jueves, 22 de agosto de 2013

Sócrates: feo pero valiente.

(Un post para completar la clase sobre la Apología y el Critón, ambos de Platón)

Más feo que mandar a la abuela por droga. Aparentemente, Sócrates era feo. Muy feo. En el Teeteto, Sócrates pregunta a Teodoro si conoce a algún joven ateniense que fuera un buen conversador. Teodoro le habla de Teeteto y lo describe así:
Feo con «f» de Sócrates
«Sin embargo [Teeteto] no es bello, y no te enfades conmigo, pero el caso es que se parece a ti, porque tiene la nariz chata y los ojos prominentes, aunque en él estos rasgos están menos acentuado (Teeteto, 143e)» 
Chato de nariz respingada, de ojos grandes y redondos como cangrejo. En el Banquete de Platón, Alcibiades dice que por fuera parecía Sileno (aquí) (viejo, gordo y raro, dios de la embriaguez) o con cierto aire al sátiro Marsias, anciano y feo (aquí) [Banquete, 215a-c; 216d; 221d-e, las citas a parecen al final]. Y en el Fedón, que narra los últimos momentos de Sócrates, Platón recuerda su actitud serena... y su mirada:

«Al tiempo tendió la copa a Sócrates. Y él la cogió, y con cuánta serenidad sin ningún estremecirmemo y sin inmutarse en su color ni en su cara, sino que, mirando de reojo, con su mirada tauri­na, como acostumbraba. (Fedón, 117b)»  

En otro Banquete, pero de Jenofonte, Critóbulo se burla de Sócrates diciendo que es más feo que todos los silenos (4.19), y se sirve con la cuchara grande un capítulo más adelante, donde Sócrates responde a Critóbulo burlándose de sí mismo: con sus ojos grandes, como cangrejo, ve a todos lados; con su nariz chata y respingada huele hacia todas direcciones; y con su boca, muerde más que su interlocutor.  No por nada, Aristófanes en Las Nubes, para criticar y burlarse de Sócrates, le dice: «[tú que,] caminas con paso arrogante por las calles, lanzas miradas de reojo [con esos ojazos], soportas descalzo muchas cosas desagradables y presumes a costa nuestra.» (Las Nubes, 362).

Feo sí. Pero correoso, valiente y aguantador. Alcibiades recuerda a Sócrates como soldado. Buen camarada, recio, –le salvó la vida- y un porte y carisma poco común. (El Banquete 219d-220a, 220d y 221a). El último párrafo merece un ¡Ayamonchis!. Por ahí se verá la burla de Aristófanes convertida por Platón en alabanza a su maestro:
«Todas estas cosas, en efecto, me habían sucedido antes; mas luego hicimos juntos la expedición contra Potidea y allí éramos compañeros de mesa. Pues bien, en primer lugar, en las fatigas era superior no sólo a mí, sino también a todos los demás. Cada vez que nos veíamos obligados a no comer por estar aislados en algún lugar, como suele ocurrir en campaña, los demás no eran nada en cuanto a resistencia. En cambio, en las [220a] comidas abundantes sólo él era capaz de disfrutar, y especialmente en beber, aunque no quería, cuando era obligado a hacerlo vencía a todos; y lo que es más asombroso de todo; ningún hombre ha visto jamás a Sócrates borracho. […] 
Eso sí, valiente y aguantador
Y ahora, si queréis, veamos su comportamiento en las batallas, pues es justo concederle también este tributo. Efectivamente, cuando tuvo lugar la batalla por la que los generales me concedieron también a mí el premio al valor, ningún otro hombre me salvó sino éste, que no quería abandonarme herido y así salvó a la vez mis armas y a mí mismo […] 
[Cuando el ejército huía de Delión] [...] Se daba la circunstancia de que yo estaba como jinete y él [a pie] con la armadura de hoplita. Dispersados ya nuestros hombres, él y Laques se retiraban juntos. Entonces yo me tropiezo casualmente con ellos y, en cuanto los veo, les exhorto a tener ánimo, diciéndoles que no los abandonaría. En esta ocasión, precisamente, pude contemplar a Sócrates mejor que en Potidea, pues por estar a caballo yo tenía menos miedo. En primer lugar, ¡cuánto aventajaba a Laques en dominio de sí mismo! En segundo lugar, me parecía, Aristófanes, por citar tu propia expresión, que también allí como aquí marchaba «pavoneándose y girando los ojos de lado a lado» observando tranquilamente a amigos y enemigos y haciendo ver a todo el mundo, incluso desde muy lejos, que si alguno tocaba a este hombre, se defendería muy enérgicamente. Por esto se retiraban seguros él y su compañero, pues, por lo general, a los que tienen tal disposición en la guerra ni siquiera los tocan y sólo persiguen a los que huyen en desorden.»
-o- 

Platón, Banquete:

215c. [...] Pues en mi opinión es lo más parecido a esos silenos existentes en los talleres de escultura, que fabrican los artesanos con siringas o flautas en la mano y que, cuando se abren en dos mitades, aparecen con estatuas de dioses en su interior. [...] 
216.d. [...] Veis, en efecto, que Sócrates está en disposición amorosa con los jóvenes bellos, que siempre está en torno suyo y se queda extasiado, y que, por otra parte, ignora todo y nada sabe, al menos por su apariencia. ¿No es esto propio de sileno? Totalmente, pues de ello está revestido por fuera, como un sileno esculpido, mas por dentro, una vez abierto, ¿de cuántas templanzas, compañeros de bebida, creéis que está lleno? Sabed que no le importa nada si alguien es bello, sino que lo desprecia como ninguno podría imaginar, ni si es rico, ni si tiene algún otro privilegio de los celebrados por la multitud. [...]
221d. [...] Pero como es este hombre, aquí presente, en originalidad tanto él personalmente como sus discursos, ni si quiera remotamente se encontrará alguno, por más que se le busque, ni entre los de ahora, ni entre los antiguos, a menos tal vez que se le compare a él y a sus discursos, con los que he dicho: no con ningún hombre, sino con los silenos y sátiros.

Jenofonte, Banquete, 5.5-7
«¿Sabes entonces para qué necesitamos los ojos?». «Evidentemente, para ver». «En ese caso, mis ojos son ya más hermosos que los tuyos». «¿Cómo es eso?». «Porque los tuyos sólo ven en línea recta, mientras que los míos, por ser muy saltones, ven también de lado».  «¿Quieres decir», respondió, «que el cangrejo tiene los ojos más bellos?». «Sin duda», respondió, «pues tiene los ojos mejor conformados para su fuerza». «De acuerdo, pero ¿qué nariz es más hermosa, la tuya o la mía?». «Yo creo», dijo, «que la mía, si efectivamente los dioses nos pusieron la nariz para oler, pues las ventanas de la tuya miran hacia tierra, mientras que las mías son respingonas hacia arriba, de modo que pueden captar los olores de todas partes». «¿Y cómo va a ser una nariz chata más hermosa que una nariz recta?». «Porque no levanta barrera, sino que permite a los ojos ver directamente lo que desean. En cambio, una nariz alta levanta con arrogancia una muralla entre los ojos». «Pues en cuanto a la boca», dijo Critobulo, «desde luego me doy por vencido, pues si se ha hecho para morder, tu puedes dar mordiscos más grandes que yo, y, por el hecho de tener labios gruesos, ¿no crees que también deben ser más dulces tus besos?». «Oyéndote hablar», dijo Sócrates, «da la impresión de que tengo la boca más fea que los burros. Pero como prueba de que soy más bello que tú ¿no incluyes el hecho de que las náyades, diosas como son, dan a luz a los silenos, que se parecen a mí mucho más que a ti?». 

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