jueves, 15 de enero de 2015

La Sátira y la Ofensa como Derecho. A propósito de «Charlie Hebdo»

Bernard Holtrop: «Vomitamos sobre todos ellos y de pronto dicen que son nuestros amigos»

Ya ha pasado más de una semana del terrible atentado contra personas que trabajaban en la revista Charlie Hebdo. Con un poco de perspectiva podemos identificar dos discusiones que se pusieron en movimiento a partir de esos eventos. El primero es la condena contra el terrorismo, la instrumentalización de una fe y una religión para justificar una respuesta violenta y criminal. El segundo ha sido un interesante debate sobre los límites de la libertad de expresión, y en ese contexto el papel de la sátira como forma de manifestación política.  

No todos los que han mostrado su solidaridad con la revista lo han hecho como signo de simpatía con el contenido de la publicación, sino tanto para mostrar su rechazo a una acción terrorista, como por solidaridad con los familiares de las víctimas. Por eso, no es de sorprender que Bernard Holtrop, uno de los caricaturistas sobrevivientes a la tragedia, ha desdeñado a sus nuevos amigos que han mostrado solidaridad ante la tragedia -el Papa, la Reina Isabel, Putín, etc: «Vomitamos sobre todos ellos y de pronto dicen que son nuestros amigos...» dijo a un diario holandés.

La sátira expone nuestras debilidades, ridiculiza nuestra vanidad y en cierta medida nos iguala a todos: nadie está exento de burla. Como manifestación de la libertad de expresión, es un componente insustituible del debate público. A pesar de ello, el profesor Francesc Pujol piensa que el humor diseñado para ofender no es sana para la democracia pues
«convierte al rival en malo sin matices. Se le hace indigno, lo que da derecho y deber de desprecio y humillación. Por eso se le humilla. Para mí, -- el núcleo del problema no reside en que se trata de un humor que ofenda, sino que ha sido diseñado para ofender. [...] este humor alimenta tendencias de simplificación de problemas, de demonización del rival,  de frentismo, de una apuesta preferente por el ataque frente a la conversación.» 
Pero no es de la idea de prohibir esa libertad de expresión. Por su parte David Brooks en un editorial del New York Times -publicado también en español por El País- nos recuerda que la ironía que ofende deliberadamente puede entenderse como algo propio de un adolescente.
Pero, al cabo de un tiempo, nos parece pueril. La mayoría de nosotros pasamos a adoptar puntos de vista más complejos sobre la realidad y más comprensivos con los demás. (La ridiculización se vuelve menos divertida a medida que uno empieza a ser más consciente de su propia y frecuente ridiculez). La mayoría tratamos de mostrar un mínimo de respeto hacia las personas con credos y fes diferentes. Intentamos entablar conversaciones escuchando en vez de insultando.

Aún así, los caricaturistas ponen de relieve la irracionalidad de los fundamentalistas, de quien se toma todo al pie de la letra. De cualquier modo esta necesidad de reírnos de nosotros mismos y reírnos de las cosas serias, siempre se encontrará en la difícil tesitura de trazar la línea entre la ironía y la burla. Brooks concluye que el humor de Charlie Hebdo es descortés y ofensivo, pero necesario; aunque esto no implique colocar en el mismo nivel, la ironía inteligente de la sátira que desprecia y ofende aquello de que se burla. 

Lo decíamos hace unas semanas. Es tan importante saberse reír de las cosas que son fundamentales y serias; y al mismo tiempo, no reírse de todo, como si nada importara. Esta reflexión, por tanto, no espero que convenza a quien defiende el derecho a ofender, sino a quienes creen que distinguir entre la sátira ofensiva y la broma sagaz es positivo para todos. 

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