jueves, 9 de julio de 2015

El «Encierro» que viví en Pamplona.

Foto: Vincent West (Reuters)
Viví dos años en Pamplona y sólo un verano lo pasé durante las fiestas de San Fermín y asistí a dos encierros, en México les llamamos Pamplonadas. Esta semana son los días de la fiesta. Todos, absolutamente todos los que están esos días en Pamplona vestimos de blanco con un algunas líneas rojas en honor al santo mártir. 

Los toros que se lidiarán esa tarde son trasladados de los corrales en los que pasan la noche, a la plaza en un recorrido de poco más de 800 metros. A lo que era una necesidad logística -«¿cómo los llevamos hasta allá? ¡Ah! Lo haremos por las calles»-, se le agregó un componente de eficacia –«¿cómo lo hacemos rápido? Pastores, gente a caballo y a pie que apresuren a los animales»-. Después apareció la diversión -«¿y si corremos mejor delante de ellos?»- y con ello algo de competencia -«¿quién es capaz de correr más junto a un animal de más de media tonelada?»-

El sitio más peligroso para correrlo -curiosamente al mismo tiempo, el más práctico para verlo- es la cuesta de santo Domingo, en los primeros metros del recorrido. Los toros suben por la cuesta que a la mitad llega una escalera peatonal lo que forma una gradería privilegiada. Ahí me senté con dos amigos. 

Los corredores de esa sección del encierro, dicen los que saben, son los más atrevidos. Los toros suben esa pendiente a mucha más velocidad que la carrera de los mozos. Desde la escalera, ves a los corredores estirar las piernas, planear su estrategia, alejarse de los turistas, apretar su quijada y concentrarse. Algunos descubren a los borrachos y piden a la policía que los retire. Según me explicaron, los mejores corredores son los que avanzan más metros, lo más cerca posible del animal. 

A las ocho de la mañana suena un cohete, se abren los corrales y empieza la carrera. 6 toros de lidia y 6 cabrestos en estampida. 10 segundos después ya los pierdes de vista. Sólo oyes las pesuñas golpear el adoquín y a la gente correr. Pasan frente a ti. Me han dicho que los toros son casi ciegos, que se guían por el movimiento. No queda más que correr frente a él, o más bien acompañarlos en el recorrido y no llamar su atención. Doce animales de más de 600 kilos cada uno, que corren más rápido que tu, en una especie de vallado sin salida.

¿De dónde nos viene el gusto por esperar horas para 10 segundos de tensión? ¿A quién se le ocurre poner en riesgo la vida sólo por diversión? Puede ser el deseo de «probar quién eres» y compararte con otros. Quizá sea una forma amateur de acercase a la muerte y palpar su cercanía. Tal vez es una forma de saborear la vida a través de un fuerte trago de miedo y adrenalina. También encuentras algo del extraño sentimiento de hermandad que ahí se genera: aquí estoy con unos desconocidos a los que nos une el paso inevitable de la muerte; nos lo acercan unas bestias irracionales que pudieran atropellarnos, como la muerte; compartimos una misma experiencia para luego seguir en la misma fiesta a lo largo del día.

Aunque yo no corrí en la calle de Santo Domigo, pude sentir lo cerca que convives con la muerte. Pude tocar lo que significa estar vivo. Y puede encontrarme con otros muchos que compartían esa experiencia.

Aquí podrán ver el encierro de hoy, narrado por unos ingleses para una cadena gringa. 

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