Don Efra y yo en abril del 2005. |
El 21 de octubre de 1012, la semana pasada se cumplieron 2 años, murió Efraín González Luna Morfín. Un personaje importante para la transición democrática de este país, sin duda. Fue presidente del PAN y candidato a la presidencia por ese partido en 1970… en la época en que se sabía que las condiciones de competencia eran inequitativa. Por entonces, para «incursionar en la vida política de México, con decenios del dominio aplastante de un partido que manejaba la dictadura perfecta (la frase es de Chuchín)», había que estar convencido del valor de las propias ideas, y al mismo tiempo, de poseer una capacidad de sacrificio para arar una tierra en la que los frutos tardarían en verse. Don Efra creía en las utopías y se dejaba comprometer por ellas.
Yo lo conocí en primavera de 1992, ya se había retirado de la vida política, cuando fue a Culiacán -por entonces yo era un adolescente- a hablar de política y responsabilidad ciudadana. Después lo tuve de maestro en la Universidad aquí en Guadalajara. Al terminar mis estudios, comencé a dar clase como adjunto suyo. Siempre me llamó la atención que nunca se consideró mártir de la democracia y difícilmente hablaba de lo que había sido su vida pública, como si no quisiera distraerse de su misión educativa (otra de las utopías a la que dedicó su vida) Sólo recuerdo dos excepciones.
La primera tuvo que ver con lo que comentamos unos estudiantes de derecho sobre los debates presidenciales de la campaña del 2000, aquella que ganó Fox. Mis compañeros y yo nos quejábamos de lo acartonado del formato, de la falta de ideas, de la ridiculez como argumento. Don Efra sólo dijo: “A mi me habría gustado ver, al menos de lejos, al candidato del PRI”. Y siguió dando su clase. En otra ocasión, un colega se quejaba con él de cómo el PAN había perdido su identidad ideológica. Don Efra le explicó que le parecía lógico, pues cuando él estuvo activo en la política, estar convencidos en el ideario era el único motivo para permanecer en el partido. Una vez que el PAN fue opción real de acceso al poder, esas convicciones y utopías comenzaron a entrar en tensión con el deseo del poder por el poder.
A estas dos anécdotas les falta algo que difícilmente se puede transmitir. Siempre terminaba con una sonrisa que te exigía involucrarte en el problema. Era como un “Sí, así están las cosas. Pero si no eres tú, ¿quién lo cambiará? ¿Si no es aquí, entonces dónde? ¿Si no es hoy, entonces cuándo?”. Don Efra te ubicaba abriendo tu mirada al contexto: falta mucho, pero lo que llevamos, no lo tiremos a la basura. Si te das cuenta del problema, si te das cuenta de que tienes algo de habilidad para resolverlo, entonces tienes el deber de involúcrate... Y no te canses. Si alguno de ustedes lo conoció lo recordará. Su sonrisa era un testimonio y una invitación. “Yo ya lo intenté, y mira lo que ha pasado. ¿Y tu qué?"
Entonces ¿Qué queda de las «utopías» de Don Efra? No puedo contestar por todos, pero sí por mí. Me acuerdo de su sonrisa y de esa llamada a comprometerse. La filósofa Hannah Arendt calificaba a este compromiso por la vida pública como “milagro”. El milagro de crear algo que no sigue las causas eficientes de la materia o no surge del “es que así son las cosas”. Ya sabemos que México pasa por una crisis. También sabemos que el orden social se construye todos los días, basado en la verdad, edificado por la justicia y vivificado por la solidaridad.
De las «utopías» de Don Efra, quedan muchas cosas. Una de ellas, su sonrisa.
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