Hoy leí una breve biografía de Carlota (aquí). Abandonada por sus padres biológicos, fue conocida y acogida por Carlos y Elena en el hospital. Así lo cuenta el interesado:
Cuando Elena y yo nos asomamos al box, Carlota estaba en una cuna justo al lado de la puerta. Tenía expresión huraña, el ceño fruncido y mirada triste. Estaba sola. Mientras el resto de bebés estaban en brazos de sus madres, a ella nadie la cogía. Mucho tiempo después nos enteraríamos de que algunas enfermeras la cogían cuando tenían un rato libre, que no era tampoco lo habitual.Solamente estuvimos dentro unos instantes, pero al salir nos asaltaron un torrente de emociones y sentimientos encontrados. El instinto paternal, el corazón roto de pensar que un bebé había sido abandonado, en qué lío nos vamos a meter, quién nos manda complicarnos la vida, quiénes somos nosotros para meternos donde no nos llaman, que si la niña no es guapa (y un cuerno), que si cuando crezca cómo será, qué vida más difícil va a tener, quiero llevármela a casa… Todo ello regado con ataques de pánico intermitentes. No sería la última vez que nos iba a pasar todo eso por la mente. Incluso meses después, siendo parte de su vida, con muchas decisiones tomadas, nos asaltarían las dudas.Afortunadamente, pasados unos minutos, sacamos la cabeza de nuestro propio ombligo y nos hicimos las dos únicas preguntas que servían para algo: ¿quién va a darle amor, besos y abrazos a Carlota? y ¿qué podemos hacer nosotros por ella?
Carlota fue adoptada, pero murió con sólo siete meses de edad. ¿De qué sirvió la vida de «Carlota»? A sus padres biológicos de no mucho; a sus padres adoptivos de algunos días de sentido de responsabilidad y plenitud. Pero a Carlota, ¿de qué le sirvió vivir? La verdad no lo sé y no seré incapaz de responder a esa pregunta. Pero sólo el hecho de plantearla quizá ha hecho que "levantaras la ceja" de sorpresa en plan "¿pero tu eres tonto o qué?". Intuimos que hay una serie de valores como la solidaridad, la empatía, el compromiso por el que sufre que refleja una vida más humana que no pueden ser reconocidos en términos de utilidad o beneficio para mi. Preguntarse por la «utilidad» de una vida sobre la base del beneficio que pueda reportar -generalmente "a mi"- puede darnos la sensación de seriedad, o de tener los pies bien puestos en la tierra. Y es verdad. Sólo en la tierra. Decía Oscar Wilde: "Hoy en día el hombre conoce el precio de todo y el valor de nada"
Por eso no me gusta la palabra «Incentivo» como paradigma para lograr que un grupo de personas trabajen por un fin. Los «incentivos» son para los animales o sólo para lo que es útil. "«Incentiva» a tus alumnos para que trabajen". ¡Mju! Michael Sandel ha publicado un libro donde propone los límites morales de la lógica del mercado. En What money can't buy (aquí) se pregunta si hay algo malo en un mundo donde todo se puede comprar a cambio de un «incentivo» ¿Existen ámbitos de la vida social que sólo se comprenden adecuadamente fuera de la lógica del mercado? Dice Sandel en otro texto sobre lo que él haría si fuera presidente del mundo-mundial (aquí) que él prohibiría la palabra «incentivo» de la jerga política y económica:
"[E]conomics presents itself as a value-neutral science of human behaviour. Increasingly, we accept this way of thinking and apply it to all manner of public policies and social relations. But the economistic view of the world is corrosive of democratic life. It makes for an impoverished public discourse, and a managerial, technocratic politics. [...] I’d ban the use of an ungainly new verb that has become popular these days in the jargon of politicians, bankers, corporate executives, and policy analysts: “incentivise.” Banning this verb might help us recover older, less economistic ways of seeking the public good—deliberating, reasoning, persuading."
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