencia de los hotdogs: el argumento de los derechos humanos.


Sluggerrr, mascota de los Kansas City Royals

Ser aficionado al beisbol es arriesgado. En el de Grandes Ligas uno de sus riesgos es la desesperación. Seguir los 162 juegos de tu equipo y verlo avanzar lentamente centésima a centésima a lo largo de varios meses requiere disciplina casi espartana: “uno no sigue a su equipo para verlo derrotar al adversario, lo sigue para verlo perseverar en sus virtudes y defectos (Álvaro Enrigue dixit aquí)” y avanzar centécima a centécima por el standing a lo largo de ocho meses. Esta temporada, por ejemplo,  el largo e intenso duelo por la división central de la Liga Americana entre los Tigres de Detroit y los Reales de Kansas City. Los Reales tienen ventaja de 2.5 juegos cuando en julio llegaron a estar 7.5 por detrás de los Tigres: es decir, remontaron una desventaja de .084 y ahora su ventaja es de .019.

Pero al mismo tiempo, el aficionado al beisbol debe estar dispuesto a un riesgo esencial al juego que conecta de forma única a la grada con la grama: en un batazo de foul podríamos ser golpeados en la cabeza o doblarnos un dedo al querer atrapar una pelota. Y eso lo sabe toda persona que se sienta a ver y a oír un partido de beisbol.


Entonces, si un foul y el riesgo de ser golpeado es inherente al juego, ¿qué pasaría si somos lesionados por una playera o un hotdog lanzado por la mascota de un equipo hacia la tribuna como parte del entretenimiento organizado entre los innings? ¿Forma parte inherente de los riesgos que asumimos libremente al acudir a un estadio de beisbol?

En 2009 un aficionado de los Reales de Kansas fue golpeado por un hotdog que lanzó «Sluggerrr», la mascota de los Reales, lo que le causó un desprendimiento de retina. En junio de este año, la Suprema Corte de Missouri declaró que el lanzamiento de hotdogs a la grada no es inherente al beisbol, por lo que los Reales podrían ser responsables de negligencia a favor del aficionado lastimado.

John Coomer, el aficionado, fue al estadio y tuvo la suerte de poder elegir un mejor asiento al de su boleto original por que no había mucha gente en las gradas. Siguió con atención y gusto el ritual de la mascota que lanzaba y regalaba hotdogs. Vio cómo se giró para disparar de espaldas. En ese momento, Coomer se giró hacia el marcador y no vio venir el golpe.



El juez se pregunta si un hotdog puede ser considerado como uno de los objetos errantes que vuelan en un estadio de beisbol como parte esencial e inherente a ese deporte. ¿Alteraría de forma esencial el juego o eliminaría el tipo de espectáculo que es este deporte? ¿Cuáles son los elementos que definen esencialmente el juego y le permiten cumplir sus fines? En este contexto argumentativo se encuadra la pregunta central del caso: ¿Un hotdog volador es como una pelota o un bat lanzado como parte misma del juego que le permite lograr sus fines propios?

En juicios similares, las Cortes ya han sostenido que los espectadores no podían demandar a un equipo de beisbol por las lesiones causadas por una pelota o un bat que cae en las gradas. En el lenguaje jurídico se llama asunción del riesgo inherente. El riesgo es inevitable, y de alguna manera una parte esencial de lo que un aficionado busca al ir a un parque de pelota: el juego en sí tiene sus riesgos, pero también uno va al estadio a oír la madera que golpea la pelota, o cómo esta sacude el guante del catcher… y uno va sin duda para ver si cachamos un batazo de foul.


Apesar de que la Corte reconoció que lanzar premios se ha convertido en parte importante de la experiencia del juego, el hotdog-volador no es un componente esencial a este deporte: no es un elemento que lo defina como tal, ni le permite esencialmente cumplir con sus fines propios.

Dejando a un lado el beisbol, esta estructura argumentativa es la que sostiene al movimiento de derechos humanos: el ser humano y su dignidad sólo son tales si expresan y realizan unos fines y si estos se logran de forma adecuada y ajustada a través de sus potencialidades inherentes. 

Sin esas exigencias propias de lo que implica ser persona y sus fines careceríamos de criterios racionales para medir qué es justo y quedaría reducido a la arbitrariedad de quien define su derecho como aquello que se le antoja o le parece.

Sólo por eso tendrías que cortar a este loser


jueves, 14 de agosto de 2014

Primo Louie: el rey de la tontera que divierte.

Hay en la versión de Disney de "El libro de la selva" un personaje cuya loquera lo hace divertido: El rey Louie. Un maestro de la manipulación, del pan y circo.

Como es sabido, sus monos secuestran a Mowgli por que piensan que pueden robarle tecnología: producción del fuego. Con el dominio de esa técnica, podrán ser el clan más poderoso. Shere Khan, la amenaza más peligrosa de la jungla, teme al fuego. Si el tigre feroz huye del fuego controlado por los los simios, serán ellos quienes dominan al resto de animales. Pero Mowgli no sabe hacer fuego.




En la novela original, Kipling insiste que los monos no tienen rey o una sociedad estructurada y reconocible en una autoridad. Son un clan sin racionalidad ni ley. Aunque en la versión de Disney, el primo Loui es presentado como un Rey -que vive a todo dar y procura que sus súbditos la pasen también bien-, es significativo que en ambas versiones el punto de partida es claramente la no humanidad de quien vive no guiado por la razón. Es precisamente el punto de partida del argumento de la escena: quiero ser hombre. ¿Y qué características ve el simio en la comunidad humana?

De entrada, Loui lo dice cantando: quiere andar erguido, caminar derecho; vivir junto con otros a través del diálogo, abandonar la irracionalidad y locura del mundo de los simios. Estas características no valdrían la pena, si no logra a través de la técnica, el control del poder representado por el fuego.  En el fondo, tampoco tan en el fondo, al Rey Loui le interesa sólo para dominar y afianzarse en el poder. La razón, el derecho y el diálogo, son para él un medio técnico -como lo es también el dominio sobre el fuego- para ser más fuerte y lograr el dominio sobre el resto. 

Louie utiliza una común herramienta del tirano: la tontera que divierte, la superficialidad que entretiene, la fiesta que celebra los clichés de lo «normal» del «así lo hacen todos»-, con que se protege el demagogo. Hannah Arendt reconocía que la tragedia nazi fue posible por que hubo muchos que sin ser pervertidos, ni sádicos, eran ciudadanos comunes y corrientes «Terrible y aterradoramente "normales"»: personas camufladas en la normalidad de los lugares comunes que el tirano logra concretar en un discurso simple y aparentemente coherente.  

La escena del Rey Louie retrata en su sencillez -en su divertida sencillez- la máscara del demagogo: es el rey de la tontera que divierte, se perpetúa en el poder como bufón de la superficialidad: es el político que manipula a través de la fiesta y se interesa por la razón y el derecho como modo de controlar el poder que lo encumbra.



Hoy -14 de agosto- mis padres cumplen años de casados. Recuerdo haber visto esta película de niño junto a ellos y cómo se divertía mi jefe con el Rey Louie y Baloo. A ellos les dedico este comentario

domingo, 3 de agosto de 2014

La inutilidad del conflicto (la 1GM y mis pugnas con otros)

Burt Solomon publicó en The Atlantic (aquí) un muy buen artículo sobre la inutilidad de la primera guerra mundial y sus consecuencias. El pasado 28 de julio se cumplieron 100 años su comienzo. Solomon hace un recuento de los motivos que se han ofrecido para explicar los motivos de la guerra. «Haiga sido, como haga sido», la guerra causó la muerte de más de 16 millones de personas, no sólo de formas nuevas y creativas, sino por unos motivos infantiles e inútiles. 
Soldados británicos cegados por gas lacrimógeno en 1918

Todas las guerras nos dicen algo sobre nosotros mismos, «esta guerra -escribe Solomon- nos dice mucho sobre la naturaleza de la codicia, los peligros de la inseguridad, la facilidad con la que perdemos el control sobre la historia de los hombres». También nos muestra lo poco que podemos prever y controlar los efectos ocasionados por una tecnología, inventada con esperanza de progreso, pero dominada por el poder irracional. Trágicamente lo que ha sucedido en Gaza pone ante nosotros este último punto: quizá podamos controlar cómo disparar un misil y dar en el blanco, pero nunca podremos dominar todas sus consecuencias. (Aquí, un artículo de Michael Walzer en New Republic, sobre el tema)

Pienso que de la primera guerra mundial podemos aprender tres cosas sobre cómo enfrentar los conflictos: 

1. Elegir bien el conflicto. Pocos y que valgan la pena. Ya sea por el tema, por lo que sacaremos de ahí, por cómo quedará dañada una relación, por lo que realmente podemos cambiar del problema, etc. Como en el beisbol, no hay que tirarle a todo lanzamiento aunque venga strike. No todo pleito vale la pena.

2. Antes de entrar a resolver una diferencia con otro  hemos de fijar qué vamos a considerar como éxito. Una vez que conseguimos esa meta, ¡a salir corriendo del conflicto! Si la otra persona quiere aprovechar la pugna para dejar claro que quien manda, que esos no son modos, que ahora las cosas se harán como quiere... allá ella, que se quede con su triunfo. Con un objetivo claro, es más fácil centrarse en lo que pensamos en frío y consideramos valioso. En un conflicto es común calentarse y perder el norte sobre lo que buscamos. Ayuda a considerar que ni toda victoria es definitiva, ni toda derrota es absoluta. Nunca se gana todo de una vez por todas y nunca se pierde todo de forma indiscutible.



3. Tomar en cuenta que al final del día, tras la pugna, corremos un gran riesgo de quedarnos sin nada. Cuando entramos un conflicto, con mucha frecuencia cambiamos nuestro sitio y nuestros objetivos fundamentales por ganar la disputa, por ganarle al otro. Después, tarde o temprano –y esta regla no falla– nosotros nos iremos o la otra parte del conflicto se irá. Si prevaleció el conflicto, o en gran parte sólo hubo conflicto, habremos perdido tiempo para realizar nuestro proyecto de vida. En algún momento se irá o nos iremos... ¿y qué me quedó por haberme enzarzado en una pugna?