jueves, 31 de diciembre de 2015

Nueve vitaminas para el fin de año

Campo de Trigo con Cipreses, (Vincent Van Gogh, 1889)

Hace una semana, me llamaba la atención la actividad de los críticos de la navidad y de sus redentores: si los cristianos habían copiado una fiesta romana, o si su significado debía ser rescatado de la lógica comercial, etc. Una crítica similar podríamos hacer de la fiesta de fin de año. Es absurdo embrutecerse con alcohol  para celebrar el fenómeno físico de haberle dado una vuelta al sol, que se empata con una determinación cultural del inicio de una nueva rotación. Tolstoi decía que renunciar a la conciencia sofocándola con bebidas, ahoga cualquier posibilidad que la conciencia se dé cuenta de la discordia que existe entre la propia forma de vida y las exigencias que mi conciencia me propone como mi bien.

Si no vale la pena celebrar celebrar un nuevo giro, sólo por que sí, sin duda que no lo es la capacidad humana de levantar la cabeza y darle sentido al tiempo, de llenar de significado la propia vida. Hay un famoso blog de una búlgara que vive en Nueva York que se llama en español, algo así como revoltijos cerebrales (Brain Pickings, aquí). Ahí condensa nueve lecciones que ha aprendido de escribir un blog que recibe al mes más de un millón de visitantes. (Sólo por matemáticas, en mi caso, al mes recibo a lo mucho 200).

Son nueve consejos para alguien que escribe y mantiene un blog de temas culturales. Quizá pueda servir como comentario de fin de año. Nueve condensados mentales que ayudan a refrescar el sentido de la propia vida:

1. Permitirse el incómodo lujo de cambiar de opinión. Es decir, no creernos lo primero que se nos ocurre, esforzarnos por encontrar los motivos que justifican nuestras opiniones y por su puesto, cambiar de opinión.  

2. No hacer nada sólamente por prestigio, estatus o dinero. El prestigio es como las galletas oreo. Podemos desearlas, pero una vez que las hacemos nuestras, nos la tragamos y desaparecen. Lo mismo con el prestigio y el estatus. Una vez conseguido, corremos el riesgo de olvidar el trabajo, las personas y los procesos que implicó aquello. Buscar el prestigio o el estatus es la mejor manera de olvidar el trabajo y las personas que nos permitió aquello que la gente llama prestigio.

3. Sé generoso. Con el tiempo, recursos, confianza y con las palabras. Es mucho más fácil ser crítico que celebrar lo positivo. Somos seres limitados y todo lo que edificamos puede ser mejorado. Así que si vemos sólo lo que criticamos, nos perdemos de la otra parte de la realidad, y lo peor, quizá desperdiciemos la oportunidad de encontrarnos con otra persona.

4. Construir espacios de quietud. Aprender a estar solo, desprendernos algunas horas del teléfono celular, whatsapp y redes sociales. Estar en silencio. Aprender a oír los árboles, el mar, etc. Las mejores ideas nacen en nosotros cuando dejamos de cortejar a la musa de la creatividad y más bien nos preparamos para ser despertados por ella. La creatividad arma el rompecabezas con las piezas de nuestra experiencia, pero le gusta trabajar en silencio.

5. Dormir bien. La lógica del trabajo nos empuja a valorar las horas que le robamos a la cama para ser productivos. Pero vivir así, es muestra del profundo fracaso en nuestras prioridades y una bomba de tiempo para perder fuerza física y el empuje que nos dan las verdaderas motivaciones para la vida.

6. No vale la pena creerse los que los demás dicen de uno mismo. Al final, a los demás les falta lo más importante: conocer las verdaderas intenciones. [Hasta aquí la Popova. Sin embargo, habría que pensar qué papel juega descubrir lo que los demás aman en nosotros].

7. Saber estar presentes. La lógica de la productividad y las redes sociales, pueden llevarnos a no visitar a un amigo enfermo, sino sólo mandarle un whatsapp; no ver a un familiar, sino sólo mandarle una foto al Facebook. No da lo mismo. ¿Cuántas interacciones frente a frente compartimos por cada mensaje virtual que enviamos?

8. Buscar aquello que acrecienta el espíritu y llena el alma. Popova sugiere que reconozcamos qué música, artista, lugar y persona, tocan nuestro interior y nos llaman la atención. Reconocerlos es importante para volver a ellos una y otra vez. Es decir, descubrir aquello que nos asombra, detenernos ante lo que nos llama la atención, atesorarlo, rumiarlo, ponerlo a añejar. (Aquí algo del blog sobre la música, y aquí un video sobre el asombro como fuente de creatividad)

9. Perder el miedo a ser idealista. Chesterton decía que si el príncipe nunca le tiene miedo al dragón, entonces no existe cuento. Y si por el contrario, el héroe se deja atropellar por el temor, entonces se acabó el príncipe. La vida se trata de ser realistas para esforzarnos por aquello que podemos cumplir, y al mismo tiempo inconformes para seguir soñando en lo queremos conseguir.

jueves, 24 de diciembre de 2015

¿En qué se parece la Navidad a un cumpleaños?



Haber nacido es un regalo. Desde que llegamos al mundo, hasta que fuimos conscientes de vivir en él, recibimos innumerables regalos: unos nos acogieron, otros nos donaron de su tiempo, otros nos educaron, nos dieron de comer, nos vistieron, nos hicieron reír, soportaron nuestro llanto, nos curaron etc. ¿Qué ha hecho un bebé para justificar que le celebremos su primer año? Hasta ese momento sólo ha requerido sacrificio y entrega. ¿Por qué no mejor celebramos su cumpleaños hasta que sea consciente de lo que es una fiesta? Pero hay algo ajeno a la lógica de la utilidad, hay algo en el niño  que se en encuentra en el ámbito del ser regalo. Como la vida. Nos la dan sin merecerla. 

Tal vez por eso, celebrar el cumpleaños se trata en el fondo, de alegrarse por el regalo que otros nos han hecho. El cumpleañero, si ha de ser coherente con lo sucedido el día que nació, debe ser él quien celebre que otros le han regalado, una y otra vez, gran parte de lo que es él ahora. Probablemente convenga hacerse en el propio cumpleaños, las terribles preguntas sobre uno mismo: «¿qué aman de mí los que dicen que me quieren? Si soy lo que soy, en gran medida, por lo que otros me han regalado, ¿qué tanto soy yo un regalo agradable para otros? ¿Qué hay en mí –qué han visto en mí-  que otros organizan su vida, sólo para que yo esté en ella y sea feliz?». Por todo ello, la celebración de un cumpleaños, quizá, debe ser también un regalo que otros nos hacen. 

En el origen cristiano de la navidad se celebra la lógica que está detrás de un cumpleaños. Se trata del regalo de quién nos quiere, con la esperanza de ver nacer en nosotros, de replicar, esa lógica: convertirse en don para otros. Un villancico popular condensa esta intuición. Un niño con su tambor, cae en la cuenta  de que para reglar a un recién nacido, sólo tiene su música. El bebé, a cambio, sólo ofrece unos brazos que lo necesitan, una debilidad para ser protegida, y una sonrisa para iluminar esa entrega. La fiesta de la navidad se trata del encuentro entre estos regalos, de celebrar lo único que tenemos; es alegrarnos por el don recibido, haciendo propia la lógica del regalo y convertirnos en don para otros. ¡Y eso sí que merece una fiesta!

Termino con el mejor discurso de cumpleaños que he visto en la literatura. Es Bilbo Bolsón, en El Señor de los Anillos, quien dice en su fiesta:
–Hoy es mi cumpleaños centésimo decimoprimero: ¡tengo ciento once años! [...] ¡No les distraeré mucho tiempo! [...] Los he reunido a todos [...] para poder decirles lo mucho que los quiero y lo breves que son ciento once años entre hobbits tan maravillosos y admirables. [...] No conozco a la mitad de ustedes, ni la mitad de lo que querría y lo que yo querría es menos de la mitad de lo que la mitad de ustedes merece.
¡Feliz Navidad! 

lunes, 21 de diciembre de 2015

Simone Weil: nos define una mirada de misericordia.

Dibujo de Cristi Pérez Venegas

El que ama define su existencia por la mirada de quien lo ama. Es decir, si se tratara de describir en diccionario "¿quién soy yo de verdad?", habría que buscar la respuesta en la mirada de quien lo quiere: "¿qué ha visto en mí el que me quiere? ¿Quién soy yo realmente para ella [o para él/Él]?" (En el blog ya he publicado algo sobre lo que significa ser observado).

Aquí va otro matiz de esta idea: somos definidos por una mirada que con misericordia nos ofrece quien nos ama. Si lo pensamos bien, nunca merecemos propiamente el amor del otro, y nunca correspondemos como exigiría ese amor. El que nos ama, ve en nosotros que somos más que nuestras tonterías o que los límites de lo que somos capaz. Hay en nosotros algo más que nuestra miseria o nuestro límite temporal. Gracias a esa mirada, nos ponemos de pie y lo intentamos de nuevo.

Lo encontré en un poema que recitaba Simone Weil cuando se le cerraba el horizonte y se sufría terriblemente por su salud ("Me acogió el amor"). Es del inglés George Herbert, S. XVII, que la filósofa recitaba de memoria. Cuando padecía fuertes dolores de cabeza, lo repetía de memoria y gracias a él percibía "en medio de mi sufrimiento, la presencia de un amor, similar al que puede verse en el rostro sonriente de quien me ama." (Más sobre esa carta, aquí).

El Amor me acogió; y mi alma retrocedió,
      Culpable de polvo y de pecado. 
Pero el Amor clarividente, viéndome dudar
      Desde el momento en el que entré,
Se acercó a mí, preguntando dulcemente         5
      Si necesitaba algo.
“Un invitado, contesté, digno de estar aquí”:
        El Amor respondió: “Tú lo serás”.
“¿Yo, el malo, el ingrato? ¡Ah! Mi amado,
      No puedo mirarte.”  10
El Amor me tomó de la mano y me contestó sonriendo,
      “¿Quién ha hecho esos ojos sino yo?”
“Es verdad, Señor, pero yo los he manchado. Deja que mi vergüenza 
      me conduzca donde merezco.”
“Y no sabes, preguntó el Amor, ¿quién ha cargado con las culpas?”  15
      “Mi amado, entonces yo te serviré.”
“Haz de sentarte aquí, dice el Amor, y disfruta de mi manjares.
      Entonces me senté y comí.

El poema original, que encontré aquí, es este:

LOVE bade me welcome; yet my soul drew back,
      Guilty of dust and sin.
But quick-eyed Love, observing me grow slack
      From my first entrance in,
Drew nearer to me, sweetly questioning         5
      If I lack'd anything.
'A guest,' I answer'd, 'worthy to be here:'
     Love said, 'You shall be he.'
'I, the unkind, ungrateful? Ah, my dear,
      I cannot look on Thee.'  10
Love took my hand and smiling did reply,
      'Who made the eyes but I?'
'Truth, Lord; but I have marr'd them: let my shame
      Go where it doth deserve.'
'And know you not,' says Love, 'Who bore the blame?'  15
      'My dear, then I will serve.'
'You must sit down,' says Love, 'and taste my meat.'
      So I did sit and eat.

jueves, 17 de diciembre de 2015

¿Por qué deberíamos creer en Santa Claus?




"La Ética en el País de los Elfos" es el título de uno de los capítulos de Ortodoxia de Chesterton. Ahí defiende la importancia de las historias de fantasía y cómo es que una persona madura no puede vivir sin fantasías, utopías, ideales. No por que se moviera entre nubes o en el mundo imaginario, sino por que la vida cotidiana está llena de la magia propia de los cuentos. Por ejemplo, si es fantástico que un príncipe se haya convertido en una bestia por hosco e insolidario, es igual de sorprendente que haya sido rescatado por alguien que le ofreció su confianza y cariño aún cuando no lo merecía. Por eso Chesterton nos recuerda que se puede creer en los cuentos de hadas y en las fantasías, no por que existan más dragones que princesas, sino por que nos introducen y acostumbran a vivir en un mundo que parece regido por esa magia de los cuentos. Por ejemplo, Santa Claus. Si la felicidad va unida a la gratitud, dice el escritor inglés:
«yo me sentía agradecido, aunque difícilmente sabía a quién estarlo. Los niños están agradecidos cuando Santa Claus pone en sus calcetines juguetes y dulces. ¿No podría yo estarle agradecido a Santa Claus cuando él ha puesto en mi calcetín el regalo de dos milagrosas piernas? Le agradecemos a la gente regalos de cumpleaños tales como cigarros y chanclas. ¿Y yo no puedo darle las gracias a nadie por el regalo de cumpleaños de mi nacimiento? (Ortodoxia)»
En otro lugar, desarrolla más esta idea. En su infancia, la costumbre era dejar un calcetín para que Santa Claus la llenara la noche de Navidad con regalos, juguetes, dulces o monedas. Pues bien,
«Lo que me ha pasado ha sido todo lo contrario a lo que parece ser la experiencia de la mayoría de mis amigos. En lugar de aminorarse, Santa Claus ha sido cada vez más importante hasta llenarla casi toda. Sucedió de esta manera. 
Cuando era niño me enfrentaba a un fenómeno que requería una explicación. Al final de mi cama, colgaba un calcetín vacío y en la mañana aparecía lleno. Yo personalmente no había hecho nada para producir esos juguetes. No había fabricado los regalos, ni los había armado, ni ayudado a construirlos. Ni siquiera había sido lo suficientemente bueno para merecerlos. 
Y me explicaron que existía cierto ser al que la gente llamaba Santa Claus, quien me tenía cariño... Creíamos en alguien que bueno y generoso que nos daba juguetes a cambio de nada. Y, como he dicho, sigo creyendo en una persona así. Sólo que he ampliado mi idea de él.  
De niño sólo me preguntaba quién dejaba los juguetes en mis calcetines; ahora me pregunto quién fue quien colocó los calcetines en la cama, la cama en la habitación, la habitación en la casa, la casa en la tierra y quién colocó este gran planeta en el vacío del cielo. 
Cuando era niño sólo daba gracias a Santa Claus por unos muñecos y algunas galletas. Ahora le agradezco las estrellas, los rostros que veo en la calle, el vino y el inmenso mar. De niño me parecía sorprendente y encantador poder encontrar con un regalo tan grande para llenar la mitad del  calcetín. Ahora me pasmo por la mañana, al caer en la cuenta de  un regalo tan grande que necesita dos calcetines para sostenerse, y me divierte que lo haya dejado desnudo de ahí hacia arriba. Hablo del inmenso y ridículo regalo que soy yo mismo. De quien no puedo dar una mejor explicación más que algún Santa Claus me ha dado como regalo, ha hecho de mi un regalo, en un gesto de una peculiar y fantástica buena voluntad».
Hoy es cumpleaños de mi hermana. Si hubiera alguien que no creyera en Santa Claus, tendríamos que inventarlo sólo para agradecerle dejó en casa a mi Teresita.


Aquí está el texto completo de Chesterton:

My experience of Santa Claus

G. K. Chesterton

At the close of G.K.C.'s centenary year we publish this essay by courtesy of his literary executor, Dorothy Collins.

The near approach of Christmas (which the eternal idealism of mankind has expressed in the proverbial phrase which describes it as "Coming") makes it particularly appropriate that I should deal with the existence and peculiarities of Santa Claus. But this is even more necessary because he is the one example of a matter of unimpeachable commonsense. Sceptics may throw doubt upon the existence of pixies or brownies; ingenious doubts may be raised even against dragons. By dint of a little paradox and superficial sparkle people may make what looks like a plausible case against the existence of hippogriffs. Of mermaids, I confess that I have had doubts myself in early youth, and though I am sure about giants with three heads, yet this assurance is of the nature of a dim and delicate spiritual intuition. But about Santa Claus, at any rate, I am on perfectly solid ground. My conviction of his existence and beneficence began faintly in early childhood, and has continuously increased ever since.

It is the fashion with an enormous number of modern people to maintain, or rather to take for granted, that as the world has progressed it has come to believe less and less in spirits and more and more in materials. And in the same way it is their custom to maintain, or rather to take for granted, that as we go on in life from infancy to old age we believe less and less in Santa Claus. Both views are false, or at least insufficiently true. The truth is that progress, whether it be the progress of mankind from the cavern to the hotel, or the progress of an individual, as the florid clergyman expressed it, from the "bassinet to the sepulchre," is so motley and complicated a thing that by choosing instances and arguments with reasonable controversial care, one can represent it to have been anything at all. No doubt, one can make a plausible statement that our race has become more and more rationalistic, and less and less mystical; one can quote on its side the disappearance of medicine men, of tests at Oxford and Cambridge, of witch-finding and the Irish Church Establishment and the introduction of books on psychology. But I would by the same method undertake plausibly to maintain that the world has been growing more and more red and less and less green. I could quote the introduction of pillar-boxes, terracotta statuettes, and socialist neckties, and I could quote the disappearance of Fenian societies, country districts, green poplin, and the costume of Robin Hood. In the same way I could make out that young people liked everything that was round, and that old people liked everything that was square, instancing on the one side boys eating buns and babies crying for the moon, and citing on the other the fondness of old gentlemen for cards, books, newspapers, and chess boards. In all these cases clearly our error would have been an insufficient breadth of experience and example. The modern popularity of green absinthe would have upset the first theory; the second would have sadly taken wing after the experiment of bringing a child into the neighbourhood of a square biscuit. In the same way there are scores of examples to upset the theory that a high civilisation has outgrown mysticism, examples which range from the philosophers of India to the palmists of Bond Street; and if an example be required to upset the theory that advancing years destroy our belief in Santa Claus, I beg most modestly to present myself as an exception.

What has happened to me has been the very reverse of what appears to be the experience of most of my friends. Instead of dwindling to a point, Santa Claus has grown larger and larger in my life until he fills almost the whole of it. It happened in this way. As a child I was faced with a phenomenon requiring explanation; I hung up at the end of my bed an empty stocking, which in the morning became a full stocking. I had done nothing to produce the things that filled it. I had not worked for them, or made them or helped to make them. I had not even been good— far from it. And the explanation was that a certain being whom people called Santa Claus was benevolently disposed towards me. Of course, most people who talk about these things get into a state of some mental confusion by attaching tremendous importance to the name of the entity. We called him Santa Claus, because everyone called him

Santa Claus; but the name of a god is a mere human label. His real name may have been Williams. It may have been the Archangel Uriel. What we believed was that a certain benevolent agency did give us those toys for nothing. And, as I say, I believe it still. I have merely extended the idea. Then I only wondered who put the toys in the stocking; now I wonder who put the stock ing by the bed, and the bed in the room, and the room in the house, and the house on the planet, and the great planet in the void. Once I only thanked Santa Claus for a few dolls and crackers, now I thank him for stars and street faces and wine and the great sea. Once I thought it delightful and astonishing to find a present so big that it only went halfway into the stocking. Now I am delighted and astonished every morning to find a present so big that it takes two stockings to hold it, and then leaves a great deal outside; it is the large and preposterous present of myself, as to the origin of which I can afford no suggestion except that Santa Claus gave it to me in a fit of peculiarly fantastic goodwill.

From "Black and White" (1904)

jueves, 10 de diciembre de 2015

Empatía y Derechos Humanos


Cuando se elaboraba la Declaración Universal de 1948, el documento que hoy cumple 67 años, los redactores se preocuparon por incorporar en ella los motivos para que cualquier persona se supiera vinculada por estos derechos. Los textos de derechos humanos clásicos, elaborados durante la Revolución Francesa y la Independencia Norteamericana del siglo XVIII, seguían una intuición de Kant. Para ellos cuando los ciudadanos se veían expuestos al goce de su libertad, esta experiencia desencadenaría su deseo de vivir conforme a esa autonomía. De esta forma, los derechos humanos se transformarían en cultura en la media en que el Estado lograra que la mayor cantidad posible de personas pudieran construir su proyecto de vida conforme a sus gustos y deseos.

150 años después, los redactores de la Declaración Universal de 1948, sin negar el valor de la libertad, colocaron el resorte de los derechos humanos en otra experiencia. Una de las versiones preliminares del artículo primero decía que todas las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos, y que por tanto todos debían comportarse como hermanos entre sí. Entonces, el libanés Charles Malik sugirió que se incorporara la palabra razón, por la que nos damos cuenta de esas exigencias de solidaridad. El francés René Cassin apoyó la sugerencia; así redactada, la fórmula  "intenta comunicar la idea que el hombre más humilde de cualquier cultura posee la chispa particular que lo distingue de los animales, y al mismo tiempo lo obliga a una mayor grandeza y mayores deberes que a cualquier otro ser de la tierra".

Por su parte el delegado Chino, propuso incluir una traducción de un término del vocabulario ético de Confucio. Es la palabra es Ren. Se podría traducir como empatía, ponerse en los pies del otro, tratar con humanidad al vecino, o como solidaridad hacia los demás. Es decir, Ren significaría nuestra capacidad de humanizarnos partir de descubrir cuáles son los requerimientos de la dignidad específica de una persona concreta que sólo se hacen realidad a través de mi compromiso solidario con ella. La palabra que propuso para referirse a esta experiencia humana fue conciencia. Así fue como "razón y conciencia" se agregaron al artículo 1, de la Declaración Universal.

De esta forma, si los documentos de derechos humanos del s. XVIII, presuponían que era la libertad la que detonaría nuestro compromiso por ellos; la Declaración de 1948, se centra en la empatía. La diferencia es fundamental. ¿Por qué? Si todo depende de mi libertad, entonces en el fondo, todo se trata de exigir lo que tengo a mi favor y lo que creo que merezco. En un segundo momento, revisaríamos si no dañamos los derechos de otros, pues se supone que nuestra libertad termina donde comienza la de los demás. Este sería el modelo que abandonaron los redactores de la Declaración Universal de 1948. Para ellos, la fuerza motora de los derechos humanos es la experiencia de la empatía. Es decir, para ser capaces de percibir cuáles son nuestros propios derechos, hemos de ser unos expertos en empatía solidaria. Primero conocemos la dignidad y lo que ella significa, cuando buscamos hacer crecer a las personas que nos rodean. Sólo así tendremos entrenado nuestro ojo interior para percibir cuáles son nuestros derechos. Primero somos empíricos, luego descubrimos nuestros derechos.

Para terminar, durante los trabajos de redacción de la Declaración, la UNESCO envió un cuestionario a intelectuales de esa época para preguntarles su opinión sobre los derechos humanos. Mahatma Gandhi envió esta respuesta:
“He aprendido de mi madre, analfabeta pero sabia, que todos los derechos que merecen ser protegidos y preservados nacen del deber cumplido previamente. [...] A partir de este presupuesto fundamental, quizá sea más fácil definir primero los deberes del hombre y la mujer y después correlacionarlos con algún derecho. Derechos sin deberes, es una usurpación por la que difícilmente vale la pena luchar”.


miércoles, 9 de diciembre de 2015

Curso de derechos Humanos en 10 imágenes

Quizá lo más difícil de un profesor es articular los contenidos de sus cursos a partir de las ideas que le dan sentido a los temas. Aquí van en imágenes, las ideas y preguntas que podrían estructurar un curso de derechos humanos:

1. ¿Sirve de algo el estudio universitario de estos temas?  Si de lo que se trata es prepararse para el «mundo real», ¿de qué sirven estas utopías?


2. Lucha por la dignidad. No hay rama del derecho donde se toque con mayor nitidez, el valor de la persona por sí misma.


3. [*Suspiro]. ¿Qué respuesta ofrece el derecho ante esto?


4. Entre la homilía y el mitin (Andrés Ollero dixit). Sí. Uno se mueve en arenas movedizas entre la ética, la política y el derecho. Si no se cuida la retórica de estos derechos, termina uno suplantando al cura o al demagogo.
5. ¿Sobre aire? Si no existe una dignidad real que sustente, oriente y limite los derechos humanos, estos sólo se reducen a la retórica del más fuerte.

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6. Dignidad y «ius». Sin criterios reales para equilibrar las relaciones entre personas, la dignidad se vacía de contenido. Si un concepto sirve para todo, entonces, no sirve para nada. 


7. Autodeterminación y proyecto de vida. ¿De qué sirve una brújula que no marca el norte? ¿Existe el derecho de alguien trans-edad, –una niña de seis años, atrapada en un cuerpo de un adulto de 50 [no es broma]- si esto forma parte de su proyecto de vida? 


8. Un límite impuesto a la fuerza. ¿Puede la lógica de la fuerza ser orientada y controlada por la experiencia de la empatía?



9. ¿Contenido o regla de interpretación?

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10. Los héroes. ¿Quién dijo yo?

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jueves, 3 de diciembre de 2015

Arendt y el recién nacido como milagro político


En un pequeño libro, titulado «¿Qué es la política?»  se editan los manuscritos que Hannah Arendt había preparado para su proyecto sobre introducción a la política. En sus notas, esta importante filósofa se detiene a explicar lo que significa el «milagro» en la comprensión de este ámbito de la vida humana. Arendt no se refiere sólo al operador profesional, sino a la convivencia común de personas que son diferentes. En este sentido, parece que la vida de una comunidad sigue unos procedimientos ya establecidos, debe mantener unas tradiciones que ha heredado o simplemente arranca del «¡Ya qué! Así están las cosas». Este factum dato originario se rompe, acelera o cambia de dirección por la introducción de nuevos elementos que no son consecuencia natural de ese ambiente: 
«Se ve claramente que siempre que ocurre algo nuevo se da algo inesperado, imprevisible y, en último término, inexplicable causalmente, es decir, algo así como un milagro en el nexo de las secuencias calculables. Con otras palabras, cada nuevo comienzo [Anfang] es por naturaleza un milagro —contemplado y experimentado desde el punto de vista de los procesos que necesariamente interrumpe».
Este milagro o «nuevo comienzo» al que se refiere Arendt, pone en marcha y detona una nueva serie de eventos y sucesos que van a dar forma a nuestra vida en común. En este sentido, la libertad es uno de esos milagro que introducen nuevos elementos que no existirían, a no ser por que alguien se lanzó llenar de sentido y responsabilidad los datos políticos que tiene ante sí:  
«Si el sentido de la política es la libertad, es en este espacio —y no en ningún otro— donde tenemos el derecho a esperar milagros. No porque creamos en ellos sino porque los hombres, en la medida en que pueden actuar, son capaces de llevar a cabo lo improbable e imprevisible y de llevarlo a cabo continuamente, lo sepan o no».
Por eso Arendt concluye, que el mayor milagro que se puede esperar en la política, –la mayor fuente de milagros- es el nacimiento de una persona. Con ella se introducen en el mundo, un sin fin de posibilidades de construir la comunidad. Cada que nace un ser humano, se ha sembrado una nueva potencialidad de dignidad y de creatividad.

Por eso -entre otras cosas- hemos de celebrar cualquier nacimiento. Si no conocieran a un recién nacido, yo tengo en mente uno de hace dos días que podemos usar de excusa para alegrarnos de esta nueva serie de posibilidades infinitas para la vida política.

Un abrazo a Gabriela y Manuel. También voy a celebrar la llegada de Jaziel.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

"Los 7 tipos de personas que te encontrarás en la Novena"


Aquí va este post que me encontré aquí. Algo pasa con Feisbuc que no me deja colgarlo. A ver si se puede al trascribirlo. Entre corchetes explico por si ayuda a entender la referencia.
El post que viene a continuación es un poquito diferente a lo que os tengo acostumbrados y es que va dirigido a un evento tan concreto que solamente lo entenderán del todo los alumnos, graduados, empleados o miembros adscritos a la Universidad de Navarra. Si el resto queréis leerlo adelante, pero no os sorprendáis si no entendéis alguna cosa o si la imagen con la que os quedáis es la de la falsedad de los unavers porque no hay nada más lejos de la realidad (hipócritas hay en todas partes, pero en general somos buena gente). Estamos de exámenes y necesitamos despejarnos, eso es todo. 
Y los que lo entendáis... por favor, pillad el tono sarcástico pero desenfadado del texto. No pretendo ni meterme con alguien en concreto, ni dármelas de nada, es simplemente una constatación (más o menos objetiva) de algo que llevo presenciando cada año y que me apetece compartir porque muchos de nosotros lo hemos comentado siempre y he pensado que estaría bien ponerlo por escrito. Si además os sentís identificados con algo (que es por otra parte inevitable) pues oye, bendita diversidad, nadie es perfecto y riámonos de la situación. Yo soy la primera "clasificable". 
Allá vamos: en mi universidad tenemos la sana costumbre de celebrar la novena a la Inmaculada que como su propio nombre indica se hace durante nueve días, del 30-8 de diciembre, mediante una misa diaria en nuestro polideportivo, vestido para la ocasión. Ahí nos reunimos cantidades ingentes de profesores, padres, alumnos o trabajadores de la universidad. Dado que con esto de Bolonia el calendario de exámenes finales se adelantó a diciembre, es un muy momento para desconectar de las horas de estudio a última hora del día y aprovechar para echar unos rezos que nunca vienen mal. 
Pero a lo que vamos, ¿qué tipos de personas te encuentras realmente en la novena? 
1. Los ojeadores (y no precisamente deportivos) son, o al menos eso se dice, el grupo más extendido y los más fáciles de distinguir. El ojeador común va a la novena con un solo propósito: fichar. Y ya si le sobra tiempo, pues escuchar lo que está diciendo el cura. Los reconocerás porque suelen ir en grupo y por lo general impecablemente vestidos ellos y muy bien maquilladas ellas. El pelo lo llevan cuidadosamente limpio y cepillado; están las que lo llevan suelto y no paran de colocárselo y ahuecárselo durante toda la misa o las que llevan unos recogidos que harían sombra a la princesa Leia. Sus intenciones no son malas, quieren ir "a ver quién hay", a ver qué se cuece, a ver si X o Y son de los que van o de los que pasan. Este tipo de gente son también muy de la misa de 20.15 en la CUN [Clínica Universitaria] durante cualquier domingo año. Para todo lo demás, Mastecard. 
2. Los ingenuos: Son ese tipo de personas que llevan fatal los exámenes, pero fatal, fatal. Y van a ver si al menos yendo todos los días a misa durante nueve días, esos conocimientos que hay en los libros que no han tocado durante tres meses son adquiridos por inspiración divina. En el momento de la acción de gracias guardan un silencio que ya quisieran algunos monjes cartujos y la cara de circunstancia que ponen yendo a comulgar es para acercarte por detrás y preguntarles si les pasa algo. Suelen frecuentar las primeras filas. Nada más que añadir. Suerte en junio [La segunda vuelta]
3. Las románticas: Aunque muchas empiezan en este grupo en su primero, es probable que si tienen dos dedos de frente, lo vayan abandonando durante el resto de la carrera. Pero aún así, siempre están las que todavía creen que conocerán a su futuro marido entre esas paredes. Pobrecillas. Como si a la salida fuesen a chocarse con alguien, a dejar caer los papeles y al empezar a recoger encontrarse con unas manos (SUS manos, las manos del chico ese de la cuarta grada, alto, moreno, de cuarto o quinto de la doble y con el jersey verde) y fuesen a saltar chispas de amor. Queridas, despertad. ESO no pasa. Es decir, sí, se te podrán caer los folios y sí podrá acercarse alguien a ayudarte pero NUNCA será ese chico de la cuarta grada, ¿por qué? Bueno, hay infinitos motivos, pero en la mayoría de los casos porque el susodicho tiene novia o algún otro tipo de compromiso de esos que tiene la gente en la unav y los hace intocables (you know what I mean). El resto se mantendrá a una distancia prudente, haciendo como que no ha visto nada. Lo mejor es que los recojas rápido y te escabullas entre la gente. 
4. Los fiestas: Los fiestas son la caña, son esas personas que van a la novena como quien queda en el [100] Montaditos [sería como las Wings Army] para echarse unas birras después de las horas de biblioteca. Suelen ponerse arriba (de pie o en las gradas) y se pasan la misa sonriendo, comentando la jugada con el de al lado y esperando a que llegue el final para fumarse el piti con los colegas. Muchas de las románticas suelen tener "flechazos noveneros" con ellos y suspiran cada vez que les ven "¡tía mira, Juan y Pepe van a misa!" por favor chicas, no me seáis tan fáciles, seguramente son de los que luego no pisan una iglesia durante el resto del año (EH, existen los fiestas cumplidores, de domingos y fiestas de guardar pero por lo general, y esto lo aprenderéis con el tiempo y la experiencia, la novena NO es un indicativo de la fe de nadie).  
5. Los novios: Este grupo creo que no merece grandes explicaciones. Parejas de novios que bajan juntos, se sientan juntos, asienten juntos, comulgan juntos (que mis amigos ennoviados no me odien, no es nada personal). Algunas parejas son ya auténticos pre-matrimonios en toda regla: ella entra primero, mira, elige sitio, y arrastra a su querido hasta el lugar elegido. Él como todo buen novio, sumiso y obediente, lleva la carpeta de ella, su paraguas y si ya llevan muchos años, hasta su bolso. Qué buenazos sois algunos. Otras parejas son totalmente acarameladas, se dan las manos durante la homilía, se lanzan miradas azucaradas durante toda la misa y hacen que a los solteros de alrededor nos entren unas ganas inexplicables de ir a confesarnos y no aparecer hasta el "podéis ir en paz". También tenemos a las parejas recientes, esas que no llevan mucho saliendo juntas y para las que la novena es su primera "aparición en público", suelen llegar un poco tarde, cuando los demás ya están sentados y son la causa del chismorreo y chascarrillo general "¿has visto? ¡Laura y Jose están juntos!"  
6. Las niñas (los niños menos, pero haberlos haylos) de bachiller: generalmente suelen tener hermanos, padres o amores platónicos (sobre todo amores platónicos) en la universidad y se consideran lo suficientemente mayores como para no ir a la novena del cole y bajar a la de la uni. Aunque algunas pretenden esconderse dejando el uniforme en casa, otras lucen orgullosas sus faldas escocesas y sus jerséis verdes con el barquito rojo de Fomento. Pero sus caras de emoción las delatan a todas. No pueden negar lo contentas que están de estar ahí y el poco tiempo que les queda para ser también universitarias de Barbour y Hunters.  
7. Novatos: Como su propio nombre indica, suelen ser gente de primero de carrera. Normalmente de colegios mayores, que han acudido en masa a llamada de la sel... digo, de la novena. Van siempre en masa, como un rebaño de ovejas, eso les da una falsa sensación de seguridad "así ven que soy de Goimendi, o de Belagua" sin embargo una vez dentro se bloquean, les cuesta un verano decidir si arriba o abajo, izquierda o derecha, y son torpes por naturaleza. Empiezan a bajar las escaleras de las gradas y se tropiezan, les entra la risa, miran todo el rato hacia atrás para conseguir la aprobación del resto "¿aquí o más abajo? ay no sé ve tú primero". Para desgracia del resto se suelen poner abajo en las gradas, con tan mala suerte que no han leído los carteles de "por favor en la comunión dejen está fila libre y vayan arriba siguiendo la dirección de las flechas", y ¿qué ocurre? pues que llega la comunión y siempre hay alguien que no se entera que tiene que irse de esa fila, que molesta, que su presencia ahí es non grata. Pero nada, la tipa o el tipo ahí se queda; primero sentado y cuando ve que todo el mundo tiene que hacer el pino para esquivarle se pone de pie, como si pensase que eso arregla las cosas "¿pero no ve que ahí molesta y que todo el mundo se ha ido arriba? ¿no piensa moverse?" pues no oigan, por muy obvio que parezca el chico ahí se queda. En fin, el tiempo todo lo cura.  
Podríamos hacer categorías más amplias para meter a padres, matrimonios, profesores e incluso a la gente que baja exclusivamente para ir a misa (inaudito lo sé, pero creedme que existen).  
Bueno, espero que después de esto os hayan entrado más ganas de bajar a la novena (recordemos que el fin del blog es el apostolado cibernético indirecto) al menos para ver si localizáis a todos los tipos de personas. ¿Sabéis ya en que grupo estáis? Yo sí.

lunes, 30 de noviembre de 2015

El recipiente de la belleza: el Quijote, Marcela y Grisóstomo


En el Quijote se cuenta la historia de Grisóstomo, un recién egresado de la Universidad que muere de amor no correspondido. Se prendó de Marcela, y perdió la vida entre suspiro y suspiro. Durante su entierro -pidió que lo sepultaran en la peña donde la vio por primera vez-, sus amigos despotricaron contra la pastora. Ella se aparece y expone su defensa. El pasaje está articulado en forma de juicio: Ambrosio -el amigo- acusa a Pastora del homicidio de Grisóstomo, la acusada alega su inocencia, y el Quijote hace las veces de juez.

Marcela se defiende con un argumento en dos partes. En este blog hemos hablado varias veces sobre la belleza: por qué importa dejarnos afectar por su punzada, cómo le dejamos producir eco en nuestro interior, y cómo es que fertiliza la intimidad hasta hacerla madurar. La pastora nos ofrece una perspectiva al menos no explorada aquí. Si bien es cierto, lo bello nos toca desde fuera precisamente porque estamos diseñados para aquello que nos llama, no menos cierto es que la experiencia estética sólo produce su fruto si el recipiente se prepara para ese contenido. No sólo se trata de arrancar hacia lo bello simplemente por que lo es. Marcela nos advierte: el continente nunca es arrollado por el contenido. Así lo dice:
No vengo, oh Ambrosio, a ninguna cosa de las que has dicho, respondió Marcela, sino a volver por mí misma, y a dar a entender cuán fuera de razón van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Grisóstomo me culpan. Y así ruego a todos los que aquí estáis me estéis atentos, que no será menester mucho tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir una verdad a los discretos. Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera, que sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura, y por el amor que me mostráis decís y aun queréis que esté yo obligada a amaros. 
Yo conozco con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que por razón de eser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama; y más que podría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir quiérote por hermosa, hazme de amar aunque sea feo. Pero puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas las hermosuras enamoran, que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas y descaminadas sin saber en cuál habían de parar, porque siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos; y según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario y no forzoso. 
Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? Sino, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades? Cuanto más que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo, que tal cual es, el cielo me la dio de gracia sin yo pedirla ni escogella; y así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yo merezco ser reprendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado, o como la espada aguda, que ni él quema, ni ella corta a quien a ellos no se acerca. 
La honra y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe parecer hermoso; pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha de perder la que es amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquél que por solo su gusto con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda? 
Lo amable, sólo por ser bello, no debe desquiciar al amante, sólo por que le parece que aquello es hermoso. Marcela, además, fue honesta con Ambrosio: nunca le dio alas, ni esperanzas, ni le dio cuerda. Esta es la segunda parte de su defensa:
Yo nací libre, y para poder libre escogí la soledad de los campos; los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado, y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras; y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo, ni a otro alguno, el fin de ninguno dellos, bien se puede decir que no es obra mía que antes le mató su porfía que mi crueldad; y si me hace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él con todo este desengaño quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? 
Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa. Quéjese el engañado, desespérese aquél a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confiese el qeu yo llamare, ufánese el qeu yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo, ni admito. El cielo aun hasta ahora no ha querido que yo llame por destino, y el pensar que tengo que amar por elección es excusado. Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho, y entiéndase de aquí adelante, que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque a quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos, que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala: el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida, ni los buscará, servirá, conocerá, ni seguirá, en ninguna manera. 
Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda, el que quiera que la tenga, con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas propias, y no codicio las ajenas: tengo libre condición, y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no engaño a este, ni solicito a aquel, ni me burlo con uno, ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas, y el cuidado de mis cabras me entretiene; tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma, a su morada primera.
La belleza importa. Sí. Dejarnos afectar por lo que nos conmueve, también. Pero, para que la belleza cumpla su cometido, el recipiente donde se acoge ese regalo, nunca debe ser sólo destinatario pasivo. Sólo será beneficiario si acude al llamado de la belleza como «ésta persona», es decir, si se esfuerza por aquello quede impregnado de inteligibilidad, sentido, historia y responsabilidad. El contenido no debe eliminar el recipiente. Grisóstomo fue abrasado por la belleza, pero él nunca la abrazó. Se consumió a sí mismo al querer consumirla. 

La sentencia del juez -un loco- es esta:
Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía. Ella ha mostrado con claras razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo, y cuán ajena vive de condescender con los deseos de ninguno de sus amantes, a cuya causa es justo qeu en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo, pues muestra que en él ella es sola la que con tan honesta intención vive.
El pasaje está en la parte 1, capítulos 12-14. Estos textos están en el 14.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Los libros son peligrosos (4). 50 títulos para la FIL

He publicado en mi blog, tres textos que justifican por qué los libros son peligrosos: El Quijote, Dostoyevski, y unas palabras de C.S. Lewis sobre por qué leer y cómo contagiar el gusto por hacerlo

Aquí va mi sugerencia de textos para la FIL 2015. El archivo en PDF se puede bajar aquí. La clasificación también puede servir. Para no creernos lo primero que se nos ocurre y empezar a pensar, requerimos estirar nuestras ideas y ampliar nuestra imaginación. Los workouts de la cabeza son la filosofía, la historia, el arte y conocer los fundamentos de nuestra profesión. Por eso ofrezco títulos clasificados de esa manera. (El consejo me lo dio Carlos Massini). Aquí van:


Los libros son peligrosos (3). ¿Por qué contagiarse?

No sé si de verdad sea publicidad oficial de Gandhi

(El año pasado escribí esto. Voy a repetirme, en parte, para hablar en el radio, previamente a la FIL) 

«Leer» no se enseña, se contagia. Como los virus. Por eso, como hemos dicho estas semanas, los libros son peligrosos. ¿Cómo se transmite esta enfermedad? ¿Cómo se contagia el gusto por los libros? Aquí van tres respuestas:

1. Hay que leer aunque no se antoje. En la vida se hacen cosas que no siempre nos gustan, es mejor acostumbrarse al esfuerzo, empeñándonos en aquello que vale la pena. Suena extraño un argumento así, por que tal vez hemos pensado que la lectura se hace por el gusto que genera. En parte sí, pero el buen sabor aparece cuando ya leímos. No antes. 

2. «Para hablar como Don Juan, y escribir como Cervantes». De forma análoga al dicho de las abuelas –«somos lo que comemos»-, también escribimos y hablamos de lo que leemos. Una de las habilidades más valoradas en los profesionales de hoy es la capacidad de transmitir una idea con precisión. ¿Cómo entrenarnos para hacer algo así? No hay más que escribir. Pero el depósito de ideas, palabras, fórmulas y modos de decir se acrecienta con la lectura.

3. Los dos argumentos anteriores sirven pero hasta cierto punto, por que son utilitaristas: «leemos porque conseguimos algo a cambio». Pero si la lectura es la puerta para la sabiduría y ésta es un bien humano que vale la pena buscar por sí mismo, debe existir un motivo que justifique la actividad lectora. Dice C.S. Lewis que la lectura nos dice algo de la vida, nos introduce en el mundo de otros y en ellos aprendemos a darle sentido al nuestro. Quien no lee vive como en una cárcel, donde sólo reconoce lo que ha experimentado en su entorno y en su tiempo. Sólo tenemos una vida, un tiempo, y unas conexiones; por eso, quien quien no lee, sólo sabe de lo que alcanza a ver frente sí. Quien lee, amplía sus registros emocionales, intelectuales y morales gracias a los cuales puede comprender mejor lo que le sucede, prever lo que vivirá si toma unas decisiones equivocadas -o correctas-, aprenderá a darle cause a sus penas y potenciará sus alegrías . El momento eureka, el gozo de la lectura llega una vez que ya se ha leído, difícilmente antes. Por eso, enseñar a leer requiere un maestro que nos siembre la inquietud. Alguien que nos contagie.

Entonces, ¿qué consejo práctico daría a unos padres que quisiera inculcar en sus hijos el hábito de la lectura? Sugiero hacer tres cosas equivalentes a tres momentos distintos. Al entregar el libro, ofrecer una visión general de tema del que trata. Segundo, mientras lee el libro, hacer una pregunta al lector que conectaría el asunto del libro con su vida concreta, una especie de pellizco que diga «¡Hey! ¡En este libro hay un problema que tú también experimentas! ¿Qué harías si te pasara lo mismo?».  Tercero: escuchar, platicar y compartir el eco que el libro produjo en el hijo, en el alumno, en el amigo. Es el momento en que, como dice Lewis, «la experiencia literaria cura la herida de la individualidad sin socavar sus privilegios». Es el momento en que nos convertimos en mil personas sin dejar de ser nosotros mismos.  

jueves, 19 de noviembre de 2015

Los Libros son Peligrosos (2): Dostoyevski el dolor de los inocentes.



La semana pasada platicábamos por qué es peligroso leer libros y mucho más si ese es el Quijote. Se cumplían 400 años de la publicación de la Segunda Parte de esa novela y como se acerca la FIL, era una buena oportunidad de hablar de ese tema.

Buscaba otro autor clásico para recomendar esta semana, en preparación para FIL. Y estos días vimos atentados en París, detonaciones en Líbano, sangre en Nigeria, bombas en Siria. Unos por que quieren purificar el mundo para su dios, otros que lo defienden en nombre de la libertad y la justicia. 

He tenido en la mente unos pasajes del escritor ruso Fidor Dostoyevski sobre el sufrimiento del inocente. Son textos dramáticos, no sólo por su crudeza sino por lo absurdo que puede llegar a ser infringir dolor a quien no tiene culpa para buscar cualquier otro fin. Este problema lo podemos leer en Los Hermanos Karamazov. 

¿Qué se gana con el sufrimiento del inocente? Dostoyevski en su vida personal había sido testigo y también causante de daño a quien no lo merece y había oído posibles respuestas. Una podría ser que gracias a ella, otros ajustamos nuestra brújula moral. ¿Pero para qué queremos conocer la diferencia entre el bien y el mal, si debe ser pagada a un precio tan alto? Otra explicación que ofrece Dostoyevsky es más radical y da en el corazón del problema. Se nos dice que toda injusticia debe ser reparada, ¿pero cómo justificar que la armonía se construya a través del sufrimiento de los inocentes? ¿Por qué el castigo no se puede limitar a los causantes de la pena? 

La pregunta, por difícil que parezca, es inevitable si se quiere encontrar sentido a la existencia humana. Por que todos experimentamos la injusticia, todos hemos visto que no siempre el culpable es el único que expía las consecuencias de sus actos o no siempre se castiga. ¿Qué sentido tiene algo así?. Ivan Karamazov concluye con estas palabras:
«Y si el tormento de los niños ha de contribuir al conjunto de los dolores necesarios para la adquisición de la verdad, afirmo con plena convicción que tal verdad no vale un precio tan alto. [S]e ha enrarecido la armonía eterna. El boleto de entrada a ese equilibrio cuesta demasiado. Prefiero devolver mi boleto».
El problema no se resuelve con facilidad y mucho menos pretendo hacerlo en este momento. Los atentados en Paris causaron sufrimiento de inocentes y han provocado la solidaridad de muchos. Perfecto, eso nos viene bien como sociedad. A todos nos sirve, por ejemplo, ver las escenas de empatía de los ingleses cantando la Marsella en Wembley. ¿Pero no hemos pagado un precio demasiado caro para movernos a la solidaridad? «Toda la sabiduría del mundo es insuficiente para pagar las lágrimas de los niños», nos recuerda Dostoyevski. 

Recordaba al principio que leer es peligroso. Por que caemos en la cuenta de lo que está en juego cuando nos tomamos en serio nuestra propia vida y del tamaño de los nudos que hemos de desatar.

¿Quieren una sugerencia para la FIL? Lean a Dostoyevski.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Los libros son peligrosos (1): ¡El Quijote es una Amenaza!

Foto de Guy Le Querrec/Magnum
Hace unos días leí un artículo que así se llamaba: "Los libros son peligrosos", del sociólogo inglés Frank Furedi. Ahí nos recuerda que desde el siglo IV aC, los libros se han considerado un peligro. Furedi recuerda que Sócrates temía que los jóvenes y no educados en la virtud, serían incapaces de descartar de lo que leían aquello que les hacía daño. Unos 500 años después, es Seneca el que advierte del riesgo que un lector puede terminar "desorientado y débil" por aquello que lee. Sus inquietudes se parecen a las de la abuela angustiada por que ve que sus nietas leen las 50 Sombras de Grey, y teme que las chiquillas crean que así debe ser su experiencia del amor para sentirse realizadas.

No quiero decir que los libros se hayan que prohibir. Ni tampoco es la intención de Furedi. Al sociólogo le interesa llamar la atención sobre una cualidad de los libros: contagian ideas, influyen en actitudes y desencadenan comportamientos: "Leer captura nuestra imaginación [y amplía horizontes], detonan una convulsión emocional y llevan a las personas a una crisis existencial". ¿Por qué? Por que en los libros vemos comportamientos, actitudes y situaciones ante las que los personajes responden. Invariablemente, juzgamos lo que nos parece correcto, y en ese proceso nos juzgamos a nosotros mismos. Por eso leer es un peligro: por que al leer me someteré al juicio sobre quién soy yo: ¿Y yo que pienso? ¿Y yo qué haría en su lugar? ¿Y si quizá no estoy en lo correcto? ¿Tal vez me falta espíritu aventurero como el del personaje?

En este sentido Don Quijote de la Mancha es un libro peligrosísimo. Nos habla de un loco que nos hace reír  con sus ocurrencias. Pero también nos presenta a un desquiciado que deja la comodidad de su casa para salir a deshacer injusticias, castigar culpables, luchar por la honra, serle fiel a un amor imposible, soportar el fracaso. Leer este libro es una amenaza por que hace inevitables estas preguntas: ¿Y nosotros qué tan locos hemos de estar para edificar la justicia, para serle fieles a los amigos, para buscar inspiración en quienes amamos, para ser generosos en regalarles nuestras modestas victorias, sólo a cambio de una mirada? ¿Qué tan desequilibrados hemos de tener el juicio como para mantenernos en nuestros ideales a pesar de los fracasos constantes, de nuestros propios límites y de las burlas de los demás?

Si somos incapaces de dejarnos afectar por lo que El Ingenioso Hidalgo considera valioso, entonces ¿quién es el loco? ¿El que se queda en su casa, el que no se involucra, el que renuncia rápido, o exige correspondencia? ¿O el que se lanza por la aventura de lo que considera justo y se conforma con la  sonrisa de quien lo ama? ¿Quién es el que ha perdido el juicio?

Este año, además, se cumplen 400 años de la publicación de la Segunda Parte de este clásico, así que tal vez sea bueno que este año leamos esta novela. Se puede conseguir una buena edición en la FIL que ya se acerca. O si estamos muy ocupados, tal vez ayude oírlo en audiolibro mientras nos trasladamos al trabajo, a la universidad o a cualquier sitio. El Departamento de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón produjo una muy buena versión que se puede bajar aquí

Actualización: Hoy Fernando del Paso fue galardonado con el Premio Cervantes 2015. Tres novelas suyas son muy famosas: "José Trigo", "Palinuro de México", "Noticias del Imperio". En 2004, el Fondo de Cultura Económica le publicó "Viaje al Rededor del Quijote" (Sugiero leer este artículo de Letras Libres sobre esta última novela).


domingo, 8 de noviembre de 2015

El «ajustado» y «lo justo»


He seguido con el minicurso sobre la comprensión occidental de la Justicia. La primera clase la dedicamos a hablar sobre «la justicia» como «el ajustado». Para eso seguimos a Jane Austen como la que diseña personajes cuya misión es ajustarse (aquí el link). 

El segundo sentido en que Occidente comprende la justicia es como «lo justo». Es decir, como aquel equilibrio que existen entre las personas gracias a la equidad que se logra con las cosas y posiciones que los relacionan. También hablamos sobre la transformación conceptual que se operó con la popularización de la palabra «Derecho». 

Ya sé que John Finnis piensa que la discusión es irrelevante. Tal vez tiene razón si de lo que se trata es describir el fenómeno jurídico como tal. Pero sigo pensando que es importante para comprender las distintas formas en que Occidente ha querido comprender lo que significa la justicia.


jueves, 5 de noviembre de 2015

¿Editorialista o «comentócrata»?


Estos días de noticias bomba, solemos buscar quien nos exponga lo que está pasando en el mundo y en nuestro país -que si la mariguana, que si el huracán, que si el Papa- y nos ayude a darle sentido a todos aquellos puntos de opinión. Con el paso del tiempo reconocemos a los que nos gustan por que dicen lo que esperamos oír; a los que nos sacan de nuestra zona de confort intelectual; a los que aportan poco en cuanto al análisis, pero están mal informados; o a los que de plano no de batean algo aunque les pichen la tierra.

Hace unos días el debate sobre qué hace valioso a un comentador, o dicho de otra manera, cómo reconocer a un buen editorialista en medios de comunicación independiente que vale la pena seguir. Advierto que no estudié comunicación, ni soy experto en lo que debe de ser técnicamente un comentador. Mi pretensión es modesta: Aquí encontré dos palabras me pueden servir, como ciudadano, para distinguir entre un editorialista  útil de un comentócrata. 

Como quizá recuerdan, en la Iglesia Católica se vivieron unas semanas de Sínodo sobre la Familia. Un editorialista del New York Times, Ross Douthat, publicó una opinión sobre el Sínodo, el Papa, el catolicismo y su doctrina sobre la familia. El editorial no fue bien recibido por una serie de académicos, expertos en esos temas y firmaron una carta abierta dirigida al Editor del New York Times en el que decían que Douthat "no es un profesional cualificado para escribir sobre el tema [no es teólogo]" y descalificaban el artículo publicado.

La respuesta de Douthat no se hizo esperar y no tiene desperdicio. Ahí escribe: 
"Un columnista tiene dos tareas: explicar y provocar. La primera requiere que se le dé a los lectores un sentido de lo que está en juego en una controversia, y por qué merece un momento de su fragmentada atención. El segundo requiere tomar una posición clara en esa controversia, mejor aún, inducir la sensación (por solidaridad, estimulación, furia ciega) de convencer al público de leer, volver y subscribirse al periódico. [En el caso del radio, que no le cambien de estación y que oírnos una vez más].
Ese es el doble reto. Por una parte, explicar brevemente en qué consiste la controversia, y qué consecuencias podría tanto seguir un camino que su contrario, como eliminar el desacuerdo al eliminar una postura. Algo que no sencillo, por que en un debate, cada una de las partes piensa que sólo su posición es coherente. El buen editorialista, es capaz de mostrar cómo la postura contraria, puede ser también consistente. 

Y provocar, por que al tomar una posición, describe por qué un argumento es más serio para ser tomado en cuenta que el otro. Irremediablemente el público hace lo mismo. Los que ven validada su intuición, tendrán un argumentos para justificarse; y lo de la posición contraria, si son tolerantes, volverán a pensar sus convicciones. En ambos casos, lo ideal es que el lector o el radioescucha quiera leernos o escucharnos una vez más.

Si usted tiene poco tiempo y muchas opiniones a su alrededor, estas dos palabritas quizá sean de utilidad para valorar si les dedica tiempo o no: Explicar y Provocar. 

jueves, 29 de octubre de 2015

«La Patricia», la Playa y el Cuadro.

Foto: Scott Kelly, Museo del Prado
ATENCIÓN: Para comprender esta entrada es necesario haber experimentado dos eventos: un atardecer y la compasión. Porque todo depende de un «You know it when you see it». De lo contrario, no entenderás na'a.

Las fotos de Patricia tomadas desde el espacio mostraban el tamaño del huracán y nos permitían imaginar la fuerza de la naturaleza. No somos los primeros que experimentamos el asombro ante la fuerza del mar y el riesgo de ser tragados por su furia. La teología judía aprovechó esta sensación para explicar dos ideas: el significado de estar a salvo y el papel de los amigos y de los que nos aman.
En el mar nos hundimos. Ahí el agua nos puede tragar. Dentro de él, probamos una obscuridad que nos envuelve y sentimos la inestabilidad de no tener dónde sostenernos. Salir a la costa es otra manera de experimentar la redención. Hemos sido rescatados del poder de la obscuridad y del riesgo de perecer. Ponerse de pie en la playa nos permite contemplar la majestuosidad de esa fuerza, que al mismo tiempo, tememos como lo opuesto a la tierra, como amenaza al espacio vital del hombre. Y ahí, desde la arena, el mar como riesgo se convierte en posibilidad de asombro por la belleza de un atardecer que se renueva cada día.
La playa significa entonces, vencer el riesgo de perecer en el mar. Es, por una parte, un límite impuesto a la potencia del mar –«¡Hasta aquí llega tu amenaza!»-. Por otro lado, desde la playa, la furia intimidante del mar, se transforma en una invitación a ver su belleza y participar de ella. 
Foto: Scott Kelley
En el museo del Prado hay un cuadro que recoge el mismo problema, pero resuelto no en un elemento material como lo es la playa, sino anclado en el corazón de la persona. Se llama El Descendimiento de la Cruz, del pintor flamenco Rogier van der Weyden. Es la pintura de un judío condenado a muerte que es bajado de la cruz. Dos de sus amigos sostienen el cadáver, mientras se giran para entregárselo a la madre del difunto. La pintura es una fotografía del momento en que los amigos sujetan a los que han sido devorados por la muerte o por la angustia. 
¿En qué se parece El Descendimiento y el mar? En los dos sitios un hombre ha sido tragado por la obscuridad, el mal se los ha comido. No hay tierra firme para sostenerse. De forma que, en este cuadro o en una experiencia así, ¿cuál es el equivalente a la playa, cuál es el lugar de redención, qué es lo que le quita la última palabra al poder de la angustia, del mal y la muerte?
Es en la compasión, en la solidaridad de los amigos, en la compañía por amor, en la empatía y solidaridad que recibimos sin esperar nada a cambio, donde la muerte y el mal retroceden. «¡Hasta aquí llega tu amenaza! ¡No dejaremos que tu lógica ahogue el corazón!» En el cuadro, los amigos lloran por que reconocen el mal ante ellos; pero lo superan y se liberan de él a través del amor, de la empatía y de la solidaridad ante el que sufre. Esa es su playa. Ya podrán ver la belleza del amanecer.  Van der Weyden no oculta el mal y el dolor, como las fotos mostraban la fuerza del huracán, pero el pintor no se ceba en la tragedia: pone ante nuestros ojos el valor de la compasión, la fuerza del amor. Abre una puerta a la esperanza. 
Si no es posible ir al museo del Prado, al menos hay que ir al mar o atesorar la compasión  y la empatía que nos han regalado amigos y familiares. Es una forma de recordar ese: «¡Hasta aquí llega tu amenaza!» con que la playa marca un límite al mar.

miércoles, 28 de octubre de 2015

¿Por qué leer a Jane Austen?


Ayer dí una clase en un módulo sobre la comprensión occidental de la Justicia. Para ello podríamos haber estudiado a Sócrates: es mejor padecer una injusticia que cometerla, la justicia es una excelencia de la persona, o la justicia no sólo es informativa sino también performativa. O a Platón: la persona ajustada es la que armoniza su cuerpo, su carácter y su mente, la ciudad ajustada se «construye por» y «forma a» el ciudadano, el mito de Gigés, etc. O a Aristóteles: el arte sigue a la naturaleza, la justicia general es el de la persona buena, y la relación entre virtud, con razón práctica y actos concretos.

Pero seguimos otro camino. Una de las formas en que nos explicamos la «Justicia» es aplicarle la palabra a las personas ajustadas-buenas. Jane Austen es una autora cuyos personajes se dedican, principalmente a mostrar, descubrir y formar su carácter como ajustados: la armonía equilibrada de todos los aspectos de la vida.