Simone Weil (Según oí, se pronuncia «Simahn Vei») |
En 1943, una joven filósofa perteneciente al movimiento de resistencia francés que vivía en Londres, comenzó a poner por escrito sus ideas acerca de lo que los franceses podían hacer para ganar la guerra contra los nazis y sobre todo, a reconstruir su país. Se llamaba Simone Weil (se pronuncia Simán Vei) y este manuscrito se publicó con el nombre «Echar Raíces»
Como sabemos, Hitler invadió Francia un 10 de mayo y sólo 35 días después, el 14 de junio ya habían llegado a Paris. ¿Cómo fue posible que una potencia militar, política y cultural se derrumbara en un mes y unos cuantos días? ¿Cómo fue posible que el país que más porcentaje de su PIB gastó en la industria militar de la entreguerra en toda Europa se derrumbara tan fácilmente? ¿Sería que a los franceses les faltaron recursos técnicos o militares para enfrentarse a los nazis? ¿O será tal vez por que Francia había caído no tanto por el fuerte viento, sino por que era ya un árbol muerto por dentro?
Simone Weil es de la idea de que los franceses, durante muchos años fueron minando las raíces daban inspiración al pueblo, que ofrecía motivos para luchar y daban un sentido de que la propia vida valía la pena. Para ella, el «el problema de dar inspiración a un pueblo» consistía replantear la finalidad colectiva, fortalecer los vínculos de pertenencia a una comunidad y liberar las fuentes de la solidaridad. Francia iba a necesitar una administración pública eficaz, sin duda, pero sobre todo, echar raíces para revitalizarse por dentro.
Ese problema lo llamó "desarraigo", no tener raíces. Cuando una sociedad subordina todo vínculo entre seres humanos al cálculo utilitario –una especie de «sólo vivo junto con otros, por que voy a obtener seguridad y mayores bienes que viviendo en soledad»-, se han sembrado las semillas de la desintegración y de personas «sin raíces». En las sociedades de este tipo, los seres humanos, se autopresentan, se conciben a sí mismos, como individuos autónomos o átomos encapsulados, cuyo instrumento principal para relacionarse con otros son un conjunto de derechos. Con esta idea de fondo, los demás se convierten en proveedores de beneficios y la actitud básica hacia los otros se define como «tolerancia». Una especie de «para mi, es mejor que no molestaras, pero qué se le va a hacer, he de tolerar tu presencia para que me des mis derechos».
Para Weil, esta actitud es la que ha secado por dentro el arbol de la sociedad, al que después ha tirado un viento un poco más fuerte de lo común. Podemos echar la culpa al aire por la caída del árbol, pero lo que realmente lo tiró fue su vacío interior. Así con los seres humanos. Cuando el centro de gravedad de la vida social son los propios derechos, se corre el riesgo de olvidar que la gran mayoría de nuestras interacciones sociales parten de otra lógica y de otras necesidades de las que surgen en primer lugar deberes. Cumplir nuestros deberes, antes que exigir nuestros derechos, es el primer paso para «arraigarnos».
Esta escritora francesa enumera un catálogo de 14 necesidades del alma cuya satisfacción permitirán que la persona «eche raíces» y logre ser el tipo de ciudadano que reconstruye una sociedad destruida por la violencia. Sólo mencionaré algunas de estas necesidades cuya satisfacción, sostiene a una persona para construir -o reconstruir- la comunidad en la que vive: el orden, la libertad, la responsabilidad, el honor, el castigo que me hace responsable de mis actos, el riesgo que evita el tedio, la pereza o la cobardía. (El resto se encuentra aquí)
Es verdad, lo que ha pasado en Ayotzinapa no se debe sólo a personas «desarraigadas», ni tampoco sólo a que han habido algunos «malos, malosos y malditos», ni tampoco a quienes se vieron atrapados en un sistema que los orilló a cometer injusticias –«los delincuentes por burocracia», o el «mal banal» como lo calificó Arendt de lo que hablamos en otra ocasión-. También es verdad que lo que sucede en México necesita mucho más que este tipo de reflexiones. Las reflexiones se Simon Weil fueron vistas con escepticismo o mejor dicho, como la utopía del filósofo que no comprende de las necesidades concretas del político.
Pero sin duda, la solución a la crisis de gobernabilidad y seguridad que atraviesa el país, no se resolverá si no desempolvamos nuestros vínculos con los otros, si no destapamos los canales por los que echamos raíces y si no nos lanzamos a redescubrir a las personas que inspiren, si no recuperamos las ideas que dan sentido a la propia vida.
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