jueves, 30 de octubre de 2014

¿Queda algo de las «utopías» de Don Efra?

Don Efra y yo en abril del 2005.

El 21 de octubre de 1012, la semana pasada se cumplieron 2 años, murió Efraín González Luna Morfín. Un personaje importante para la transición democrática de este país, sin duda. Fue presidente del PAN y candidato a la presidencia por ese partido en 1970… en la época en que se sabía que las condiciones de competencia eran inequitativa. Por entonces, para «incursionar en la vida política de México, con decenios del dominio aplastante de un partido que manejaba la dictadura perfecta (la frase es de Chuchín)», había que estar convencido del valor de las propias ideas, y al mismo tiempo, de poseer una capacidad de sacrificio para arar una tierra en la que los frutos tardarían en verse. Don Efra creía en las utopías y se dejaba comprometer por ellas.

Yo lo conocí en primavera de 1992, ya se había retirado de la vida política, cuando fue a Culiacán -por entonces yo era un adolescente- a hablar de política y responsabilidad ciudadana. Después lo tuve de maestro en la Universidad aquí en Guadalajara. Al terminar mis estudios, comencé a dar clase como adjunto suyo. Siempre me llamó la atención que nunca se consideró mártir de la democracia y difícilmente hablaba de lo que había sido su vida pública, como si no quisiera distraerse de su misión educativa (otra de las utopías a la que dedicó su vida) Sólo recuerdo dos excepciones.

La primera tuvo que ver con lo que comentamos unos estudiantes de derecho sobre los debates presidenciales de la campaña del 2000, aquella que ganó Fox. Mis compañeros y yo nos quejábamos de lo acartonado del formato, de la falta de ideas, de la ridiculez como argumento. Don Efra sólo dijo: “A mi me habría gustado ver, al menos de lejos, al candidato del PRI”. Y siguió dando su clase. En otra ocasión, un colega se quejaba con él de cómo el PAN había perdido su identidad ideológica. Don Efra le explicó que le parecía lógico, pues cuando él estuvo activo en la política, estar convencidos en el ideario era el único motivo para permanecer en el partido. Una vez que el PAN fue opción real de acceso al poder, esas convicciones y utopías comenzaron a entrar en tensión con el deseo del poder por el poder.

A estas dos anécdotas les falta algo que difícilmente se puede transmitir. Siempre terminaba con una sonrisa que te exigía involucrarte en el problema. Era como un “Sí, así están las cosas. Pero si no eres tú, ¿quién lo cambiará? ¿Si no es aquí, entonces dónde? ¿Si no es hoy, entonces cuándo?”. Don Efra te ubicaba abriendo tu mirada al contexto: falta mucho, pero lo que llevamos, no lo tiremos a la basura. Si te das cuenta del problema, si te das cuenta de que tienes algo de habilidad para resolverlo, entonces tienes el deber de involúcrate... Y no te canses. Si alguno de ustedes lo conoció lo recordará. Su sonrisa era un testimonio y una invitación. “Yo ya lo intenté, y mira lo que ha pasado. ¿Y tu qué?" 

Entonces ¿Qué queda de las «utopías» de Don Efra? No puedo contestar por todos, pero sí por mí. Me acuerdo de su sonrisa y de esa llamada a comprometerse. La filósofa Hannah Arendt calificaba a este compromiso por la vida pública como “milagro”. El milagro de crear  algo que no sigue las causas eficientes de la materia o no surge del “es que así son las cosas”. Ya sabemos que México pasa por una crisis. También sabemos que el orden social se construye todos los días, basado en la verdad, edificado por la justicia y vivificado por la solidaridad. 

De las «utopías» de Don Efra, quedan muchas cosas. Una de ellas, su sonrisa. 

jueves, 23 de octubre de 2014

Ayotzinapa y «Echar Raíces» de Simone Weil

Simone Weil (Según oí, se pronuncia «Simahn Vei»)

En 1943, una joven filósofa perteneciente al movimiento de resistencia francés que vivía en Londres, comenzó a poner por escrito sus ideas acerca de lo que los franceses podían hacer para ganar la guerra contra los nazis y sobre todo, a reconstruir su país. Se llamaba Simone Weil (se pronuncia Simán Vei) y este manuscrito se publicó con el nombre «Echar Raíces»

Como sabemos, Hitler invadió Francia un 10 de mayo y sólo 35 días después, el 14 de junio ya habían llegado a Paris. ¿Cómo fue  posible que una potencia militar, política y cultural se derrumbara en un mes y unos cuantos días?  ¿Cómo fue posible que el país que más porcentaje de su PIB gastó en la industria militar de la entreguerra en toda Europa se derrumbara tan fácilmente? ¿Sería que a los franceses les faltaron recursos técnicos o militares para enfrentarse a los nazis? ¿O será tal vez por que Francia había caído no tanto por el fuerte viento, sino por que era ya un árbol muerto por dentro?

Simone Weil es de la idea de que los franceses, durante muchos años fueron minando las raíces daban inspiración al pueblo, que ofrecía motivos para luchar y daban un sentido de que la propia vida valía la pena. Para ella, el «el problema de dar inspiración a un pueblo» consistía replantear la finalidad colectiva, fortalecer los vínculos de pertenencia a una comunidad y liberar las fuentes de la solidaridad. Francia iba a necesitar una administración pública eficaz, sin duda, pero sobre todo, echar raíces para revitalizarse por dentro.

Ese problema lo llamó "desarraigo", no tener raíces. Cuando una sociedad subordina todo vínculo entre seres humanos al cálculo utilitario –una especie de «sólo vivo junto con otros, por que voy a obtener seguridad y mayores bienes que viviendo en soledad»-, se han sembrado las semillas de la desintegración y de personas «sin raíces». En las sociedades de este tipo, los seres humanos, se autopresentan, se conciben a sí mismos, como individuos autónomos o átomos encapsulados, cuyo instrumento principal para relacionarse con otros son un conjunto de derechos. Con esta idea de fondo, los demás se convierten en proveedores de beneficios y la actitud básica hacia los otros se define como «tolerancia». Una especie de «para mi, es mejor que no molestaras, pero qué se le va a hacer, he de tolerar tu presencia para que me des mis derechos».

Para Weil, esta actitud es la que ha secado por dentro el arbol de la sociedad, al que después ha tirado un viento un poco más fuerte de lo común. Podemos echar la culpa al aire por la caída del árbol, pero lo que realmente lo tiró fue su vacío interior. Así con los seres humanos. Cuando el centro de gravedad de la vida social son los propios derechos, se corre el riesgo de olvidar que la gran mayoría de nuestras interacciones sociales parten de otra lógica y de otras necesidades de las que surgen en primer lugar deberes. Cumplir nuestros deberes, antes que exigir nuestros derechos, es el primer paso para «arraigarnos». 

Esta escritora francesa enumera un catálogo de 14 necesidades del alma cuya satisfacción permitirán que la persona «eche raíces» y logre ser el tipo de ciudadano que reconstruye una sociedad destruida por la violencia. Sólo mencionaré algunas de estas necesidades cuya satisfacción, sostiene a una persona para construir -o reconstruir- la comunidad en la que vive: el orden, la libertad, la responsabilidad, el honor, el castigo que me hace responsable de mis actos, el riesgo que evita el tedio, la pereza o la cobardía. (El resto se encuentra aquí)

Es verdad, lo que ha pasado en Ayotzinapa no se debe sólo a personas «desarraigadas», ni tampoco sólo a que han habido algunos «malos, malosos y malditos», ni tampoco a quienes se vieron atrapados en un sistema que los orilló a cometer injusticias –«los delincuentes por burocracia», o el «mal banal» como lo calificó Arendt de lo que hablamos en otra ocasión-.  También es verdad que lo que sucede en México necesita mucho más que este tipo de reflexiones. Las reflexiones se Simon Weil fueron vistas con escepticismo o mejor dicho, como la utopía del filósofo que no comprende de las necesidades concretas del político. 

Pero sin duda,  la solución a la crisis de gobernabilidad y seguridad que atraviesa el país, no se resolverá si no desempolvamos nuestros vínculos con los otros, si no destapamos los canales por los que echamos raíces y si no nos lanzamos a redescubrir a las personas que inspiren, si no recuperamos las ideas que dan sentido a la propia vida. 

jueves, 16 de octubre de 2014

Ayotzinapa y las «Reflexiones sobre la Violencia» de Hannah Arendt.

En el link, una colección de Burócratas de todo el mundo, del fotógrafo Jan Banning


El martes pasado (14-octubre) habría sido el cumpleaños 98 de Hannah Arendt, una de las filósofas más importantes del siglo pasado que murió en 1975. Como hemos comentado en otras ocasiones, Arendt cubrió para el New Yorker el juicio a Eichmann en Jerusalén en 1961 y su análisis fue publicado en el libro «Eichmann en Jerusalén. Un reporte sobre la banalidad del mal». El reto intelectual del libro, se dice en esta entrevista, consiste en entender y explicar qué pudo pasar para que en uno de los países más civilizados de la historia, en un momento de desarrollo cultural, económico, político y militar, cometiera atrocidades como las de la Alemania nazi.

Comenta una de sus biógrafas que Arendt se dio cuenta que mucha gente durante el nazismo no actuó por una maldad radical que intenta justificarse racionalmente, sino que lo hicieron por superficialidad, que es lo que ella llamaba «mal banal». No se refería a que el mal fuera trivial, como si estuviera en el nivel de quien se equivoca en el color de sus calcetines; sino que es posible cometer atrocidades a causa de una pasmosa superficialidad. «Y esto es grave, porque si metes presión en un ambiente superficial, es fácil que la gente se vuelva irreflexiva y actúe más por miedo o por impulso que por un verdadero sentido de las cosas».

Esta filósofa alemana publicó un libro que tituló «Sobre la Violencia», en el que analizó la naturaleza, causas y significado de la violencia. Me gustaría hacer referencia a un tipo de violencia que a primera vista no se conecta con lo sucedido en Guerrero: la burocratización de la vida pública. 
«En una burocracia completamente desarrollada no quedará nadie con quien uno pueda argüir, a quien se le pueda presentar las quejas, sobre quien puedan ejercerse las presiones del poder. La burocracia es la forma de gobierno en la que todos son privados de la libertad política, del poder de actuar, pues el gobierno de Nadie es el no-gobierno, y allí donde todos carecen igualmente de poder es donde tenemos una tiranía sin tirano.»
La sociedad burocratizada se estructura sobre las personas y las acostumbra a no pensar, sólo para seguir reglas. Un noble afán de administrar lo público con eficacia, puede funcionar como virus de la acción pública que por definición implica de personas libres que comprenden motivos, dialogan y se comprometen. En una sociedad burocratizada no actúan personas, sólo se mueven engranes programados. [Dice Homero que sus frases preferidas son «Yo no fui», «Cuando llegué ya estaba así» y «¡Qué idea tan brillante tuvo, jefe!»]

La burocracia mecánica y la violencia del sicario producen un efecto similar: disuelven la vida común, frenan la acción común, y gota a gota vacían nuestras instituciones sociales de personas con convicciones y las sustituyen por individuos sin raíces, fácilmente manipulables e inconscientemente superficiales. El miedo que produce la violencia, comprensiblemente, inhibe el compromiso de un ciudadano por lo que sucede en su entorno. Al crimen organizado le interesa «una sociedad desarticulada y aterrorizada, incapaz de cuestionar y desobedecer los dictados de las autoridades de facto». Así puede manipularlo. Y al burócrata también: que el ciudadano siga el proceso administrativo. Arendt denuncia esa desarticulación y la califica como violencia. 
«Lo que hace al hombre un ser político, escribe Arendt, es su capacidad de acción. Esta le permite unirse a sus semejantes, actuar en concierto con ellos y alcanzar metas y objetivos que nunca podría concebir, menos aún ansiar, si no tuviera esa capacidad: embarcarse en algo nuevo.»
Si ese tipo de acción desaparece o se inhibe, si la responsabilidad por lo público se enfría, entonces el poder se desvinculará de la razón y será sólo violencia Y la violencia no construye historia o cultura. En un ambiente así, será más fácil que la ciudadanía se enferme de la superficialidad con la que Arendt describió a Eichmann. 
Foto vista aquí

Quizá esta conclusión sea un poco injusta con las personas que son víctimas de la violencia, directa o indirecta, en Michoacán y Guerrero y padecen esa violencia; o con los servidores públicos que no se esconden en el organigrama. Mi intención es únicamente señalar que parte de las solución a la violencia consistirá en no cansarse y en no renunciar a la acción común que sea creativa y logre el encuentro entre personas.

Algunas ideas de Arendt las tomé de una entrevista a Teresa Gutiérrez -una biógrafa de Arendt- y la traducción al español de Alberto Loza al texto Reflections on Violence. También puede verse el libro «¿Qué es la política?» de Arendt

jueves, 9 de octubre de 2014

¿De dónde salen los héroes? Jane Austen y los educadores de grandeza.

Jane Austen en el billete de £10
En los personajes de Jane Austen se repite un patrón: el despertar. De pronto se dan cuenta de su comportamiento deficiente, de su juicio equivocado y de sus sentimientos desajustados (aquí algo ya publicado en el blog al respecto). Algunas de sus heroínas tienen amigos que se los hacen notar.  Emma Woodhouse cuenta George Knightley en «Emma». Catherine Morland recibe un consejo -más bien un regaño- de  Henry Tilney en «Northanger Abbey». Por último, Ann Elliot madura con los consejos de Lady Russell -aunque con matices- en «Persuasion». Tanto Knightley como Tilney son personajes de buen juicio, el prototipo de caballero. Lady Russell es una buena amiga, confidente y consejera. Parece lógico y hasta natural que Emma, Catherine y Anne hayan sido educadas por estos mentores. A diferencia de ellas tres, ni Elinor Dashwood, ni Elizabeth Bennet, ni Fanny Price tienen a su alcance a un educador así.

Austen crea ambientes donde las protagonistas viven rodeados de personas desajustadas en sus juicios, inestables en sus sentimientos, vanidosos y egoístas en sus relaciones con otros y superficiales en sus pretensiones de felicidad –a veces ellas lo son-. Si tomamos en cuenta, además, que ni Elinor, ni Elizabeth, ni Fanny, contaban con maestros de una vida que valga la pena, entonces, ¿cómo fue que las heroínas lograron ser distintas al resto? ¿De dónde sale una persona centrada si el ambiente en el que vive no se presta para ello? ¿Cuál fue ese proceso educativo que las formó para ser agudas y empáticas? ¿Dónde aprenden a no ser como los demás?

Hay tres cosas en común que parece ser la fuente de su auto-educación: (i) leen, (ii) contemplan y retienen, y (iii) se esfuerzan. Quizá son estos tres los educadores de personas ajustadas que propone Jane Austen.

1. Leen.

Leen cartas y libros. Pero también pinturas, la naturaleza... y personas. En «Pride and Prejudice» Elizabeth Bennet es obligada por Darcy a leer una carta en la que él explica tanto sus motivos para separar a su hermana Jane de su amigo Charles Bingley, como sus fricciones con George Wickham. En la carta se habla de sucesos pero el resultado es un encuentro de dos personas: quién realmente la persona que escribe –Darcy- y quién realmente quien lee -Elizabeth-. 

El encuentro también sucede cuando Elizabeth lee las pinturas familiares en visita a Pemberley. Lizzy se ve obligada a enfrentarse a las personas retratadas, y al igual que con la carta, vuelve una y otra vez sobre el cuadro. Ya escribí en blog algo sobre lo que significa leer [«Toma y lee»: la conversión de Elizabeth en «Orgullo y Prejuicio» (y de S. Agustín)], ahí podrán encontrar más detalle.


«A Gentleman's Art Gallery», de Thomas Rowlandson (1756-1827). En una habitación así, Elizabeth habría encontrado el cuadro de Darcy
2. Contemplan y Guardan.

Fanny Price, la heroína de Mansfield Park (aquí un post dedicado a ella y en esta página, una colección de post sobre esta novela) fue adoptada por su tío rico para mejorar sus oportunidades en la vida. Su soledad forzada la llenaba con largas entrevistas consigo misma donde contemplaba y meditaba lo que veía. Tanto que en ocasiones sus parientes -insensibles y egoístas- pasan de largo su presencia. Austen vincula la indiferencia hacia Fanny con la apatía hacia la belleza de las estrellas:
«Durante unos minutos hermano y hermana estuvieron demasiado entregados al mutuo comentario sobre la magnificencia de la noche y el intenso brillo de las estrellas, para pensar más que en sí mismos; pero, al producirse el primer silencio, Edmund, mirando en derredor, dijo:
—¿Dónde está Fanny? ¿Se ha acostado ya?
—No; que yo sepa, no —contestó la señora Norris—; hace un momento estaba aquí.
Su dulce voz, al hacerse oír desde el otro extremo de la sala, que era muy espaciosa, les indicó que estaba en el sofá. Tía Norris empezó a gruñir:
—Es un truco muy tonto, Fanny, esto de arrinconarse para pasarse la noche holgazaneando en un sofá. ¿Por qué no te acercas y te sientas aquí, y te empleas en algo como hacemos nosotras? Si no tienes labor tuya, yo puedo proporcionártela de la cesta de los pobres. Allí está todo el percal nuevo, comprado la semana pasada, todavía intacto. Te aseguro que casi se me quebró el espinazo al cortarlo. Tienes que aprender a pensar en los demás; y, puedes creerme, es un hábito muy feo en una persona joven el estar siempre recostada en un sofá. (Capítulo 7)»
En todas las novelas de Jane Austen sólo existen dos pasajes que podemos calificar de metafísicos. Ambos en Mansfield Park. Son escenas en las que se habla sobre cómo son las cosas en sí, y cómo en ellas encontramos un orden, un brillo, una belleza que nos llama. Como si existieran para ser contemplados  y de esa contemplación nosotros pudiéramos conocernos quiénes somos. En otras palabras, las cosas son inteligibles, apetecibles y amables para nosotros, por que tenemos una razón capaz de conocer ese diseño, unos sentimientos diseñados gozar de esa armonía y un corazón para conmoverse ante ese llamado. En la primera de esas escenas, Fanny se conmueve al observar las estrellas, lo que le permite reflexionar sobre la belleza, el orden y la armonía:
«Fanny convino en eso, y tuvo la satisfacción de ver que él [su primo y protector Edmund] permanecía a su lado, junto a la ventana, a pesar de la anunciada canción, y que volvía como ella los ojos al exterior, cuyo espectáculo se ofrecía solemne, sedante, cautivador en la luminosidad de una noche estrellada, contrastando sobre la profunda negrura de los bosques. Fanny habló por sus sentimientos:
—¡Esto es armonía! —dijo—. ¡Esto es paz! ¡He aquí algo que deja atrás todo lo que la música y la pintura puedan expresar, y que sólo la poesía puede intentar describir! ¡Esto puede calmar toda inquietud y exaltar el espíritu hasta el arrobamiento! Cuando contemplo una noche como esta, tengo la sensación de que ni la maldad ni el dolor pueden existir en el mundo; y es seguro que de las dos cosas habría menos si se atendiera más a la sublimidad de la naturaleza y la humanidad llevara su mirada un poco más allá del círculo de mezquindades en que se encierra, contemplando un espectáculo como éste. (Capítulo 11)»
Si la naturaleza expresa una armonía que podemos conocer, apreciar y gozar, es por que dicen algo de nosotros mismos. Aristóteles se dio cuenta de ello: nuestra acción imita lo que vemos en la naturaleza (Física, II.4.194a.21-23). Es decir, aprendemos a operar viendo cómo lo hacen las cosas de la naturaleza: vemos que buscan unos fines, aprendemos a que lo hacen con un orden, etc. y a partir de ahí aprendemos algo de nosotros mismos. Tomás de Aquino siguió esa idea: la racionalidad que vemos en las cosas, nos dice algo, educa nuestro sentido de juicio y moldea nuestros juicios prácticos (Brock, The legal Character of Natural Law of St. Thomas Aquinas). El maestro de un oficio muestra a su pupilo una serie de objetos para acostumbrarlo a ver y producir uno similar -«este es un buen jarrón y así se hace»-. El aprendiz modela el barro y lleva su vista al modelo diseñado por el maestro para guiar su propia acción. Así produce un buen jarrón, como el de su maestro, y a prende a imitarlo. De la misma manera, en la naturaleza existe un modelo de «buen jarrón» de cuya contemplación aprendemos a guiar nuestra acción: «Por eso el intelecto humano, cuya luz inteligible se deriva del intelecto divino, debe ser formado por la observación de las obras de la naturaleza, para obrar de manera similar (Tomás de Aquino, Comentario a la Política de Aristóteles, Proemio)»

En Jane Austen, el carácter se moldea a través de la contemplación, de almacenar  y guardar en el corazón la armonía de la naturaleza. Con esa educación es posible también ajustar el carácter de una persona y conocer cuál su vocación y destino: por que se sabe ver lo que vale la pena. La armonía de la naturaleza es educadora: transforma a quien la contempla en un personaje éticamente atractivo, solidario con otros seres humanos, racionalmente crítico y afectivamente estimulante: una buena persona.

Fanny (Julia Joyce) y Edmund (Blake Ritson) en la versión de 2007 de Mansfield Park

Mary Crawford, la antagonista, es incapaz de apreciar la armonía. Para ella, el orden de la naturaleza no dice nada, ni afecta su juicio, ni modela sus sentimientos, ni influye en sus decisiones. Y mucho menos es capaz de guardar en la memoria -más bien en el corazón- ese tipo de experiencia. Ante la belleza, es «impasible y distraída». Por eso no tiene nada que decir. A lo largo de la novela Mary se jacta de ser una «egoísta incurable», de ir a lo suyo, de superficial. Y ese vacío se manifiesta también en su sordera para la belleza: su espíritu está atrofiado para captar la belleza tanto de la naturaleza como de las necesidades de una persona.
«—Es bonito, muy bonito —dijo Fanny, mirando en derredor, un día en que se hallaban así sentadas en un banco—; cada vez que vuelvo a encontrarme entre estos arbustos me sorprende más su desarrollo y belleza. Hace tres años, esto no era más que un seto vivo que crecía descuidadamente a lo largo de la margen superior del campo, y que nunca se creyó que fuese algo, o que pudiera convertirse en algo digno de tenerse en cuenta; y ahora es un paseo del cual seria difícil decir si es más apreciable lo útil o lo decorativo. Y, acaso, dentro de otros tres años habremos olvidado… casi olvidado lo que antes fue. ¡Qué cosa tan asombrosa, tan enormemente asombrosa, la acción del tiempo y los cambios del pensamiento humano! —y siguiendo el curso de sus últimas ideas, poco después añadió—: Si alguna de las facultades de nuestra naturaleza puede considerarse más maravillosa que las restantes, yo creo que es la memoria. Parece que hay algo más claramente incomprensible en el poder, en los fracasos, en las irregularidades de la memoria, que en cualquier otro aspecto de nuestra inteligencia. ¡La memoria es a veces tan fiel, tan servicial, tan obediente y, otras, tan veleidosa, tan flaca… y otras aún, tan tiránica e ingobernable! Somos, indudablemente, un milagro en todos los aspectos; pero nuestra facultad de recordar y de olvidar me parece algo particularmente insondable.
Miss Crawford, impasible y distraída, no tuvo nada que decir; y Fanny, comprendiéndolo así, volvió al tema que consideraba más interesante para su interlocutora:
—Puede que parezca impertinente mi elogio, pero debo admirar el gusto que la señora Grant ha puesto en todo esto. Hay una tan apacible simplicidad en el trazado y detalles de este paseo… ¡y lo ha conseguido sin demasiado esfuerzo!
—Sí —replicó Mary descuidadamente—, queda muy bien para un lugar como éste. Una no piensa ver grandes cosas aquí, y, entre nosotras, hasta que vine a Mansfield nunca había imaginado que un párroco rural pudiera aspirar jamás a tener un paseo de arbustos, ni nada por el estilo.
—¡Me gusta ver cómo crecen y prosperan las siemprevivas! —dijo Fanny como respuesta—. El jardinero de mi tío dice siempre que esta tierra es mejor que la suya, y así parece, a juzgar por el desarrollo de los laureles y arbustos en general. ¡Y la siempreviva! ¡Qué bonita, qué grata, qué maravillosa, la siempreviva! Cuando se piensa en esto… ¡qué asombrosa variedad, la de la naturaleza! Sabemos que en algunos parajes la variedad está en el árbol que muda sus hojas, pero esto no hace menos sorprendente que el mismo suelo y el mismo sol nutran plantas diversas, que difieren en las reglas y leyes básicas de su existencia. Pensará usted que le estoy recitando una rapsodia; pero cuando me encuentro entre la naturaleza, en especial descansando, me entrego con gran facilidad a esta especie de arrebatos admirativos. No puedo fijar la mirada en el más simple producto de la naturaleza sin hallar motivo para una desbordada fantasía.
—Si quiere que le diga la verdad —replicó miss Crawford—, creo que soy algo parecida al famoso dux de la corte de Luis XIV, y puedo afirmar que no veo en este paseo de arbustos maravilla alguna que iguale a la de hallarme yo en él. (Capítulo 22)»
Mary se sorprende que un clérigo, al menos en teoría un ejemplo de virtud, pudiera compaginar la virtud con la belleza en las cosas que lo rodean. A Mary el parece que la belleza es la de un rostro atractivo, la del rico, la de quien se divierte con la vida. Usa del caballo de Fanny para coquetear con Edmund, organiza una obra de teatro para seguir con el juego de la seducción. Para Miss Crawford, la belleza presenta objetos para poseer y gozarse con ellos. Para Fanny, la contemplación de la belleza la saca de sí misma, entrena a la razón y al corazón para buscar fines dignos: construir relaciones sociales valiosas. Fanny se ha convertido en la más valiosa y útil de quienes viven tanto en Mansfield y como en casa de sus padres.

Catherine Morland, de «Northanger Abbey», se mete en problemas por su incapacidad para distinguir entre sus novelas favoritas y la vida real. La contemplación y la capacidad para acumular esas experiencias serán las que refuercen la educación de Ms. Morland. Así lo resumió su madre: «—Catherine será un ama de casa algo inexperta y alocada —observó Mrs. Morland, consolándose luego al recordar que no hay mejor maestro que la práctica.»

3. Se esfuerzan y están dispuestas a sufrir. Nada es Gratis.


Por último, en «Sense and Sensibility» las Dashwood habían sufrido decepciones amorosas, habían sido reducidas a la pobreza y tratadas con desprecio por su familia. Todas se refugiaban en la fortaleza de Elinor sin saber que ella también sufría. La siguiente escena se desarrolla cuando Marianne -la hermana emocional- conoce las penas de Elinor. La hermana sensata reconoce que sólo cumplía su deber. Para Marianne esa reacción es incomprensible, ¿cómo puede una persona no dejarse llevar por sus sentimientos? ¿No es renunciar a sí mismo? Si los sentimientos expresan algo de lo que somos realmente, ¿no es hipocresía limitarlos con el hielo del deber y la frialdad de la razón? 

A la respuesta de Elinor no le sobra una palabra. Todo el pasaje es genial (lo puse al final). En algún momento, la mayor de las Dashwood reconoce que el doloroso cumplimiento del deber, le permitió educar a su razón, mesurar sus sentimientos, encontrar la solución adecuada a su problema y la capacitó para mantener una relación adecuada con los demás: «La tranquila mesura con que actualmente he llegado a tomar lo ocurrido, el consuelo que he estado dispuesta a aceptar, han sido producto de un doloroso esfuerzo; no llegaron por sí mismos (Capítulo 37)». En su caso, la educación ética no se ahorró el esfuerzo. Al final de la historia, el sufrimiento que padeció Marianne, le permitió orientar sus sentimientos y gracias a estos, aquellos fueron más profundos y fructíferos. El esfuerzo –en este caso el sufrimiento- fue para Marianne, el maestro sobre cómo vivir dignamente:
«Marianne Dashwood había nacido destinada a algo extraordinario. Nació para descubrir la falsedad de sus propias opiniones y para impugnar con su proceder sus máximas favoritas. Nació para vencer un afecto surgido a la edad de diecisiete años, y sin ningún sentimiento superior a un gran aprecio y una profunda amistad, ¡voluntariamente le entregó su mano a otro! [...] En vez de sacrificada a una pasión irresistible, como alguna vez se había enorgullecido en imaginarse a sí misma; incluso en vez de quedarse para siempre junto a su madre con la soledad y el estudio como únicos placeres, según después lo había decidido al hacerse más tranquilo y sobrio su juicio, se encontró a los diecinueve años sometiéndose a nuevos vínculos, aceptando nuevos deberes, instalada en un nuevo hogar, esposa, ama de una casa y señora de una aldea. (Capítulo 50)»
Aquí va la respuesta completa de Elinor a la incomprensión de Marianne:
«Ante estas palabras, Marianne expresó con sus ojos lo que sus labios no podían formular. Tras un momento de asombrado silencio, exclamó:
—¡Cuatro meses! ¿Lo has sabido durante cuatro meses?
Elinor lo confirmó.
—¡Cómo! ¿Mientras cuidabas de mí cuando yo estaba sumida en el dolor, tu corazón cargaba con todo esto? ¡Y yo que te he reprochado ser feliz!
—No era conveniente que en esos momentos tú supieras cuán opuesto a eso era mi sentir.
—¡Cuatro meses! —volvió a exclamar Marianne—. ¡Y tú tan tranquila, tan alegre! ¿En qué te has sostenido?
—En sentir que estaba cumpliendo mi deber. Mi promesa a Lucy me imponía el secreto. Le debía a ella, entonces, evitar cualquier indicio de la verdad; y le debía a mi familia y a mis amigos evitarles una preocupación por causa mía que no estaría en mis manos solucionar.
Lo anterior pareció sacudir fuertemente a Marianne.”
“—A menudo he querido sacarte a ti y a mamá del engaño —añadió Elinor—, y una o dos veces he intentado hacerlo; pero sin traicionar la confianza que habían depositado en mí, jamás las habría convencido.
—¡Cuatro meses! ¡Y todavía lo amabas!
Marianne (Charity Wakefield) y Elinor (Hattie Morahan) en la versión de 2008 de Sense and Sensibility.
—Sí, pero no lo amaba sólo a él; y mientras me importara tanto el bienestar de otras personas, me alegraba ahorrarles el conocimiento de lo mucho que sufría. Ahora puedo pensar y hablar de todo ello sin gran emoción. No querría que sufrieras por causa mía; porque te aseguro que yo ya no sufro excesivamente. Tengo muchas cosas en qué apoyarme. No creo haber causado esta desilusión con ninguna imprudencia mía y la he sobrellevado, en lo que me ha sido posible, sin esparcirla a mi alrededor. Absuelvo a Edward de toda conducta en esencia impropia. Le deseo mucha felicidad; y estoy tan segura de que siempre cumplirá con su deber que, aunque ahora pueda abrigar algún arrepentimiento, a la larga será feliz. Lucy no carece de juicio, y ése es el fundamento sobre el que se puede construir todo lo que es bueno. Y después de todo, Marianne, después de lo fascinante que puede ser la idea de un amor único y permanente y de todo cuanto pueda ponderarse una felicidad que depende por completo de una persona en especial, las cosas no son así... no es adecuado... no es posible que lo sean. Edward se casará con Lucy; se casará con una mujer superior en aspecto e inteligencia a la mitad de las personas de su sexo; y el tiempo y la costumbre le enseñarán a olvidar que alguna vez creyó a alguna otra superior a ella.”
—Si es así como piensas —dijo Marianne—, si puede compensarse tan fácilmente la pérdida de lo que es más valioso, tu aplomo y tu dominio sobre ti misma son quizá un poco menos asombrosos. Se acercan más a lo que yo puedo comprender.
—Te entiendo. Supones que mis sentimientos nunca han sido muy fuertes. Durante cuatro meses, Marianne, todo esto me ha pesado en la mente sin haber podido hablar de ello a nadie en el mundo; sabiendo que, cuando lo supieran, tú y mi madre serían enormemente desgraciadas, y aun así impedida de prepararlas para ello ni en lo más mínimo. Me lo contó... de alguna manera me fue impuesto por la misma persona cuyo más antiguo compromiso destrozó todas mis expectativas; y me lo contó, así lo pensé, con aire de triunfo. Tuve, por tanto, que vencer las sospechas de esta persona intentando parecer indiferente allí donde mi interés era más profundo. Y no ha sido sólo una vez; una y otra vez he tenido que escuchar sus esperanzas y alegrías. Me he sabido separada de Edward para siempre, sin saber de ni siquiera una circunstancia que me hiciera desear menos la unión. Nada hay que lo haya hecho menos digno de aprecio, ni nada que asegure que le soy indiferente. He tenido que luchar contra la mala voluntad de su hermana y la insolencia de su madre, y he sufrido los castigos de querer a alguien sin gozar de sus ventajas. Y todo esto ha estado ocurriendo en momentos en que, como tan bien lo sabes, no era el único dolor que me afligía. Si puedes creerme capaz de sentir alguna vez... con toda seguridad podrías suponer que he sufrido ahora. La tranquila mesura con que actualmente he llegado a tomar lo ocurrido, el consuelo que he estado dispuesta a aceptar, han sido producto de un doloroso esfuerzo; no llegaron por sí mismos; en un comienzo no contaba con ellos para aliviar mi espíritu... no, Marianne. Entonces, si no hubiera estado atada al silencio, quizá nada... ni siquiera lo que le debía a mis amigos más queridos... me habría impedido mostrar abiertamente que era muy desdichada.
Marianne estaba completamente consternada.
—¡Ay, Elinor! —exclamó—. Me has hecho odiarme para siempre. ¡Qué desalmada he sido contigo! Contigo, que has sido mi único consuelo, que me has acompañado en toda mi miseria, ¡que parecías sufrir únicamente por mí! ¿Así es como te lo agradezco? ¿Es ésta la única recompensa que puedo ofrecerte? Porque tu valía me abrumaba, he estado intentando desconocerla.” (Capítulo 37)»

jueves, 2 de octubre de 2014

¿Es educable el estilo? El último hit de Derek Jeter.

Foto: ESPN

Esta semana se retiró Derek Jeter, el ahora ex-shortstop de los Yankees por los últimos 20 años. Su despedida en el Yankee Stadium, un viernes, fue espectacular. El juego en la línea, el equipo necesitaba de un batazo oportuno. Con uno fuera, al primer lanzamiento Jeter bateó de hit entre el primera y el segunda y anotar la carrera del triunfo. Se despidió como los grandes: sacando adelante a su equipo cuando éste lo necesitaba.




Tres días después, en el campo los Medias Rojas de Boston, -como si el último juego de alguien en Chivas fuera en el Azteca contra el América-, Jeter fue al bat con corredor en tercera. Con dos strikes conectó un roletazo de botes altos difícil para el tercera base, pero fildeable. El jugador de Boston, empujó la pelota hacia arriba para "fabricar" el hit de su oponente. La escena muestra respeto, clase, categoría del equipo de Boston. Dejaron que un jugador de su equipo archirival se despidiera como los grandes, reconocían así una trayectoria como pocas en la historia del beisbol. (He tenido una discusión con varios amigos sobre si realmente fue o no fabricado el hit. De cualquier manera, fue hit)


20 años de excelencia terminaron así: con un hit para ganar el partido en tu estadio; y con un infield-hit en el campo del mayor rival, en su último turno al bat. ¿A quién no le gustaría retirarse así: casi diseñado para un guión de película? ¿A quién no le gustaría terminar su vida profesional de forma que el último día de trabajo condense lo que fue toda una vida de trabajo? Daba la impresión como si el destino le hubiera preparado una despedida a la altura del pelotero: nada que reprocharle, hacerlo con estilo, como fruto de su ética por el trabajo, con admiración de sus compañeros y rivales. 

Como saben, soy profesor universitario, y no pude dejar de preguntarme: ¿cómo se educa a alguien para que sea así? ¿Cómo preparar a mis alumnos para que les suceda algo parecido al final de su vida? He leído varias notas que intentan resumir lo que hizo grande a Derek Jeter como profesional del beisbol con la cuirosidad de saber si esta historia se podría «repetir», si se podía educar a alguien para que sucediera algo así. 

Me encontré lo siguiente y quizá están sean cuatro cualidades que pueden enseñarse:

1. Trabajo constante y bien hecho. Los gringos lo llaman «ética del trabajo». Para darnos una idea, por cada hit que conectó en su carrera, se calcula que abanicó  99 swings entre los entrenamientos, calentamientos y los del propio partido. Por cada homerun, abanicó 1,300 veces.

2. El respeto por el juego y los rivales comienza en el vestidor y fuera del campo. En 20 años de carrera deportiva, en el equipo más rico de la liga, de la ciudad más difícil para ocultar algo de la prensa, Derek Jeter nunca se vio en una posición comprometida.  Era parte de un esfuerzo por cuidar sus dones, respetar el juego y entregarse al equipo

3. Sabía vivir lejos del beisbol. Jeter declaró que nunca entrenó un swing durante sus vacaciones. Noviembre y Diciembre los vivía fuera del beisbol. Como sabemos, cuando alguien falla en la vida, no es el jefe o el cliente quien ofrece ayuda y solidaridad: son la familia o los amigos. Estas relaciones se mantienen y construyen con trato en persona y dedicación de tiempo. Gracias a eso se divertía en el campo y enfrentaba tranquilo los momentos críticos: los riesgos de la profesión se veían en el contexto de una vida.

4. Por último, la suerte o el destino siempre ayuda al audaz y al osado. En el deporte suele decirse que uno ha de trabajar para reducir el impacto que pueda tener la suerte o el árbitro en el resultado final del juego. De acuerdo, pero en la carrera de Jeter, los golpes de suerte fueron aprovechados, precedidos y quizá hasta fabricados por su trabajo bien hecho en los entrenamientos y su discreción fuera del campo. La suerte sale en rescate del audaz.

Par terminar, una de las pancartas de los aficionados en Boston decía lo siguiente: «No llores por que ha terminado. Mejor sonríe por que ha sucedido».

Aquí el comercial de Gatorade: «Made in New York»



Y el famoso comercial «Re2pect»



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