jueves, 7 de mayo de 2015

Narcobloqueos y un discurso de Pericles

«La Oración Fúnebre de Pericles» (Philipp Foltz, 1852)

¿Qué tiene que ver conmigo un discurso que se pronunció hace 2400 años?

En el invierno del año 430 a.C. al final del primer año de la guerra entre Atenas y Esparta, los atenientes celebraron los funerales de los fallecidos durante ese período. Tucídides, el famoso historiador griego, recogió en su Historia de la Guerra del Peloponeso, el discurso que Pericles, el político de moda y el más capaz de su ciudad, preparó para la ocasión. Este elogio fúnebre es uno de los
 «más famosos de toda la literatura. En él se une el recuerdo de los soldados muertos en el campo de batalla y el elogio de los ideales de un Estado por los que aquellos combatieron y dieron su vida, recuerdo y elogio magistralmente enlazados y expresados»
¿Qué hace valioso el sacrificio de los soldados? Su muerte por Atenas. O quizá mejor debamos preguntarnos al revés: ¿qué  hace grande a Atenas? La ciudad es importante porque la edificaron los difuntos.  Pericles va y viene entre estos dos polos. Algo parecido hacemos nosotros con nuestro himno nacional. Los mexicanos le juran a la patria exhalar su aliento a cambio de recibir guirnaldas de oliva, un recuerdo de gloria, un laurel de victoria y un sepulcro de honor. Si ponemos atención, hay aquí un intercambio utilitario: se da la vida por la ciudad y a cambio ésta ofrece a cambio honor y memoria.

Sobre esos valores se construye el discurso de Pericles. El político griego recuerda a los Atenienses por qué su ciudad es grande y por qué vale la pena hacer los sacrificios necesarios para mantener su primacía. El modelo político, el estilo de vida y la cultura de Atenas -dice Pericles- son el paradigma a imitar por todo el mundo. Y por que Atenas es grande, el hecho de morir por la ciudad hace grande a los caídos.

Sin embargo Pericles termina su discurso en un ámbito que podría resultarnos ofensivo para un discurso fúnebre. El político ateniense pide a los padres que olviden a sus muertos recién honrados, y centrar los esfuerzos en nuevos hijos para que arrebaten el honor a los caídos.  «El amor a la gloria es, en efecto, lo único que no envejece [...] Pues las ciudades donde están establecidos los mayores premios al valor son también aquellas donde viven los mejores ciudadanos» ¿Cómo es posible hacer un discurso de alabanza a los héroes de la patria pidiendo a los vivos arrancar ese honor con actos más heroicos todavía? Pericles llama a los Atenienses a la acción. Para Pericles, la historia es como el espejo retrovisor: sólo se ve para ubicarnos pero lo importante está frente a nuestros ojos. Para el político ateniense, una vida vale la pena sólo si logra el honor de la gente importante.

¿Y esto qué tiene que ver conmigo?

Hace unos días padecimos los narcobloqueos que nos complicaron la vida y nuestro deseo de seguridad. Quizá el discurso de Pericles no sea una respuesta del todo adecuada, pero es más importante por las preguntas que se plantea: ¿qué sacrificios estamos dispuestos a hacer para edificar una sociedad pacífica y justa? ¿Qué esfuerzos hemos de empeñar para no dejar que un cártel dicte nuestro horizonte vital? ¿Por qué yo habría de esforzarme hacer de mi ciudad un espacio vital? ¿Puedo vivir en paz sin sacrificar algo de comodidad? 

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