jueves, 9 de abril de 2015

Beisbol: El juego perfecto para nuestra democracia imperfecta.

Adrián González y el selfie del homerun

No es un secreto que soy aficionado al beisbol. Con sus altas y sus bajas y algunos años de cierto alejamiento -vine a vivir a Guadalajara cuando el internet todavía no acercaba el juego y las estadísticas a tiempo real- sigo guardando buenos recuerdos. Hay en el beisbol algunos elementos que no he visto en otro deporte que requieren el desarrollo de unas cualidades en las emociones y unas habilidades en la razón, que no he visto promovidas en otros deportes. 

(i) Requiere paciencia y rapidez de reacción ante lo inesperado. Si en promedio cada juego de beis requiere un promedio de 146 lanzamientos, cada uno de ellos se presenta ante una situación diferente del juego. Esto lo que abre la posibilidad de un sinnumero de estrategias disponibles. Y aunque un buen jugador busca dirigir su batazo hacia una zona del campo, no hay garantía de que el swing perfecto logre el resultado buscado. De esta forma, se genera una tensión entre los distintos participantes del juego que se anuda en una mezcla de habilidad con el azar. 

(ii) Sentido de infinitud en el espacio y el tiempo. Aunque unas partes del campo estén limitados, el terreno de juego se abre hacia el infinito. Incluso cuando la bola cruza la barda, el límite es la distancia que puede recorrer la bola: siempre puede se puede ir  más lejos, siempre hay un espacio que puede ser conquistado. Algo similar sucede con el tiempo. La duración de un juego no se determina por un reloj, el arco temporal del juego lo determina la dinámica misma de las entradas. En el futbol por ejemplo, uno puede manejar el partido, tocar la bola, ordenar un cambio, o prolongar una lesión para consumir el tiempo. En el beisbol, no existe ese límite temporal, por lo que todas las virtudes del juego han de mantenerse en tensión de forma ilimitada hasta terminar el partido.

(iii) El beisbol es un deporte de riesgo y el drama. El hecho de no depender de un reloj, obliga a quien va ganando a poner en riesgo su ventaja, debe salir a darle oportunidad a su oponente hasta que logra sacar el último out. En ese sentido, la victoria nunca puede ser algo a lo que se llega como en un deporte cronometrado. Para ganar en el beisbol siempre hay que arriesgar la ventaja, siempre se conquista. En el beisbol, el tiempo nunca forma parte de la estrategia.

(iv) Por último, el beisbol ofrece un sentido de la derrota muy peculiar. En ningún otro deporte es tan despiadadamente imposible jugar con perfección, ni tiene tan amplios márgenes para permitir el fracaso.  El futbolista que sólo acierta tres de cada diez pases no tiene mucho futuro, pero  sabemos que un buen bateador es el que tiene éxito sólo en 3 oportunidades de cada 10. El jugador de beisbol es paciente ante el fracaso como en ningún otro deporte. Es un deporte que se alegra con las pequeñas victorias y es paciente con las múltiples derrotas. El mismo deporte -con una temporada tan larga- premia más a la consistencia que los chispazos de eficacia; incluso tolera un bajón de juego. 

Si todas estas exigencias inherentes al beisbol arraigan en la razón, la persona logrará equilibrar los motivos para la razón, las emociones del carácter y las habilidades musculares que lo ajustan como persona, y siguiendo a Platón, lo capacitarán para construir una mejor comunidad. Para este filósofo griego, el alma humana es como una pequeña ciudad: el estado ideal y el alma humana se desarrollan de la misma manera. Por tanto, si un deporte permite la maduración de la persona, una comunidad se beneficiará de ese desarrollo. La personalidad madura, pensaba Platón, es aquella que armoniza un cuerpo sano, con unos afectos intensos y ordenados a una razón certera y adecuada. Personas ajustadas y ciudad justa son el reflejo una del otro. 

Ahora que empiezan las campañas electorales y quizá cierta desilusión por las opciones a nuestro alcance, tal vez la afición al beisbol, su sentido por lo dramático, su paciencia con los fracasos, su visión de largo alcance, la infinitud en el espacio y el tiempo a la que te enfrenta pueda ser un buen educador de nuestras virtudes políticas que se verán puestas a prueba -como siempre sucede- con este proceso electoral.

Probablemente necesitemos parafrasear una y otra vez aquello del comercial: nos hace falta ver más «beis».

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