viernes, 9 de agosto de 2013

Edith Stein y la verdad: un encuentro que me llama.

El nueve de agosto de 1942, murió Edith Stein en un campo de concentración nazi. En una ocasión escribió una carta a su amigo Roman Ingarden (aquí) donde le compartía sus preguntas -su debate interior- respecto a la corresponsabilidad de la persona en los acontecimientos en que ella misma se ve envuelta. Por un lado es forzada por las circunstancias a tomar postura y actuar libremente (¿no es contradictorio?). Al mismo tiempo, es incapaz de controlar las consecuencias de sus decisiones (¿entonces qué tan libre soy de verdad?): «Emotivamente me encuentro en un conflicto interior insoluble. Me esfuerzo una y otra vez por comprender, pero inútilmente, el papel de los seres humanos en la historia del mundo».
Edith Stein, enfermera, 1915

Si no controlo el contexto en que decido y me veo forzado a decidir, ni tampoco controlo domino las consecuencias de lo decidido, ¿qué sentido tiene la libertad si en definitiva no puedo darle un sentido a la historia de mi vida?  ¿Su «hacia dónde voy»? ¿O mas bien el misterio de la libertad es preguntarse «hacia dónde me llevan»?
«Recientemente me he sumergido en el versículo del Evangelio de Lucas: “El hijo del hombre se va, como está decretado. Pero ¡ay de aquel por quien será entregado!”. ¿Valen [son aplicables] estas palabras para todos? Nosotros causamos los acontecimientos y somos responsables [de ellos]. Sin embargo, no sabemos lo que hacemos ni podemos parar el curso de la historia, aunque lo rechacemos. Ciertamente no es fácil de entender»
Este problema la acercó al problema de la historia y la religión. Tiempo después escribió -sin ser creyente todavía- una carta a su hermana Elsa:
«Es preciso únicamente no encerrarse en el pequeño tramo de vida que puede abarcarse con la propia mirada y, sobre todo, no quedarse en lo que aparece claro en la superficie [...] De todos modos, la vida es demasiado complicada como para que pueda imponérsele un plan de mejora, por sabio que sea, y prescribirle definitiva y claramente cómo deberían ir las cosas. Te das cuenta de que todo esto no va dirigido contra ti. Es más, creo que, en parte, estás de acuerdo conmigo. Solo quería transmitirte la convicción de que el desarrollo –cuyo resultado solo dentro de unos márgenes muy estrechos podemos prever y, en proporciones aún más exiguas, condicionar– es un bien al final de todo»
Parece que al pensar la historia, Edith descubre en ella una presencia no sólo humana, que integra, da sentido y ofrece esperanza al conjunto de escenas dispersas que parecen suceder en la biografía de cada persona. En su carta a Ingarden escribe:
«Además, según mi opinión, la religión y la historia convergen cada vez más, y me parece que los cronistas medievales, que consideraban que la historia del mundo está englobada entre el pecado original y el juicio universal, fueron más sabios que los especialistas actuales, los cuales, basándose en hechos científicamente probados, han perdido el sentido de la historia. Naturalmente, estas aperçus no tienen pretensión alguna de cientificidad»   
Por eso no le extraña, ya en 1918, escribir a su amigo después del shock que produjo en ella la muerte de su amigo Adolf Reinach y la reacción serena de la viuda:
«No sé si de mis afirmaciones precedentes ha podido colegir que estoy acercándome cada vez más a un cristianismo absolutamente positivo. Me ha liberado de una vida deprimente, dándome fuerza para aceptar de nuevo y con gratitud la vida. Por tanto, puedo hablar de un renacimiento en el pleno sentido de la palabra. Pero esta nueva vida está íntimamente ligada a los acontecimientos vividos en este último año, de los que nunca renegaré; los tendré siempre muy presentes [...] No los he catalogado como episodios. Todo lo ocurrido significa para mí mucho más, y ni a mi ni a usted deben crearnos la ilusión de una "felicidad" aparente, que en mi opinión no es real y que incluso me asusta más que atraerme»
De esta forma, contestar en verdad y con verdad preguntas del tipo «¿quién soy yo?, ¿cuál es la historia de mi vida?», o «¿cómo es que escribo mi biografía? ¿Libre? Sin duda, pero ¡¿cómo le doy sentido a mi libertad?!» consiste en comprender cómo es que somos «vistos» en totalidad por Alguien, que nos invita y acompaña a permanecer junto a Él; que nos ofrece una última escena hacia la que nos co-dirige y nos co-dirigimos. El problema de la verdad es sobre todo el problema de la verdad sobre mi mismo y esto sólo se resuelve en la lógica de un encontrarse y una llamada. Y ese encuentro salva, libera y da sentido.

Edith murió porque quiso que su vida pendiera del sutil hilo de ese encuentro, incluso si eso significaba compartir el destino de los de su raza (judía) y la experiencia de los su religión (católica).

La reliquia de Edith Stein que tengo en mi escritorio


1 comentario:

  1. Me parece que su estudio y colaboración con Husserl le dieron pie a un enfrentamiento con la verdad que no hubiera podido tener una estudiante de filosofía alemana, de inicios del 20, donde todo en el pensamiento académico y cultural era idealismo.
    También creo que es una influencia grande en la vuelta al estudio de la persona desde la perspectiva del Yo relacional. Una gran aportación al feminismo moderno que seguro va dando sus frutos en la participación activa y enriquecedora de la mujer en el mundo moderno.

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