miércoles, 2 de enero de 2013

La historia se escribe junto a una taza de café


Hace unos días «The Atlantic» publicó un artículo sobre el poder que tiene el café para facilitar acuerdos (aquí). Los de Starbucks están convencido que cuando dos personas se reúnen con una taza de café (o un vaso), es más fácil crear un ambiente de distensión y confianza para lograr acuerdos.

Foto: AP
Howard Schultz, el CEO de Starbucks, piensa que su empresa puede iniciar el cambio -«ignite tremendous change»- respecto al precipicio fiscal en EU. Por eso, durante la última semana del año, a todos los cafés que vendían en Washington, donde viven los congresistas, les escribían un letrero: "Come Together". [Nota al Pie: Parece que a los empleados les han pedido que escriban el título de la canción de «The Beatles», (aquí en España les llamamos «los Bitels»)]. En parte, parece que la estrategia funcionó.

Hace años, Eleanor Rooselvelt, para redactar la Declaración Universal de Derechos Humanos, se dio cuenta de que en reuniones informales, a tomar el té, o el café, los delegados crecían en confianza y podrían lograr acuerdos. Mary Ann Glendon lo cuenta así en su libro «Un mundo nuevo»:

Roosevelt [EUA], ansiosa por comenzar, invitó a Chang [China], Malik [Líbano] y Humphrey [Canadá, trabajaba para la ONU] a tomar té en su departamento frente al Washington Square, el fin de semana que siguió a la clausura de la sesión de la Comisión. Como recordaría en sus memorias:
"Llegaron a mitad de la tarde del domingo, así tendríamos mucho tiempo para trabajar. Decidimos que el doctor Humphrey prepararía un borrador preliminar, y nos olvidamos del té cuando uno de ellos hizo una afirmación de implicaciones filosóficas que generó una acalorada discusión. El doctor Chang se mantuvo plural y estimuló la discusión de manera encantadora al decir que existía más de un modo en lo referente a las realidades últimas. La Declaración, siguió diciendo, debe reflejar algo más que ideas occidentales, y el doctor Humphrey debía ser ecléctico en el tratamiento del tema. Sus palabras, aunque dirigidas verbalmente al doctor Humphrey, iban destinadas al doctor Malik, quien formuló una réplica inmediata basado en la filosofía de Tomás de Aquino. El doctor Humphrey se unió entusiasmado a la discusión, y recuerdo que en ese momento el doctor Chang sugirió que el secretario ¡podría pasar unos meses estudiando los fundamentos del la filosofía de Confucio! Para entonces, yo no podía seguirlos; tan elevada se había vuelto la conversación, que solamente llené de nuevo las tazas de té y me senté para entretenerme con la plática de caballeros tan sabios"
Las memorias de Humphrey sobre el encuentro son simi- lares, incluido el detalle de la política e indirecta advertencia que le hizo Chang para evitar una excesiva inclinación occidental. "Antes de que terminara la reunión —escribió—, ya habían decidido que yo escribiría el borrador preliminar.” (Mary Ann Glendon, "Un Mundo Nuevo", Fondo de Cultura Económica, pp. 92-93.)

Unos meses después, el delegado soviético Vladimir Bogomolov, le ganó la jugada a Roosevelt, con algo más fuerte que el café. El recuento es de Glendon:


Napa Vodka, Caviar y Derechos Humanos
De acuerdo con John Humphrey, el embajador soviético en Francia, de tan buenos modales, fue el más colaborador de los que la Unión Soviética había enviado a la Comisión de Derechos Humanos. También sabía perfectamente cómo organizar una buena fiesta con vodka y caviar. Los recuerdos de Humphrey sobre Ginebra incluyen uno en que vio a Bogomolov junto al profesor Koretsky, al salir de una de las reuniones vespertinas, balanceándose mientras descendían los escalones del hotel, en un gesto de distendidos camaradas.

Esta debió haber sido la misma tarde en que Roosevelt y el general Rómulo llegaron a la sesión de las ocho de la noche para encontrar vacío el salón de sesiones.

A las ocho y media [recordaba Roosevelt] se movió la puerta y comenzaron a llegar las ovejas perdidas. Venían de buen humor, sin prisa; me di cuenta de que les temblaban un poco los pies. Cada uno tomó su lugar, se acomodaron en sus sillas y me mira- ron con ojos complacientes, o más bien un poco nublados. Esta- ban, como bien dijo después uno de nuestros jóvenes asesores, ¡bien servidos!
 Después de un fracasado intento por negociar, tuvo que reconocer que “los rusos me habían «vencido» ”, y se pospuso la reunión para la mañana siguiente. (Mary Ann Glendon, "Un Mundo Nuevo", Fondo de Cultura Económica, pp. 139.)



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