jueves, 13 de noviembre de 2014

Dostoyevsky, «El Gran Inquisidor» y los Derechos Humanos


Fyodor Dostoyevsky nació un 11 de noviembre de 1821.  Es uno de los autores clásicos más importantes de Occidente y es conocido por su capacidad de plantear los problemas más radicales de la existencia humana con un realismo abrumador. Uno de ellos está recogido en un capítulo de su famosa novela «Los hermanos Karamazov». Ivan Karamazov cuenta a su hermano Alishoa la historia de «El Gran Inquisido(aquí en audio)

Ahí se relata la reaparición de Jesucristo 15 siglos después de su primera venida. El Gran Inquisidor detiene a Jesucristo y lo somete a un interrogatorio, o más bien a un reclamo: ¿por qué corrió el riesgo de la libertad? ¿Por qué creía que el hombre haría el bien libremente? ¿Por qué lo dejó padecer necesidad, si podría haberle resuelto sus vacíos y miedos? Si lo pensamos bien, la libertad viene acompañada de un peso: correr el riesgo de fallar, padecer necesidad de discurrir sobre cómo darle sentido. Si a esa consecuencia natural de la libertad, le añadimos que los seres humanos por más que queramos, no podremos evitar la limitación, el dolor y la muerte; si sumamos a estos problemas la necesidad interior de vernos liberados de esas angustias -de ser redimidos dirían los teólogos-; entonces podemos comprender el profundo problema humano recogido en «El Gran Inquisidor».

El Cardenal de Sevilla reclama a Jesucristo que éste, pudiendo liberar al hombre de este sufrimiento dandole pan, ofreciéndole milagros aparatosos, e introduciéndolo a una comunidad que siempre acoge, prefirió no hacerlo para no forzar su libertad. Es decir, si Cristo hubiera convertido las piedras en pan, el hombre lo seguiría no por amor a Él, sino por la seguridad de recibir el pan. Si hubiera hecho milagros aparatosos, la persona habría seguido a Cristo por que vería en Él quién le resuelve el misterio de su libertad, y no por un amor libre y desinteresado. El Inquisidor reclama a Cristo que por respeto al corazón las personas y de su libertad prefirió, correr el riesgo de que las personas eligieran mal y al mismo tiempo los condenó a cargar con el peso del sufrimiento y la necesidad. Todo en nombre de la libertad. 

Podemos reconocer en el Gran Inquisidor la tentación  de todo político y de toda persona con cierta autoridad: para no correr el riesgo de la libertad, -«no vaya  a ser que la gente se equivoque»- diseñamos estructuras que producen justicia, que fuerzan a la persona a comportarse adecuadamente. ¿A cambio de qué? A cambio de resolver necesidades básicas. Pensemos en la foto de político en campaña: sonriente, cruzado de brazos, con actitud de mago. Parece decirnos «si votas por mí, yo te resolveré tus necesidades, yo te garantizo que no padecerás apuros ni de vivienda, ni de trabajo, ni de seguridad. A cambio, dame tu voto y tu libertad. Yo te resolví tu problema, tú me debes lealtad». Algo así podemos ver en los gobiernos populistas: «la revolución es la que resuelve tu hambre, tu falta de empleo, tu angustia de inseguridad. Vota por mi, dame tu libertad, pertenece al movimiento para que no padezcas necesidad. Tienes que hacer, decir y pensar como lo digo yo, y a cambio, ya no padecerás necesidad». 


Pero no es un problema sólo del político o de la autoridad. También reconocemos la tentación de toda persona que padece necesidad -todos nosotros-: la angustia que padecemos cuando experimentamos nuestras carencias y limitaciones podemos verlas resueltas si seguimos a una autoridad que nos ha hecho la promesa -autoridad política, cultural o religiosa-. La libertad, cuando se vive en serio, también es trágica: he de esforzarme por descubrir lo que hace que mi vida sea valiosa, superar dificultades que eso implica, padecer necesidades, sostener en el tiempo ese esfuerzo, etc. Es comprensible que haya personas que quieran evitarse esos problemas y cedan su libertad a quien les ha prometido liberarlos de la necesidad y la angustia.

Esta tensión entre libertad y necesidad de redención recogido por Dostoyevsky en «El Gran Inquisidor» estuvo presente en el proceso de redacción de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948. El Diplomático libanés Charles Malik se dio cuenta de que tras una tragedia como la de la segunda guerra mundial, hubiera políticos y sistemas de gobierno que adoptaran el papel de «Gran Inquisidor». 

Los derechos humanos para Malik no significan una llave para exigir la respuesta a una necesidad. Implican también la exigencia de que la persona no fuera absorbida por la sociedad o por el Estado cuando estos le ofrecen soluciones a sus necesidades básicas. El profesor libanés, sin duda, reconoce la legítima necesidad de cierto orden social, de pertenecer a una cultura que alimente del espíritu humano. Pero estas corren el riesgo de reclamar a cambio un peaje muy caro: exigir de la persona una lealtad absoluta a cambio de solucionarle esas necesidades de desarrollo, de seguridad y de justicia.

Pero esa necesidad no justifica la eliminación de la persona como sujeto que toma postura, que es libre y necesariamente padece necesidades. Los derechos humanos para Malik no son sólo el derecho de resolver esas necesidades, sino la exigencia de hacerlo partiendo de seres libres y al mismo tiempo limitados. Y eso siempre es arriesgado.

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